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Críticas de claquetabitacora
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Críticas 139
Críticas ordenadas por utilidad
4
28 de septiembre de 2016
19 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
[...] “Dos buenos tipos” podría decirse que intenta recuperar aquellas maneras tan consagradas de las buddy movies ochenteras (y noventeras) pero emplazándolo todo una década (o dos) anterior a las películas que hicieron de él un gurú con renombre en Hollywood. Todo está colocado en la década de los 70, ya casi al final. Todo es decadente, la ciudad es un caldo de cultivo podrido que sirve de cuna a la pobreza, a la decadencia moral y que van a parar en brazos del cine experimental, más conocido como cine X [...] Está claro que esto es carne para una investigación privada porque al igual que la ciudad aquí algo huele muy mal. Mientras tanto Black decide presentar, cada uno a su estilo, a los dos personajes protagonistas. Uno es Holland March, un investigador privado extremadamente patético que se gana la vida estafando a señoras mayores (y un poco seniles) aún sabiendo que no está bien. Ryan Gosling encarna aquí el papel de un auténtico loser, un perdedor (des)encantado de conocerse, viudo y que tiene una hija preadolescente a su cargo. Ella está interpretada por Angourie Rice y durante todo el metraje se convierte en la voz de la conciencia de su padre, en la única que tiene algo de sentido común y que por derecho propio es la más inteligente.

El otro compañero es Jackson Healy. Un matón de medio pelo que al mejor postor vigila y protege a jovencitas de gente que intenta abusar de ellas. Parco en palabras, rudo en acciones. Sus puños hablan siempre por él y no duda en ningún instante en dejarles hacer su trabajo. Porque se le da bien, se le da muy bien. Russell Crowe es un auténtico badass que disfruta con su trabajo. No le importa estar solo, le da igual no tener una familia que le espere en casa. Él se debe a su causa y mientras le paguen por ello así seguirá. Podría decirse que los personajes de March y Healy son antagonistas, no se parecen en nada pero como suele decirse los polos opuestos se atraen porque a fin de cuentas son las dos caras de una misma moneda. El primero es un ser patético, en todos los sentidos. Sufre, se golpea, llora, gimotea, hay momentos que parece la viva reencarnación de un Inspector Clouseau de extrarradio que golpea ventanas para allanar viviendas en busca de pistas y con los cristales se corta el puño, tal cual. Llega a tal punto que uno puede tener la sensación de ver a Peter Sellers y Gene Wilder en un mismo personaje [...].

Por el contrario, el segundo es el auténtico ser confiado, decidido, seguro de sí mismo, una mole cuatro por cuatro que sabe que su trabajo no es el mejor del mundo, que los hay mejores, quizás más honrados, pero si no lo hace él lo hará otro y mientras le paguen por ello no hay nada que le impida desarrollarlo. Crowe, que en su momento fue uno de los hombres más deseados por su varonil fisonomía y su mirada fría, aquí se antoja un hombre entrado en años y más aún en vivencias, cuyo cuerpo no representa al héroe de Hollywood (y tampoco lo pretende). Aquí se trata, en todo momento, de representar los bajos fondos de una ciudad casi sin ley y en ese aspecto resulta caballo ganador. Una vez conocemos los roles antagónicos llega el momento en que las vidas de ambos se cruzarán, por circunstancias casuales o si me apuran casi por necesidad. March, en una de sus investigaciones, va en busca de una chica desaparecida llamada Amelia. Ella podría ser una parte importante del caso. Pues bien, Healy aparecerá en escena para romperle el brazo, como advertencia de que debe abandonar su investigación. Sin más. Así es como él hace las cosas [...].

