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Polonia Polonia · Suena Wagner y tengo ganas de invadir
Voto de Normelvis Bates:
5
Acción. Intriga. Thriller Nick Conklin (Michael Douglas) y Charlie Vincent (Andy García) son dos policías de Nueva York a los que asignan la misión de escoltar a un peligroso asesino de la Yakuza desde Estados Unidos hasta Japón. Pero una vez llegan al aeropuerto de Osaka, el detenido se escapa. Intentando atraparlo, van a parar a los bajos fondos de la ciudad, donde se verán envueltos en una encarnizada guerra entre bandas rivales de la mafia japonesa. (FILMAFFINITY) [+]
5 de enero de 2010
55 de 76 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tito Ridley se monta una buddy movie. Dos son, pues, los miembros de la feliz parejita de protagonistas. Michael Douglas es (oh, sorpresa) un poli conflictivo e irascible, con problemas conyugales y laborales, que lo que más ama en el mundo es lavarse la melena con Pantene y hacer el animal con su moto. Andy García es un relamido lechuguino con pinta de encargado de la sección de moda masculina de El Corte Inglés. Lo mejor que puede decirse acerca de su actuación es que el nudo de su corbata es asombrosamente perfecto. Para que los espectadores más cortos de luces sepan que es de origen hispano, Scott, tras mucho pensarlo, decide recurrir a una brillante y audaz estratagema: hacer que toree la moto de Douglas. Olé, olé y olé.

Como los mafiosos japoneses son más bien raritos y les gusta hacer las cosas al revés de lo que dicta el sentido común, a uno de sus miembros se le ocurre un día entrar en un bar atestado de gente y acuchillar y degollar a un par de rivales a la vista de todo el mundo. No seáis muy severos con él, son otras culturas y otras costumbres. ¿Quiénes somos nosotros para juzgarlas? Por desgracia para él, Douglas y García están en el bar y no son, ni de lejos, tan tolerantes, de modo que sacan sus pipas, persiguen al malvado japonés y consiguen detenerlo. El hombre resulta pertenecer a la embajada, de modo que la poli americana no puede ocuparse del caso. Depositarlo en la embajada pertinente para que allí se hicieran cargo de él sería demasiado fácil y la peli acabaría en veinte minutos, y como el Departamento de Policía de Nueva York es famoso por nadar en la abundancia y tratar a cuerpo de rey a sus agentes, aunque estén siendo investigados por corrupción, deciden mandar a Douglas y García a Osaka para entregar al criminal a las autoridades niponas y pasar allí unos días de vacaciones. Todo, ya lo veis, de lo más lógico y creíble. El problema surge cuando los dos polis se confunden (ya se sabe, todos los japos son iguales) y entregan al mafioso a los malos en vez de a los buenos. Mientras andan buscándolo, un encontronazo de García con un grupo de morlacos antitaurinos estropea el nudo de su corbata y agria aún más el carácter de Douglas, que decide, en represalia, incendiar Osaka y clavar una bandera americana en el cerro que domina la ciudad. Así aprenderán esos perros amarillos.

Ridley Scott saca su baraja marcada, le pide prestados su máquina de humo y su juego de filtros (qué bonitos: naranja, carmesí, magenta) a su hermano Tony, recicla unos cuantos decorados sobrantes de “Blade Runner” y echa a correr cuesta abajo y sin frenos. Como el hombre tiene talento, la cosa se deja ver y tiene algunas escenas dignas del autor de “Alien”, pero a lo que de veras recuerda es a aquel chiste del niño que montaba en bicicleta y que tras soltar las manos y los pies de la bici acababa sin dientes. Bueno, aquí no hay bicis, sino motos, y no son los dientes lo que pierde el niño, pero si os paráis a pensarlo, viene a ser lo mismo.
Normelvis Bates
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