Cowboy Bebop es un pozo inagotable de virtudes, probablemente la mejor serie anime que he tenido el gusto de conocer hasta el momento.

Su título ya nos da pistas de lo que nos vamos a encontrar:

Por un lado, un “western” ciberespacial ambientado en el futuro (2071), en el que un grupo de cazarrecompensas trata de salir adelante, pero “western” sobre todo por ese aire melancólico y solitario de los protagonistas, a lo Lucky Luke (Spike) o a lo atractiva bailarina de “saloon” (Faye), que porque de verdad nos vayamos a encontrar indios con plumas y vaqueros con pistolas.

Y, por otro lado, un homenaje a la música, que comienza por el nombre de la nave donde se alojan nuestros protagonistas (el Bebop, en referencia al subgénero musical que revolucionaría el jazz), y siguiendo por los títulos de los episodios, alusiones a canciones tan míticas como Sympathy for the devil, Wild horses, Bohemian rapsody, Honky tonk woman,... Por su puesto, la genial banda sonora de la serie va en esa línea de combinar ritmos propios del jazz, con sus saxos y trompetas, con las guitarras eléctricas más “heavy” y rockeras.

Cowboy Bebop es el mejor cine negro, es acción con las más geniales coreografías, es la más desbordante ciencia-ficción, es la más pícara comedia, y es incluso filosofía (el doblador de Spike en español es el mismo que dobla a Woody Allen). Es un acoplamiento magistral de imagen y sonido. Imprescindible para seguidores del anime.

Cuando madure un poco más en la memoria le pondremos el 10.

Magna obra del genio japonés, con la que se daría definitivamente a conocer en todo el mundo, antes de su consagración con la multipremiada "El viaje de Chihiro". El director nipón demuestra que es el único capaz de situar a la animación un peldaño por encima hasta el punto de hacer que el espectador se olvide de que está viendo una película en la que los personajes son siluetas trazadas sobre el papel y no actores de carne y hueso.

Miyazaki nos regala una cinta que tiene tanto de relato épico de lucha por la supervivencia como de alegato ecologista y crítica a la sociedad machista e industrializada (temas estos últimos recurrentes en el autor), tanto de reflejo de la codicia y vanidad humanas como de historia de amor imposible, tanto de optimismo y vitalidad como de melancolía y resignación.

Ninguna otra película de animación y muchas de las que no nacen del rotulador y las láminas consigue transmitir tantas sensaciones y emociones como lo hacen las del patrón del estudio Ghibli, y La Princesa Mononoke es buena prueba de ello: sus personajes son profundos y sus diálogos elaborados, momentos de acción trepidante se combinan con instantes cargados de romanticismo y la ambientación es tan extraordinaria que se convierte en un personaje más de la película. Por si fuera poco, Joe Hisaishi compone una banda sonora que se funde perfectamente con la historia y que, una vez escuchada, uno no consigue borrar de su memoria por mucho tiempo que pase.

Con media hora menos de duración estaríamos hablando de una obra maestra de la historia del cine (animado o no).

La primera película del siglo XXI y la que cambió la manera de hacer cine de acción.
Más que impactantes efectos especiales, ciberelectrónica y filosofía de Platón se entremezclan en un cóctel explosivo que golpea al espectador y le deja con la gratificante sensación de que acaba de ver algo que no había visto antes, y que además es realmente bueno.

Sus secuelas le hicieron un flaco favor, pero nadie podrá quitarle el mérito de ser una de las cintas que marcó un antes y un después en la historia del cine.

Todo el aplauso que puedan merecer los animadores de esta película por su buen trabajo queda silenciado por el nefasto guión (si es que lo hay) que les sirve de soporte a los personajes que han creado y por el poco tino del director a la hora de hacerlo más digerible.

No hay originalidad (la inspiración en conocidas películas de animación recientes es más que obvia), no hay ningún hilo argumental (los fundidos a negro porque sí son incontables), todo discurre deslavazado, los personajes apenas están trazados con dos rasgos y las situaciones se resuelven casi sin haberse presentado, con la consecuente ineficacia de los chistes y gags, que llega a tal punto que los niños apenas ríen y nada entienden.

Me sabe mal por el buen trabajo de los animadores (se ve que en este aspecto el colectivo gallego, en particular, y español, en general, va a más), pero sin guión no hacemos nada, son sólo dibujos, dibujos sin alma y sin gracia.

Los niños merecen más que nadie mejores historias, historias con las que reir y aprender. De aquí se van escasos de ambas cosas.

Una nueva "delicatessen" nos llega de la mejor cocina de la televisión. ¡Qué sería hoy de la caja tonta (bueno ahora de la pantalla plana tonta) sin la productora americana HBO!

En este caso se trata de un cóctel de personajes que nos es servido en pequeñas raciones individuales, y que ha de degustarse pausadamente, dejando que se deshaga poco a poco en el paladar mientras libera todo su sabor.

Cine (porque estas series son como el mejor cine) sobrio, de planos cortos, pausado, de actores (la práctica totalidad del elenco borda su papel), de gestos y de diálogos, geniales diálogos. Es el triunfo del guión en los tiempos de los efectos visuales. Un oasis en una época en que nos estamos malacostumbrando a una manera de rodar pasada de revoluciones, con frenéticos y constantes movimientos de cámara que hacen que te alejes de la pantalla para poder ver mejor. Esta serie no, esta serie se ve de cerca.

Un oasis como la consulta del Doctor Preston lo es para sus pacientes (la seductora Laura, el inquebrantable Alex, la intrigante Sophie, y la pareja imposible que son Jake y Amy) o como la de su colega Gina lo es para el propio Paul, un refugio de calma para la problemática de sus vidas en el que juntos van tirando del hilo hasta deshacer el nudo que aprieta sus almas y que libera todo un torrente de emociones y sentimientos.

Es una serie que, para su mejor disfrute, debe verse tal y como está planteada: un capítulo al día, dedicado a cada paciente, y cinco por semana, de tal modo que acabemos por convertirnos en un personaje más dentro de esa habitación, alguien que acude fiel a la cita de cada día con su terapeuta.

P.D: El mérito habrá que reconocérselo igualmente a la serie original israelí (Be' Tipul), de la cual In Treatment es una traslación al gran mercado bajo la denominación de origen que es HBO.