Tristemente hay un problema de base y es que la película no es tan cómica como pudiera parecer, ni tan siquiera estamos ante un filme de carcajada [...]. No es problema de los actores quienes, sobre todo Gosling, se esfuerzan en conseguir provocar la sonrisa partícipe del espectador y puede decirse, sin miedo a equivocarse, que forzar una máquina a base de gags fuera de juego resulta poco menos que decepcionante. Sí, claro que hay compadreo y más aún entre dos personajes que son polos opuestos pero que se compenetran muy bien [...]. También el personaje de Haley llega a ser la parte ruda, dura, inquebrantable y en cierto sentido la que protegerá al niño grande que todos vemos. Porque una vez lleguen a compartir aventuras, una vez decidan ir en el mismo camino, la película se transformará en un thriller que intenta ir de sórdido pero a medida que avanzan en investigaciones y pesquisas se torna descafeinado, aguado y no tan atractivo como pudiera parecer. Razones hay para llegar a esa conclusión.

“Dos buenos tipos” es una película emplazada en una época donde a partir de una ambientación más o menos lograda de los 70, aquí se muestran las luces de neón, las bambalinas, la música disco, los clubs privados, la ropa kitsch, la pornografía experimental sólo que en muy esporádicas ocasiones y sin ser el centro de la trama, más como émulo de una sociedad muy ajena a la inocencia americana de décadas anteriores que como reclamo, todo expuesto y emplazado en una América nada halagüeña, donde el sueño hippie va quedando en el ostracismo mientras el capitalismo emerge sin dar cancha. Visto desde una perspectiva puramente cinematográfica, uno tiene la sensación de que la obra de Shane Black es un intento de hacer accesible lo que contó Paul Thomas Anderson en “Puro vicio” (2014). Aquel título era ambiguo, espeso, casi encriptado, extremadamente irritante y para nada atractivo, que dejaba al espectador en un estado nada agradecido por no saber (ni comprender) qué estaba pasando realmente ni qué le estaban contando. Aquí es como si el director de “Kiss Kiss Bang Bang” (2005) desmenuzara la rocambolesca viciada de Anderson y la ensamblara un guión algo más confuso de lo que pueda parecer y sin ser tan directo como intenta aparentar pero más sencillo en su resolutiva [...].

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claquetabitacora
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2
10 de marzo de 2016
16 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay un momento donde Derek Zoolander espeta, apesadumbrado, que “ha perdido la chispa”, aquello que le hacía ser el modelo más icónico del mundo de la moda. Esa chispa que le hacía tener la mirada más glamourosa de la historia del cine, la mítica “mirada acero azul” (no confundir con “mirada Magnum” ni con “mirada Le Tigre”). Pues eso es lo que podría decirse de “Zoolander nº 2”. Ben Stiller ha perdido la chispa. De la comedia. A secas y al grano. Porque el mundo del humor es ese que no está al servicio de todos los gustos ni paladares pero que cuesta muchísimo dominar. Stiller, artífice de uno de los títulos clave de la comedia desenfadada y absurda de la década del 2000 y que se convirtió en un título de culto (merecido), ha tardado la friolera cifra de 15 años, que se dice rápido, en traer de nuevo a la vida a la pareja de descerebrados personajes / modelos. Y en parte es lógico imaginar las razones. La primera parte, que no fue un éxito inmediato por mucho que parezca lo contrario, era una crítica incisiva, acertada y mucho más negra de lo que pueda parecer sobre el mundo de la moda, cuando ésta aún contaba con el glamour, aceptación social, veneración mundial y una idiosincrasia particular que la convertía en todo una institución de elitismo, snobismo y sobre todo status pudiente.

