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España España · Oviedo
Críticas de Gould
Críticas 664
Críticas ordenadas por utilidad
10
29 de diciembre de 2014
24 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mézclese con inteligencia "Fury" de Fritz Lang , "Intruder in the dust" de Clarence Brown, "To Kill a Mockingbird" de Robert Mulligan y "Ace in the Hole" de Billy Wilder y tendrán esta extraordinaria película de ¡1937! dirigida por un Mervin Leroy pletórico, puro acero, pero de bayoneta, para clavársela en la cara al desprevenido espectador. Nadie se salva en esta ácida visión de la condición humana: la política vampírica, el periodismo buitre, la masa siempre fascista. Prejuicios, intereses egoístas, linchamiento: la turba matarife. Pareja exacta y perfecta junto a "Soy un fugitivo" cinco años anterior. Cine sin esperanza, atroz, precursor, maestro y tan actual que asusta.
Gould
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8
16 de agosto de 2017
18 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Stanley White es un policía destinado al barrio de Chinatown en New York decidido a acabar con las luchas entre las mafias chinas. De carácter impulsivo, concibe la lucha contra estas como si fuese la lucha contra el Vietcong en la guerra de Vietnam. Su carácter vital pero abusivo, casi dictatorial, quema todo lo que hay a su alrededor incluida la mortecina relación con su mujer.

Producida por Dino de Laurentis, la película es muy atractiva y entretenida, está soberbiamente narrada, con una puesta en escena muy clásica y un impecable ritmo que bebe en la fuente de los habituales códigos del género, en el relato mil veces contado del policía de vida personal desastrosa que ocupa obsesivamente todo el tiempo en su trabajo descuidando su vida personal.

Sin embargo, el brillante guion de Cimino y Oliver Stone -modélico, tenso y, hasta cierto punto, llevado con contención en los dos primeros tercios de la película- se desequilibra y afea por completo en el último tercio de película, para acabar convertido en un carnaval de sangre algo ridículo e innecesario. Por otro lado, paradójicamente, una de las mayores virtudes de la película, el magnético protagonismo de Mickey Rourke, acaba por convertirse también en su mayor defecto, al estar demasiado al servicio del actor, ligeramente sobreactuado, pero al que no se le puede negar un poder de convicción extraordinario –eso sí, para los “cinéfagos” siempre será “El chico de la moto” de “Rumble fish” (1983, La ley de la calle) de Coppola-.

