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España España · Vilagarcía Arousa
Críticas de María
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Críticas 17
Críticas ordenadas por utilidad
9
9 de noviembre de 2015
55 de 69 usuarios han encontrado esta crítica útil
Les habrá ocurrido alguna vez que de repente un día se dan cuenta de que la rutina compartida ha contaminado una relación que los años deberían haber fortalecido. Vuelven la mirada y todo parece permanecer exactamente en su lugar… en algún punto del universo ahora separado de ustedes por un abismo.

El tiempo a menudo nos da espacio y el espacio perspectiva, capacidad de enfoque y libertad. O no. No siempre. Porque habrán sentido, también, en algún momento puntual, esa dependencia afectiva que nos vincula a un “otro” determinado -a un “alguien” particular, ingenuo perturbador de nuestro “todo”- transformando el deseo en necesidad y haciendo del amor una patología. Un sentimiento que Evelyn verbaliza en un efímero momento de debilidad, refiriéndose, en principio, a un juego sexual de roles consensuados, perfecto ejemplo de esa cadena invisible que asfixia las relaciones: “Mientras soy tuya permanezco viva”. Y Cynthia asiente calladamente. Silente. Asumiendo, luctuosa y resignada, la dimensión de tal sentencia. Comprendiendo, finalmente, que es ella quien vive en cautiverio.

Habrán padecido, además, en sus carnes, pobres víctimas de relaciones perseverantes , ese ahora en que hacer el amor ya no es hacer el amor porque el idilio ha caducado. Ni siquiera follar es follar porque la pasión se ha domesticado y la fascinación inicial ha dejado de deformar la realidad a su (de ustedes) capricho, dejando tras la retina cierto poso de decepción, porque aquel “otro” ha empezado a ser este “nadie”.

Llega un momento en el que el erotismo de una pareja se reduce a, simplemente, abreviar las noches, a utilizar el sexo cual herramienta, arma, escudo o moneda de cambio… como un simple lastre con el que hacerle trampas a la balanza.
El equilibrio no existe. No existe porque es imposible. Y no es posible porque ni siquiera en ese escenario suspendido en el tiempo, habitado únicamente por mujeres -qué más da, podrían ser hombres, la cuestión es que no hay diferencias genéticas sustanciales con las que estereotipar a los protagonistas de esa constante lucha de poder que es una pareja, o excusas que justifiquen reacciones desiguales-. Ni en esa realidad embellecida, digo, es factible la armonía porque somos a una vez verdugos de la voluntad ajena y víctimas incapaces de escapar del redil de nuestros instintos.

Habrán descubierto ya que todo es mentira. Que la vida es pura aleatoriedad y que refugiarnos en el bucle de la costumbre es una forma de conformismo, de resignación y de transigencia. Que la sumisión es un terreno demasiado próximo a la desilusión y que el amor muere siempre desgarrándonos las entrañas. Que las mariposas se desvanecen por muy entomóloga que una sea y que la soledad, cobarde ella, huele tanto a exilio que nos devuelve una y otra vez al ovillo.
María
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8
2 de marzo de 2018
28 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Detrás de toda gran fortuna siempre hay un crimen"

Estrenada con la urgencia de no descuidar la obsequiosa promoción cortesía de dos de sus protagonistas: uno en huelga de hambre y otro en huelga de vergüenza, Fariña -la serie- ha significado uno de los mejores comienzos televisivos de los últimos tiempos gracias al retrato de la profunda decadencia económica y cultural que Galicia padecía y padeció durante largas décadas. La estampa paisajística que este primer capítulo esboza, lejos de caer en la habitual diplomacia, siempre encubridora de lo acusable y censora de lo imputable, consigue retratar un entorno de miseria que los gallegos estaban habituados a esquivar gracias a la emigración y para el que el contrabando representó una alternativa. Una alternativa asumida y aceptada, generalizada y frecuente. Poco justificable en muchos casos y absolutamente amnistiable en otros tantos.