Lo que nos encontramos en “Zoolander nº 2” es una secuela extremadamente tardía, una que no puede ofrecer nada nuevo porque todo cambia a ritmo vertiginoso y lo que ayer hacía gracia hoy queda en la mueca torcida, lo que ayer era vox populi hoy ya no sirve ni como gag. Y eso es lo que sucede aquí: un chiste mal contado y sin apenas humor. Fuera de los ínfimos primeros minutos que parecían ser un preámbulo de algo divertido (quizás donde se concentre el mayor número de aciertos cómicos) todo se torna chirriante, sin pizca de sal, tosco y ante todo fuera de lugar. La primera fue un acierto, esta nueva entrega no lo es, ni por asomo. Allí había una crítica a la moda envuelta en una comedia sobre descerebrados que no sabían que lo eran. Aquí es todo un simple más de lo mismo que no arriesga, no innova, no evoluciona, no ofrece novedades, no hay risas, no hay humor inteligente, no hay sal gruesa con la que poder echar una risas sanas y cómplices. No hay nada. Stiller, al igual que Zoolander, demuestra que ya no es el rey de la comedia inteligente y mordaz. Lo que aquí contemplamos es el chascarrillo por el chascarrillo, sin apenas haber un trabajo detrás. Todo muy rancio, muy impostado. Lo que suele llamarse la vacuidad de contenido.

Porque incluso a poco que uno rasque en la superficie puede intuirse una ácida crítica al postureo en el mundo de las redes sociales, la incisiva mirada cortante hacia productos pop que cuenta con hordas de seguidores y enfurecidas masas “hater” centradas en la figura del más polémico icono al respecto: Justin Biever. Con un comienzo que bebe mucho de productos como “Misión Imposible”, la matanza sangrienta a modo de linchamiento del cual es víctima el cantante podría servir como carne de gif, como si de una especie de respuesta visual se tratase a lo que lleva diciéndose sobre su persona a través de redes sociales, portales y blogs de internet. Otro objeto de sátira es cómo la moda ya no tiene una definida postura mediática sino que está al servicio de lo vanguardista, lo transgresor, lo inconformista, lo grotesco, de pasarelas incómodas y de indefinidos gustos donde no hay un perfil concreto (el personaje de Todo, interpretado por un Benedict Cumberbatch andrógino, es el mejor ejemplo al respecto). Hasta puedo llegar a ver una especie de exposición sobre la dificultosa tarea de congeniar el mundo elitista, unilateral e unidireccional de los y las modelos que se encuentran en incompatibilidad con la decisiva y trascendental labor de ser padres.

Sin ser demasiado estricto, puedo ver ciertas pericias y aciertos en esos aspectos. Pero cuenta con un problema muy grave, uno que los guionistas no han podido o no han sabido enfocar, encajar o exponer. Y ese no es otro que contar con un guión confuso, atiborrado de infinidad de ideas sin orden ni coherencia narrativa. Eso hace peligrar el poco acierto que contiene y tropieza minuto a minuto, tambaleándose de una historia a otra sin ser definida. Para empezar todo comienza como una película típica de espías encubiertos dirigidos por el personaje de Penelope Cruz, quien intenta demostrar por todos los medios posibles que es una actriz apta para la comedia (cuando se nota a las claras que el personaje y las dotes para la carcajada le vienen demasiado grandes). Más tarde todo está enfocado en el cine familiar con la vis paterno filial. Zoolander intenta recuperar a su hijo por todos los medios posibles. Pero todo es tan forzado, tan esperpéntico (en el peor de los sentidos), tan insustancial tanto para la película como para la historia que en su conjunto resulta de lo más insípido, estúpido y rematadamente absurdo. A eso hay que sumar el error garrafal de casting pues contamos con un chaval que no da la talla como actor siendo un auténtico estorbo y nada agradable a la vista.

