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Angel Guts: Night Is Falling Again (1994)

Sinopsis
Nami es la mujer de un policía de narcóticos asesinado en cumplimiento de su deber. Sorprendida de que su marido, en lugar de ser enterrado con honores, ha sido acusado de relacionarse con el crimen organizado. Para limpiar su nombre, Nami intenta introducirse en la yakuza, pero pronto es víctima de una brutal violación que le incita a cometer suicidio. Lo evita un policía llamado Muraki, junto al que trabaja para tratar de resolver el caso. (FILMAFFINITY)
Género
Thriller Yakuza & Triada Erótico
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Japón Japón
Título original:
Yoru ga mata kuru
Duración
109 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Grupos
Angel Guts
8
Por la vida de una mujer
Una pobre desahuciada de su propia existencia y un gángster torturado harto de todo lo que le rodea; dos seres perdidos en la oscuridad y reunidos en ella, protagonistas de una tragedia humana cuyo final son incapaces de vislumbrar...

En 1.993 Takashi Ishii consigue su primera obra importante como director de cine, "A Night in Nude", que incluso es aplaudida en el Festival de Sundance; poco después va a retomar un proyecto de largo aliento que empezaría, en su rol de guionista, casi dos décadas antes para la productora Nikkatsu: adaptar a la pantalla su conocida saga de mangas "Tenshi no Harawata". De hecho su carrera tras la cámara la inició encargándose de la 7.ª entrega de la serie ("Akai Memai"); ha pasado el tiempo y va a dedicar a realizar las dos últimas en el mismo año, siendo "Yoru ga Mata Kuru" la mejor de ellas (aunque nunca se la consideró de la saga original).
Por ello, como ha hecho y como seguirá haciendo en futuros títulos, vuelve a disponer una historia que envuelva a sus habituales Muraki y Nami (quienes también están en "A Night in Nude"). En esta ocasión regresa al universo del policíaco, dejando a la segunda como feliz esposa de un agente gubernamental (Mitsuru) trabajando de incógnito en el seno de los Ikejima, una infame organización yakuza; pero su guión no presta mucha atención a sus pesquisas, en su lugar lo aparta y cede el protagonismo a la mujer. Típico de Ishii, ella sufre las iras de un destino cruel que primero la conducirán a una inopinada evolución para más tarde revelarse contra él.

El cineasta compone sus escenas con la cámara como si esbozara las viñetas en uno de sus mangas; su estilizada y muy detallista técnica visual, y gracias a que cuenta con unos excelentes operadores (Yasushi Sasakibara y Norimichi Kasamatsu) logra sumergirnos en las entrañas de un mundo ubicado al margen del real, un mundo de sombras y monstruos residiendo en ellas, de sudor y sangre supurantes, de fuerte olor a sexo, drogas y alcohol. Atmósferas enfermizas donde predomina la presencia del negro, el rojo y el azul como parte de una simbólica sinfonía de colores.
Nami las cruza por medio del acto de la humillación y la violación, donde mejor sobresale el modo en que aquél desea hacernos partícipes del horror humano: enfoca la violencia en el centro del encuadre, alrededor miseria y oscuridad, y sostiene el plano firmemente, hasta producirnos esa sensación de asfixia invasiva en relación a la ausencia de vías de escape (el encuadre hace la función de la viñeta en el cómic, delimitada por las "calles"). Esta fascinación por los escenarios, las luces, los colores y el estilo, de puro "neo-noir", ayuda a la simplicidad narrativa del film, que viene a describir el viaje de una mujer obsesionada por la venganza.

Pero un viaje donde ella será sólo una presa de los hombres que asesinaron al marido, y posteriormente arrastrada a su mundo de extrema violencia e injusticia, lo que significa entregarse a una degeneración física y emocional (esta resignación crujirá los intestinos a más de uno); si se tratase de Kitano el retrato de la yakuza atisbaría trazos de humor negro y humanismo, pero Ishii carece de humor y observa a esos gángsters como lo que son: bestias sedientas de poder y despiadadas sin justificación alguna. La transformación paulatina de Nami, que llegará a convertirse en la amante del jefe Ikejima, evidencia esta deshumanización.
En esta parábola existencial destaca la presencia de Muraki, presentado como un extraño entre sus brutales y sanguinarios compañeros (lo cual genera sospechas sobre su identidad desde el primer momento...), quien toma parte misteriosamente, hechizado por la mujer u obligado a protegerla. La trama juega a esta tortura romántica: la de la continua separación y reunión de estos todavía inconfesables amantes, a través de un entramado de escenarios de corrupción, suciedad y violencia, ocultos en la noche, que parece perpetua, bajo los resplandecientes neones.

Llegará a escorarse la historia a esferas de pura abstracción tras rescatar Muraki a Nami y retenerla contra su voluntad hasta hacer que recupere la cordura; durante este "impasse" Ishii vuelve a dejar claro su maestría en la creación de ambientes desquiciantes y su obsesión por los abismos transformados en dimensiones de pura sensorialidad a través del hedor de la carne, los trastornos psicológicos y los deseos sexuales, materializados en el espacio como elementos tangibles del mismo. También sirve para deleitarnos con las demoledoras actuaciones de Yui Natsukawa y el gran Jinpachi Nezu y la química que poseen, que hace arder la pantalla.
En realidad a "Yoru ga Mata Kuru" la componen dos partes, una romántico-trágica y otra propia del cine clásico de yakuzas, que convergen por esa poética de la fatalidad tan propia del cineasta, un anillo de Moebius cuyo final se une al principio en un círculo infinito de dolor y desgracia, y los personajes están atrapados en él, sin posibilidad de escape, todo para finalizar en un enfrentamiento visceral sobre la azotea de un edificio que desde luego es uno de los momentos más poderosos en la carrera del director. A sus órdenes también están un Minori Terada desagradable en exceso y sus habituales Kippei Shiina (genial de psicótica mano derecha del jefe) y Naoto Takenana (éste en un inesperado cameo).

El nativo de Sendai consigue lo que quería, una fábula "neo-noir" abrasiva, sádica y atroz, de amores rotos, mujeres fuertes y hombres débiles y deudora en esencia y en su concepción visual de Friedkin, Cronenberg, Imamura, Oshima o Peckinpah.
Termina así con su longeva saga "Tenshi no Harawata" y se prepara a dar un gran salto, del cine independiente a las producciones de altos presupuestos, con su obra maestra definitiva, y por ende la más famosa: "Gonin".
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