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El tren de las 3,10 a Yuma (1957)

El tren de las 3,10 a Yuma
88 min.
7,5
3.753
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Sinopsis
El azar obliga a un pobre campesino a sustituir al sheriff para escoltar a Ben (Glenn Ford), un peligroso delincuente, que es, además el jefe de una banda de temibles forajidos. Tras cometer un asesinato, Ben es apresado y escoltado hasta un pueblo, por donde pasa el tren que debe llevarlo a Yuma (Arizona) para ser juzgado. Mientras tanto, su banda prepara su rescate. (FILMAFFINITY)
Género
Western
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Estados Unidos Estados Unidos
Título original:
3:10 to Yuma (Three Ten to Yuma)
Duración
88 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Grupos
Adaptaciones de Elmore Leonard
Links
Premios
1957: Premios BAFTA: Nominada a mejor película
"Daves fue un cineasta modesto pero sobrado de talento, que filmó en los cincuenta un puñado de obras maestras, como este maravilloso western. Una puesta en escena de brillantez inaudita, cercana al modelo expresionista, redondea la función"
[Diario El País]
5
5
Positiva
0
Neutra
0
Negativa
10
Medalla roja al valor
Cuando comienza un western, una gran panorámica del Monument Valley o del clásico desierto norteamericano siendo surcado por una pequeña diligencia perdida en la inmensidad del monumental paisaje que tenemos ante nosotros. Probablemente, luego sonará el tema principal de la película y nos dispondremos a ver llegar a dicha diligencia a un pequeño pueblo del oeste, con su cantina, su salón y su burdel, además de una iglesia si es un pueblo sacado de una cinta fordiana. El tren de las 3:10 es un western de esos llamados psicológicos en los que presenciamos un tenso thriller camuflado de película del oeste, pero en la que la acción transcurre en un corto período de tiempo, y donde se huye de los grandes espacios abiertos y panorámicas que aprovechan todo el potencial del cinemascope que proporciona habitualmente este género para resguardarse en pequeñas casas y habitaciones asfixiantes que ahogan a los personajes encuadrados en frenéticos primeros planos, adentrándolos en situaciones extremas que suelen concluir con un catártico final en consonancia con toda la tensión acumulada. ¿Qué diferencia, por tanto, a la brillante cinta de Delmer Daves del clásico fordiano, aún teniendo un comienzo que podría catalogarse de prototípico, o de la hawksiana Río Bravo, con ingredientes parecidos? Quizás ese desencanto y ese cinismo que transmite el guión, esos personajes que se mueven por dinero y por dignidad más que por bondad, la interrelación y empatía que se establece entre el protagonista y el criminal, y la increíble puesta en escena del realizador, quien entrega aquí un ejercicio de estilo cercano al expresionismo alemán que anticipaba ese western crepuscular que tanto furor causaría de los años 60 en adelante, y que tan alejado estaría en ideales del western clásico que inauguró Ford con La diligencia.

Es un viaje interior de un perdedor buscándose a sí mismo para probar su valentía tras haber sido humillado ante sus hijos por ese matón con más pinta de miembro de la mafia calabresa que de cowboy interpretado de forma portentosa por Glenn Ford. Y es que aquí, el personaje encarnado por un magnífico Van Heflin no busca la gloria, si no dinero, lo que le hace colocarse en una posición que no dista demasiado del criminal Ben Wades. El contraste con el héroe clásico es notable, y esa figura del caballero andante que detenía solo al malvado se borra de un plumazo en la sensacional secuencia de la detención al comienzo del peligroso ladrón. Visto esto, la cinta nos sitúa en un interesante punto en la que el personaje de Ford tendrá un aire que, si no es más romántico y honorable, si que pone en un aprieto al espectador debido a la extraña dualidad entre bien y mal que lleva consigo, siendo un personaje con una moralidad un tanto dudosa, capaz de asesinar a alguien pero pedir para dicho cadáver un entierro digno en su ciudad. Es alguien con sus propias reglas, un código propio.
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60 de 67 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
Deteniendo el tiempo
Pendulaba el tiempo mientras el pistolero Ben Wade (Glenn Ford) y el granjero Dan Evans (Van Heflin) comenzaban el enfrentamiento. Wade se mostraba seguro, sonreía con sorna, tentaba a su suerte y a la del contrincante. Evans sudaba a mares. Estaba nervioso, irascible y con ganas de ser tentado. El granjero miraba el reloj. Una vez, dos veces, una más. La escopeta se le resbalaba de las manos y no quedaban razones para seguir con la empresa.
Wade tumbado.
Evans sentado.
¿Qué hora es? Y Daves deteniendo un tiempo ya de por si escaso.

No escucharemos espuelas, ni buscaremos el contraplano del rival. No pasarán los gallos por al lado, ni veremos el sol abrasador . El duelo si no lo dije, se da en la habitación de un hotel. En cuento a narrativa, quedaría mejor decir en la barra de un bar, y de paso, evitaríamos malos entendidos. Pero lo cierto es que todo acontece en la habitación de un hotel. ¿Todo? Bueno, quedan para el recuerdo los planos desde la ventana o la acción fuera de cámara mientras Daves se empeñaba en captar cada pliegue de la cara de nuestros contrincantes. Porque los sonidos cuentan en el cine, y no sólo para asustar.

En la barra de un bar, nos quedan apenas unos pequeños segundos, donde dos caras se esfuerzan por entrar en un minúsculo plano. Pude notar, y parecerá una estupidez pero cierto es, como Ford echa el aliento a Felicia Farr. Pude notar, y parecerá una estupidez pero cierto es, como Felicia Farr abre la boca para coger ese aliento, como quien abre los ojos para fotografiar su pequeño mágico momento. Yo los tenía bien abiertos.

En la barra del bar se donan monedas de a dos. ¿Por qué? Por el tiempo perdido, por ejemplo.

Y de nuevo deteniendo el tiempo.

¿Qué hora es? Cada minuto, cada plano, cada suceso queda congelado. Un rostro cubierto por un periódico y unas botas sobre un sofá... tic, tac, tic, tac... Cada minuto, cada sonido queda congelado. Como el primer rayo. Ya lo dije, no quedaban razones para seguir. Esa es la razón. Sólo a veces, cuando no queda nada por lo que luchar, cuando todo parece indicar que la empresa es absurda y sin sentido, es cuando sale lo mejor de la naturaleza humana.

¡En menudo lugar voy a citar a la naturaleza humana...!

Sí, en el lejano Oeste.
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33 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
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