Difícil ser duro con un filme en el que coactúan Gary Oldman y Gerard Butler, pero no queda de otra. Aparte de la inmersión en clichés y poses de posters, el descollante macartismo norteamericano y la visión unipolar del planeta están las poco loables actuaciones de dos grandes. Me sentí como en Perl Harbor (Bay, 2001) y ya eso es bastante triste decirlo. Aplausos a los efectos especiales.

Película de detalles, de anticipaciones semióticas no muy sutiles.
Hasta los movimientos de cámara son románticos en este “no rosa” filme. Es una cinta sobre la virginidad del cuerpo y del espíritu, del pensamiento.
Cruda, descarnada, camina con paso firme sobre el delgado hielo de la sexualidad y el costumbrismo en los sesentas en Inglaterra. Sin delicadeza alguna, con la honestidad velada de los niños lo dice todo sin rodeos ni eufemismos.

Un extraño y exquisito western en el que pocas cosas encajan y sin embargo no desentonan. Las balas y la rudeza del western clásico se pierden aquí entre la tristeza y la melancolía de los forajidos. El filme del francés Jacques Audiard es en realidad una sutileza, y otra de las grandes oportunidades que no dejó pasar de John C. Reilly, un actorazo que se había mentenido en papeles secundarios hasta ahora. Es sobre el camino perdido, la vuelta a casa, el verdadero valor de las cosas.

Bel Powley honra con su buena actuación un filme que se pierde en la inmensidad blancuzca de la nieve y el odio por su falta de nexos con el contexto histórico. Fue un terrible período sí, pero faltó situar mejor al espectador dentro de la coyuntura. Cruel, fría y visceral. Es como la superficie de Schindler's List (Spielberg, 1993) pero sin los 10 años de investigación y estructura que le costaron al niño de oro de Hollywood.