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Tarde de otoño (1962)

Tarde de otoño
112 min.
7,8
3.139
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Sinopsis
Shubei Hirayama es un viudo que vive con una hija de veinticuatro años. Sintiéndose viejo y acabado, se da cuenta de lo injusto que es que la joven viva única y exclusivamente para cuidarlo y decide casarla. Aunque ella se resiste a abandonarlo, al final acabará haciéndolo. Entonces Shubei buscará en el licor del sake el refugio de la soledad, el consuelo a la angustia. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Familia
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Japón Japón
Título original:
Sanma no aji
Duración
112 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Links
10
Capturando la melancolía
El cine de Yasujiro Ozu no es espectacular, ni sorprendente. Siempre sé que me va a transportar sin prisas por su universo familiar, tan común y corriente como mi ropa de diario, como las gafas para la miopía que uso todo el día y a las que estoy tan acostumbrada que ni siquiera recuerdo que las llevo puestas. Tan cómodo como mis pijamas, tan llano como el agua del grifo, y al mismo tiempo tan sutil y profundo como esas heridas del alma que no se pueden ver pero que se sienten. Tan delicado como una caricia, tan elegante como un quimono de seda, y un observador que mira y escucha en silencio, permitiendo que todo se deslice suavemente hacia esa parte de nosotros en la que anida la emotividad.
Cada vez que veo una película suya, sé perfectamente que no me va a desmarcar con giros inesperados.
Y de todos modos, no me importa. Vuelvo a caer una y otra vez en la magia de su cine.
Porque él remonta lo cotidiano hacia lo sublime. Tiene ese don de transmutar lo prosaico en hermoso.
Ozu es un analista que ejerce una comedida neutralidad. Hace pasar ante sus cámaras, sin la menor estridencia, el espíritu del Japón de posguerra. Cicatrices de una guerra devastadora. La veloz recuperación de un país hasta hace poco destrozado, pero que ya va mostrando un floreciente avance hacia una calidad de vida cada vez más en alza. Costumbres del pasado e influencias de Occidente que conviven en armonía. Tradición y apertura buscan su pacífico acomodo en la sociedad.
La realidad de las películas de Ozu es la de unas calles por donde soplan los vientos del porvenir, trayendo aires cargados de promesas. Edificios con la ropa tendida en los balcones, callejones repletos de carteles anunciando en japonés y en inglés las especialidades de los comercios, transeúntes circulando hacia sus puestos de trabajo, hacia las tiendas, hacia los bares y restaurantes, hacia un destino que casi siempre es el mismo. Luces de colores que destellan en la noche, componiendo una oda a la modernidad y a la belleza de la mediocridad. Una ciudad que despierta cada día con ilusión, oyendo una música alegre que se acompasa con el ritmo de nuestros latidos.
Y en esa ciudad, familias y amigos que nada tienen de particular. Hombres maduros que cada anochecer, al salir del trabajo, se reúnen alrededor de una mesa baja, sentados en sendos cojines y compartiendo una cena regada con sake, vino y cerveza. Hablando de lo que todos los hombres de familia probablemente hablan: de sus esposas presentes o fallecidas, de sus hijos e hijas, del problema de ser viudos y tener a alguna hija soltera que no se casa por quedarse abnegadamente cuidando a su padre, de los posibles pretendientes para ella, de los hijos e hijas ya casados, los empleos de éstos y sus perspectivas de pronta paternidad o maternidad… Conversaciones distendidas en las que el sake es uno de los protagonistas, porque el alcohol es una de las maneras socialmente reconocidas de hacer más llevaderas las penas.
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9
El fabricante de tofu
“En las cosas que carecen de importancia, seguir la moda; en lo importante, actuar con ética; y en arte, ser fiel a uno mismo.”

Estas declaraciones de Yasujiro Ozu invitan a situar el arte casi fuera de este mundo: ni importante ni carente de importancia. El arte, más allá del concepto de finalidad o utilidad, es otra cosa. El arte, para mí, es un milagro.

Asombra la idea que tuvo el ser que, por primera vez, decidió fabricar un utensilio (un cuenco, por ejemplo, para contener el agua). Asombra aún más quien por primera vez adornó el cuento –una línea pintada, una figura– pensando que, de ese modo, lo hacía más bonito.

El hecho útil es signo de la Inteligencia –aunque no siempre para bien; la utilidad de unos a menudo choca con la de los otros–. El hecho estético es cifra de algo mucho más profundo: hunde su raíz en la Belleza. Belleza en un sentido amplio, que supera con creces la luz de la Razón.

===

“Siempre digo que soy un fabricante de tofu, que sólo hace tofu. Una misma persona no puede realizar películas muy diferentes entre sí. De hecho, no se come bien en un restaurante en el que hay de todo. Aunque parezcan idénticas a los ojos de los demás, mis películas expresan todas ellas cosas diferentes y encuentro en ellas intereses siempre renovados. Exactamente como un pintor que dibujara cada vez la misma rosa.”

Pequeñas variaciones que contienen, en sí, la propia vida.

===

‘El sabor del sake’ es la última película de Ozu. La cinta está impregnada de nostalgia. Una nostalgia seca, regada con alcohol. Un descreimiento sereno se adivina en cada fotograma. Un descreimiento casi resignado, con pinceladas de ironía.

“Volverse hacia la existencia con la mirada de quienes están al borde de la muerte, es como hablar a la gente desde su propio testamento.”

En estas palabras de Kiju Yoshida encuentro el tono de la cinta. Palabras que nos sitúan a un paso del ‘bushido’ o camino del guerrero. Vivir, filmar, como del lado de la muerte. Sin temor a perder lo que, de antemano, está perdido.

Sostiene Yoshida que, en la etapa de madurez de Ozu, “es evidente que no somos nosotros los que miramos sus películas sino que son sus películas las que nos miran a nosotros.”

¿O es que el vacío nos devuelve la mirada?

A diferencia de otras de sus cintas en color (‘La hierba errante’, ‘Buenos días’) ‘El sabor del sake’ me produce siempre una impresión de gran tristeza. Por encima incluso de lo razonable. Pienso en el pequeño drama del viejo profesor; en el esbozo de un amor que, antes incluso de empezar, ya es cosa concluida; en las menciones, tragicómicas, de la guerra; en el horizonte de la soledad de un padre sin esposa e hija…

Y no, no es suficiente. Quizás la verdadera clave esté en la biografía del propio director.

Su madre, con quien había pasado toda la vida (Ozu nunca se casó) y a quien estaba tan unido, murió en 1962, durante el rodaje de ‘El sabor del sake’. Muy afectado, compuso en sus diarios un poema:

Bajo el cielo, la primavera en flor.
Los cerezos maravillan.
Al volver, me noto distraído, y pienso en ‘El sabor del sake’.
Las flores de los cerezos están arrugadas como trapos.
El sake es amargo como un insecto.
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