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claquetabitacora
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8
29 de octubre de 2016
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de conquistar al mundo entero con "Rocky" y ofrecer un título menor como "La cocina del infierno", Stallone se puso a las órdenes de Norman Jewison para trasladar a la gran pantalla esta historia basada en hechos reales sobre la creación del sindicato de camioneros en una época donde el jefe explotaba al asalariado con condiciones laborales pésimas y sin posibilidad de defenderse. Todo empieza con buenas intenciones por parte de Johnny Kovak (Stallone), un empleado que está cansado de ver como los trabajadores inmigrantes como él son tratados de manera injusta. De ahí a que decida formar parte del sindicato. Poco a poco irá escalando puestos hasta acabar convirtiéndose en el líder sindicalista y una figura clave en el gremio. Pero nada en esta vida es gratis y todo tiene un precio como bien propone la historia. Una vez entabla contacto con el crimen organizado los principios e ideales puros acaban convirtiéndose en papel mojado, en algo que por desgracia ya no puede recuperarse y lo que antes eran intenciones buenas se tornan en corrupción sin remedio.

Una de las cosas más destacables del filme es que está rodado de forma clásica, con una exposición muy solvente de la situación, trabajada y ante todo intentando ser lo más real posible a las circunstancias de aquella época, sin olvidar el tono académico con el que suele trabajar Jewison. Lo más llamativo del caso es la entrega absoluta de Stallone como el sindicalista Johnny Kovak. Logra transmitir con personalidad y aplomo los ideales del personaje, su voluntad, su empuje y su interés por mejorar la situación de los trabajadores. Sirva como ejemplo la escena donde plantará cara al no aceptar las condiciones laborales al jefe de la fábrica con la posibilidad de huelga indefinida pero a su vez como poco a poco irá metiéndose en una espiral de violencia, coacción, extorsión y chantaje del cual le será imposible escapar. La concatenación de acciones tomadas por la mafia es llamativa y funcional, sobre todo para las intenciones de la película. Stallone, cuyos registros siempre se han visto anclados al género que le dio un nombre y figura icónica en la cultura popular, se esfuerza sobremanera con un rol muy definido.

Johnny Kovak, en principio, no dista mucho de Rocky. Hombre de buen corazón, que no se queda impasible ante las injusticias intentando conseguir un mundo mejor: escapar de la opresión, subir un escalón, alcanzar una meta, un objetivo, etc. Claro que aquí el cuento de hadas no tiene cabida y mucho menos el espíritu americano de sacrificio y logro por uno mismo. Hablamos de una época de gran depresión, de falta de trabajo y de jefes opresores que se aprovechan de las condiciones laborales. Un tiempo que no dista mucho del actual y que demuestra, para desgracia de todos, que los años pueden pasar pero que todo sigue igual. Lo más interesante de la historia es ver la transformación de un hombre justo e inocente en ciertos aspectos en la otra cara de la moneda. Ver como bajo el amparo de conseguir el bien común y unas mejores prestaciones se recurre a aspectos de dudosa moralidad para convertirse en lo que nadie quiere ser (la escena donde la mafia irrumpirá en la casa de uno de los jefes porque no quiere acceder es toda una declaración de intenciones). La película es clara al respecto llegando al punto de que el mejor amigo de Kovak tomará la decisión de apartarse ante la impotencia, rabia y frustración de ver convertido el sindicato en una extensión de la mafia (la resolución final para él es consecuente a la par que triste).

La película está estructurada en distintos apartados. Por un lado tenemos cine social, cine dramático, cine romántico, cine de gangsters e incluso cine de juicios. Todo expuesto de forma paulatina (las dos horas largas de metraje dan para mucho) y aunque es cierto que quizás las partes donde Stallone comparte plano con Melinda Dillon son las menos interesantes e incluso las que lastran un poco la película, las apariciones de Peter Boyle, Rod Steiger o incluso Brian Dennehy cuatro años antes de compartir aventuras con el propio Stallone en "Acorralado" le dan un toque de seriedad y distinción al metraje consiguiendo momentos realmente logrados y con una interacción perfecta (los interrogatorios de Steiger como el juez anti corrupción son la guinda del pastel donde acorrala a Kovak de una forma excelente). Quizás Jewison no domine el género de acción como bien muestran las coreografías un tanto aparatosas en los enfrentamientos en las calles pero sí cuenta con el pulso firme para conseguir darle a su película un empaque serio, contundente y sobre todo competente al tratar un tema tan interesante y actual como la corrupción o el viaje sin retorno de los ideales inocentes con los cuales se forjaron sindicatos y sociedades como éstas.

