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España España · San Fernando
Críticas de Harry Callahan
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Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
8
18 de septiembre de 2015
31 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
“B” es una suerte de flor del desierto, de bicho abisal, inconcebible en un entorno mediático dominado por el establishment corporativista; que ha sabido encontrar el modo de no quedar abortada, como lo está el cine político contemporáneo en este país.
El crowdfunding, última puerta a la que llamar agotado de que te cierren todas en las narices, sumado a la obstinación y la audacia, han permitido la encarnación en película de una pieza sobrecogedora de la triste historia del pillaje nacional.
Porque la cinta es una patada en los cojones que deja sin aire, en primer lugar, al espectador, que palpa horrorizado la que sería una realidad confirmatoria de lo que ya imaginaba, pero también al presunto participe en las idas y venidas del dinero B, que contempla como, tras ser señalado sin remilgos, sus vergüenzas quedarían impíamente expuestas.
El filme del debutante David Ilundain respondería muy bien a porqué no se hace más cine de política real aquí. Si quieres comer salchichas, nunca veas cómo se hacen. Nadie quiere que veas cómo se hacen sus salchichas, y aquí da igual de qué partido o negocio se hable, pues las habas cocidas parecen ser alimento de todos.
No obstante todo el poder incisivo que este casi documental posee por lo que reproduce (literalmente, las declaraciones de Bárcenas a Ruz), y que ya de por sí te demuelen en la butaca, cinematográficamente, la película tiene también su valía.
Y es que, sobrepuesta a su carácter de ópera prima, a su activismo, fines denunciatorios y limitaciones presupuestarias, es capaz de transportar lo que fue en origen una pieza teatral a un producto que consigue la agilidad audiovisual necesaria para el que la ve no se ahogue en un mar de datos, nombres y cifras. La clave, sobre todo, dos actores como la copa de un pino, Manolo Solo y, en particular, Pedro Casablanc, encarnando éste último a un Bárcenas al que insufla una veracidad que pasma.
No se puede engañar a todos todo el tiempo. Llega una película libre y salvaje que pretende demostrarlo.
Harry Callahan
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6
1 de junio de 2014
16 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay películas que son una actriz. Para bien y para mal. Es el caso de “Todos están muertos”. Y es que la interpretación de Elena Anaya aquí se mete hasta el tuétano. Embebe, obnubila y aturde. Deseas que no salga nada más en pantalla que ella. ¿Para qué otra cosa? ¿Para qué malgastar esfuerzos en contar una historia manida, trufada de lugares comunes, previsibles?
Amores platónicos juveniles, despertares sexuales inciertos, muertes traumadas, hijos no deseados, relaciones más que fraternales... Y todo este gazpacho culebronil, presentado como en un remake de “Ghost” pergeñado por la prima mejicana de Almodóvar...

¿Pero, sabéis que? me da igual todo ello, y su morosidad y su pretenciosa modernidad (que no es tal). Me es lo mismo, porque Álvaro Gutiérrez hace magia con su fotografía y extrae un delicioso glamour feista de la que bien podría haber inspirado a Leiva cuando compuso Lady Madrid con Pereza.
Da igual su cardado flequillero, lo resquebrajado de sus labios, su conspicua delgadez, la ausencia de maquillaje o el vestuario así, como de andar por casa. O quizás es la milagrosa conjunción de todo. El caso es que es imposible que la cámara quiera más a una actriz. ¡Cómo aguantas primerísimos planos Lady Anaya! Tu presencia, tu mirada y tus titubeos en la voz compensan cualquier cosa que me jale del brazo, constantemente, para sacarme de la película, casting infanto-juvenil incluido... Tela de la marinera lo del nene co-protagonista.

“Todos están muertos” es pues, para mal y para bien, una actriz, un personaje, una interpretación, una presencia, que arrebatan al espectador hasta el babeo, sí, a los acordes, además, de gente como Akrobats que le dan un punto hypster que mola a modernetes sabiondos como yo... y da igual que todo lo demás esté, a su lado, muerto o, al menos, lo parezca.
Harry Callahan
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8
1 de junio de 2014
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay quien podrá tachar a su director (y co-guionista) de aprovecharse de que Skype, Google, Whatsapp o Facebook inundan nuestras vidas, para montar una peli en la que sean reclamo, pero dudaría de que el que así la definiera hubiese visto siquiera unos minutos del filme.

