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Crítica de Antonio Morales
Tarragona, España
8
Barton Fink
Barton Fink (1991)
  • 7,3
    26.349
  • Estados Unidos Joel Coen
  • John Turturro, John Goodman, Judy Davis ...

Escribir películas

6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Vigor e inteligencia presiden esta película de los Coen, una ácida fábula sobre los problemas de un autor teatral neoyorquino que conoce el éxito en las tablas y es contratado por Hollywood como guionista para que escriba la nueva película de Wallace Beery. Llena de carga interior, la película plantea y desarrolla de forma brillante, la odisea del escritor, sometido a las leyes del mercado hollywoodiense, ofreciendo momentos memorables donde destaca el papel del escritor alcohólico en clara alusión a William Faulkner, las conversaciones entre Barton y su vecino de habitación de hotel, un excelente John Goodman y los momentos de soledad del escritor de origen judío aislado en su cuarto, en un hotel agobiante ante su máquina de escribir, enfrentado no sólo a la página en blanco sino al horror de la servidumbre, de la dependencia económica y al mismo tiempo de un sentimiento angustioso en la ciudad de Los Ángeles que no se nos muestra.

“Barton Fink” es un film tan magnífico como desconcertante, propio de la pareja más creadora y excéntrica del cine actual, los hermanos Coen, uno en la dirección, otro en la producción y habitualmente juntos en el guión, perpetran una opaca fábula minimalista sobre la época dorada del cine americano de los años 40 y sus excéntricos magnates, en este caso la ficticia Capitol films. Un genial Michael Lerner encarna a un prototipo de Harry Cohn de la Columbia o un Louis B Mayer de la Metro, que ha contratado a un escritor que busca reencontrarse a sí mismo escribiendo dramas sociales del hombre de la calle, mientras le encargan un guión para un maldito film de lucha de serie B. Pienso que la clave del film no sólo reside en ese papel en blanco, también en ese papel de la pared que se desprende de la humedad del cuartucho claustrofóbico donde afloran sus demonios y obsesiones.

Los Coen aúnan poética visual y cierta reflexión existencialista, centrada en el pathos del conocimiento y el misterio del arte sin caer en la petulancia y sin descuidar el espectáculo con ese humor hebreo tan singular. “Barton Fink” se adentra en un universo cinematográfico tan lúgubre e inquietante como rico en significados filosóficos, en sensaciones y texturas emocionales, cuya puesta en escena juega a fondo con la baza de la subjetividad. El intelectual críptico, desgarrado, de ideas someramente izquierdistas enfrentado a la frivolidad y al despotismo de una potente industria ferozmente conservadora. Desde que Barton pisa el Hotel Earle, nos convertimos en prisioneros de su mente, participando de su huida de la realidad. Y ahí reside la virtud del film, una estética subjetivista que cuida, hasta extremos enfermizos, el detalle visual, la composición del encuadre como expresión emocional de nuestro atribulado dramaturgo a través de un cosmos vagamente gótico.

Importa más la atmósfera que el argumento, es la sensibilidad a flor de piel como forma de conocimiento, de percepción y valoración de aquello que nos rodea: el largo pasillo silencioso del hotel, el zumbido de un mosquito, el quejido metálico del viejo ventilador, la tenebrista iluminación de rincones y paredes, los colores ocres y plomizos del decorado, son los distintos compases del siniestro desequilibrio mental que progresivamente va clavando sus garras en Barton Fink (un genial John Torturro). Un naufragio existencial subrayado por las angulaciones de la cámara, por los suaves “travellings” de acercamiento a su rostro compungido y aterrado. La mente como especulación interpretativa sobre la vida y la muerte, el arte y el mercadeo, la dignidad y la canallada, el amor y la crueldad, es sustituida por un acto de impúdica subversión, por la imaginación bizarra que destila el film. Una película que no te deja indiferente porque invita a la reflexión sobre el arte de escribir, el cine y lo que es más importante… la vida, la trivialidad de lo cotidiano dentro de una espiral de mediocridad de la que no puedes escapar.
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