La marcha del film es su mayor atractivo. Contra natura, Chuck Norris no se prodiga en peleas. Interpreta a un policía con una novia que ha dejado embarazada. Puede decirse que la mitad de la película se basa en fragmentos de dicha relación. La otra mitad cuenta que un tal Simon, un psicópata peligrosísimo y gigantesco que en su día atrapó Chuck, ha escapado de la cárcel y ha vuelto a las andadas, a romper cuellos a todo quisqui.

Chuck está enamorado, se desliza por la pantalla como una persona tímida, normalita, queda con su novia, la invita a cenar por su cumpleaños, todo normal. Pero nosotros conocemos a Chuck y sabemos que ese no es su estilo. La novia se emociona, está embarazada a punto de dar a luz, está por tanto súper sensible. Chuck está tierno. La corresponde. Manda que sirvan una tarta y que la canten cumpleaños feliz. Entonces a ella le corren las lágrimas por su mejilla, habla mucho, habla de lo feliz que es…, habla del momento tan maravilloso que está pasando junto a él hasta el punto que casi piensa que no es merecedora de tanta felicidad…

¿Nos hemos equivocado de película? Pues eso mismo piensa Chuck. Él no es que pase de esas chorradas, sino que no las asimila bien debido a su metabolismo. Ella sigue con su sensiblería y él pone cara de escuchar pero por dentro de su cerebro lo que está escuchando es la música de los caballitos, como Hommer cuando le dice a su hija que la va a prestar toda su atención. Chuck sólo sabe responder de vez en cuando: “Anda, cariño, sopla las velas”; como diciendo: “Sopla las velas de una puta vez y déjate ya de rollos, coño”; pero sin gritos, suplicando.

Lo bueno es que la película ahí, crea un clima de tensión porque el espectador vive esas tiernas secuencias mientras Simon sigue cometiendo sus tropelías y la película, hábilmente, te hace creer que el punto fatídico más terrible puede suceder en el momento que Chuck deje a su novia. Creo que está muy logrado, sigues la película con interés, entretenido, todo en un ambiente muy correcto, muy conseguido.