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Las aguas bajan negras (1948)

Las aguas bajan negras
99 min.
5,9
182
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Escena (ESPAÑOL)
Sinopsis
Asturias, 1839. Durante la primera guerra entre carlistas e isabelinos, Beatriz, la hija de un coronel isabelino, casada en secreto con un capitán carlista, se ve metida en una dramática aventura en la que se enfrentan su padre y su marido. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Siglo XIX
Dirección
Reparto
Año / País:
/ España España
Título original:
Las aguas bajan negras
Duración
99 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Grupos
Adaptaciones de Armando Palacio Valdés
5
Fallido western, ojo, asturiano
Independientemente de su filiación franquista —“Raza” (1941), “Franco, ese hombre” (1964) —, José Luis Sáenz de Heredia es un cineasta dotado de indudable talento —la encantadora “Historias de la radio” (1955) así lo atestigua—. Sin embargo, dicho talento no acaba de despegar en esta cinta de largo, poético —y cierto que algo retórico— título. Y es que la ambiciosa tentativa de amalgama de géneros hace aguas —valga la redundancia— casi por todas partes.
En primer lugar, el melodrama paralelo —amago del mismo, más bien; toda vez que apenas si llega a esbozarse, muy al principio y en el desenlace de la película— constituye un añadido folletinesco y argumentalmente innecesario, por cuanto no supone impronta alguna en la historia principal.
Igualmente incomprensible me parece la figura de ese escritor que se pasea por el pueblo iluminando a tirios y troyanos con sus rancias perlas de sabiduría.
En cuanto a la reflexión acerca de la sempiterna querella entre progreso y tradición, la apuesta por la última es de un pueril y ramplón tal que dan ganas de ponerse a excavar el parque público más cercano —sólo un ejemplo a vuelapluma de la urticaria que puede llegar a provocar.
Sí funciona, por el contrario, la traslación de los códigos del western a la realidad protoindustrial de la España isabelina. Porque, efectivamente, “Las aguas bajan negras” es, ante todo, un western —“sui generis”, claro; pero no puede negarse que lo sea—. Ahí radica, creo, buena parte del interés de una película con visos, en su día, de superproducción, manifestados en una factura técnica intachable.
Estamos, en fin, ante una curiosidad a la que el correr de los años no ha sentado demasiado bien. No obstante, vale la pena echarle un vistazo, aunque sea solamente con tal de tener un vislumbre del cine—digamos— “oficial” de la época.
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4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
6
El progreso
Tras seis años de guerra entre isabelinos y carlistas, donde la muerte respetaba sólo a los que disparaban bien, asistimos el conflicto que se planteó en el siglo XIX entre la bucólica Asturias campesina y la nueva Asturias minera. Un drama rural y costumbrista basado en la novela “La aldea perdida” de Armando Palacio Valdés, con un estupendo guión del gran adaptador Carlos Blanco. Sáenz de Heredia, cineasta injustamente tratado últimamente por su ideología franquista y sus vínculos familiares con su primo José Antonio Primo de Rivera, recrea de forma ejemplar una comarca asturiana de 1839, las enconadas diferencias incompatibles entre los campesinos o granjeros y los mineros del carbón recién llegados a esas tierras. El imparable avance del progreso y la civilización frente a una vida tranquila e idílica en un paraíso natural y ecológico. Quién nos iba a decir entonces, que ese negro carbón, icono del progreso y la industria, se convertiría en el siglo XXI en un anticuado material energético contaminante y obsoleto.

El enfrentamiento entre carlistas e isabelinos en 1839 pondrá fin a la secreta historia de amor entre Fernando, capitán carlista, y Beatriz, hija de un coronel isabelino. Veinte años después, la pequeña aldea asturiana de Rubiarcos presenciará una aventura similar entre una joven muchacha, hija de aquel matrimonio imposible, Carmina y Nolo, un vaquero joven y valiente contrario a la resistencia del pueblo ante la llegada de un grupo de explotadores del carbón que atentan contra la tranquilidad reinante. Nolo quiere prosperar económicamente como picador en la mina para poder casarse con su chica.

Todo ello narrado desde lo óptica un tanto romántica de un escritor, que presenta una variopinta representación de las fuerzas vivas de la aldea en la que destaca el papel de la Iglesia, representado por ese entrañable y bonachón cura que intentará poner paz desde su perspectiva cristiana. Un romance dramático de la aldea ganada y engrandecida por el «oro negro» de la mina. En el filme prevalece sobre la trama humana, dos modelos diferentes de entender la vida, el conflicto social está servido. Aunque el mensaje de la película se ha tildado de reaccionario, en mi opinión, no termina de decantarse por ninguna de las dos opciones, el cineasta expone los hechos para que el espectador juzgue por sí mismo, aunque no es menos cierto que la visión a día de hoy, seguramente difiere mucho de la interpretación de la época en que se filmó. Los operadores Fraile y Aguayo consiguen recoger con sus cámaras la difícil y sugestiva luz de los maravillosos paisajes de la región asturiana. Otra interesante película por descubrir, para el aficionado al cine, muy poco vista y casi olvidada.
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4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
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