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La hierba errante (1959)

La hierba errante
119 min.
7,9
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Sinopsis
Remake de un film mudo dirigido por el propio Ozu en el año 1934. Narra la historia de un grupo de actores ambulantes que van a parar a una pequeña población de provincias. Allí el actor principal se reencuentra con una antigua amante y con un hijo ilegítimo. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Remake Teatro
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Japón Japón
Título original:
Ukikusa (Floating Weeds)
Duración
119 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
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10
El milagro Ozu
No hay palabras que puedan describir lo que se siente ante una obra de este director japonés. Todos tendríamos que ver las películas de Ozu de rodillas y con los brazos en cruz, para intentar compensar el éxtasis casi místico que producen.

Al terminar de ver La hierba errante (y casi cualquier cosa que venga de él), sólo puedo decir que me embarga una sensación de plenitud indescriptible, como si ante mis ojos hubiera desfilado toda la sabiduría del mundo, expuesta a través de una belleza sublime, que me embota la cabeza impidiéndome razonar correctamente. Cada plano te transporta, te hace "creer". Creer en el hombre, creer en Dios, creer en las segundas oportunidades, creer en la vida, creer en la esperanza... Creer hasta en los marcianos.

La hierba errante es una de las películas más ligeras de Ozu. La contemplación es menor (sin perder en ningún momento su capacidad de fascinación) y los géneros están más remarcados, partiendo de algo parecido a la comedia, siguiendo con algo parecido al melodrama y terminando con Ozu en estado puro. El vitalismo da lugar a la tristeza, que esconde asideros de esperanza en medio del más hondo pesimismo. Pero todo esto se presenta de la forma más amable posible, menos estridente (aunque quizás aquí algo más que en otras realizaciones suyas), libre de ataduras formales. Los temas son los de siempre: la descomposición familiar y el paso del tiempo. Todo en Ozu se reduce a eso.La acción está limitada a unos pocos días, pero ves en los personajes la huella de los años, con las heridas que dejan, las responsabilidades que crecen, la conciencia que se rebela en cualquier momento. Seguramente en esta película, por tratarse de las últimas de su carrera, sea todavía más patente ese sentido de crepúsculo, de fin y de comienzo, que viene a ser lo mismo, de paso de los años (nunca en balde pues el poso es indeleble), de miedo y esperanza. Porque siempre hay una segunda oportunidad y ningún drama es definitivo, nos viene a decir Ozu.

Y en medio de semejante tesitura, con todos los elementos sobre la mesa, llega el milagro definitivo: ¿cómo es posible que en una composición tan elaborada, tan artificiosa, tan absolutamente calculada (sí, tanta belleza no es posible), se respire una naturalidad que te hace creerte tan dentro de lo que ves? ¿Cómo es posible? ¡Es un milagro! El misterio Ozu.
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73 de 81 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
Cazador de imágenes
Basile Doganis en su extraordinario ‘El silencio en el cine de Ozu’ y, siguiendo de cerca las etapas mostradas por Donald Richie en sus textos, describe los pasos que seguía Ozu para componer sus películas.

“Así, la primera etapa habría consistido no en la escritura de un guion o de una intriga, algo que siempre le resultaba «aburrido» (…) sino en el dibujo (y ni siquiera en la verbalización) de algunas escenas en cartas, que luego mezclaba con su amigo y guionista Kogo Noda. La escritura, etapa también primordial, vendría más adelante; conviene aquí poner de relieve que, para Ozu, incluso el orden mismo de las escenas es menos importante que la presencia de algunas de ellas y de ciertas imágenes por las que sentía un especial apego, y en función de las cuales se desarrollarían el resto de etapas, montaje incluido, pasando por el rodaje, verdadera caza de la imagen previamente creada.”

“Una vez terminada la etapa de la escritura –la más difícil según Ozu–, todo ha de plegarse a esa preparación minuciosa.”

Ozu, nos cuenta Basile, buscaba con ahínco y energía cada localización, como si no pudiera hallar reposo hasta encontrar el enclave justo e ideal.

Añade Alain Bergala que Ozu recreaba los apartamentos en estudio, no según la realidad y las proporciones de las casas japonesa, sino en función de las exigencias del rectángulo de la pantalla.

Todo en el cine de Ozu (cada detalle, cada objeto, la luz, los colores –o el juego de los grises–, la composición…) está pensado de forma extremadamente concienzuda. Y, sin embargo, en ningún otro autor es mayor que en él la sensación de vida. Llegar a la esencia de lo vivo y palpitante por medio del artificio más puro y depurado, es uno de sus logros más cumplidos.

La esencia de Ozu es la del cazador. Una vez dibujado el arquetipo (la imagen ideal), se lanza en busca de su representación. Construye una trampa perfecta (diagonales, actores o formas, proporciones) y aguarda en un silencio ritual. Da la voz de “acción” todas las veces que sea necesario. Hasta que la imagen quede presa en la bobina.

La célebre posición baja de la cámara –a la altura de los ojos de un hombre sentado en el tatami– tal vez ilustre cómo ha de mirar el ser humano el arquetipo. Desde abajo, siempre. Y siempre para arriba. En contrapicado leve.

Ozu camina por la caverna de Platón, pero no a tientas. Sabe lo que busca. Es arquitecto y cazador.

En ‘La hierba errante’ cada imagen es casi un arquetipo. Podría hablar de la cortina de agua en la separación, del fuego de los cigarrillos que reúne, nuevamente, a la pareja; de la lluvia de pétalo o papel, inexplicable y mágica; de la impresión de vida descubierta en cada fotograma. De esa manera de mirar como hacia ningún sitio. Baste decir que si la perfección fuera posible, ‘La hierba errante’ sería una película perfecta.
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45 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
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