La presentación de los personajes y de sus circunstancias se hace desde/con una mezcla de generosidad y franqueza muy seductoras, donde las líneas de la magistral adaptación del guión (con insignificantes matices en forma de cambios de nombre de algunos personajes -Roque se llamaba Ramiro- y de localización -Cambados por Corrubedo-) perfilan las cautivadoras personalidades de ese grupo de delincuentes que convirtieron Galicia -en concreto la zona de El Salnés- en la cuna del narcotráfico europeo. Grandioso acierto de casting, y grandioso acierto de tono que, a buen seguro, se ennegrecerá gravemente después de esta benévola introducción.

Promete el capítulo dos, y a partir de ahí los sucesivos, un increscendo dramático que destape la indigencia moral de los grandes clanes que introdujeron la droga por una constitutiva cuestión de poder, así como la de los tan asequibles jueces, fuerzas del orden, banqueros y políticos, siempre dispuestos a dejarse seducir por don dinero. Un increscendo dramático que encontrará su punto álgido en las consecuencias del impacto social que marcó a varias generaciones y que tan rigurosamente mostró el documental Marea Blanca, donde se contaba la historia de toda una generación arrasada por las drogas y el sida, víctimas de la incomprensión popular por desconocimiento. Una realidad social de consecuencias tan desatinadas como que en la misma familia -hablo de la mía sin ir más lejos- se de la discordante situación de que la hermana de mi madre haya fallecido por una sobredosis de heroína en los noventa mientras que una hermana de mi padre se casaba con José Luis Charlín Gama, siendo la pareja, años más tarde, mis padrinos de bautizo. Hasta ese punto han llegado a convivir víctimas y verdugos.

Ojalá este capítulo dos, y a partir de ahí los sucesivos, sepan mostrar, de manera veraz y respetuosa, todas las capas de la dolorosísima historia de uno de los rincones más hermosos del mundo.
María
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2
4 de mayo de 2019
27 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Afortunadamente, las cosas no siempre son como son o como parecen ser. A menudo son exclusivamente como se recuerdan y lo más digno que nuestra memoria registrará de este caducado e insustancial festival de carne es el trabajo de la siempre solvente Lola Dueñas y del recién llegado -y muy bienvenido- Óscar Casas, únicos inmunes al raquitismo de un guion drenado de ideas y carente de una voz propia consciente de qué quiere contar y de por qué. Más importante incluso: de por qué quiere hacerlo en este momento y no en el suyo. Como respuesta solo caben las excusas porque la pregunta no es pregunta, es puro reproche.

De Instinto no extraeremos un argumento – no lo tiene - porque la estructura de su decididamente absurda historia matriz se limita a un puñado de estilizadas capas de lustre. A esta retahíla de bestsellers obsoletos le ha bastado un resultado terso, pulido y esmaltado, donde la pretendida profundidad dramática se construye haciendo (ab)uso de todos los tics del (sub)género y dejando el peso de la producción en un sentido del espectáculo con cierto tufillo aristocrático y espíritu indisimuladamente dandi.

A Instinto, la serie que Movistar + estrena este próximo 10 de Mayo bajo demanda, en colaboración con Bambú, le falta el enfermizo olor a semen de Shame, la destreza de Kubrick diseccionando el alma y la psique humanas; y la esquizofrenia estilística de Wind Refn, en la que la forma adquiere la misma trascendencia que el contenido y la misma relevancia que la narrativa. Le sobran, por el contrario, los orgasmos fotonovelados de Christian Grey y el tono adolescente de todas las adaptaciones cinematográficas de los textos de Federico Moccia. El resultado es una elegía a la inacción, desorientada y enrarecida. Un refrito de sabores ya descubiertos que, así a todo, despertará el hambre del espectador gracias a una provechosa campaña publicitaria, bien adobada, sabedora de que su plato estrella es la siempre jugosa erótica del poder joder.