Porque la tecnología, como ya ocurriese en la reciente “Her” de Spike Jonze, no es más que un elemento catalizador que apoya la narración de una historia de amor que gravita aquí sobre las medias naranjas y aquella frase de “si quieres ver a Dios reír, cuéntale tus planes”, o la de Ortega, “Yo soy yo y mis circunstancias”. Porque lo que cuenta Marqués-Marcet entre los poderosísimos (y cuan distintos) polvos inicial y final, que delimitan como prólogo y epílogo la película, es como puedes tener un quién, pero te puede fallar el cuándo, y no ser, sencillamente, el momento porque, en ese preciso instante, el azar os pone a 10.000 km de distancia. Y tu relación de golpe se convierte en una suerte de Google Street View, con el que estás pero no estás.

Dos cosas me han fascinado en el modo de contar esta relación en conserva, que como todas, las conservas, tienen fecha de caducidad. En primer lugar, el audaz modo en que este debutante en el largo suple falta de presupuesto con talento. Rodada en una Barcelona que es a ratos Los Ángeles. Con el empleo de múltiples pantallas que se enturbian, ralentizan y pixelan, como la historia de sus protagonistas. Con el poder sinérgico de constantes metáforas sobre la comunicación siempre presentes, por ejemplo, en el trabajo de la prota. Y unos diálogos y colección de instantes que pese a su aparente inanidad conforman un devenir lógico, necesario, para concluir en un climax final a flor de piel. Además, esa capacidad para subsumir a los espectadores en incómodos vouyeurs de la intimidad cotidiana… Y todo ello sin que lo que veamos sea teatro en pantalla grande, ni mero juego de formatos estéticos, sino puro cine que es filigrana en el plano secuencia inicial de 23 minutos con que el filme pone sus cartas sobre la mesa, por si alguien podría dudar de lo que su realizador y actores son capaces.

Lo que me lleva al otro arma de conquista masiva de la cinta: su dúo protagónico. En David Verdaguer y Natalia Tena, empieza y termina el reparto de la película y de la responsabilidad de sostenerla sin que la aparente cotidianeidad insulsa de sus personajes la dinamite. Están esplendidos en esa colosal labor. Si bien, la que me arrebata es la Osha de “Juego de Tronos”. Me creo su fragilidad, carácter, ironía, determinación, sensualidad, y todo lo que su gestualidad me transmite de la vida interior de su personaje. En su primer papel, además, en castellano. Su lengua natural es el inglés, justo lo contrario de lo que parece en el film. Chapó.

Un dúo protagonista que cuando está frente a frente, sin gadgets ni inventos; cuando los kilómetros del título son centímetros; cuando desaparecen los artificios; cuando no hay virtualidad sino fisicidad; cuando ello ocurre, amigo mío, hace que el filme alcance su cenit al calor de una química proverbial, entre unos actores en la perfecta simbiosis que requiere esta historia de amor desencontrado que es, a la postre, un bolero, de los de siempre. Que habla de almas sin cuerpos que acariciar y, claro, sí, de la jodida modernidad que hace que pueda tenerte sin que realmente estés para tocarme y tocarte. Y de cómo, muy probablemente, la distancia es el olvido, o no…

by @magnumcallahan
Harry Callahan
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9
21 de febrero de 2015
12 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
“El francotirador” es una americanada, un panfleto proalistamiento para las huestes guerreras del tío Sam. Y la apología de un modo cobarde de luchar. Y, claro, una loa filofascista, justificadora de los desmanes imperialistas de los yanquis… Amigos, quien diga esto, o bien no ha visto la película, o está consumido, enfermizamente, por los prejuicios.

Y es que Eastwood, pese a enfrentarse a poner en imágenes la autobiografía del más letal francotirador de la reciente (y controvertida) Historia bélica de los EEUU, acomete esta tarea, eludiendo caer en el más obvio patrioterismo, e incluso en el más entendible patriotismo, y va directo a lo que realmente le interesa, contar la historia de un soldado y como la guerra le deja una huella difícil de borrar.

