Hedda Gabler, cae el telón (1948)

Amante que soy del cine negro de los 40, he visto defraudadas mis sencillas expectativas al contemplar este descalabro del que culpo al director, el mediocre Gage y a la discreta estrella, Rosalind Russell.

¿Qué le pasa? La historia vale: la diva acaba con la vida de su ex-amante y productor en un ataque de furia. La intriga se soporta en su inquietud para no verse descubierta. El guión es de rutina y a duras penas consigue mantener el interés. El romance entre la diva y un galán sobrevenido, Morelli, se pretexta para sostener la historia y está torpemente desarrollado.

Se puede observar una constante en el cine de esta época, cual es el consumo compulsivo de tabaco. En pipa el galán y emboquiillado largo la diva en todas las escenas en las que aparece con otra persona. Formaba parte del glamour al que aspiraban ingentes masas anodinas de personas como yo. Las tabacaleras tenían fuertes intereses en esta industria de evasión.

El caso es que, amén de lo ya dicho, la actuación de la Russell, con el plácet del director, corresponde más al cine mudo que a la de una actriz con carisma. En todas sus escenas su barbilla permanece por encima de sus hombros, intentando componer un personaje altivo que, de forma ridícula, siempre ofrece la cabeza ligeramente ladeada. Es una pose tras otra. Teatral y nada creíble. Si bien la actriz se muestra atractiva, sus gestos se orientan más a una sesión fotográfica que a la expresión de un personaje atormentado. Vale. Ya la dejo en paz.
En cuanto a Morelli (Leo Genn), el galán, no se le pide mucho pero él tampco da nada. Su expresión facial permanece constante en cada escena y su personaje es un comparsa de la Russell.

Hay algunos que se salvan. Gordon (Leon Ames), el finado productor, y Sydney Greenstreet, el capitán de policía, que una vez más enriquece sus escenas con su presencia y despierta por fin algo de interés. Se hace desear.

No es que la historia no diera para mucho, es que Gage no contó gran cosa, centrado en el resplandor de la Russell y, no dejándose aconsejar, la dio una boquilla y un cartón de tabaco y la soltó para que se lo apretara. Quizá ese era el objetivo.

No se deje engañar por la notable calificación, se puede ver, pero no se acueste tarde por ello.