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París, bajos fondos (1952)

París, bajos fondos
96 min.
7,7
4.180
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Escena baile (FRANCÉS)
Sinopsis
París, 1900. Marie, una bella prostituta, es la amante de uno de los hombres de la banda de Felix; pero, sorprendentemente, acabará encontrando el verdadero amor en un sencillo carpintero. Su amante, celoso, lo provoca, y ambos se enzarzan en una terrible pelea. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Romance Años 1900 (circa) Crimen Celos Amistad Melodrama Basado en hechos reales
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Francia Francia
Título original:
Casque d'or (Golden Marie)
Duración
96 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Links
Premios
1952: Premios BAFTA: Mejor actriz extranjera (Signoret). Nominada a mejor película
8
Tiempo de cerezas
Film considerado por muchos como la obra mayor de Jacques Becker (1906-60), es su séptimo largometraje (sobre un total de 13). El guión, del propio Becker y de Jacques Companeez, se inspira en personajes y hechos reales. Se rueda, entre el 24/IX y el 22/XI de 1951, en escenarios naturales de Annet-sur-Marne, Meaux (muro de la prisión) y Menilmontant (casa de Lecat) y en los platós de Paris Billancourt Studios (Paris). Nominado a 2 premios Bafta, gana uno (actriz extranjera). Producido por Robert y Raymond Hakim para Speva Films y Paris Films Prod., se estrena el 16-IV-1952 (Francia).

La acción dramática tiene lugar en el barrio parisino de Belleville, en el río Marne y en la localidad de Joinville-de-Pont (Francia), a lo largo de un tiempo indeterminado, en los años del cambio de siglo (1899-1902). La acción comienza en una apacible tarde de un domingo de otoño. La joven prostituta Marie (Signoret), apodada “Casque d’Or” por la forma de su peinado, el color de sus cabellos y su nacimiento en Orleans, atrae la atención y suscita el interés de muchos jóvenes “apaches”, delincuentes dedicados sobre todo al robo, atracos a mano armada y a la explotación de la prostitución, que proliferan en Paris entre los últimos años del XIX y los años 20. Su novio y rufián es Roland (Sabatier), esbirro de la banda de Félix Leca (Dauphin). Cuando en un baile, Marie conoce a Georges Manda (Reggiani), levanta los celos de Roland y de Leca. Marie es coqueta, alegre, apasionada y sincera. Encuentra en Manda su amor verdadero. Éste, antiguo ”apache” reinsertado, tras cumplir varios años de prisión, se ha puesto a trabajar como carpintero autónomo. Es noble, leal y pundonoroso. Leca es despótico, codicioso, vanidoso, violento y traidor.

El film suma crimen, drama, romance y análisis social. Al realizador le interesa, sobre todo, la exploración de un amor sincero, joven, libre, puro y verdadero, marcado por el destino como imposible y trágico. De la mano del mismo, Becker construye una interesante y detallada descripción de los ambientes populares parisinos y recrea una época singular de cambios ("Belle Époque") que tuvieron en la ciudad su escenario preferido.

Varios proyectos anteriores habían querido llevar al cine la descripción del submundo de los “apaches”, pero todos se habían visto interrumpidos, aplazados o frustrados por causas diversas. Además, el film aporta un análisis preciso y convincente de la amistad. La analiza desde el punto de vista de dos amigos de la infancia, que han compartido experiencias delictivas y la misma celda en prisión durante un tiempo. Al enfrentar amor verdadero y amistad sincera, se plantean preguntas de gran interés con interrogantes sobre las preferencias, la mayor fuerza, la superior nobleza, etc., de uno sobre el otro.

(Sigue en el “spoiler” sin desvelar partes del argumento)
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79 de 80 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
Lo fatal es lo fatal
Le reclaman a uno a gritos con la mirada. Le arrancan de la paz del sueño y le sumergen de cabeza en el vértigo del deseo. Le empujan al centro de la pista y le obligan a bailar, despertando al demonio del odio y de los celos. Logran que sus bofetones los sintamos como besos o caricias y que volvamos a por más, urgidos por la impaciencia. Le arrojan a uno a callejones oscuros y ponen en sus manos una navaja, y cuando la sangre brota, se pasean por ella ronroneando, como gatas ahítas de satisfacción que le dan la espalda al vivo mientras olvidan sin remordimientos al muerto. Le apartan del buen camino y lo conducen de nuevo a la vieja senda equivocada. Le sumergen en envenenados remansos pastoriles que algunos se empeñan en llamar amor, aunque tal vez merezcan otro nombre. Le obligan a uno a elegir entre la lealtad a los amigos y los apremios de la carne. A las mujeres –lo dice uno de los personajes- hay que procurar no comprenderlas. No sólo es absurdo, sino inútil: lo fatal es lo fatal. Nadie forja su propio destino con las manos atadas a la espalda. Así de insensatos somos los hombres, así de frágiles y manipulables. Así de estúpidos.

Es más que posible que no fuera su intención hacerlo, pero, por una vez, un traductor de títulos al español logró hacerle más justicia a esta espléndida película acerca del irresistible y fatídico poder magnético de la atracción amorosa que su pobre título original, ese “Casco de Oro” que alude al peinado de su rubia protagonista y que no es sino un pálido reflejo de la riqueza y profundidad de sus propuestas. Y no porque sea un fiel retrato del mundo lupanario parisino, sino por recorrer la geografía universal de las bajas pasiones y sus devastadores efectos como lo haría uno de los muchos instrumentos de filo cortante que pueblan la película. Sobria, concisa e incisiva, “París, bajos fondos” rehúye los histéricos perifollos y golpes de efecto del folletín que podría haber sido y opta por las sugerencias, los silencios y las elipsis, por la contención y la sequedad narrativa, por el poder expresivo de rostros y miradas y unas pocas y significativas palabras. De la image avant toute chose.

A partir de unos hechos extraídos de la más prosaica realidad, Becker recrea y enhebra, además, algunos de los momentos más granados de la rica tradición literaria y artística francesa: esa excursión en barca por el río, esos señoritos ataviados con bombín y bigotito engominado y acompañados de descocadas jovencitas, esos bailes populares que traen a la memoria más de un cuento galante de Maupassant; el París humilde y arrabalero de las novelas de Zola, sus tabernas, sus meublés y sus fulanas, sus chulos y hampones hermanados por juramentos secretos y por las severas leyes de la herencia; ese extraordinario epílogo, en fin, en el cual se subliman todas las virtudes de una película intensa y tan cruda como lírica, y que resulta digno del mismísimo Stendhal. Ahí es nada. Como si fuera tan fácil decirlo como hacerlo.
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34 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
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