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España España · Irún
Críticas de Jesús
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Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
9
17 de junio de 2018
33 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nos empeñamos en clasificar el mundo y las personas que en él viven según la nacionalidad, el sexo, la religión, el color de la piel, la cultura... Sí, ya sabemos el rollo ese del artículo 2º de la Declaración Universal de DDHH, pero eso está bien para los gobiernos, las administraciones. Mi vida es mía y dispongo mis relaciones como quiero, y bla, bla, bla.

El repostero de Berlín nos enfrenta a muchas divisiones y fronteras que usamos habitualmente, y las pone patas arriba. Cuando dejamos fluir nuestros sentimientos más sinceros y nuestras emociones más espontáneas esas barreras caen. Es entonces cuando podemos comprobar que los afectos, si no están mediatizados por los tópicos y las ideologías, pueden fluir con naturalidad.

La colaboración, el trabajo mutuo, el respeto profundo, la atracción y la admiración son posibles si partimos del velo de la ignorancia —y perdonadme la pedantería, pero toda la película es un excelente ejemplo de la teoría de Rawls—. En cambio, una vez que el fichero se completa, comienzan a actuar los prejuicios y las convenciones sociales más rancias.

La película me ha parecido un hermoso ejercicio cinematográfico y toda una lección de cómo utilizar las imágenes para que comuniquen y narren con absoluta claridad sin tener que recurrir a las palabras. La utilización de la cocina como elemento conductor y simbólico, todo un hallazgo.

Dulce, delicada, tierna, intimista y acogedora, pero sin renunciar a la denuncia y a la dureza de la realidad cotidiana. Por cierto, a muchos críticos les ha sobrado el epílogo. No comparto esa opinión. Me parece que no rebaja un ápice ni la fuerza narrativa ni el compromiso con la historia y, en cambio, aporta esperanza.

Totalmente aconsejable.
Jesús
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7
9 de abril de 2018
24 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Una razón brillante" no es una brillante película, pero sí es una comedia entretenida que atesora unas cuantas razones para ira verla: el buen trabajo de los actores principales, Daniel Auteuil y Camélia Jordana; algunos golpes de humor que provocan la risa de la sala; una buena exposición del encontronazo entre culturas; un guión que, aunque previsible, funciona bien en general; y, por cerrar la lista, un recordatorio de la importancia del lenguaje como instrumento de poder, convicción y también, cómo no, como herramienta para básica del ser humano para transmitir quiénes somos y qué queremos.

Una razón brillante es una nueva puesta en escena del mito de Pigmalión, con el que G. B. Shaw realizó su brillante obra de teatro, después adaptada al cine en el musical de George Cukor bajo el nombre de My fair lady. Las interpretaciones y lecturas han sido tantas que se necesitaría una extensa y prolija reseña para dar noticia de todas ellas, tal es la fascinación que el mito ha ejercido sobre escritores, músicos, cineastas, pintores y demás creadores.

En este caso, Yvan Attal, el director, lo adapta a la sociedad actual y utiliza como marco la universidad parisina, donde una joven estudiante, de vivo ingenio y fuerte personalidad, será preparada por un cínico y más que incorrecto profesor para participar en un concurso nacional de oratoria. Con este reparto de papeles la confrontación está servida, así como los elementos para construir una comedia en la que no falte la ironía, la crítica social ni, por supuesto, los momentos emotivos.

No será brillante, pero a quién le importa la brillantez si se puede pasar un buen rato disfrutando de una comedia.
Jesús
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9
25 de febrero de 2018
22 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Castilla del Pino reflexionaba en 1970 sobre la incomunicación y el panorama que nos ofrecía no era demasiado halagüeño. Daniel Calparsoro lo hace casi medio siglo después con una historia vestida de thriller, y la conclusión a la que llega es bastante similar. Es evidente que la sociedad occidental puede tener muchas virtudes, pero no está entre ellas la de practicar la comunicación entre sus componentes.

