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Daniel, el último testigo (1983)

Daniel, el último testigo
130 min.
6,7
265
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Escena (INGLÉS)
Sinopsis
Daniel es hijo de Paul y Rochelle Isaacson, que fueron ejecutados en los Estados Unidos, 1950, acusados de ser espías soviéticos. En los años 60, Daniel, al que la vida de sus padres ha marcado profundamente, milita en el movimiento pacifista. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Biográfico Años 50 Años 60 Guerra Fría Espionaje
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Reino Unido Reino Unido
Título original:
Daniel
Duración
130 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Coproducción Reino Unido-Estados Unidos;
Grupos
Adaptaciones de E. L. Doctorow
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8
Herencias de nuestros padres
Esta es una de las mejores películas de Sidney Lumet, uno de esos filmes que emocionan de veras, que remueven algo dentro de uno mismo y que precisamente por eso, pasan a formar parte, de algún modo mágico y misterioso, de nuestra personal memoria cinematográfica. Lo paradójico es que haya tenido que esperar 34 años para disfrutar de ella, circunstancia que a tenor de los escasos votos que tiene la película, no parece deberse a una negligencia por mi parte, sino a un extendido desconocimiento y ninguneo de la misma.

Partiendo de una novela de Edgar Doctorow –quien coproduce y coescribe el filme- basada en el caso real del matrimonio Rosenberg (condenados a muerte en 1953 bajo la acusación de espionaje a favor de la URSS), la película se centra en el impacto trágico y traumático que el compromiso político de unos padres (aquí llamados Isaacson) tiene en sus hijos. El hilo conductor fundamental es el hijo mayor, Daniel, cuyas reflexiones, recuerdos e intentos por revisar su pasado y el de sus padres, constituyen el vehículo narrativo y dramático esencial. Para lograr este objetivo, la narración se fragmenta y el punto de vista se multiplica. Así, los saltos temporales se suceden, alternando el “presente” –a caballo entre los 60 y los 70- con el pasado (los flashbacks se retrotraen hasta finales de los 30, pero ilustran igualmente momentos de los 40 y los 50). Del mismo modo, en ocasiones es el mismo Daniel el que recuerda, asistiendo los espectadores al pasado que él rememora, pero en otras la perspectiva es externa, ajena al protagonista. Además, intercalados entre el tiempo presente y el pasado, aparecen pequeños fragmentos, en los que Daniel nos habla directamente.

Si el objetivo de Daniel es “enfrentarse” al pasado con el afán de superarlo o asimilarlo, su hermana ejemplifica en carne propia el reverso trágico de esa relación. Y es que no todos los que encaran su pesada herencia pueden salir victoriosos: ese será el caso de Susan.

Además del tema principal ya mencionado, la película constituye un magnífico paseo histórico, forzosamente fragmentario, que viene a vincular a la izquierda norteamericana surgida en los años treinta (al calor del ascenso del fascismo y la guerra civil española, a la que se hacen claras alusiones), con los movimientos radicales surgidos a finales de los 60 en contra de la guerra de Vietnam. También constituye un apreciable acercamiento indirecto a la época de la guerra fría, ilustrando los excesos a que se llegó en la lucha contra el “enemigo interno”, en este caso el comunismo norteamericano.

Al igual que ocurriera en otra excelente obra de Lumet, “El Príncipe de la Ciudad”, las cuestiones formales son muy relevantes, pues aportan matices fundamentales para entender el “tono” –nunca mejor dicho- de la película. Fotografiada por Bartkowiak (el mismo que en “El Príncipe…”), pasado y presente tienen distinto tratamiento cromático, cálido el primero y frío el segundo. Más allá de contraponer épocas, esto responde a la perspectiva que Daniel tiene de ambos momentos: el pasado feliz en familia (de un acogedor color dorado), y la traumatizada angustia de su presente (de un azul gélido y tristón). A medida que Daniel escarba en el pasado, éste irá tornándose menos dorado, al tiempo que su presente irá desprendiéndose del deprimente azul. De hecho, al final de la película, la mezcla de colores es ya normal, realista, simbolizando así la asimilación y superación del pasado, en genial consonancia con el desarrollo argumental del filme.

Si a esta perfecta mezcla entre fondo y forma añadimos buenos diálogos, unas interpretaciones a la altura de la historia y una banda sonora consecuente y bien utilizada, sólo nos queda disfrutar plenamente de la mano de ese maestro que fue Lumet, y que aquí logra momentos de tremenda emoción y belleza, como la secuencia de los dos hermanos escapando del orfanato y volviendo a su casa, o las que están ambientadas en la cárcel, de una contención admirable, dado lo dramático de las situaciones mostradas.

Así se hacen las películas.
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32 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
Un trágico pasado familiar
Trasunto de la trágica historia del matrimonio Rosenberg, ejecutados en la silla eléctrica en 1953 acusados de espiar para la Unión Soviética, y basada en la novela –y el guion – de E. L. Doctorow, la película se desarrolla en dos tiempos diferentes narrando la historia del matrimonio de activistas de izquierda Isaacson, así como la vida de sus hijos en los años 70, en plena época contestataria contra la política estadounidense en Vietnam.

El férreo y pulido guion de Doctorow se centra en los terribles estragos que dejó en sus dos hijos -excelentes Timothy Dalton, protagonista de la película, y Amanda Plummer- y en sus vidas rotas, en algún caso irreparablemente, como consecuencia de su trágica ejecución cuando eran niños. Contenida, densa, amarga y oscura, es una de las más escondidas obras de Sidney Lumet que los buenos aficionados no deberían dejar pasar.

Las canciones de Paul Robeson –símbolo del llamado compromiso político de aquellos años- complementan este retrato desquiciado, sin abandonar la critica a los ambientes idealistas de los años 50, de la histeria anticomunista de la época macarthista, a través de los ojos inocentes de sus dos jóvenes protagonistas. Muy buena
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9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
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