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Críticas de Archilupo
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Críticas 439
Críticas ordenadas por utilidad
10
16 de octubre de 2008
2440 de 2613 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando mis padres enfermaron inesperadamente y sin remedio, les llevaba películas con que atenuar la angustiosa inminencia del fin.
Ambos eran cinéfilos. De jóvenes iban a cineclubs, leían revistas extranjeras, tenían libros en francés (la lengua intelectual entonces) sobre el cine de vanguardia. De modo habitual, veían películas y las comentaban entre sí, una y otra vez.

Dadas las circunstancias, mi padre prefería ahora comedias ligeras, con golpes humorísticos. Woody Allen era lo indicado. Y el aceptable entretenimiento que hay en “Una terapia peligrosa”, “Atrapado en el tiempo”, y películas así.

Cuando mi padre ya no estaba, a mi madre le importaba menos el género que la calidad. Al empezar la cinta, se incorporaba y se ponía las gafas. Al terminar, comentaba con entusiasmo algún detalle.
Vimos películas de puro disfrute, del estilo de “Barry Lyndon” o “La edad de la inocencia”…

Pero llegó el día en que ya no sabía yo qué películas llevar. Recorrí tiendas y videotecas. En Internet consulté docenas de páginas, hasta encontrar una muy completa. Incluía fichas, comentarios, herramientas de búsqueda… Una enciclopedia cinéfila viva, donde iba identificando los films oportunos. Pasaron días y semanas mientras revisábamos Hawks, raras de Hitchcock, y “La escapada”, y sueltas de Truffaut, Chabrol, N. Ray…

Ya se estaba apagando mi madre, y me pidió ver “El Padrino” una vez más. Las tres. A lo largo de su vida había visto miles de películas, y ahora deseaba ver “El Padrino”.
Es la mejor, me dijo. En ella está todo. Es Shakespeare hoy. Las pasiones de los personajes son las de la humanidad… los grupos humanos, las familias, luchando por la vida… Y el ritmo es el de las generaciones… Los actores nunca estuvieron mejor en su carrera… El director, parece mentira con qué arte aprovecha la novela, que es pobretona…
Entre miles de películas, mi madre la escogió para que fuese la última, la que se llevase de este mundo en la retina.

Después, mis padres no estaban. La cinefilia ya no era cosa de ellos, ni de mi compadre Juan Carlos (que en alguna región del cosmos estará viendo por enésima vez “Casablanca” y comentando que el flic Rains ha estado mejor que otros días, o lo bien que esa tarde ha aplastado a la mosca el gordo del fez), ni tampoco de los colegas que organizaban maratones de fin de semana para ver, en pisos universitarios, entre humaredas, ciclos de cine negro, o sueco, o lo que se terciara con tal de devorar películas, y luego parlotear sobre ellas hasta gastar la faringe.
La cinefilia, hasta entonces cosa de otros, pasó a ser también cosa mía.

Lo primero era agradecer, en la medida de mi capacidad, las numerosas horas ganadas al dolor con las películas localizadas en FilmAffinity.

En ello estamos…

Levanto mi copa por mis padres, que me enseñaron a amar el cine, y por esta página extraordinaria, donde hacerlo apasionadamente.

¡Larga vida a FilmAffinity!
Archilupo
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10
9 de mayo de 2008
441 de 473 usuarios han encontrado esta crítica útil
Stanley Kubrick crea un mundo cinematográfico (Europa siglo XVIII, pongamos) y para que el espectador no lo tome como simple decorado, fijándose sólo en el protagonista, le cortocircuita el tradicional mecanismo de identificación con el héroe.

La primera medida es enfriar el texto narrador, pasando a tercera persona la voz que en la novela de Thackeray está en primera.
La segunda es resaltar el carácter endeble de ese protagonista, enfriar su atractivo al mostrarlo desde un principio frágil, vacilante, desprovisto de coraje u otra virtud claramente positiva.

