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Léolo (1992)

Léolo
107 min.
7,4
16.829
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Sinopsis
Léo Lauzon es un niño que vive en un humilde barrio de Montreal, atrapado en una sórdida existencia. Cada noche intenta evadirse por medio de los recuerdos, los sueños y su desbordante imaginación, pero la cruda realidad familiar interrumpe siempre sus fantasías: tiene un padre obsesionado por la salud intestinal de toda la familia, un hermano culturista que vive preso del miedo, dos hermanas que padecen trastornos mentales, un abuelo a quien nadie presta demasiada atención y una madre enorme que domina el microcosmos familiar. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Infancia Surrealismo Película de culto
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Canadá Canadá
Título original:
Léolo
Duración
107 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Coproducción Canadá-Francia;
Links
Premios
1992: Seminci: Espiga de Oro (ex-aequo con "El largo día acaba")
1992: Festival de Cannes: Nominada a la Palma de Oro
1992: Premios Genie (Canadá): 3 premios. 9 nominaciones
Insólita, cruda y violenta poesía cinematográfica, Léolo es la historia de un niño de imaginación desbordante que vive con su peculiar familia en un humilde barrio de Montreal. Loco por su vecina, está convencido que nació de un tomate fecundado por un italiano. En su onírico y surrealista mundo, la realidad no deja de insmiscuirse a través del despertar de la adolescencia, que provoca una riada de emociones llena de intensos contrastes. Así, mezclando delirante ternura con la dura desnudez de la realidad más deprimente, el malogrado Luzón consigue una maravillosa, diferente e impresionante película que regala la más cautivadora visión de la infancia que ha dado el cine moderno. Una obra singular e imprescindible.
[FilmAffinity]
"El niño más impresionante y enamorable de los últimos tiempos (...) una obra maestra"
[Diario El Mundo]
8
8
Positiva
0
Neutra
0
Negativa
10
PERMÍTANME QUE ME INMOLE CON MI ÚLTIMA CRÍTICA A MODO DE PUÑAL
Ahora sé que no estoy sólo en este mundo, que ya hubo alguien antes que yo creciendo en los brazos del ensueño y mamando de las cenizas que caían como polvo desde el tejado de su locura. Que cagaba versos infinitamente bellos del color de las tiras de carne desgarrada que le servían viscosas para el más romántico onanismo. Que dejó de vivir el día que dejó de amar, que nunca se atrevió a amar por un miedo que le volvía loco, que en más de una ocasión pudo verse a sí mismo actuando demasiado mal y forzado en la eterna, lúcida, brumosa, plastificada y tenebrosa película de la vida. Ya nunca dejaré de temer la vida ni me ahogaré yo solo con mis sábanas. El tesoro seguirá allí abajo, brillando encostrado entre las encías picadas del mismo río sucio que me devora a cada instante... pero ya no nadaré solo, nunca más volveré a hacerlo solo, ya no. Me bajé de los hombros de mi hermano y nunca más volví a patear las montañas mirando a los demás con desprecio. Seguí escribiendo esperando a que mi amor, mi dulce amor, mi único y verdadero amor, saliese del armario con su luz resplandeciente y me susurrara al oído aquella retahíla de palabras engarzadas. Aquella que guardaba el pueril secreto que Léolo y yo compartimos, pero que nunca podremos contar a nadie más. Porque, después de todo, hemos acabado en la misma sala común del hospital, esa que cercena nuestro ramillete de venas verdes por la esperanza de ser distintos, la sala común que hemos de compartir con nuestra familia, con el resto de los locos. Léolo se rindió y ya nunca más pudo ni quiso volver a soñar. Yo sé que algún día me rendiré y acabaré bañado en su mismo hielo. Sé que la vida acaba con uno mucho antes de que uno encuentre la muerte. Jamás aprendí a vivir en este mundo y ahora sé que no soy el único. Sé que hay personas que sufren, pero la droga del alma es indeciblemente más devastadora que cualquier laxante de pecados en forma de polvo, de pastilla o de alcohol. En contadas ocasiones me había quedado sin palabras ante una película, pero sólo esta he sido capaz de comprender hasta con las uñas de los dedos de los pies. No me queda más que agradecer a Jean-Claude Lauzon que muriera artísticamente delante de nosotros y pintara con su sangre el más bello cuadro en verso que se haya pintado jamás. Poco después murió su carne de forma trágica, pero él ya se había vaciado por entre estos fotogramas. Léolo es Lauzon, y sé que yo soy Léolo. Cualquiera que sea Léolo al ser vomitado encima por esta cinta será Lauzon, y yo seré esa persona.
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232 de 272 usuarios han encontrado esta crítica útil
6
Un tonel lleno de mierda
Si invitaras a dos personas, una sorda y otra ciega, a un pase de Léolo, al acabar la película el primero te diría que es la bazofia más grande jamás filmada. El segundo probablemente hablaría sólo maravillas de ella estando aún con la piel de gallina. Y esto ocurre porque Léolo es grotesca y agobiante para los ojos, pero una grandiosa exquisitez para los oídos. Léolo no es para verla, es para oírla. Como función es horrible; como cuento, extraordinario.


El mundo en donde vive Léolo y su familia es un enorme tonel lleno de mierda. Todos están anclados en lo más profundo de él. Aunque es el chico el único consciente de ello. Mientras los suyos se dedican a respirar y a vivir por inercia, él trata de subir a la superficie para tomar algo de aire fresco. Lo hace mediante la palabra escrita. Y es aquí cuando entra en juego lo sensacional de la cinta. Una voz en off se encargará de compartir durante todo el film las sensaciones, reflexiones y desvaríos de Léolo. Impresionante. Resaltar qué oración es la que más te llega es imposible. Cada frase del narrador es única.

Resulta muy complicado recomendar esta cinta. Es por partes iguales una genialidad y un esperpento. Todo depende de a qué le des más importancia; si a la vista o al oído. Quien diga que es una basura no miente, quien la defina como maravillosa tampoco. Eso sí, si estás dispuesto/a a atreverte con Léolo, que sepas que tú también bucearás por las profundidades del aquel horrible tonel. Avisado/a quedas.
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172 de 209 usuarios han encontrado esta crítica útil
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