El éxito de crítica y público, y tal como quedaron los acontecimientos en la primera parte, hacían inevitable esta secuela que queda bastante lejos en originalidad y frescura de su predecesora. Para empezar, la anteriormente enigmática metáfora que rodeaba la historia de sus protagonistas está en todo momento sobre la mesa, y el emotivo mensaje que transmite ya ha sido explorado con más atino por otra franquicia animada de juguetes.

De este modo, lo que nos queda es una aventura con desarrollo genérico, y salvo alguna sorpresa puntual, bastante previsible, que por lo menos resulta entretenida en su justa medida y que por supuesto sigue haciendo las delicias de los amantes de estos bloques daneses.

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Si los cómics de Astérix son míticos e imprescindibles, esta película original por partida doble también lo es. Sus setenta y cinco minutos, y que cada poco rato van cambiando de prueba, la convierten en un rutilante divertimento animado, y que personalmente he visto infinidad de veces.

Además, los trabajos a los que deben enfrentarse van desde los típicos basados en la velocidad y la fuerza, hasta varios cargados de ironía y mucha mala leche. Si tuviera que elegir me quedaría con el del formulario A-38 y en el que Obélix se zampa lo indecible, pero en todos hay algo destacable y único. Al final uno hasta siente compasión por estos pobres y locos romanos que nada pueden hacer contra estos irreductibles y tronchantes galos.

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El cine de animación con un simpático robot como protagonista es algo que está muy visto, y si encima se usa para criticar algún aspecto de nuestra sociedad la originalidad desciende todavía más.

Aún así, en sus primero compases, y en prácticamente los dos primero tercios de esta película, parece que nos están explicando algo novedosos, de un manera genérica pero con un mínimo de gracia, y justo cuando parece que se está acabando dignamente la historia, se alarga para cerrarse de un modo más tópico de lo previsto y con un difuso mensaje un tanto incoherente con casi todo lo contado hasta ese momento.

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Cincuenta años después nos llega una nueva adaptación a la gran pantalla de uno de los musicales por antonomasia, y lo hace a lo grande, con un director de relumbrón, un reparto a la altura y un presupuesto mayúsculo.

Salvo algunos retoques por aquí y unos añadidos por allá, pocos cambios han realizado en un material original que han sabido respetar, con una historia que sigue flojeando en los mismos puntos, y una puesta en escena que mejora un par de coreografías respecto a la película dirigida por Wise y Robbins, pero que en líneas generales está un peldaño por debajo en lo que majestuosidad cinematográfica se refiere.

Una nueva visión de esta mítica obra teatral que ni es innecesaria ni excluyente respecto a otras versiones, y que goza del ritmo, el descaro y la suficiente frescura para ser disfrutada de principio a fin.

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La impactante revelación de Mysterio en Spider-Man: Lejos de casa provoca los acontecimientos de esta nueva entrega del trepamuros que precisamente llega envuelta en un halo de misterio para ocultar la gran cantidad de sorpresas que nos han preparado.

Esto ha provocado unas expectativas altísimas que sin duda supera con creces, convirtiendo la película en un homenaje mayúsculo al recorrido cinematográfico del Hombre Araña que logra ponernos la piel de gallina en continuas ocasiones. Y si bien es cierto que cincuenta minutos podrían parecer excesivos, convergen tal cantidad de hechos que incluso se quedan cortos, siendo una de las películas más divertidas del UCM y que indaga aún más en la línea narrativa "multiversal" que marcará el futuro de la franquicia.

Así sí Disney/Marvel.

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El atractivo principal de esta película, en el sentido más amplio de la palabra, es sin duda un arrebatador, interpretativa y físicamente Sean Connery, liderando un grupo de granujas para ejecutar un robo, de manera menos magistral de lo que pretenden hacernos creer, pero de un modo divertido, bastante picante y sobre todo, con muchísima clase y templanza británica.

A los mandos de la locomotora, adaptando su propia novela, tenemos a Michael Crichton, quien no derrocha demasiado estilo ni personalidad tras las cámaras, dejando en manos de su reparto los mejores momentos de un largometraje que se limita a ir sobre los raíles de la convencionalidad para llegar sin sobresaltos a una impecable estación cinematográfica.

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Es comprensible que la familia del título no se haya tomado demasiado bien esta película que hace uso de la comedia satírica para contar unos hechos, algunos reales, otros dramatizados y en su mayoría ficcionados, que no les dejan demasiado bien, y que llegan a parodiar personajes y situaciones verídicos que quizás merecerían más seriedad.

Aún así, en su mayor parte la historia resulta poco interesante y carente de ritmo, y finaliza justo cuando parece que se va a animar, algo preocupante teniendo en cuenta las casi tres horas que han tenido previamente para contarla. Lo que es intachable e impecable son las actuaciones de un elenco de lujo que se acaba convirtiendo en el principal aliciente de un largometraje que cumple el popular dicho "quien mucho abarca, poco aprieta".