El filme, de hecho, no es un romance del héroe en el que se vitorean sus mortales records, cual si de un gladiador en circo romano se tratase. Todo lo contrario. El autor de “Cartas desde Iwo Jima” se cuida muy mucho, de cuestionar, continuamente, la ratio de la guerra, dando respuesta a ello, siempre, con la metafórica parábola del perro pastor, con la que casi principia el filme, definiendo prodigiosamente que tipo de personaje protagonizará la cinta.

La violencia como respuesta defensiva para evitar que el lobo te devore, y ello, pese a que esa violencia sea un fuego que quema, consume y, finalmente, aniquila. De esto va “El francotirador” y no de geopolítica o geoeconomía. De eso y de devolver la dignidad y la humanidad a quienes luchan por otros, incluso por los que creen que los lobos no existen.

Sentado esto, “American Sniper” es además una lección de cine. La que imparte un abuelo de ochenta y cuatro años que no tiene nada mejor que hacer que irse a Marruecos a rodar un filme bélico, con todos sus consustanciales elementos. Y digo una lección de cine porque la trinidad formada por el oscarizable guión de Jason Hall y la economía narrativa que Eastwood apoya en un montaje soberbio, dan como resultado su mejor película en años. Y es que nada hay superfluo. El arranque es un tiro que va certero al conflicto. Las escenas bélicas, las precisas para conformar la evolución psicológica y vital del protagonista, ajustadísimamente encarnado por Bradley Cooper. Y tiene instantes vibrantes, emotivos, terribles… Gracias maestro por otro peliculón, aunque no todos sepan o, mejor, no quieran verlo.
Harry Callahan
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8
31 de octubre de 2013
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nicolas Winding Refn rueda lo que le da la gana y cómo le da la gana. Siempre lo ha hecho. El problema es que con “Drive”, su filme más comercial, muchos le descubrieron y se autoproclamaron devotos fieles. Ahora, cuando la cabra vuelve a tirar al monte, a filmes tan crípticos y duros como “Valhalla Rising”, surgen los vilipendios y las apostasías. Menudos conversos…
Y es que sí, “Sólo Dios perdona” no es para espectadores oportunistas, ni para cultivadores del elogio de moda. Tampoco lo es para débiles de espíritu, ni para cinéfilos cartesianos. Porqué la última pesadilla onírica de este primo de David Lynch o Alejandro Jodorowsky hipnotiza, desarma y noquea. Y lo hace con un guión mínimo y una violencia máxima, los dos elementos (adecuadísimos) que sus detractores emplean para arrastrar a los infernos al filme desde su estreno en el últimamente muy tiquismiquis festival de Cannes.
Lo diré claro y alto: la historia de esta película es lo de menos. Nunca importó, es puro MacGuffin. De hecho necesita ser elemental y primaria, para que la portentosidad de sus imágenes pueda desbocarse libérrima hasta límites del paroxismo. Se trata de tener una ilación rudimentaria que permita recrear el Infierno del Talión, las moradas del Diablo, las acciones Dios y el purgatorio de los azotados por las pulsiones instintivas. Un submundo caligrafiado con una aterradora belleza plástica que obliga a no apartar la mirada de la pantalla incluso cuando el estómago obligaría a hacerlo. Un lugar que rezuma una violencia extrema que agrede al espectador pero que es seña de identidad irrenunciable del realizador danés y que de no mostrase en su esencia más primitiva y pornográfica no elevaría el filme a las cotas únicas que alcanza.
En resumidas cuentas, una obra noir puro arrebato y trance, que conduce al espectador poroso a su propuesta a un estado mental, a dejarse arrastrar por una mística de la simbología que a más que se ahonda, más fascina. Una película que, no obstante, demanda auténticos elegidos de mirada ávida de convulsión y goce atormentado. Tipos sin miedo a la perturbación que impregnará el ánimo durante días. A los demás, que Dios y su catana les perdone (o no).
Harry Callahan
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