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Una madre nunca muere (1942)

Sinopsis
Sugai es un corredor de bolsa en paro que acaba de atravesar una mala época durante el daifukyo (los años de la Depresión japonesa). Como si no bastara con los problemas económicos, a su mujer le es diagnosticada una enfermedad terminal. En lugar de someterse a una larga (y costosa) estancia en el hospital, decide suicidarse. Piensa que con ello estará ayudando a su esposo y a su hijo. Exhorta a Sugai a que haga del niño un ciudadano prominente. Sugai trabaja duramente para llevar a cabo los deseos de su esposa. Las cosas van saliendo adelante y desempeña diversas labores. Un día consigue vender la patente de un método para destilar caucho de las plantas. Por fin tiene dinero suficiente para adquirir una lápida digna para su esposa. Es ascendido en su empresa y su hijo Shugo ingresa en una escuela profesional. No obstante, corre la voz de que una chica de la que Shugo estuvo enamorado de pequeño va a contraer matrimonio. Aunque nunca llegaron a mantener una relación propiamente dicha, el muchacho cree haber perdido su oportunidad y comienza a desatender sus estudios. Convencido de que es preciso hacer algo, Sugai muestra al joven el issho (testamento) de su madre. En él se refleja su deseo de que Shugo llegue a ser alguien. El joven se echa a llorar y jura enmendarse. (FILMAFFINITY)
Género
Drama
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Japón Japón
Título original:
Haha wa shinazu (Mother Never Dies)
Duración
104 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
8
La Madre Patria
Naruse inicia la película, al contrario de lo que suele hacer, en un tono dramático y sombrío. No empieza por situarnos localmente sino por situarnos socialmente. Es tiempo de depresión, 1928, que de alguna manera relaciona con la situación de Japón en el tiempo de realización de esta película, 1942, la Segunda Guerra Mundial. Otra vez utiliza muy pocos planos para describirnos la situación y las características de los personajes. No han pasado diez minutos de película y ya sabemos lo que pasa, o eso creemos. Hay un discurso de despedida de un instructor de deportes a unos niños que parece ser toda una declaración de intenciones del director: alegría y orgullo de ser japoneses. En un solo plano, como por casualidad, sin relación con la historia anterior ni con lo que vaya a ocurrir después, Naruse plantea la tesis de su película. Otros diez minutos y estalla el verdadero drama familiar. Naruse no se regodea en él y parece pasar por encima con cierta indiferencia de imágenes y de dramatismo en los personajes. El espíritu japonés del que hablaba el instructor. Planos de dolor de la mujer, planos de esfuerzo del marido, y planos de inocencia del hijo. Y que planos de sensibilidad artística¸ cuando le dice al barbero que una madre tiene que cuidar de su hijo y él se ve reflejado en el espejo. El nudo dramático se resuelve con un plano del exterior de la casa y dos gritos. A continuación un traveling con una impresión de las últimas voluntades de la mujer: … que el hijo sea un buen japonés y el marido le perdone por lo que le ha hecho sufrir. Pocas veces he visto en el cine un nudo dramático tan bien resuelto para que no resulte lacrimógeno. La segunda parte de la película relata el progreso del padre y por supuesto hace referencia al progreso de Japón incluyendo la educación del hijo como la formación de los jóvenes japoneses. Estalla la guerra con China y Naruse aprovecha para sacar la cámara a la calle y conseguir buenos planos de grupos militares dejando un poco de lado el tono intimista. Pero a partir de ahí, como en películas anteriores, cae en la moralina bienpensante y en un tono patriótico algo exacerbado. Se puede entender que es por apoyar a Japón que está en guerra.
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