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La biblia de neón (1995)

La biblia de neón
91 min.
6,3
268
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Escena (INGLÉS)
Sinopsis
Mientras viaja en tren, un joven piensa en su vida y en su ostentosa tía con la que pasó algunas temporadas. Son los recuerdos de un muchacho campesino de los años 40. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Familia Años 40
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Reino Unido Reino Unido
Título original:
The Neon Bible
Duración
91 min.
Guion
Fotografía
Compañías
Premios
1995: Festival de Cannes: Nominada a la Palma de Oro (mejor película)
1995: Festival de Valladolid - Seminci: Mejor fotografía.
10
10 Mandamientos Neónicos
1- Como Madre de un Escritor gordito y fracasado, esperarás decentemente a que tu hijo muera suicidado por inhalación gaseosa excesiva y después conseguirás vender los derechos de su graciosa novela que se traducirá incluso al esperanto. Dejarás que su primera novelucha, La Biblia de Neón, sea llevada al cine por cierto autor inglés que desconoces quién es, pero te han dicho que es gay. En ambos casos, te embolsarás unos cuantos folios reverdecidos y troceados.

2- Como Realizador henchido de una fina sensibilidad "feliz" -muy afín, el/fectivamente, a la fina sensibilidad de Murnau, Pabst o Jarman ("felices" como el Jesús Neónico)- llevarás a cabo filmes de una belleza inusitada y que producirá picnolepsias en el respetable. Trabajarás tu plano como un Cuadro, serás Dios de la Luz y, sobre todo, tendrás el Tiempo.

3- Real Time Trade Mark. Coserás las secuencias como la memoria cose los recuerdos: subrepticiamente. Tus movimientos serán los de la Eternidad, sin Arriba ni Abajo.

4- Adorarás el Respeto por la Duración y la Fuerza Eyaculatoria del Ojo.

5- Poseerás la Mirada del Niño, en un estadio hermafrodítico presexual, capaz de entrever incluso en el desierto o la niebla.

6- "El Tiempo es un Círculo" -musitó el Enano. Como Niño, tu Mirada Circular se convierte en una elipsis aplastante (según la definición del Apóstol Bernardo Soares "Pessoa 3" de la Elipse como Círculo desdoblado infinitamente). Tendrás el don de la Fundición, del Encadenamiento y el Pasaje: inventarás, tú solo y cada vez, el Movimiento Primigenio y el Asombro.

7- Hablarás, siempre, del Tiempo y la Muerte. Extenderás, de forma sincopada y sin fin, la ineluctancia y el Complejo Moira. Te trasladarás en tren: y al hacerlo, sabrás que la definicón de Metáfora es Transporte, y cavilarás sobre ello.

8- Oirás músicas que no pertenecen a ninguna voz, atávicas y antediluvianas; los coros ascenderán del propio centro de la Tierra: primero sólo tú los oirás. Después, dejarás que lo hagamos los demás.

9- Tus Actos y tus Obras serán una lección de sublimación dinámica (aunque nunca te atreverás a leer la Crítica del Juicio kantiana y desentrañar lo que es, bajo ningún concepto, o perderás tu condición jesuítico-neónica de inmediato): trascenderás el Principio de Individuación, ascendiendo a los cielos.
9B- Si bien, tu primera Gran Obra, la rodarás en blanco y negro, la dividirás en tres partes, la titularás muy crípticamente "Trilogía" y será un filme de 10 (EXCELENTE), pero nunca aprecerá en ese Espacio Virtual que es la AfinidadFílmica.

