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Carta de amor (1953)

Carta de amor
98 min.
7,5
252
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Sinopsis
Un hombre triste y preocupado, Reikichi Mayumi (Masayuki Mori), encuentra un nuevo trabajo cinco años después del final de la Segunda Guerra Mundial. Él escribirá cartas de amor de otras personas. Sus ideas sobre el amor y sus principios personales serán probados cuando se reencuentra con su ex novia, Michiko (Yoshigo Kuga), una mujer con un pasado oscuro marcado por la guerra. (FILMAFFINITY)
Género
Romance
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Japón Japón
Título original:
Koibumi (Love Letter)
Duración
98 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Links
9
Pequeñas virtudes
Con sus mejillas perfectamente rasuradas y ojos absortos, Mayumi (Masayuki Mori) es como un niño melancólico. Su rostro es una máscara, pero bajo el velo de la inexpresividad se adivina la bilis negra que contamina su sangre. La película no presenta este mal desde una perspectiva psicológica, sino moral. Reikichi Mayumi ha optado por alejarse de la vida práctica y sus pequeñas corrupciones para mantenerse puro, intacto. Fiel a un pasado que solo existe en su mente, en forma de música, tiene la arrogancia del que mira el mundo a distancia, inmóvil mientras todo se agita a su alrededor.

Está la justificación de la guerra y la derrota, ¿pero acaso no las vivieron los demás? Su hermano pequeño, Hiroshi, que ha sido capaz de superar una infancia deshecha como la ciudad en que vivían, y se adapta a la posguerra con dinamismo (acompañado por notables movimientos de cámara). Su compañero de estudios, Yamaji, capaz de sacar rendimiento práctico a sus conocimientos de idiomas como una especie de alcahuete literario, y esto sin ponerse por encima de las mujeres que pagan por sus servicios –cuyas flaquezas observa como reflejo de las propias. Y ante todo esas mujeres, desde las más cómicas a las más dignas: como la que encarna Kinuyo Tanaka, sin ninguna necesidad de justificarse a sí misma frente a las críticas de Mayumi.

Quizá por haber trabajado como actriz, Tanaka concibe el trabajo de dirección como la creación de un espacio que los actores deben habitar, llenar de vida. Nunca parecen estar actuando; no hay ninguna distancia entre intérpretes y personajes. Más allá de su anécdota narrativa, la película traza un arco que, desde la espera y la ocultación inicial de la cara de la protagonista, Michiko (Yoshiko Kuga), nos lleva a ver cómo la máscara se rompe por la emoción; así aparece su verdadero rostro, iluminado por fogonazos súbitos que rasgan la penumbra. Y esto en una cultura en la que el decoro social prohíbe la expresión de los sentimientos, una sociedad que cultiva las “pequeñas virtudes” (como decía Natalia Ginzburg): el pudor en lugar de la sinceridad, el moralismo en lugar de la apertura al otro, la castidad en lugar del amor.
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6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
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