https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/10/29/critica-f-i-s-t-simbolo-de-fuerza-norman-jewison-1978-el-fracaso-de-los-ideales/
claquetabitacora
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8
30 de mayo de 2016
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Durante las décadas de los 80 y los 90 hubo un tipo de películas que por derecho propio acabaron convirtiéndose en un subgénero. El trhiller con asesinos en serie y auténticos psycho killers viraba hacia un formato concreto. Con un par de pinceladas es fácil reconocerlo. Era aquel donde los protagonistas de la función, con una vida supuestamente apacible, rutinaria, agradable y sin apenas sobre saltos, recibían inesperadamente la visita y aparición de alguien, ya fuese hombre o mujer, que acababa por dinamitar su sistema establecido convirtiéndose en un auténtico festival de malas intenciones y situaciones más que tensas. Títulos como “La mano que mece la cuna” (Curtis Hanson, 1992), “De repente un extraño” (John Schlesinger, 1990) o incluso “Atracción fatal” (Adrian Lyne, 1988) entre otros tantos fueron los que marcaron, por así decirlo, un antes y un después. Lógicamente, para desgracia del propio género, aparecieron casi a la vez los fatídicos telefilmes que tanto habitan en las cadenas públicas y privadas y que han acabado por convertirse en el adjetivo despectivo e incluso el formato madre de las sobremesas televisivas del fin de semana de tal forma que aquellas películas que dieron como resultado un estilo marcado, acentuado y reseñable fueron desapareciendo poco a poco hasta tal punto que ya casi apenas hay. En resumidas cuentas: es un género que ya no interesa o no tanto como para considerarlo rentable. Quizás (y sólo quizás) David Fincher es el único que aún se atreve, de vez en cuando, en seguir apostando por él.

Joel Edgerton, actor secundario de reconocible rostro y con las dotes necesarias para demostrar que es un intérprete a tener en cuenta aunque haya algún papel que otro que demuestra que aún le queda mucho camino por recorrer, ha decidido pasarse al otro lado de la cámara para ocupar la silla de director con esta carta de presentación y que sirve para demostrar que el género, al igual que el western o el musical, no está muerto ni enterrado sino que aún puede seguir ofreciendo productos dignos, memorables y ante todo bien ejecutados. En la historia de “El regalo” contamos con tres personajes: Simon, Robyn y Gordon, alias Gordo. Los dos primeros son la pareja idílica. Él trabaja en una empresa de prestigio y ella es ama de casa debido a una serie de problemas del pasado pero que desea volver a trabajar para sentirse realizada. El último miembro de la ecuación es el rol que tiene un vínculo con el marido y que servirá como detonante de todo. La película podemos decir que está dividida en dos partes, muy diferenciadas, dejando la primera mitad para que el género thriller (sin necesidad de sangre, armas amenazantes ni sustos de gato más allá de algún momento puntual) y la segunda es la que vira hacia el drama puro y duro dejando al personal fuera de juego por la sencilla razón de que no hay cosa que cause más terror que ese pasado que creemos oculto en las mazmorras del silencio y aflore para ejecutar su propia y particular venganza.

