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Banba no Chûtarô (1955)

Película completa (JAPONÉS con subtítulos en INGLÉS)
Sinopsis
En un tiempo indefinido del Japón feudal, Chutaro vagabundea sin rumbo fijo por bosques, montañas y pueblos con un objetivo en mente: encontrar a la madre que le abandonó con tan solo 5 años en la lejana Banba. En esta desesperada búsqueda le ayudará la hermana de su fiel amigo Hanji, pero en el camino no deja de tropezarse con los vengativos secuaces de un poderoso daymio al que asesinó.
Género
Drama Japón feudal
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Japón Japón
Título original:
Banba no Chûtarô
Duración
86 min.
Guion
Compañías
8
El melancólico viaje de Chutaro
Un hombre sin nada que le pertenezca en una tierra feudal lúgubre que únicamente se mueve por la violencia y la codicia, embarcado en un viaje con un destino, quizás increíble: encontrar sus raíces y reparar su pasado.

Si por ejemplo un fan de Ozu que sólo le conociera por sus dramas costumbristas de cámaras estáticas se aventurase a investigar su primera etapa (donde hallamos comedias estudiantiles o historias de detectives y delincuentes) seguro que acabaría sorprendiéndose. Exactamente eso pasa con su coetáneo Nobuo Nakagawa, quien mucho antes de afiliarse a la fantasía y al horror y convertirse en un maestro del género, se perfeccionó como artesano y dejó su buen oficio en muchos otros tipos de cine desde que empezara allá por los años '30.
Ya llevaba unas dos décadas de carrera y había pasado con éxito su etapa de posguerra cuando le encargan una nueva adaptación para el cine de "Mabuta no Haha", de las más conocidas novelas de Shinjiro Hasegawa, genio del drama histórico y la tragedia familiar (como muchos de sus textos, éste trata sobre la eterna búsqueda materna, pues con ello reflejaba el triste abandono de su propia madre a su más tierna infancia). La primera versión la realizó en 1.931 un esencial del "jidai-geki", Hiroshi Inagaki, con una jovencísima Isuzu Yamada; en esta ocasión está como protagonista nada menos que Tomisaburo Wakayama.

Aunque en aquel entonces era más conocido como Masaru Okumura, un joven de unos 26 años experto en artes marciales y dominio de la espada y que venía de familia de actores (de hecho su hermano era el gran Shintaro Katsu) preparado para dar el salto a la gran pantalla gracias, precisamente, al film que nos ocupa, cuya historia se inicia en un indeterminado momento de la corta era Kaei (1.848-1.854). Si algo posee Nakagawa es una destreza envidiable en cuanto a puesta en escena y composición técnica, algo que brillará sobre todo en las secuencias de combates tanto en escenarios naturales como en interiores.
Pero "Banba no Chutaro" no es, como pudiera parecer, un "chambara", ni debe inscribirse entre las usuales aventuras épicas de la época; el director y Shintaro Mimura se mantienen fieles al libro y se disponen a narrarnos el largo, cansado y peligroso viaje de un pobre desgraciado que sólo tiene su espada para defenderse y un puñado de ryo para entregárselos a la madre que durante mucho tiempo lleva buscando. Se hace hincapié así en la figura materna ausente y en el anhelo de recuperarla, que se extrapolará a diferentes personajes (empezando por Hanji, amigo casual del protagonista a quien salvará del ataque de unos ronin sanguinarios).

Ésto se refiere a la subtrama que cruza toda la historia, donde los secuaces de un daimyo asesinado por Chutaro (algo que se podría entender como una figura paterna arrebatada) buscan venganza desesperados. Con el último cruzando montañas, valles y pueblos, no sólo se desarrolla una intensa cacería, sino un melodrama atravesado de amargura donde Nakagawa incluso rebasa los límites de lo emotivo; en constante conflicto estarán los valores del honor, la honestidad, la honradez y el respeto a la familia y la tradición, mientras el joven Wakayama, sorprendente en sus escenas de acción, se pone en la piel de un anti-héroe marcado por el sufrimiento, la culpa y la angustia existencial.
Más cerca de Zatoichi que de la legión de guerreros modernos oportunistas nacidos de la costilla de Sanjuro, este Chutaro es incapaz de matar sin sentir después el peso del alma de aquel al que desgaja con su katana, no así habituado a la vida de ronin errante y violento para sobrevivir en lo que parece ser una tierra ahogada por la cobardía, la injusticia, la depravación y el nihilismo (¿una aguda imagen feudal de los huérfanos de posguerra?). Onui, hermana de Hanji, le sirve de guía en su largo peregrinaje, que será interrumpido por diversos encuentros con pintorescos personajes (todos, absolutamente, sin un pasado familiar al que aferrarse...).

Pero Nakagawa, pese al marcado sentimentalismo de su fábula, no acaba sucumbiendo a ingenuas esperanzas que la terminen en una conclusión feliz; al final la imagen de la madre que queda es la que persiste en la memoria, pues el tiempo y la sociedad corrompen a la gente, la hacen recelosa y susceptible y logran congelar sus corazones para siempre. Isuzu Yamada regresa, 24 años después, para encarnar ahora a esa madre fría y distante, la que en imagen física jamás podrá sustituir a la mental; el cineasta nos sacude con un encuentro terrible y desgarrador.
Uno de los momentos donde se ha de elogiar su naturalidad a la hora de mostrar el drama de personajes, pero es durante ese desasosegante clímax (que siguiendo el camino de la fatalidad, tan presente en la historia, se repite la situación del principio) cuando hace gala de todo su talento (con Chutaro, tras la pelea, escondiéndose de su madre (el pasado que hay que olvidar) y evitando ser visto por Onui (el futuro al que no se puede aspirar) para elegir una existencia presente y errante). Poética descorazonadora de la soledad y el que podría haber imaginado el Mizoguchi más inspirado.

No sólo éste, de principio a fin "Banba no Chutaro" goza de una puesta en escena evocadora, sensible en sus instantes de carga dramática y psicológica, sumamente áspera en sus instantes de violencia, pero sobre todo de una gran belleza formal muy preocupada del detalle por el escenario interior y natural (las secuencias nocturnas revelan a un maestro de las imágenes) y los movimientos.
A Wakayama y una maravillosa Yamada en un papel repelente acompañan Koji Mitsui, una preciosa y genial Yoko Katsuragi, el bueno Hisaya Morishige en uno de los personajes más interesantes (propio del teatro kabuki), la veterana Hisako Takihana y el también muy joven Tetsuro Tanba. Estamos ante un drama feudal insólito para el director y el propio género, oscuro y agrio en sus conclusiones, poético y atroz, una rara joya que desde luego influenciaría a futuros títulos.
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