Crítica publicada en Los lunes seriéfilos.
María
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6
4 de septiembre de 2019
18 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Torea como los que no matan y mata como los que no torean”, dijo alguna vez alguien sobre Manolete, describiendo una facultad temperamental y conductual que se lleva en el linaje. Cuando uno viste la determinación y la elegancia prendidos de la misma solapa en la que otros cuelgan recursos efectistas y artificiosos, el resultado discurre exquisito, delicado y minucioso.

Es el caso del guion de Quien a hierro mata, escrito con afiladísimo lápiz adjetivador - escrutador de conciencias e inclemente delator del dios de cada uno - y desde una convulsa voz narrativa que contiene y adensa la atmósfera. Juan Galiñanes, creador primero de la obra, sitúa en su pueblo, que casi casi es el mío, este thriller de provincias ambientado en un presente reciente/inmediato, en el que los cachorros del narcotráfico, hijos y nietos de los grandes capos - adiestrados mínimamente para una vida sin porvenir - toman las riendas del lucrativo negocio familiar. El rencor, la muerte, el dolor, el bien y el mal, la perversidad enquistada en el carácter, la culpa o la providencia son algunas de las capas con las que Galiñanes compone un relato de textura tan nerviosa como áspera.


Y si el intelectual obedece al designio de interpretar el mundo que le rodea, al artista le incumbe crearlo. Así, Paco Plaza, realizador de la multipremiada Verónica, ilustra este retablo costumbrista con algunas notas de onírico surrealismo, imprimiéndole un ritmo lento pero animoso y cierto lirismo a lo que será un verdadero viaje al centro de la náusea y a las fracturas del ser. Todo ello bajo una luz inclemente y cataclísmica, y un discurso muy pasional que no siempre serán efectivos.

En la página del “debe” se acumulan las escenas descuidadas (imperdonable la de la muerte de Andrés), el retrato de algunos personajes (Toño debió haber sido más primogénito, más hermano mayor, más digno heredero de su padre; marcando una sustancial diferencia con quien parece más su gemelo que su menor) o la desatención al cierre de la trama externa (¿dónde carajo están los chinos?).

Así a todo el resultado es un ejercicio deconstructivo asfixiante, bien coreografiado y fotografiado por un director audaz al que la mirada se le va inyectando en sangre a medida que se acerca a un espléndido final que huele y sabe, paradójicamente, a punto de origen filosófico y conceptual.
María
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5
15 de marzo de 2016
20 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay asuntos que no caben en la mochila de esos directores que prefieren irse a predicar al desierto con la espalda más cargada de desapercibibles intenciones que de reivindicaciones indisciplinadas. Hay miradas negligentes que apuntan a la dirección equivocada y hay ciegos que, lazarilleando a otros tullidos, caen en su mismo hoyo.

Hay voluntades prostituidas -por lo prostituíble de su ambición-, pretensiones entecas y sesgos de miserabilismo. Hay muchas ganas de pasar a la posteridad aunque luego a uno la posteridad le eche a patadas de su casa por vendehúmos; mucho artista de corta crianza y mucha actitud de dudosa aptitud… y en ese infecundo paisaje se ha concebido el insustancial guión de Mustang.

El drama vivido por las cinco hermanas protagonistas podría haber servido de anécdota perfecta con la que emprender un viaje más arriesgado. Más al contrario, la dócil dirección prefiere instalarse en la simpleza de un ideograma, azucarando la realidad con cuestiones más domésticas y sobre todo más cutáneas, impidiendo que ningún personaje adquiera cierta dimensión dentro de ese contexto también carente de resonancia.

La mansa Deniz evita en todo momento ponerse seria a la hora de señalar culpables. Se ve que ni la política, ni la cultura, ni la religión tienen la fotogenia estival de un puñado de lolitas bronceadas.
María
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