Pero vamos por orden. El aviso es, formalmente, una película de suspense con mucha tensión en sus venas, donde se nos presenta una clave numérica a resolver. Los resúmenes oficiales dicen esto: Nico, un niño de diez años, recibe una carta con una amenaza de muerte pero nadie en su entorno parece creerle. Jon, un joven obsesionado con los números, investiga una serie de muertes ocurridas a lo largo de los años en el mismo lugar y que parecen tener un patrón en común. Descifrar esta secuencia es lo único que podrá salvar a Nico.

El aviso tiene dos tiempos que corren paralelamente: el de la actualidad, protagonizado por Nico —Hugo Arbués—, el niño del párrafo anterior, y otro diez años anterior protagonizado por Jon —Raúl Arévalo—, un tipo dotado para los números que ganó cuando era estudiante unas olimpiadas matemáticas, esquizofrénico y obsesionado con resolver el mensaje que él cree que se esconde en las cifras que el azar ha tenido el placer de ir montando.

En más de una ocasión he dejado escrito en este espacio que la literatura es una cuestión de punto de vista. En realidad, cualquier actividad creativa lo es. Y el punto de vista desde el que se narra la historia es el de Jon. En él quedamos atrapados porque es el más fascinante y porque ofrece algo en lo que creer. Descifrar es comprender y no hay nadie que no quiera hacerlo. Los elementos tienen que encajar y, si es posible, terminar bien.

Esto me parece sustancial para la comprensión de la película. Pero hay más puntos de vista y convendría no dejarse atrapar por el destino y lo que este nos quiere comunicar —solo es necesario recordar que esta es la interpretación de un esquizofrénico obsesionado con los números—.

Calparsoro utiliza como ejemplos de incomprensión el de una madre y su hijo, aparentemente abocados a no entenderse a pesar de todo el amor que se profesan, hasta que el afortunado desenlace del cumpleaños de Nico y la extrema tensión con que se vive empuje a la madre a ver lo que no veía y al niño a entender la postura de ella. El caso de Jon requiere otro tratamiento para la buena marcha de la película, pero no os dejéis arrastrar por él. Estáis avisados.

Todo esto puede resultar un poco críptico, pero no conviene decir más para no destripar la historia, que es una película francamente redonda a la que hay que poner mucha atención para no caer en los equívocos.
Jesús
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Mudar la piel
Documental
España2018
6,7
427
Documental, Intervenciones de: Juan Gutiérrez, Mingo Rafols, Frauke Schulz
8
11 de octubre de 2018
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
No voy a negarlo, acudí a ver esta película-documental porque vi que "el protagonista" era Juan Gutiérrez, a quien veo poco, pero admiro mucho y quien me inició en la resolución de conflictos. Bien, pero vayamos con la peli.

El resumen argumental que se ofrece es el siguiente: Juan es un mediador que trató de alcanzar la paz entre ETA y el gobierno español. Roberto es un espía de los servicios secretos que se infiltró en su vida durante años. Mudar la piel es la historia de Juan, el padre de la directora, y Roberto, el hombre que le espió. Ambos cultivan una insólita amistad a pesar de la traición. Mudar la piel también es la crónica de la relación de los cineastas con el espía y su dificultad para atrapar su escurridiza identidad.

Es decir, parece una historia sobre la traición y el engaño, con el fondo histórico de la lucha armada en el País Vasco durante los años 80 y principios de los 90. Y algo de eso hay, sin duda, porque la anécdota que se nos cuenta transcurre en esa época. Yo diría, en cambio, que es una historia acerca de la amistad. No sobre el perdón, ni la comprensión. Sobre la amistad. Y sobre la importancia que tiene percibir a las personas íntegramente, sin reducir el foco a un aspecto determinado. A ver si soy capaz de aclarar esto.

