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Happy End (2017)

Happy End
110 min.
6,1
4.145
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Premios
2017: Festival de Cannes: Sección oficial
2017: Premios del Cine Europeo: Nominada a Mejor actor (Trintignant) y Actriz (Huppert)
8
Cualquier final sólo puede ser feliz
Una muerte, una agresión física, una infidelidad, un accidente laboral, dos intentos de suicidio, varias confesiones terribles y un final imposible de olvidar. Feliz, tal vez. Así podría resumirse "Happy End", una película que funciona como compendio de toda la filmografía de Michael Haneke y al mismo tiempo como una autoparodia de su estilo. Los acólicos del director encontrarán referencias a "Amour", al peso de la tecnología que veíamos en "Caché (Escondido)" y a los parentescos rotos, crudelísimos incluso, que se colaban en nombres como "La pianista". Todo, cómo no, con planos estáticos, diálogos en off y una mirada voyerista.

Haneke ha construido su cinta más conceptual, un tanto opaca, complicada incluso para los férreos defensores del austríaco. Para quien escribe, un absoluto disfrute. Probablemente la mejor comedia, acaso la única, del genio europeo. Socarrona, negra, hiriente. A expensas de una burguesía extraña, cuyos vínculos no quedan claros hasta bien entrada la función. Cortada, para más inri, con escenas de chats, mensajes en redes sociales y grabaciones de smartphones, momentos que funcionan como contrapuntos bizarros de todo lo visto.

"Happy End" no concreta nada y lo abarca todo. Une el devenir del personaje más anciano (Trintignant, sublime) con el de la más joven (Harduin, toda una revelación), como si con el paso de las generaciones nada hubiera evolucionado, sólo degenerado. Un contexto en el que cualquier intento escapista se intuye como la estrategia más lúcida, y la muerte, paradójicamente, como la resolución más feliz. Así, Happy End se impone como uno de esos misterios fascinantes a los que nos gustará volver en futuros visionados. Una película que sabe a cambio y a resumen. A la crónica de un apocalipsis anunciado. A despedida. A enésima obra maestra del director más importante de nuestros tiempos.

@CinoscaRarities http://cachecine.blogspot.com
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46 de 56 usuarios han encontrado esta crítica útil
6
Buddenbrooks à Calais
Con frecuencia las señales de la felicidad externa y perceptible, los indicios del encumbramiento, aparecen cuando en realidad todo camina ya hacia el ocaso.
Thomas Mann – Los Buddenbrook

Un compendio de su obra, un collage de autoreferencias. Más allá de los evidentes lazos argumentales que unen a Happy End con el resto de su obra, spin offs incluidos (y de los que dudamos que pretendan crear un Universo Haneke que compita con el de Marvel), encontramos en el último film del director austriaco una pequeña summa de sus tesis narrativas en estos 30 años de carrera, una obsesión por la puesta en escena que le diferencia de muchos de sus contemporáneos, para bien o para mal: planos subjetivos, lentes de móvil, uso de (falsas) cámaras de seguridad, etc. una pléyade de fuentes que intenta imitar a la realidad, ser...seguir siendo una especie de objeto de su tiempo.

¿Y cuál es el tiempo que quiere retratar Haneke? Pues el de siempre, el de la crisis burguesa que lleva filmando treinta años, lo cual es, digámoslo ya, claramente paradójico, los muertos que Haneke mata gozan de buena salud. Al igual que la novela de Thomas Mann con cuya cita abrimos este texto, Haneke utiliza, para ejemplificar el decaimiento burgués, la historia de una familia de industriales en una ciudad costera (en la novela la muy hanseática Lübeck, en el film Calais) empobrecida por la falta de impulso generacional, destinada finalmente a la extinción.

Por supuesto no hay muchas alegrías en las imágenes de Happy End, y el largo dedo acusador de Haneke señala a todos y cada uno de los personajes que pueblan la pantalla. Cuando no son culpables por el simple hecho de su pertenencia a una acomodada cuna, lo son por el perverso mensaje que reciben (y tratan de imitar) desde las redes sociales. Suponemos que nada de esto será una sorpresa, Haneke nunca ha sido lo que podríamos decir un optimista y, pese a que el empeño formal antes mencionado le hace diferenciarse de algunos de sus colegas de mirada torva, empezamos a notar evidentes signos de agotamiento. Justo como si fuera un Buddenbrook, exactamente como un burgués acomodado.
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25 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
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