10- No matarás a Dios. Sencillamente, ocuparás su lugar, viniendo como luz (de neón).
Serás el Hijo De la Luna Voy. Dirás: Heme aquí.
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15 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
9
La vida como una pantalla de posibles, o cubierta con engaños que camuflan agujeros negros
‘No había nieve, no, no ese año’ nos dice la voz de David (Jacob Tierney), el chico protagonista, de quince años, de la sublime La biblia de neón (The neon bible, 1995), aunque la imagen nos indica lo contrario. ¿O no? Porque la configuración del encuadre resulta cuando menos singular: a la derecha, David, cuando tenía diez años, en el interior de su habitación, y a la izquierda, la nieve cayendo en el exterior. Dos espacios separados, interior/exterior, y a la vez unidos, conjugados, en el encuadre, como la realidad (lo real) y la mente (la imaginación) como en el cine de Davies se conjugan, el espacio de la memoria (emocional), de la evocación, que no deja de ser imaginación, ya que al ordenar, articular, los componentes, para intentar de dotar de una sentido la construcción narrativa, reflexiva, evocativa (de un relato, de una vida), se parte de la impresión emocional, de una huella (transfigurada al convertirse recuerdo), no del registro de lo exacto, que es exudación de neutralidad: la experiencia es cómo que se vive, no lo que sucede. En el cine de Davies el recuerdo pervive como un poema, una emanación de un espacio interior que transfigura con el pincel del artificio (celebrativo: el la mirada que hace música de su relación con la realidad), como delata ese plano, y la misma introducción de la obra, que no oculta su condición de (espacio de) artificio: la imagen del vagón de un tren, con el fulgor blanquecino de la luz tras el mismo (como el de un proyector: cine y tren, el arranque de la imaginación, de la vida, del cine); y un plano de David en el interior del tren, como si estuviera solo, como si fuera su mente (nos sumergimos en sus recuerdos, en su evocación).

Es un espacio que rehúye el convencional realismo, como la narración el desarrollo de una ortodoxa trama, ya que la hilazón emocional es la que vertebra la narración cual canto, la inmersión en una mirada, la de David, la del propio Davies, cuya refinada elaboración de encuadres, de momentos, de transiciones, de movimientos de cámara, ha sido igualada por pocos, quizá Ophuls, Hitchcock, Ozu, y algunos, no muchos, más. En especial, dos cineastas con los que se puede apreciar notorias conexiones, como John Ford y Andrei Tarkovski. Su cine, como el de Terrence Malick (cuyo cine también parece derivar del entre ambos cineastas), es un cine de poesía que brota de unas entrañas. Sus tres primeras obras hendían la carne del celuloide en los propios recuerdos, o inspirados en su vida e infancia en Liverpool, como reflejaban las prodigiosas Trilogy (1978-1983), Voces distantes (1988) o El largo día acaba (1992). Aunque aquí nos encontremos a fínales de la década de los 30, e inicios de los cuarenta, en el sur de Estados Unidos, y se adapte la primera novela de John Kennedy Toole (que el mismo Davies adapta) no varía demasiado la música narrativa en La biblia de neón. Cambia el espacio, el contexto, pero la ecuación no varía: imaginación y sueños en contraste con las privaciones y precariedades de la vida, mirada de alguien en proceso de formación, un niño, una narrativa elíptica que conjuga, asocia, momentos que definen un modo de vida, una circunstancia emocional...

Pocas obras como la suya hacen sentir la impotencia de las palabras para lograr transmitir la hondura y la elevación de su cine, que se escurre entre las manos, o que se fuga, como el viento que agita unas ramas tras las ventanas de una habitación en la que muerte ha hecho acto de presencia, a la par que ha propiciado un giro radical en una vida, hacia lo incierto (tren que surcará el encuadre, el horizonte). Ilusión y decepción, la realidad y sus sombras, y sus penalidades, sus frustraciones y sus falacias. La cámara penetra en la oscura hendidura de una carpa, y la transición se realiza desde esa oscuridad para ahora abrir el encuadre y mostrarnos a los espectadores, en el interior, sentados a la espera de la entrada del predicador, alguien, al fin y al cabo, que es un agujero negro que sólo quiere aportar un espejismo de luz para apropiarse de su dinero. Muere el padre de David en la guerra, y la madre, Sarah (Diana Scarwid) pierde la razón, se trastorna irreversiblemente. La hermana de Sarah, Mae (Gena Rowlands) confiesa que los hombres de su vida la convirtieron en mercancía, tras engatusarla con promesas que eran también, como las del predicador, agujeros negros. Pero no hay amargura en su talante, sino que siempre prima el ánimo voluntarioso que no se queda atrapado en la red de las añoranzas del pasado cuando era joven y admirada en los locales que cantaba aunque no fuera el canto su principal cualidad. La madre, Sarah, se escombra en su pena, incapaz ya de encontrar ninguna luz. Mae, curtida ya en los baqueteos de la vida, sabe reconstituirse. En sus venas vibra el canto y la danza, el arte que aún resiste, como buen junco flexible, a las agresiones de la vida (la hermosa secuencia en la que canta, acompañada de un trío de músicos, o danza, con otras mujeres, tras que los hombres se hayan ido a la guerra).
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