En nombre del papa rey (1977)

Es esta una de esas películas por las que merece la pena rebuscar entre los títulos menos conocidos y dar a conocer sus valores, que son muchos. Lo cierto es que siendo un filme ampliamente premiado es también muy desconocido, a tenor de los pocos votos con que cuenta en el momento en que escribo.

Partiendo de hechos históricos (concretamente la última sentencia de muerte dictada por el tribunal eclesiástico de los Estados Pontificios, a escasos dos años de integrarse -con la salvedad de El Vaticano- en la Italia del "Risorgimento"), la película nos narra el desarrollo del proceso judicial, si bien prestando mucho más interés al contexto histórico -con unos Estados Pontificios que simbolizan el inmovilismo e incluso la decrepitud, frente a las ansias revolucionarias del pueblo- y a las circunstancias personales de uno de los jueces del tribunal, quien descubre que uno de los acusados es hijo suyo.

Magni, quien también escribe el guión, acierta plenamente al escoger el punto de vista de este juez, Monseñor Colombo da Priverno, como motor de la narración; y es que la concepción del personaje resulta excelente, pues encarna la ironía y el desencanto de quien siente que ya no encaja dentro de un mundo que está cambiando, y en el que el cambio consiste, precisamente, en eliminar lo que él representa, pues es un instrumento del poder omnímodo de un Papa que ejerce como rey absoluto en sus dominios. Sus problemas de conciencia, subrayados por el distinto trato que en un principio otorga a los acusados, sirven para establecer un contraste con la cerrazón del resto de las autoridades y jueces, el cual se hace aún mas explícito durante el juicio, en el que su discurso adquiere unas connotaciones que no son ajenas a los problemas de la Italia de1977, añadiendo así una lectura más al argumento principal y ligándolo a circunstancias de mayor actualidad para el espectador de entonces. Resulta también muy hábil e intencionada la caracterización radicalmente antagónica que se hace entre las autoridades eclesiásticas (todos sus miembros son de edad avanzada y se muestran obcecados en su verdad, aunque abiertos a la manipulación y a la hipocresía) y los revolucionarios (jóvenes idealistas un tanto inocentes que a pesar de sus prejuicios valoran y ejercen la lealtad).

Muy bien ambientada, tanto en exteriores como en interiores, la película está correctamente filmada, con planos atentos a las reacciones de los personajes, que capitalizan en todo momento el interés de la cámara. Por lo demás, la fotografía resulta perfectamente adecuada y sin alardes y la música de Trovaioli sugiere cierta melancolía en los momentos de recogimiento e intimidad. El reparto es excelente, pues todos los secundarios se muestran creíbles, y en cuanto a los protagonistas, que quizás son precisamente los personajes más forzados (ya sea por su concepción o por las relaciones que establecen entre sí), resultan tan brillantes y atractivos que conquistan al espectador; de hecho, en mi opinión lo mejor de la película son los diálogos que mantienen a lo largo de la misma un soberbio Nino Manfredi (como Monseñor Colombo) y un no menos brillante Carlo Bagno (interpretando a Serafín, su sacristán), pues en ellos se pone en práctica, mejor que en ningún otro momento, el peculiar sentido del humor que caracteriza la película, dotado de fina y eficaz ironía.

Al parecer el filme es la segunda parte de una trilogía que el realizador dedicó a este período histórico del "Risorgimento", y aunque es la única que he podido ver, tiene por si sola suficiente entidad como para recomendarla a todos los aficionados.

Tanto si se trata de un monseñor romano como de un mecánico triste como de un anciano corrupto o un seductor agridulce, qué grande es Nino Manfredi, cuántos registros caben en su rostro de buena persona, de individuo de cada día. Aquí, maduro, que no cansado, nos vuelve a mostrar su faceta agridulce adoptando por momentos un aspecto más cómico para como casi siempre, modificar su expresión y pasar al desencanto y la frustración. Todo cuanto toca lo convierte en arte, en un arte sencillo, cautivador, en una sinfonía del bien hacer y el bien actuar. Una maravilla tras otra en cada una de sus películas por pequeñas o intrascendentes que estas puedan ser.