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Dogman (2018)

Dogman
102 min.
6,8
9.949
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Sinopsis
El dueño de una peluquería canina a las afueras de Roma se deja influenciar por un delincuente local hasta que su vida personal se complica y decide tomar las riendas de la situación. (FILMAFFINITY)
Género
Thriller Drama Crimen Drogas Perros/Lobos
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Italia Italia
Título original:
Dogman
Duración
102 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Coproducción Italia-Francia;
Links
Premios
2018: Festival de Cannes: Mejor actor (Marcello Fonte)
2018: 9 Premios David di Donatello: incluyendo mejor película. 16 nominaciones
2018: Premios BAFTA: Nominada a mejor película en habla no inglesa
2018: 3 Premios del Cine Europeo: Mejor actor (Fonte), vestuario y maquillaje
2018: Festival de Valladolid - Seminci: Sección oficial
7
Vida de perro
A finales de los 80, la crónica negra italiana se vio sacudida por el asesinato del boxeador Giancarlo Ricci a manos de Pietro De Negri, responsable de una peluquería canina. Según la versión oficial, De Negri secuestró, asfixió, mutiló y quemó el cuerpo de Ricci en el que está considerado uno de los crímenes más cruentos del país alpino. Otras voces aseguran que parte de esas atrocidades fueron cometidas post mortem, y que De Negri, que durante su encuentro con la policía estaba bajo los efectos de la cocaína, exageró su testimonio con datos que la autopsia posterior desmintió.

Tres décadas después, el director Matteo Garrone toma ese episodio en Dogman, una película que, contra todo pronóstico, no nace con vocación de esclarecer el caso original, ni tan siquiera con la intención de filmar una particular visión de lo sucedido. La Roma de los 80 es en pantalla pura atemporalidad: la trama sucede en un extrarradio inconcreto, en un barrio hostil en cuyas inmediaciones parece haber estallado una bomba, con varios kilómetros a la redonda de polvo, inmundicia y vacío. Y, sobre todo, De Negri-Marcello, por gracia del actor Marcello Fonte, se convierte en una figura extraña, inquietante a la vez que paternal, tanto con su hija como con un trasunto de Ricci-Simoncino que en la ficción es su colega, su camello y a la postre su perdición. Alguien capaz de mostrar un cariño inconmesurable por los perros que cuida y al mismo tiempo cometer las acciones más execrables con una doblez aterradora. En esencia, Garrone se inspira en el delincuente para descubrir al hombre, y de ese análisis surge una narración cortante, impúdica, inmisericorde, con un plano final que deja a su protagonista y a toda la platea a la deriva, en la soledad posterior de un crimen que puede que no obtenga castigo.

Hay que alabar la capacidad de Garrone por conseguir una atmósfera de inquietud constante, con un estallido violento final alejado de la hipérbole gore o del sensacionalismo que gastan los medios de comunicación. Todo en Dogman resulta doloroso, injusto, crudelísimo. También merece una buena nómina de aplausos Marcello Fonte, en cuyo saber interpretativo bascula la humanidad de De Sica y la rotundidad de todo el cine de su firmante. Únicamente puede cuestionarse a Dogman su condición de anécdota criminal frente a ese gran fresco del hampa que era Gomorra, como si Garrone no pudiera desasirse de los temas y los tropos, tampoco perfeccionarlos, de la que hasta la fecha es su mejor película. Tal vez por ello Dogman convence y a la vez sabe a ya visto. Una contradicción de la que queda un gran hallazgo: un personaje protagonista sin clichés que durante y después del visionado se impone como un misterio que pone los pelos de punta.

@CinoscaRarities, http://cachecine.blogspot.com
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130 de 139 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
Maltrato
Casi nadie es capaz de comprender o de encontrar una respuesta satisfactoria de cómo es que ciertas parejas en las que se produce maltrato – ya sea físico, psíquico o de cualquier otra índole – se puedan mantener por tanto tiempo unidas y sin romperse, sin que la víctima sea capaz de reunir la fuerza y voluntad necesarias para zafarse de ese vínculo dañino. Y si bien la trama de esta cinta nos propone un relato por completo alejado y en apariencia del todo diferente a la circunstancia antes descrita, en realidad todo su desarrollo nos está ilustrando esa nefasta y angustiosa dependencia que se produce entre maltratador y perjudicado, que encadena, como un castigo interminable, a un futuro sin esperanza y a un mañana sin consuelo. Asistimos aquí, con minucioso detalle recubierto de crueldad y congoja, a la penosa y hermética dificultad que existe para romper ese tipo de relación, tan infecunda como tóxica.

La tristeza que impregna todo el metraje es desoladora. La elección – consciente – de una fotografía apagada, bañada en colores ocres, casi mortecinos, sin brillo alguno y sin claridad diurna, nos subraya en todo momento que no existe ninguna vía de escape posible cuando nos ha atrapado una bestia feroz y nos devora poco a poco nuestra ilusión, nuestra autoestima y nuestra capacidad de oponernos. Transitamos un erial inhóspito y atroz en la más absoluta soledad e incomprensión. Esperamos, contra toda esperanza, que nuestros esfuerzos, nuestra lealtad, nuestros desvelos y nuestra buena fe se vean alguna vez recompensados. Esperamos, como niños indefensos y necesitados de amor, reconocimiento y amparo, que el canalla que nos tiene bajo su férreo control y su despótico dominio vea, por fin, la luz y valore nuestra sumisión, nuestros esfuerzos inhumanos, nuestras dilatadas privaciones y nuestro ciego empeño por darle siempre lo mejor y nos premie, como creemos que nos merecemos, por nuestra modélica conducta perruna. En vano.

Asistir durante dos horas a esta asfixiante experiencia del infierno machacón y salvaje de un ser en esencia bondadoso y afable, se hace difícil de presenciar y resistir. Va en contra de nuestra educación y nuestras creencias en donde la generosidad (aunque mal entendida) se premia y la vileza se castiga. Pero eso son tan solo meras suposiciones. La realidad es mucho más siniestra, rebuscada y falaz. Aguantamos porque esperamos el anhelado premio que alguien, alguna vez, nos hizo creer que obtendríamos. Pero cuando se nos rompe el corazón, el alma y la paciencia y tratamos, por una vez, de hacer entrar en razón al infame que nos ha sometido sin tan siquiera percibirnos como una persona digna de alabanza o consideración ya es tarde. Hemos perdido la batalla y permaneceremos para siempre condenados por nuestra ceguera.
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83 de 94 usuarios han encontrado esta crítica útil
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