Lo primero que queda patente al contemplar “El regalo” es que no estamos ante una película al uso, para nada. Todo sucede de forma pausada, quizás demasiado, dejando que la historia se aposente sobre un lecho de calma tensa. Las continuas y repentinas apariciones de Gordo en escena son empleadas para causar el efecto deseado pero uno se da cuenta que todo está hecho y enfocado para crear las dudas pertinentes alrededor de este personaje. ¿Y si a lo mejor no quiere causar daño sino reclamar atención y a su vez recibir el cariño que no tuvo en su adolescencia? Porque de eso trata en todo momento la película y de eso radica la sorpresa argumental y lo que la convierte en algo totalmente sorprendente: ver que las víctimas de los verdugos acaban por transformarse. Es difícil hablar sobre la obra de Edgerton sin spoilear las razones del porqué es una obra importante no sólo como director sino dentro del propio género. A veces los monstruos más perversos son aquellos que se disfrazan de personas anónimas, supuestamente respetables y con un nivel de vida acomodado. Estamos ante una obra de contrastes y por ende ante un relato bastante perverso en la ecuación. No porque salga casquería, sangre, desmembramientos ni porque aparezcan enajenados asesinos en serie. Veamos porqué “El regalo” se anticipa desde ya como uno de los títulos más estimulantes al respecto y aunque quizás no juegue en las grandes ligas sí tiene el material para poder contemplarla y añadirla en los listados de títulos a recomendar con eficacia rotunda.

Gordo se antoja como un ser socialmente un tanto perturbado pues su forma de ser es de difícil definición. Puede llegar a considerársele un acosador en potencia pero vemos que sus intenciones son siempre las de agasajar, hacer sentir bien a los demás, demostrar su aprecio y amistad de cualquier forma posible, regalando todo lo posible e intentando caer bien sea como fuere. El problema radica en que no hay límite en esas muestras efusivas de cariño. Simon siente que es una persona molesta, que tiene problemas de afecto y cariño y que deben deshacerse de él de la forma más diplomática posible mientras que Robyn siente cierta admiración morbosa por Gordo precisamente por ver el lado bueno de su presencia. Durante la primera mitad el tempo narrativo está al servicio de los detalles, esos que nos hacen tomar partido al instante. En todo momento estamos, lógicamente, del lado de la pareja protagonista. Un ser anónimo que invade nuestra privacidad, nuestra vida, nuestro día a día, aunque sea de forma correcta, educada y respetuosa, sigue siendo una amenaza y algo que incomoda. Pero a medida que avanza el entramado descubrimos que nada es lo que parece y lo que creíamos a pies juntillas se desmorona cual castillo de naipes frente a un ventilador. Es en el punto álgido del cambio de tono y género cuando descubrimos la sorpresa que ha estado aguardando dentro de esos roles.

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claquetabitacora
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8
13 de abril de 2016
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
El título más famoso de Harold Lloyd no nació para ser plasmada tal y como la conocemos hoy día. La idea principal (o mejor dicho la única idea) con la que partía la historia se centraba en Bill Strothers, un actor famoso por su don de escalar edificios y que en Los Ángeles era conocido como “la araña humana”. Fue tal la admiración de Lloyd por su espectáculo que, cuenta la leyenda, lo esperó en el tejado de un edificio para que participara con él en la película. El show de ese ascenso tan espectacular era simplemente la idea. El resto de elementos, entramados y demás se fueron creando y añadiendo a posteriori. Porque en sí esa es la intención principal de “El hombre mosca”: el sueño americano, ascender en el trabajo, lograr los objetivos, conseguir los propósitos, todo lo concerniente a alcanzar lo que uno desea y así comienza el periplo de nuestro protagonista. Sin ir más lejos todo empieza con Lloyd dejando a la familia y a la novia para ir a la gran ciudad a conseguir un empleo estable y así poder casarse con su prometida. Pero del dicho al hecho va un trecho y como es lógico América está lejos de ser la tierra de las oportunidades y tanto Lloyd como Strothers son dos mindundis que comparten piso sin apenas dinero en el bolsillo para poder mantenerse. Es impagable la forma en cómo intentan esquivar el pago de la casera.

