La cúspide (1982)

Hay un momento en la carrera de un actor en la que entras en decadencia, suele ser a partir de los cincuenta cuando las nuevas generaciones te desplazan y te quedas en tierra de nadie. Ya no tienes el sex appeal del comienzo y tu rostro se ha estropeado con la edad y no es tan expresivo. Es lo que le pasa a Richard Harris en esta película. Un film que aceptó protagonizar para ganarse los garbanzos aún a sabiendas de que se trataba de una majadería que mancharía su filmografía.

La trama resulta como poco peculiar. Harris es un contable que es contratado por una madre enferma a cuya hija salva de morir cayendo por un acantilado. Así por arte de magia se convierte en su guardaespaldas y chófer. Ella poco a poco se enamorará de él a pesar de la diferencia de edad entre ambos. El bueno de Richard con su cara de pillo y flema británica se verá involucrado en un embrollo en el que están implicados la mafia, la CIA, un rico heredero y una serie de pintorescos personajes.

La cúspide es una obra de acción y comedia disparatada de humor estúpido, un proyecto desfasado y rancio que cuesta trabajo creer como fue posible que hubiese interés en financiar semejante despropósito. O mucho ha cambiado el mundo o es que hace treinta años la gente era gilipollas. The high point, título original del film, sólo merece la pena para los incondicionales de Harris y Plummer y por alguna que otra secuencia de acción en la que se lucen los especialistas, como la del clímax final en la CN tower de Toronto que en su época era la torre más alta del mundo.

Viendo ‘Highpoint’ es normal preguntarse qué estarían fumando Richard Harris y Christopher Plummer para aceptar participar en semejante disparate. Debió de ser algo muy fuerte. En toda filmografía hay altibajos pero esto, señor Plummer, es un gran descuido.

La película quiere ser comedia, pero no lo es. Quiere ser acción, pero tampoco lo es (¿esa escena persecutoria en coche de caballo? es… bueno, dejémoslo en “lamentable”). Quiere ser intriga, pero no hay quien se entere con tanta payasada mal ejecutada. Lo peor es que Richard Harris parece contagiarse por momentos de tanta vulgaridad.

Sólo merece la pena, siendo misericordiosos, por ver a Plummer y la escena final en la CN Tower de Toronto