Kubrick no quiere que lo interesante sea el arribista de espíritu limitado sino el universo que cruzará en su indecorosa ascensión y lastimosa caída: los países europeos, sus correspondientes sociedades, sus cortes y guerras, sus códigos y tabúes, sus palacios, posadas, vestimentas y carruajes, todo lo que como una amplia totalidad el cineasta recrea con delicadeza y refinamiento de insólita profundidad.
Como en los interiores iluminados sólo por velas (luz capturada por la Zeiss 50mm F/0’7 de Alcott), por ejemplo, Kubrick está ganando nuevos territorios para el cine, y ahí es donde quiere mantener la atención emocionada del espectador, no sólo en la trayectoria lineal de Barry: en la unidad cinematográfica con que se integran música, fotografía y narración, tan completamente como en pocas obras, o acaso ninguna.
Parece difícil perfeccionar la forma en que toma Kubrick la pintura de Reynolds, Gainsborough, Constable o Watteau, y le insufla vida, dotando de espacio y movimiento a las personas, arquitectura, mobiliario y ropajes de ese cosmos…

Por eso la elección de O’Neil es acertada (vale para no-héroe), y la de Marisa Berenson también, como condesa mancillada por el advenedizo: nunca estuvo la actriz tan bella como cuando languidece en la bañera.

¿Frío Kubrick? Cierto funeral estremecedor, golpeado por la zarabanda de Händel, lo desmiente. Y las campas verdes bañadas por la melancolía de las tonadas irlandesas; o el duelo de insoportable tensión; o cualquiera de las irrupciones de Mozart, Schubert o Vivaldi, que intensifican la emoción preexistente…

La película es una bellísima esfera, de muy coherente estilo, y la vida de Barry Lyndon es sólo una de las infinitas líneas que contiene.
Archilupo
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9
16 de agosto de 2008
336 de 365 usuarios han encontrado esta crítica útil
1. La vida también es enigmática y chocante, replicaba Buñuel a un comentario sobre esta película. ¿Que por qué las repeticiones? Respuesta sardónica: La película quedó corta y había que alargarla.
Para Buñuel el misterio era elemento esencial de una obra de arte. Le irritaba la tendencia a explicar racionalmente imágenes casuales: "La mejor explicación es que no tiene explicación racional; es pura poesía, y nadie pide que le expliquen un poema. O no debería, al menos".

2. Idea insólita: a causa de una fuerza incomprensible, unos cuantos burgueses no consiguen abandonar una mansión donde han sido invitados a cenar. Obligados a convivir, las fórmulas de cortesía dan paso a la agresión. Por entre los jirones de la etiqueta emerge una naturaleza humana malintencionada que no se limitará a la violencia verbal.
La degradación de la convivencia va instaurando una atmósfera terrible, atenuada por el tono anecdótico con que avanza la narración: se hilvanan viñetas variadas, con diálogos muy cortos, rápido intercambio en régimen absurdo:

—¿Piensa permanecer mucho entre nosotros?
—¿Y usted?
—No, dígalo usted antes.
—Yo vivo aquí.
—Me lo esperaba…

3. Para Buñuel, la educación y cultura universitarias son barniz: la mentalidad de la élite se basa en un individualismo abstracto, inútil para lo comunitario, sin iniciativa práctica, conformista y falto de espontaneidad, que en situación límite se descompone en neuras y paranoias. Prisionero de códigos y tabúes, ante lo inexplicable aflora un fondo primario. La casa ya no es refugio contra la amenaza exterior. Invertida la función, se vuelve jaula. La amenaza está dentro.

4. Buñuel reescribió con fuerza narrativa una pieza compuesta con Alcoriza, “Los náufragos de la calle Providencia”. El título quedaba largo y pidió a Bergamín el de una obra de teatro suya, aparcada: “El ángel exterminador”. Ningún problema, está sacado de la Biblia, del Apocalipsis.
Con el productor Alatriste, Buñuel tenía libertad sobrada para trabajar a su manera más personal, parecida a la del entómologo: estudio distante e irónico del comportamiento de los personajes, mezclado con guiños privados y una constante buñuelesca, la imposibilidad absurda de satisfacer un deseo sencillo.
En la Residencia de Estudiantes, Dalí y Lorca, sin dinero, se encerraron un par de días en una habitación, fingiéndose náufragos que no podían salir y pedían auxilio.
También en la Residencia, Buñuel tuvo un compañero de habitación a quien odiaba por su manía de peinarse a conciencia sólo media cabellera, como hace un personaje de la película.
En la obra más original de Buñuel, lo intelectual y planificado tiene menos peso que la exploración subjetiva y arbitraria (como las repeticiones: de la llegada de los invitados, de las presentaciones y brindis…). No son películas para entender y descifrar sino para vivirlas.

