La conocida novela de Gaston Leroux ha sido adaptada al cine en un buen número de ocasiones y acaso esta producción de la Universal, dirigida por Arthur Lubin --irregular artesano-- no sea la más personal ni auténtica.

Sin embargo, destaca por la especial y cuidada atención que presta al lado musical de la historia, como demuestra la elección del tenor Nelson Eddy para uno de los papeles protagonistas. Ello, unido al espléndido trabajo de Claude Rains y a la hábil conjunción de sus elementos, da como resultado una obra singular y realmente atractiva.

En 1968, Stanley Kubrick dio vida a una de las más sobrecogedoras e inquietantes películas jamás filmadas; Steve Mcqueen seguía empeñado en convertirse en un icono universal del cine; y John Boorman agitaba el cine negro con eficacia y vigor.

Pero, también 1968, en Italia, el hijo de Attilio el poeta pretendía un nuevo cine. Abrazó a Dostoievski y profirió un grito contra la burguesía intelectual italiana. Para muchos se trataba de una ruptura con el público; lo cual es en parte cierto, por cuanto éste aguardaba una reiteración de los esquemas de "La Commare Secca" y de "Prima della Revoluzione"; y, en parte, no. En esta desasosegante película, Bertolucci despoja al espectador del sentimiento de estar dentro del filme; sustituye la cualidad "atractiva" del cine por la opuesta, "expulsiva". Y, de este modo, robándole las emociones y la identificación con los protagonistas, le obliga a ser juez de la acción, le impide ser espectador.

Y, a pesar de todo ello, Bernardo Bertolucci no olvida el "viejo" cine. Al contrario. "Partner" está salpicada con referencias al cine admirado por el autor: Godard, Fellini y, por supuesto, el neorrealismo. En suma, Bertolucci consiguió unir lo clásico y lo que estaba por venir en una obra áspera y de difícil asunción.

La Universal había cosechado dos enormes éxitos con "Frankenstein" y "Drácula", ambas de 1931, y se embarcó en la producción de toda clase de películas fantásticas.

Pese a que en esta ocasión cuenta la historia, francamente mediocre, de una vieja momia que revive para horror de cuantos con ella topan, su realizador, el alemán Karl Freund --cuyo prestigio se apoyaba en una sólida y brillante carrera como director de fotografía--, le imprime un evidente tono impresionista, que se adapta muy bien al relato, y consolida una interesante obra.