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La dama de Musashino (1951)

La dama de Musashino
88 min.
6,9
144
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Sinopsis
Dos años después de la fundación de la ciudad de Musashino y a punto de acabar la Segunda Guerra Mundial, Akiyama Michiko, descendiente de un antiguo samurái y, por lo tanto, educada en los valores tradicionales, es una mujer infelizmente casada con un intelectual algo frívolo, oportunista y extremadamente egoísta. (FILMAFFINITY)
Género
Drama
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Japón Japón
Título original:
Musashino fujin (The Lady from Musashino)
Duración
88 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Links
6
Innisfree
Son pocos los ejemplos en el cine de Mizoguchi, donde el realizador plantee los problemas de la sociedad japonesa de la época. Sobre todo, esa dicotomía entre la occidentalización y la tradición cultural que tanto retrataron directores contemporáneos como Ozu, Naruse y en menor medida Kurosawa.

Las dos muertes acontecidas al comienzo de la película y narradas con dos elipsis, marca de la casa del director, son una bella metáfora del fin de una época en el Japón postbélico. Las tradiciones sucumben frente a unas costumbres occidentales más modernas. Michiko Akiyama (Kinuyo Tanaka) es la tradición, ejemplificado en el honor, y el resto de personajes de modus vivendi afines a la occidentalización, se mueven por deseos impúdicos. Michiko es el único personaje que no viste con ropa occidental en ningún momento de la película.

Aunque no es uno de los trabajos más conseguidos de su director, disfrutamos con los planos y movimientos que Mizoguchi crea con la grúa, milimétricamente medidos, y creados de manera que es imposible pensar en la construcción de la escena sin ellos.

La grúa y unos hermosos travelines son también eje funcional para las imágenes más líricas construidas para la película. El amor que Michiko y Tsutomu (Akihiko Katayama) sienten por Musashino queda reflejado en las imágenes que Mizoguchi recoge.Innisfree aparece con fuerza. Su eco, igual que los sonidos y olores de todos aquellos lugares mágicos que sabes verás morir, trasciende por el dolor de una perdida inevitable. Por la condena de una vida llena de nostalgia (captado de manera extraordinaria en la última escena de la película).

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Es una lástima que casi la totalidad de las imágenes rodadas entre los campos de Musashino estén acompañadas por una música inadecuada –que acentúa el amor no formalizado entre ambos personajes- desaprovechando la oportunidad de captar la esencia (que solo hace en la tormenta) de esa Innisfree "natural y salvaje, libre espontánea, voluntaria, explosiva de salud, llena de vida y sin estropear".
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10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
Entre todos la mataron y ella sola se murió
Con una filmografía cercana al centenar de películas, resulta inevitable que incluso a un perfeccionista de la talla de Mizoguchi muchas de ellas no le quedaran redondas. En este sentido, al necesario proceso de aprendizaje (los pioneros no contaban con décadas de “inspiración” que les ayudara a dar la campanada desde el principio) y las naturales limitaciones del talento humano, hay que añadir la convulsa realidad de su país coincidente con sus años de madurez y que su discreto éxito comercial no siempre le garantizaba los presupuestos mas holgados.

En consecuiencia, Mizoguchi era capaz a menudo de dejar directamente de lado las inquietudes mas elevadas y artísticas de sus grandes obras en proyectos que quizá no le motivaran lo suficiente, puede que por venirle impuestos por la coyuntura del momento o las razones que fueran. Evidentemente, no es una actitud que Mizoguchi tenga en exclusiva; sin embargo, en muchas de estas ocasiones era capaz de compensar la funcionalidad del resultado con una capacidad especial para la escritura entre líneas, sirviéndose de sus habituales personajes para proyectar situaciones de su vida personal o de la realidad de su país.

“La dama de Musashino” es el ejemplo perfecto de las intenciones de este otro Mizoguchi, muy alejado del que solo un año después deslumbraría en Venecia con “Vida de Oharu”. No falta la inspiración pictórica en la composición de muchos de los planos, los movimientos de grua con tiralíneas, e incluso elipsis marca de la casa, como ese fundido que “convierte” a la inamovible protagonista en el imponente tronco de un árbol bajo el cual confabulan los miserables de su marido y su vecina, pero sigue sin ser lo mismo. El convencional melodrama de enamoramientos y engaños se resuelve con unas maneras sorprendentemente occidentalizadas, con una música que no hubiera desentonado en una producción norteamericana de la época, una planificación muy fragmentada y unos aires mas frívolos de lo acostumbrado en el retrato de la vida disipada de algunos personajes. Podría pensarse que Mizoguchi rodaba mas para las tropas de ocupación que para sus propios compatriotas.

Sin embargo, al igual que unos años antes su película sobre el pintor Utamaro le sirviera para elaborar un discurso sobre la censura y las trabas a la libertad artística que él mismo padecía, aquí el poblado de Musashino, a punto de ser devorado por la moderna Tokyo, y los arquetípicos personajes que lo habitan, le sirven para elaborar un discurso sobre la necesidad de superar la nostalgia y dejar atrás la rigidez de una tradición anacrónica (esquivando, eso sí, los peligros de la amoralidad y libertinaje mas desatados…) para que la sociedad japonesa pueda afrontar con confianza y decisión el futuro que le aguarda.
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2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
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