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Los masajistas y una mujer (1938)

Los masajistas y una mujer
66 min.
6,9
177
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Sinopsis
Dos invidentes se ganan la vida trabajando como masajistas en varios balnearios. En uno de ellos coinciden con una misteriosa mujer de Tokio, de la que muchos sospechan que es la culpable de los robos que se están produciendo en las posadas de ese balneario. Uno de los dos masajistas se enamora de la mujer... (FILMAFFINITY)
Género
Drama Comedia
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Japón Japón
Título original:
Anma to onna (The Masseurs and a Woman)
Duración
66 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
7
El amor es ciego
Con Anma to onna (Los masajistas y la mujer), Hiroshi Shimizu vuelve a interesarse por personajes que guardan secretos bajo la piel, pero también por ese juego de apariencias que nos impide conocer realmente a quien tenemos en frente, ver más allá de lo que está ante nuestros ojos.

La película encierra un paradójico personaje: el protagonista, ciego, parece ver mucho más allá que todos los demás; su mirada vacía aprende a conocer a la mujer del título, otro personaje huido y frágil que desnuda su dolor en un centro de reposo rural que simula un limbo terrenal evadido del tiempo y de la realidad. En ese espacio extraño y hermoso, todo parece detenerse para que los personajes puedan avanzar.

Shimizu registra este fluir interno de sentimientos (prácticamente imperceptibles) con su calmada estilo personal, intensamente bello, dejando entre sus fotogramas los posos emocionales de una inacabada -e "inempezada"- historia de amor que culmina en anticlimax, porque lo que verdaderamente importa es conocer a esos personajes durante ese breve espacio de tiempo, nada más.

Pequeña, sencilla y livianamente profunda, Los masajistas y la mujer vuelve a corroborar a su director como un perspicaz retratista del alma humana y, a pesar de ser uno de los títulos menos redondos de su filmografía, despierta un intenso aroma a nostalgia y buen cine que apetece paladear.
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12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
La fragancia de la mujer de Tokyo
La misteriosa mujer de Tokyo se cruza con él. Ella no habla, el hombre es ciego y sin embargo la percibe, un olor inconfundible a Tokyo que queda esparcido por el aire, el mismo que le embriagó unos días antes en la larga carretera.
Ella se aleja en silencio. El perfume de un posible amor se desvanece...

Se trata de otro de esos cuentos relatados en entornos bucólicos, alejados del bullicio de la ciudad, en los interiores de una casa de masajes. A Hiroshi Shimizu le encantaba perderse en ese tipo de lugares tanto como a Mizoguchi en los burdeles del barrio rojo de Kyoto, y allí, según parece, recopilaba todas las historias que podía para luego escribir sus guiones; de la realidad nace la presente obra, realizada en un periodo donde aún se acostumbra al desmantelamiento y traspaso de Shochiku Kamata, a su introducción en el floreciente cine sonoro y a los numerosos problemas sociopolíticos que sufre la nación.
Es tiempo de levantamiento nacionalista extremo, censura militar y sangrientos conflictos en la China ocupada; al igual que su colega Ozu, el nativo de Shizuoka se verá obligado a participar en la guerra, pero sin dejar de volver al oficio en cuanto puede. Como más tarde sucederá en "Kanzashi", "Anma to Onna" significa para él otra escapada milagrosa a Izu con un pequeño equipo técnico y artístico, y desde el principio nos pone en el camino hacia el lugar donde se desarrollará exclusivamente la trama, esta vez de la mano de dos invidentes, Tokuichi y Fukuichi.

No muchos utilizarían tan bien la ceguera para, en un contexto leve, incluso cómico, describir los inconvenientes de aquellos que la sufren, pero su maestría a la hora de capturar la naturalidad humana, y sin ningún esfuerzo, es algo que podemos apreciar con creces en los primeros 6 minutos y medio, casi por entero filmados en plano-secuencia de manera magistral, técnica que se hará recurrente. Todos los impedimentos que sortea la pareja protagonista en la larga carretera es un reflejo de una vida condenada a la discapacidad pero aceptada con resignación y hasta con humor.
El olor de esa mujer antes mencionada (bendecida con la delicada belleza de Mieko Takamine), y que capta Tokuichi sin problemas, es la que abre la ventana a un posible romance. De hecho ella, de nombre y motivos desconocidos, se convertirá de una forma u otra en el epicentro de la historia, pero el nipón lo hace mientras compone su clásico retrato costumbrista colectivo, entrometiéndose con sus silenciosos movimientos laterales de cámara en la vida de todos y cada uno de los clientes de la posada de masaje y baños termales. Así, un cuadro humano rico en detalles, emociones y perspectivas de la vida y de la sociedad.

Aquí, unos engreídos estudiantes; allá, un grupo de jovencitas descaradas; y los masajistas ciegos en medio, escuchando y palpando el espacio. Shimizu, a cargo del guión, aparca el melodrama y se atreve con un nivel más ligero, a veces de puro humor, regalándonos "gags" muy divertidos, sobre todo en base a la ceguera de los pobres masajistas (en absoluto sin ridiculizarles, más bien lo que se hace es denunciar la intolerancia y el comportamiento cruel e injusto de muchos hacia los invidentes). Algunos de los más memorables envuelve a esos estudiantes y a Tokuichi (su fuerte masaje, ¡que les causa un dolor de piernas lo suficientemente grande como para que tengan que suspender su viaje!).
Poco a poco, para subrayar el protagonismo de Takamine, nacen pequeñas subtramas alrededor que en realidad no sirven para nada en especial, simplemente para enriquecer la historia y conocer a los personajes por sus reacciones. Aparecen un joven Shin Saburi y Jun Yokoyama, habitual del director, como tío y sobrino con destino a casa; estos instantes con el pequeño y los demás adultos son de los mejores del film por su fiera naturalidad y su facilidad para improvisar ante la cámara, lo que fascinaba a aquél, quien de cuando en cuando registra las pequeñas emociones de los personajes por medio de unos primeros planos que irradian una fuerza indescriptible.

Una fuerza extraída del entorno más natural, humano y auténtico y que sólo un neorrealista podría igualar. Shinichi Himori y en especial Shin Tokudaiji exponen esta fuerza gracias a una interpretación inmensa en su sencillez, aunque más compleja que la del resto del elenco; imposible no atesorar el silencioso y breve encuentro entre Tokuichi y la dama de Tokyo de Takamine como uno de los momentos más memorables del cine japonés clásico, cuyo juego romántico de percepciones y sensaciones va más allá de la importancia de la palabra y la visión.
Rematada con una nota amarga por el descubrimiento de la verdad sobre ella, Shimizu termina inclinándose por el melodrama sin abandonar del todo la ligereza del ambiente y trata con sumo cuidado aspectos como el amor y los celos entre seres de diferente condición y edad, la debilidad de la mujer ante el poder de los hombres, la difícil situación del ciudadano medio en ese Japón de crisis y conflicto...

...y la virtud de los que, sin poder ver, son capaces de percibir mucho más que aquellos que sí pueden.
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