Maxime (Bello amor) (1958)

Hay tres decisiones en las que debemos acertar plenamente: 1. Al escoger la profesión. 2. Al elegir pareja. 3. Al definir como educar a los hijos. Si fallamos en alguna de las tres, tendremos un buen motivo para amargarnos con mucha frecuencia. ¡Ah!, y ni me pregunte por los que fallan en las tres… estos son los que plagan el mundo de tragedias.

Jacqueline Monneron, es una mujer bella y con clase que, ahora, se encuentra en la disyuntiva de elegir entre dos hombres que la cortejan. Si elige con base en la edad, pareciera sensato elegir al más experimentado y al que se conecte mejor con el mundo y la sociedad. Si la condición social es a lo que da prelación, debe pensar que, con el pobre, no podrá poseer todas las cosas que desea, aunque, si éste es emprendedor (y debe demostrarlo), con su apoyo moral es posible que salga pronto de ese estado y las cosas cambien favorablemente; pero, si es de los que se resignan a ver pasar la vida sin esfuerzo alguno y le sabe lo mismo la mierda que el caviar, escogerlo será condenarse a la eterna miseria. ¿Y si elige al rico? Deberá asegurarse de que no es de los que quieren tener a su mujer en una jaula de oro, porque vivirá como una pobre esclava… y que no es un Avaro, porque, si lo es, que tenga o no tenga dinero no le quitará lo que de tarambana tiene.

Como puede verse, elegir pareja no es una decisión que deba tomarse a la ligera, y en esta disyuntiva, se encontrará la bella Jacqueline, cuando Hubert Treffujean comience a servirse del muy experimentado, Maxime Cherpray, para acercarse a ella. Así comienza el juego del amor… y triste es ver, ¡cuán pocos en el mundo saben jugarlo como se debe! Un tema del que, en los hogares y colegios, debería hablarse con marcada frecuencia.

“MAXIME”, es la doceava película que realizara Henri Verneuil, y esta vez el punto de partida fue la novela homónima que, Henri Duvernois (1835-1937), publicara en 1927. En colaboración con Albert Valentin y Henri Jeanson, el propio Verneuil se encargó de la libre adaptación, y el resultado es una comedia donde, las liberales costumbres de la Francia de las primeras décadas del siglo XX, quedan recreadas de manera inobjetable.

Aunque se nota la falta de cierto toque dinámico y de mayor altura en la puesta en escena, sin duda, lo mejor de la película son sus personajes muy eficazmente matizados: Jacqueline (Michelle Morgan), una dama de lindos ojazos que, aunque no siempre es atinada como mujer enamorada, es la clase de ser que fácilmente enamora porque tiene carácter y porque, al final, sabe lo que quiere y también lo que debe. Maxime (Charles Boyer), el hombre con un pasado bastante activo, que sabe mover la fibra de las mujeres, pero no siempre sabe dónde estar y cuándo tiene que estar. Hubert (Félix Marten), el galán que lo sabe todo de los detalles y tiene con qué, pero, en ocasiones, la premura lo lleva a lograr no muy buenos resultados. Y como no citar a Gazelle (Arletty), todo encanto como la amiga del pasado que ahora vuelve a estar presente para ver el ocaso de su amante general (cualquier remembranza de algún hecho real es intencional) y para apoyar a su viejo amigo con el que también fue ‘colaboradora horizontal’.

Como es habitual en el cine de Verneuil, habrá espacio para sonreír; abundarán los espejos como estética visual; lo que parece predecible no será tan previsible… y las mujeres (salvo alguna tontuela), demostrarán coraje y sensatez… y serán un buen ejemplo para el resto de las féminas del mundo.