Uno de los elementos recurrentes que tanto Lloyd como Sam Taylor (uno de los dos directores de la película) utilizan aquí es guardar las apariencias. Sin ir más lejos nuestro héroe intenta hacerle creer a su novia que le va perfectamente en la empresa siendo un alto cargo y así sucederá durante todo el metraje. Ya sea mediante carta o ante la presencia de su prometida el engaño y el hacer creer que la situación está controlada, incluso haciéndose pasar por el jefe del centro comercial, es uno de los leitmotiv de la película. La dirección, la puesta en escena, el uso perfecto tanto de decorados como del tiempo narrativo son pequeñas muestras de un trabajo conseguido. Porque junto con el intento de conseguir un trabajo duradero y estable se encuentra el consumismo sin precedentes en forma de señoras descontroladas dentro de una vorágine de compras compulsivas y sin freno. Divertidísimo el momento donde despojan de la chaqueta a Lloyd en un arranque de ansía furiosa y que demuestra la hipocresía de las normas establecidas donde el gerente lo reprende por no hacer bien su trabajo mientras obvia la situación de su empleado pues es dinero lo que prima e importa por encima de todo.

Otra crítica que a través de la comedia de situación toma fuerza y conciencia es aquella donde Lloyd envía joyas a su novia para hacerle creer que su estatus social es de clase media alta cuando realmente lo que está haciendo es privarse de comida. El momento en la joyería donde el comerciante se frota las manos como un avaro y por cada moneda depositada desaparece un plato del menú es una plasmación de cómo el consumismo domina tanto al rico como al pobre pues acaba primando la apariencia sobre la necesidad. El plano final, donde el protagonista no tiene nada que llevarse a la boca pero se abrocha el cinturón con un agujero menos, deja la crítica por cerrada donde apenas un par de escenas bien orquestadas y expuestas constituyen un claro ejemplo que para aparentar hay que sufrir (e incluso sacrificar). Lloyd dominaba cada vez más la narrativa y la comedia de situación cargada de un humor aplastante pero mucho más sutil que la que nos tenían acostumbrados tanto Chaplin o Keaton, sin desmerecer ni mucho menos el arte y cinematografía de estos dos maestros absolutos de la comedia y el slapstick. Escenas como la forma en cómo planifica todo para poder llegar puntual al trabajo donde un metro concurrido o una ambulancia son vehículos idóneos para la comedia bufa (perfecto el uso de la cámara en primera persona para transmitir el ajetreo constante de la gran ciudad). O cómo manipula el reloj haciéndose pasar por maniquí junto con las estrategias del momento para enseñarle a la novia el despacho del jefe y hacer creer que es el suyo son tan sólo pequeñas muestras del ingenio de un artista nacido para la comedia de alta categoría.

Pero si por algo será recordado para la posteridad “El hombre mosca” es por la escena final y que sirve como ejemplo de la planificación, orquestación, dirección y puesta en escena del ascenso del edificio. Sin trucos ni efectos, al más puro estilo de los mejores funambulistas y contando con el propio Strothers como doble en los planos generales, Lloyd consigue el mejor episodio espectáculo del cine silente en mucho tiempo, todo un referente al respecto para el cual tan sólo se emplearon colchones como elementos de prevención (aún siendo un decorado) y que consigue que la tensión, la comedia y la situación del momento fluyan en un espectáculo circense de muchas pistas reconvertido en un tour de force frenético y un ejercicio de estilo inimitable. Recurriendo a elementos comunes y a animales como ratones o palomas para crear la dificultad requerida, la escena de Lloyd colgando de las manecillas del reloj se acabaría convirtiendo en un icono del séptimo arte y una plasmación de la dificultad simbólica de la vida diaria por conseguir mantenerse en el frenético mundo del trabajo. Una vez más el slapstick, la comedia bienintencionada, la inocencia del personaje y las aptitudes inmejorables de Harold Lloyd acabaron concibiendo una de las obras maestras del género en particular y del séptimo arte en particular.

https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/04/13/critica-el-hombre-mosca-fred-c-newmeyer-sam-taylor-las-apariencias-del-ascenso/
claquetabitacora
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