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Voto de Doctor Zaius:
8
Drama Un hombre que tuvo problemas personales, tiene ahora conflictos con su hermano, un ambicioso abogado, y su prometida. Es por eso que acepta a regañadientes a ser el padrino de la boda.
23 de abril de 2016
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el libro que el festival de documentales Play-Doc de Tui (Pontevedra) ha dedicado a la figura de Charles Burnett, aparece de forma reiterada la expresión que da título a esta reseña. La frase es obra del guionista y escritor James Agee -coautor de la célebre crónica de la pobreza del medio-oeste norteamericana llamada “elogiemos ahora a hombres famosos-, y recoge la necesidad de enfocar las emociones de forma que den lugar a acciones capaces de transformar la realidad en vez de convertirse en semillero de pasiones negativas.

Film que se mueve entre el registro satírico y el trágico, My brohter´s wedding presenta los conflictos inherentes a la comunidad afroamericana del barrio de Watts (Los Ángeles) en el momento en el que parte de sus integrantes comienzan a ascender socialmente y a renegar de sus orígenes campesinos del Missouri de donde proceden. Pero no es sólo esta incipiente clase media que pretende homologarse a sus equivalentes blancos el objetivo de los dardos burnettianos. El protagonista, Pierce, hermano pequeño de un abogado que está a punto de casarse con la hija de un prestigioso médico, idealiza a sus iguales de clase social y a los pobres, despreciando simultáneamente sin concesiones a todos los que han logrado coger el tren del ascenso social principalmente por la vía de la educación. La trama se articula alrededor de la conflictiva relación que establece con sus padres, hermano y futura cuñada a raíz de la boda, y de las correrías por el barrio con un antiguo compañero de clase, Soldier, recién salido de la cárcel del que, de alguna manera, pretende hacerse responsable. Pese a sus buenas intenciones, todo le va a salir mal de principio a fin. Quizás porque, como dice el propio Burnett de él, es incapaz de hacer una reflexión desapasionada tanto del proceso que está experimentando su familia a través de su hermano como de la relación que mantiene con Soldier. A los primeros los juzga con una dureza extraordinaria y actúa evidenciando continuamente su desacuerdo con ellos. Al segundo, lejos de ser capaz de tenerlo a salvo de sí mismo, le permite todos los desmanes y excesos, actuando de cómplice cuando no de tapadera de sus asuntos cada vez más turbios.

Burnett se muestra, en esta película, especialmente atinado en tres puntos: en el retrato del día a día de su barrio -maravillosas todas las viñetas que tienen lugar en la tintorería de los padres del protagonista-, en la escenificación de las disputas familiares entre Pierce y sus parientes y en el rodaje de las escenas de carreras y persecuciones de Pierce y Soldier por las calles y descampados de Watts. A estas últimas las dota de una energía contagiosa, envolviendo cada secuencia en un ambiente humorístico hipercinético en el que cierta afirmación de la amistad incondicional vehicula el sentido de cada situación. También es destacable la elección de un registro visual lo más naturalista posible; gracias a él consigue elevar el tono de la película por encima del mero costumbrismo, dibujando una radiografía lúcida de las tensiones sociales y familiares que recorren el vecindario en proceso de transformación. En la combinación de actitud documental, respeto por los personajes y mirada sarcástica a su realidad social encontramos las claves de la capacidad de seducción de la película: en todo momento, pese a ciertos excesos argumentales y a algunas situaciones chocantes que buscan la carcajada, una sensación de verdad considerable permea cada fotograma.

Burnett reniega, por problemas con la producción, del final “oficial” de la película. Quizás sea este algo abrupto pero resulta interesante en tanto que deja abiertas las dos cuestiones centrales que han movido al personaje protagonista en su parte final, como dejando en manos del espectador el tomar una decisión sobre la finalización de las dos tramas. Quizás si hubiera dispuesto de los medios económicos adecuados y no hubiera tenido las dificultades que tuvo -uno de los actores desapareció durante meses cuando aún no habían terminado el rodaje- estaríamos ante una obra más redonda y mejor acabada. Sin embargo, hay, en sus imperfecciones y en su “hacer virtud de la necesidad” un algo que tiene que ver tanto con la rugosidad emocional del film como con su combinación de aridez y humor. Como si esa precariedad estimulase el ingenio y la rabia del director, afilando su lucidez y enfocando con nitidez cuestiones fundamentales.

Asimismo, uno no puede evitar cabecear afirmativamente ante esa mirada respetuosa y admirativa que dirige a los personajes de más edad de la narración: ellos, desde su durísima peripecia concreta -del esclavismo de sus padres y abuelos a la vida en el suburbio angelino-, testimonian cualidades humanas generales que trascienden las circunstancias de raza o clase social. El microcosmos burnettiano, así, se eleva de lo particular a lo universal, haciendo partícipe emocional e intelectual a cualquiera que se acerque a las aventuras y desventuras de sus protagonistas, esa comunidad afroamericana que vive en el Los Ángeles los años 70 del siglo XX desgajada de sus raíces, abandonada a su suerte por la administración norteamericana, despreciada explícita o implícitamente por la mayoría blanca acomodada y acosada y perseguida permanentemente por la maquinaria represiva del estado. Esa comunidad cuarteada por la desigualdad y tensionada por las transformaciones de las relaciones sociales y familiares. Esa comunidad resistente que toma cuerpo y nos interpela desde películas como ésta.

Cuanta falta nos hacen los directores como Charles Burnett.
Doctor Zaius
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