Juan monta un centro de investigación para la paz, Gernika Gogoratuz, donde entre otras cosas y de forma extraordinariamente discreta se están dando pasos para llevar a cabo una mediación entre ETA y el gobierno con el fin de resolver el conflicto. Aquí se infiltra un espía, Roberto. Roberto cumple su función, es decir, conseguir información. Pero poco a poco se va impregnando del espíritu que anima a Juan y de los modos y maneras de la resolución de conflictos, hasta tal punto que Juan piensa en él como su posible sucesor en el centro.

Pero los designios de la administración son otros y los gobiernos suelen fallar a menudo —a esto se le llama alta política—. En un momento dado la negociación no interesa y a Roberto se le pide que extraiga una información del ordenador de Juan y abandone el lugar. Esto no se dice en la película, se infiere. Esa información se filtra a la prensa y la negociación se va al garete. Roberto desaparece. Esta es la traición, el engaño. La historia sigue y otras traiciones y otros engaños darán con los huesos de Roberto en la cárcel, que para eso es una simple pieza al servicio de un engranaje difícilmente inteligible.

Juan se entera del procesamiento de su amigo por la televisión. Más adelante recibirá una carta de 30 folios donde este le explique algunas cosas. Juan, a pesar de todo, sigue sintiendo a la persona Roberto como un amigo. Digamos que Juan sabe de Roberto más cosas que las de su "oficio". Digamos que Juan conoce de Roberto otros aspectos distintos al del engaño que conlleva la carrera de espía. Digamos que Juan sabe que una persona es bastante más que la función que desempeña en un momento determinado de su vida.

Esto es lo sustancial. También están los documentos y entresijos de una época muy violenta y complicada. Incluso los personajes públicos que aparecen y las conversaciones frustradas entre partidos en EEUU. Y, por supuesto, el intento de una hija por comprender la fidelidad de un padre a una extraña amistad, que es como el intento del film por comprenderse a sí mismo. Pero por encima de todo está la magnífica reflexión de Juan y su fidelidad al ser persona. Tan sencillo como sabio.
Jesús
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7
25 de octubre de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Habitualmente las películas bélicas suelen enmarcarse dentro del género de aventuras y no pretenden ir más allá de la presentación de una historia de sufrimientos y hechos más o menos heroicos que mantengan la atención hasta el desenlace final que, como es natural, suele ser favorable al bando protagonista. Habitualmente, pero no siempre. Hay otras películas que desean aportar otro punto de vista y exponer algún dilema o fomentar la reflexión.

La pasada y extremadamente cruenta guerra de los Balcanes, o guerras de la antigua Yugoslavia, ha dado lugar a una serie de películas, las más interesantes de ellas realizadas por directores de la zona, que buscan contar lo que ocurrió con el fin de poder entenderlo y superarlo. Todo trauma necesita ser contado para poder seguir viviendo. En este ámbito se encuadran películas como "Antes de la lluvia", "En tierra de nadie" o "Savior", la más acorde a la forma de contar de Hollywood y también la más dura.

Todas buscan contar unos hechos difícilmente comprensibles, pero que ocurren. Y ocurren una y otra vez en distintas partes del mundo, aunque nos conmocionan más cuanto más cerca de nosotros suceden. "Ojos que no ven, corazón que no siente", dice el refrán. Pero una vez que hemos visto, es difícil salir del trauma.

En el caso de Savior —"salvador", no me gusta nada el título—, lo que más me gusta de la propuesta de Predrag Antonijevic, su director, es el símbolo del nacimiento como forma de redención, el empuje de la nueva vida como forma de superación del torbellino violento en el que se encuentra sumido el protagonista, la vida nueva que impulsa nuevos sentimientos y que regenera todo cuanto toca.

La escena de la madre, Natasa Ninkovic, cantando la nana mientras niega con la cabeza cualquier intento del soldado por disparar, Dennis Quaid, es lo mejor de la película y una de las escenas cinematográficas más conmovedoras que recuerdo haber visto. Todo un canto a la vida desde la inminencia de la muerte.
Jesús
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