Mario (2018)

Algunas cuestiones como la libertad para gestionar la identidad sexual, no parecen haber avanzado tanto como pretenden hacernos creer, incluso en sociedades como la Suiza, donde tendrían que haberse superado hace décadas.

La película afronta el tema, desde una perspectiva madura, acometiendo todas las posibilidades y reacciones, algunas de las cuales cuestionables, aunque no por ello menos reales.

Magníficamente interpretada, con un guión vigoroso, presenta perfiles bien marcados, para conducirnos hacia un final poco previsible pero profundamente auténtico y creíble.

Los elementos que se manejan no son nuevos, pero el interés extra radica en que aquí se trata de fútbol, ese coto cerrado donde parece no existir la homosexualidad y a cualquiera sobre el que pueda haber la sospecha de ser gay se le premia con cánticos e insultos por parte de las aficiones y rivales en el campo de juego.

En Mario están presentes el miedo y la hostilidad del entorno, unidos a la hipocresía y los intereses para lograr encauzar la vida de dos jóvenes que se han enamorado y, dada su proyección, conseguir que su relación no trascienda. Con un admirable uso de la elipsis, ese maravilloso elemento narrativo tan poco utilizado en estos tiempos, el desarrollo es sobrio y directo apoyado en unas sólidas actuaciones, y dándonos algún momento de altura como es el caso de la sesión de fotos y la actitud de la madre o la inteligente exposición del progresivo éxito en lo profesional contrapuesto con el deterioro en lo personal.