Sombras todas ellas que afean las numerosas y admirables luces para el que podía haber sido el mejor thriller de los años 80. Aun así, merece mucho la pena disfrutar con este clásico de los 80 con sus desmesuras, excesos e imperfecciones, pero también con sus enormes virtudes.
Gould
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9
16 de agosto de 2014
19 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
No se si es una obra maestra -cada vez tengo menos claro a qué se refiere este escurridizo concepto-, y posiblemente a algunas escenas le sobran unos cuantos planos pero, amigos, el férreo guión de la película, esculpido en mármol y no en papel, el extraordinario sentido del encuadre de Melville -qué poco se habla de ello al analizar su cine-, la sucesión natural de las escenas, siempre contenidas, nada retóricas, al servicio de la narración, para algunos morosa, para mí vertiginosa, o el trabajo elegante y premeditadamente distanciador de todos los actores acaban, todo ello, por dejarnos un poso de inexorabilidad y de contenida emoción, como si Ozu hubiese querido, en un acceso de excentricidad, rodar una película de gangsters donde el destino y la fatalidad impregnaran cada estancia.
Gould
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10
29 de febrero de 2016
20 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Deslumbrante debut en la dirección de Jack Clayton, productor y director británico. Clayton, enormemente autocrítico con su trabajo, elegía cuidadosamente sus proyectos lo que le hizo dirigir muy pocas películas, siempre especiales, siempre diferentes, inteligentes y llenas de sugerencias, convirtiéndose en el más sutil y elegante director británico del momento, cuando la corriente del free cinema tan interesante pero, a veces, tan grosera y descuidada campaba a sus anchas. Ello no siempre le garantizó el éxito y su aventura americana al rodar "El gran Gatsby" (1974) se saldó con un relativo fracaso. Historia de un arribista en su irrefrenable deseo de llegar a la cumbre -basado en un excelente guión de Neil Paterson, ganador de un Oscar-, la película es también un penetrante análisis de las diferencias sociales y el clasismo en la Inglaterra de finales de los años cincuenta, cuando la guerra había quebrado justamente buena parte de esas diferencias lo que hacía más estúpidos muchos de los convencionalismos sociales. Con la magnífica fotografía de Freddie Francis, un uso muy expresivo de los encuadres, sobre todo de la profundidad de campo y del primer plano expresivo, Clayton pone en pie con soberbia inteligencia, un trágico triángulo amoroso y de intereses. Según avanza la película el dibujo de los personajes se hace más complejo, se nos hacen más cercanos y vemos cómo el amor transforma sus ambiciones, sus dudas y escrúpulos, y como van cayendo en callejones sin salida entre la vida y la muerte. Tensa interpretación del prematuramente fallecido Laurence Harvey en el complicado papel del arribista Joe Lampton –uno de los mejores de su no muy esclarecedora carrera- que tiene que elegir entre el amor y el éxito social y recital absoluto de Simone Signoret, que fue justamente recompensada con un merecidísimo Oscar. Obra maestra.
Gould
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6
8 de mayo de 2019
15 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Arriesgada y estilizada, a ratos fascinante y a ratos irritante, Goddard vuelve en cierto modo a “Juana de Arco” de Dreyer –apoteosis del plano corto y una de sus preferencias más repetidas en los años 60- para realizar este estudio en femenino, este retrato de la soledad de una esposa cuyo marido piloto revolotea de puerto en puerto, siempre ausente. Análisis de un matrimonio a la burguesa en el que la mujer sucumbe a las idioteces y recomendaciones de las revistas femeninas, basculando entre el ocio estéril y el aburrimiento, que le llevan a los brazos de un amante sin demasiada convicción.

Goddard combina la narrativa ultrarrealista, basada en un fascinante uso del primer plano, y la indagación documental junto a reflexiones sobre el problema de la memoria, el presente y el pasado, acompañándolo todo con subrayados musicales de cuartetos de Beethoven de fondo. Goddard, ególatra absoluto, narcisista insoportable –él, no su cine, bueno, también- nunca renuncia a recordarnos su presencia y autoría, con sus angulaciones particulares - llega a girar la cámara sobre su eje 90 grados-, las escenas sin positivar, o los diálogos impresos en la pantalla, el uso de frases escogidas de periódicos o carteles, como si de un corifeo ilustrador se tratase.

Valiente por su desinhibida aproximación a cuestiones como el adulterio o el aborto es, sin embargo, una de sus películas de los años 60 más llena de parla, a veces pertinente, en muchas ocasiones agotadora y superficial. Es esa impregnación del espíritu a contracorriente de los 60 lo que, en muchos casos, hoy en día, se nos muestra caduco, con escenas verdaderamente irritantes, cuando no incomprensibles, como cuando oyen el disco con la risa de una mujer.

Lo mejor de todo acaban por ser las escenas menos ideológicas, más íntimas, cuando se discurre por los cauces de una película recogida, cercana, de cámara, que retrata a los personajes. Ahí Goddard es realmente genial y nos hace olvidar su indulgente y abusiva tendencia al discurso y la melopea ideológica, con conseguidas miniaturas de aire publicitario, deslumbrantes, gracias a la desnuda fotografía en blanco y negro de Raoul Coutard –un habitual de Truffaut, Male o el propio Goddard-. Todo lo demás, la mayoría de sus osadías técnicas, el exhibicionismo existencial, la logorrea inane han quedado algo oxidadas, de modo que el resultado final es desigual y fallido por su imperdonable y aburrido énfasis.
Gould
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