Señora Dalloway (1997)

Película cargada de intenciones esteticistas (revival tan “de época” de reciente cuño) y nostálgicas (hincapié en la fuerza de un día que se escapa y el peso del pasado), que obvia algunos puntos básicos que incorpora la novela adaptada.

Fundamentalmente vemos recortes en la simplificación -casi desaparición- del peso de la homosexualidad y, sobre todo, el carácter self-consciousness que en la peli, lógicamente, se queda en mera traslación automática de situaciones. Al final, la cinta se conforma con una cierta reivindicación de la individualidad a través de un deslavazado metraje en el que más de uno ni siquiera encontrará punto de apoyo al que agarrarse.

Si se leyó la novela el aficionado de turno bien pudiera sacarle algún partido al asunto completando las imágenes con las conclusiones de su lectura (crítica a las instituciones, al matrimonio, ambivalencia sexual, técnica de conexiones entre personajes, etc.). En caso contrario, creo que se irá a contrapié debido a cierto tufillo convencional y a la ausencia de, no adaptación, sino de una “interpretación” narrativa más arriesgada y acorde a las necesidades cinematográficas que acertara con un formato visual que consiguiera expresar, a la manera del cine, las pretensiones renovadoras de la prosa de la Woolf (perspectiva narrativa plural no lineal, hincapié en el mundo psicológico y no en las acciones…).

Pero no es así, la película es extremadamente formularia, lo que unido a la técnica laberíntica de construcción de “túneles” entre personajes y presentes o proyecciones del recuerdo, genera una mala mezcla entre un fondo relativamente woolfiano y una forma convencional que será, paradójicamente, confusa para el espectador (inevitablemente, su estética a lo <<Una habitación con vistas>> provocará que el aficionado busque una trama también tópica en la que situarse).

Notable adaptación. Vanessa Redgrave se roba la película. La historia de Septimus sigue siendo desgarradora. Y Sally tiene un mayor desarrollo que en el libro. Un film que refleja la esencia de la obra de Woolf, el dilema psicológico de sus personajes, usando la fiesta de Clarissa como un simple escenario en el que unir las piezas de su puzzle.