Con el corazón en la garganta (1967)

*Creía que iba a ver una de Tinto Brass, me las prometía muy felices, los dedos anfitriones, y no, nos tomaron el pelo por goleada, no somos nada.
Malditos roedores. Abstemio. Amanece que no es poco. Yo soy un librepensador. Reza por tu negra alma.
Érase una vez unos cacos tan torpes tontos los pobres que llegaron, sí, cierto, verdadero, mis ojos lo vieron, dos días antes de tiempo al lugar de los hechos, a la hora del atraco, del crimen nefando, ni al que asó la manteca, oye, atraco a las tres pero no del viernes, sí el gran miércoles, pues en esas estamos en esta opípara pimpante obra, a por todas, partiendo el viento y la pana, como en una de los Coen si nos ponemos estupendos, a lo loco, empezamos fuerte, con un de infinita estupidez tremendo terrible terremoto.
Pero no nos precipitemos, antes de todo eso pasó o sucedió lo mejor de todo, lo más grande, con los títulos iniciales de crédito que no se llevó el polvo suena una canción melancólica, sugerente, que al de poco vemos o comprobamos que es en "vivo y en directo" (¿música diegética?) poco más o menos, la actriz pone el cuerpo y la voz surge de algún sitio muy lejano y extraño (¿música extradiegética?), cantada con helada pasión, honda pena, por la chica del saloon, tremendo del principio colofón. Después, sí, vino o viene el asalto frustrado de los hampones sin luces ninguna que ahora vemos cómo hacen tiempo, tienen que matar el rato a falta de otra cosa más interesante antes de llevarse la pasta, el momio, el dinero que viene con la diligencia (esperando a godot o al sursum corda es una referencia clásica que manejan con descarada soltura, no se arredran ni tampoco al respecto disimulan) y el resto es trámite, inventario, transcurso mortecino atontao funcionario en el que se alternan generosos disparates con tedio del más bueno, pero dentro todo de un límite, de un pasar, de un dejar hacer, let it be, de un estar, laissez faire, laissez passer, de un mantener la compostura y el buen tino, sin demasiados aspavientos ni mucho llevarse las manos a la cabeza, a lo sumo da para como el tito Eastwood fruncir un poco el ceño y cagarte entre dientes en lo más negro, se deja ver, en fin, mientras (te mueres) duermes, estiras sin remedio remisión confesión la puta pata.
Hay una orgía, tal vez algo agitada y violenta, sal en la salsa espesa, feminista a mitad de la película que debería aparecer en el frontispicio de cualquier ministra nuestra que se precie o tenga conserve todavía algún mínimo gusto cinematográfico humano, para que luego se diga, del galgo viene la casta, y un baile de un deprimente como para descerrajarse un tiro, moulin rougue, perra come perra, entre los mismos dientes que no las plateadas sienes.
Roberto Camardiel y la voz de Jesús Puente al doblaje, estamos todos, lo mejor de cada casa, con estos (guardianes de nuestros sueños, como Jack Nicholson en Algunos hombres buenos) sí que podíamos/podríamos/podemos dormir tranquilos por las noches, contigo (ellos) nada me falta, cualquier peligro o amenaza se esfuma, desaparece en la nada.
Película, creo, rodada en Madrid y Roma y el protagonista se llama Flaherty y estamos en el oeste yanqui, así son las cosas del verdadero multiculturalismo inclusivo polimorfo y ecológico ambidiestro, tornasol crisol de culturas, cruce de caminos y almas y carcasas.

Decente spaguetti western, que no consigue un aprobado alto por la falta de notoriedad de la convencional dirección de Mario Caiano, un director italiano que conocía su oficio, pero nunca llegó a cotas altas.
Es un claro precedente, al menos desde el punto de vista del argumento, de "La jungla de cristal" aunque, claro está, no de forma consciente puesto que dudo mucho que los productores o guionistas de esta última conocieran la existencia de este spaguetti western. Pero el parecido de su arranque es evidente.
Está llevada de forma que no aburre, pero eso no es suficiente para que convenza.
El comienzo está bien, con la presentación de diversos personajes, pero poco a poco, la narración se hace repetitiva y el tiempo pasa sin que suceda nada digno de mención. Todo el rato está pasando cosas, pero sin la suficiente fuerza como para atrapar la atención. Solo el tira y afloja de los dos peces gordos de la banda, uno, el supuesto jefe, encarnado por el ilustre Eduardo Fajardo, dispuesto a la lucha pero con poco cerebro, y el otro (bien interpretado por el gran Roberto Camardiel), inteligente y siempre con la mejor y más precisa idea.
El resto, olvidable al poco de terminar su visión.
Repetitiva pero bonita música de Francesco de Masi.

http://filmsencajatonta.blogspot.com.es/2007/03/con-el-corazn-en-la-garganta-sette.html