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Summer Holiday (1948)

Summer Holiday
93 min.
5,8
26
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Sinopsis
Versión cinematográfica de la obra de Eugene O'Neill 'Tierras vírgenes' (Ah, Wilderness!) en la que Mickey Rooney interpreta a Richard Miller, un joven de un barrio de clase media de Danville, Connecticut, que vive con su familia y se enamora de la chica de al lado, Muriel. El padre de ella se opondrá a la relación pues el joven no dejará de compartir con su amada sus ideas revolucionarias. (FILMAFFINITY)
Género
Musical Romance
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Estados Unidos Estados Unidos
Título original:
Summer Holiday
Duración
93 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Grupos
Adaptaciones de Eugene O'Neill
Links
7
El chico que no creía en cuentos de hadas
La infancia de, Eugene O’Neill, transcurrió en las tierras de New London, Connecticut, no obstante que él nació, improvisadamente, en un hotel de Broadway, New York. Al ser ingresado en un internado católico –porque sus padres se desplazaban frecuentemente dado que, papá O’Neill, era un actor de teatro-, Eugene se dedicó con avidez a la lectura, y muertos sus padres y su hermano Jamie en el transcurso de tres años, el muchacho se dedicó entonces a escribir obras dramáticas de manera profusa... y así se fue haciendo a un lugar en la escena teatral americana. Durante la primera década del siglo XX, O’Neill se integró al movimiento literario de Greenwich Village, y allí se hizo amigo de personajes muy representativos de la cultura, entre los que se contaba, John Reed, el fundador del Partido Comunista estadounidense.

Lo que sigue, ya es historia de connotada importancia para la cultura norteamericana: O'Neill publicaría grandes obras como: Más allá del horizonte, Anna Christie, Extraño interludio, El Mono Peludo, Deseo bajo los olmos… y entre otras, “Tierras Vírgenes” (Ah, Wilderness!, 1932), que ahora vemos como, <<SUMMER HOLIDAY>>, pero ya había sido llevada al cine, en 1935, por el director Clarence Brown, con el título original. Todo ésto, le significaría al escritor cuatro premios Pulitzer y el premio Nobel de Literatura… y al final, O’Neill terminará haciendo parte de los más grandes dramaturgos que ha dado América en toda su historia.

Al pensar en una nueva versión cinematográfica de, “Ah, Wilderness!” -dado que la primera fue un notable éxito-, el guion se basó de nuevo en algunas anécdotas de la infancia del escritor, entremezcladas con números musicales que tienen el mérito de encajar bien las letras, pero que, en su mayoría, resultan intrascendentes. Además, se transforma, casi por completo, el tono de inconformidad social que se preserva en la obra del dramaturgo, hasta convertirlo en una inocente anécdota de adolescencia, donde el personaje que más reluce es Nat Miller, el padre del joven Richard (alter ego de O’Neill), por la atinada y prudente empatía como orienta la rebeldía de éste. Por otro lado, EE.UU. resplandece como un verdadero paraíso a todo nivel, con unos ambientes naturales o creados en estudio, absolutamente de ensueño... y con ésto, es bien seguro que el escritor no estaba de acuerdo.

Además de la esplendorosa fotografía y la magnífica ambientación, resaltan unas buenas metáforas (con Washington y con Lincoln) y al menos un par de canciones… pero, por ésta vez, el director Rouben Mamoulian, tuvo que acceder a los antojos del productor Louis B. Mayer, quien, en contra de su interés de recrear los paisajes y ambientes con ese verde y amarillo al estilo de pintores como, Grant Wood y John Steuart Curry, entre otros, prefirió los colores muy intensos y brillantes, con mucho rojo y mucho rosa… y así tuvo que hacerse, dando como resultado la suerte de filme que exalta hasta el infinito, el iluso, pero por tantos anhelado, Sueño americano.

El protagonista es, Mickey Rooney, quien tiene el rol del muy crítico hermano mayor, mientras que, en la primera versión, hizo de Tommy, el hermanito travieso, que ahora quedó en manos del apreciado, Butch Jenkins, a quien siempre recordaremos por, “Our Vines have Tender Grapes”; y muy acertada la caracterización de Walter Huston, ejemplo preciso del padre equilibrado que tanto necesita nuestra desajustada sociedad. Con todo, resulta ridícula la censura que se le aplicó a ésta película en algunos países, donde aún sigue ignorada por los eternos prejuicios que se han sostenido contra Eugene O’Neill, un hombre de izquierda a quien nadie puede objetar que siempre fue fiel a la verdad.

Título para Latinoamérica: OTOÑO EN PRIMAVERA
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1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
6
"El libro perfumado de la juventud se cierra"
El gran director ruso de origen armenio Rouben Mamoulian, afincado en EEUU en los primeros años 20, se basó para realizar esta película en “Ah, wilderness” -una de las escasas obras del dramaturgo Eugene ONeill que no es un desaforado dramón- contando para ello con un cuarteto protagonista de lujo. Es una película entrañable con algunas canciones, pero que no puede ser adscrita al género musical sino más bien al conjunto de películas que celebran el modo de vida americano a través de la historia de una familia en la Connecticut de principios del siglo XX.

Rodada en technicolor con un gran sentido pictórico y artístico, gracias a la labor de Mamoulian y el fotógrafo Charles Scheonbaum, la película esconde un delgadísimo argumento dramático –el paso a la edad adulta del atolondrado protagonista, un adolescente interpretado por Mickey Rooney- limitándose a un conjunto de sketches, algunos más afortunados que otros, de la vida de una familia de clase media y donde la brillantez de Mamoulian permanece ausente, salvo en la divertidísima y técnicamente irreprochable escena de la charla sobre sexualidad del padre al hijo.

La película recuerda mucho, sin llegar a su nivel, a “Meet me in St. Louis” (Vincente Minneli, 1944) pero Mamoulian elabora un film mucho más coral, nada memorable en una carrera tan atractiva como la suya, limitándose a concertar con habilidad una serie de materiales que, en manos de otro director menos brillante, posiblemente habrían pagado el precio de un cierto tufo sentimental de trazo grueso.

El cuadro de actores es otra cosa y ahí no puede haber queja para disfrutar del portentoso trabajo de tres gigantes como Walter Huston, Frank Morgan –uno de los mejores secundarios de la historia del cine clásico- o Agnes Moorehead, sin menospreciar la excelente labor de Mickey Rooney, un actor capaz de lo mejor y de lo peor, pero de rara inteligencia para abordar papeles de jovenzuelo como el que aquí le ocupa.

Buenos sentimientos, inocencia, unas gotas casi inapreciables, nada molestas, de cursilería para una agradable y simpática propuesta que no aporta nada a la magnífica carrera de su director.
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