5. Alatriste, cuando vio el film, recién terminado: “No he entendido nada. Es maravilloso”.
Archilupo
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El viaje de Chihiro
Japón2001
8,1
113.965
Animación
10
10 de abril de 2009
299 de 340 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cima del arte de los dibujos animados, esta película de Miyazaki provoca un encantamiento que parecía reservado a la época dorada de los estudios Disney.
Supera de largo a las escuelas japonesas corrientes, que en su estilo serial y amanerado cuelan de matute mensajes violentos y un extraño tratamiento de las figuras infantiles. Si dicho estilo no gusta, se puede no obstante emprender confiadamente el viaje junto a Chihiro, porque no tiene nada que ver. Va por un rumbo propio, artísticamente original y auténtico.

Es una obra de arte libre de cursilería. Conjuga elevados niveles de calidad en el dibujo, en la virtuosa técnica de animación y en la narración del cuento, dotando al conjunto de una magia visual que se establece en los primeros minutos y dura más allá del último, porque activa resortes en el espectador y permanece en su imaginación, fecundada por la del creador, rica y potente como la de El Bosco a la hora de inventar mundos y seres.
El maravilloso talento del dibujante, que en algún punto recuerda al Moebius de los Humanoides Asociados, brilla en la expresión y movimiento de los rostros, en los edificios y jardines, en los paisajes irreales y sin embargo descritos con precisión detallista: llanuras tan pronto verdes de hierba como cubiertas por un mar sobre el que se desliza el tren, en cuyos asientos, soleados por rayos que dibujan en el suelo los cuadros de las ventanillas, viajan sombras semidifuminadas.

A lo largo de la película se nota que las figuras están diseñadas a mano, con una riqueza artesanal a la que no llegan las generadas por ordenador, más uniformes y estandarizadas. Los interiores palaciegos están construidos con riqueza cromática pero sin sobrecarga ni barroquismo. Hay en todo momento un equilibrio y una elegancia admirables, fruto de una técnica depurada que tampoco busca exhibirse y se muestra a través de la naturalidad de los movimientos, la armonía de los colores, la sutil expresividad de miradas y gestos, la maravillosa fantasía en el repertorio de toda clase de seres no humanos…

Cuando a través de un túnel la niña Chihiro y sus padres se meten en lo que creen un parque temático abandonado, empieza lo imprevisible. Al caer la noche, el lugar empieza a animarse con la aparición de exóticos dioses que acuden a un balneario gobernado por la poderosa bruja Yubaba. Es ese mundo, repleto de espejismos en transformación, donde los humanos no son apreciados, Chihiro encuentra la ayuda de un amigo, Haku. Todo ocurre como en los cuentos folklóricos clásicos, no exentos de tensión y dramatismo, poblados por hechiceras que se convierten en aves, hombres en cerdos, jóvenes en dragones; donde conservar en secreto el verdadero nombre es esencial para sobrevivir en medio de lo asombroso, que aquí no cesa, y es fuente continua de goce estético.
Archilupo
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10
15 de abril de 2008
270 de 297 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Pobre Antoine Doinel, qué vida perra! Te llueven los golpes de todo tipo...

Decir cuatrocientos no es exagerar: véase pequeña muestra en la parte *Spoiler*.

Desde 1959, cada vez que se ve tu primera película alguien corre contigo, huyendo para siempre de los golpes y el sometimiento; hacia la libertad, por laboriosa y desconcertante que ésta resulte: lo primero que se aprende es que no se regala.
Representas un impulso latente en el núcleo de cada espectador occidental: un reflejo rebelde que, igual que una careta, se pone tu rostro serio y rompe a correr, pensando '¡Eureka, ya lo tengo!' como tú cuando leías tu libro de Balzac ("La búsqueda de lo Absoluto").
No te detendrás mientras haya cine...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Archilupo
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