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Basada en el corto homónimo, esta adaptación al largometraje a cargo de su misma directora y guionista, empieza como una comedia hecha por y con judíos, para poco a poco convertirse en una claustrofóbica trampa que sufre su protagonista femenina, cuyo agobio acaba traspasando la pantalla para embadurnar al espectador.

Y es que las expectativas familiares, y sociales en general, son un objetivo en ocasiones difícil de alcanzar, y que por el camino puede provocar situaciones de puro miedo. Esto no impide que haya escenas en las que sea imposible no reírse, ya sea por lo cercanas a la realidad que resultan, o por los oportunos infortunios que presenciamos a lo largo de setenta intensos y abrumadores minutos.

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Rodada a la vez que Reloaded, y estrenada unos meses después, esta tercera entrega debía darnos la respuesta al cliffhanger de su predecesora, y a todas las preguntas planteadas anteriormente, y aunque en ese sentido no hay ninguna queja, en lo referido a la acción, su baza principal, no podemos decir lo mismo.

En esta ocasión casi todo ocurre fuera de Matrix, ofreciendo un espectáculo más convencional y aburrido, y varios personajes irrelevantes ganan protagonismo a base de tópicos, sirviendo como mero relleno para lo realmente importante, la batalla final. Por suerte el desenlace no solo cumple las expectativas, si no que deja la puerta lo suficientemente abierta para alargar, si fuera económicamente necesario (algo que va a ocurrir), una saga que empezó en la cima virtual y acabó dándose de bruces con la realidad.

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Un eventual cosquilleo anómalo recorría los cuerpos de los fans de Matrix cuando se anunció una secuela doble donde la lucha contra las máquinas rompía la barrera digital para situarse en el desierto de lo real.

Una decisión que no impide que siga habiendo un buen número de escenas de acción, siendo las que suceden en el mundo virtual las más inspiradas, originales y espectaculares, aprovechando los nuevos poderes del señor Anderson, y presentando nuevos personajes, algunos aportando sus peculiares dotes para la lucha, y otros bombardeando nuestras mentes con su desafiante y taladrante verborrea.

De esta manera sí que vale la pena que hagan segundas partes, ahora bien, terceras ya es otra historia.

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El impacto de lo que supuso este largometraje, tanto en el cine como en la cultura popular, es equiparable al fenómeno vivido con las primeras partes de Star Wars o Parque Jurásico, por poner un par ejemplos.

Y es que en términos cinematográficos supuso una revolución en el género de la ciencia ficción gracias a unos impresionantes efectos especiales que nos deslumbraron en unas espectaculares escenas de acción, justificados además por una historia, que si bien no rebosa precisamente originalidad, sirve como explicación y de excusa perfecta para esquivar balas en slow motion, giros de ángulos de trescientos sesenta grados o peleas de artes marciales con saltos imposibles.

Todo esto, unido a algunas frases icónicas y a unos looks "muy molones", ha sido imitado hasta la saciedad marcando a toda una generación, en la que me incluyo, que hubiera dado su vida para ser "el elegido" y que a fecha de hoy, aún tiene sus dudas sobre si nuestro mundo es real o una simulación virtual.

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Un explosivo prólogo plantea una ingeniosa premisa muy adecuada para los tiempos que corren donde los videojuegos masivos multijugador online están en un momento álgido. La ingenuidad de su protagonista y las situaciones cotidianas adaptadas a este mundo virtual brindan un buen número de gags y bromas ocurrentes, que a la media hora, o brillan por su ausencia o caen en la reiteración.

Y lo peor es que después de esto aún queda hora y media de más de lo mismo, con un descenso considerable de la acción, y por lo tanto de la diversión, acompañado de un sinfín de tópicos y previsibilidad argumental que dejan la sensación de haber perdido una excelente oportunidad de contar algo diferente sobre un tema que puede dar muchísimo juego, figurada y literalmente.

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Nueva entrega de esta terrorífica saga antológica, ambientada en esta ocasión en 1994, que mediante un hilo narrativo común nos va adentrando en cuatro historias distintas, cada una dirigida y escrita por cineastas diferentes y con un nivel de calidad correcto en cuanto a guion, discreto en actuaciones, pero muy alto en lo que a espeluznantes efectos especiales se refiere. Engendros de todo tipo, que van desde los zombis a los vampiros, copan el protagonismo mientras se ponen las botas asesinando a diestro y siniestro, destacando sobremanera el tercer relato del indonesio Timo Tjahjanto, el más escalofriante de todos y con un espectacular trabajo de maquillaje que pone los pelos de punta.

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La desolación del ser humano, tanto a nivel global como individual, es uno de los muchos temas vitales que toca esta distópica producción británica, escrita y dirigida por el cineasta español Chino Moya, quien se estrena con sumo riesgo y éxito en su primera incursión en los largometrajes de ficción.

Y lo hace con una historia surrealista e inescrutable, que juega a su antojo con los reglas de la narrativa para convertir narradores en protagonistas, y viceversa, e hilando diferentes tramas independientes de un modo ocurrente, en las que sueños y realidad se/nos confunden, todo ello acompañado de una sugestiva banda sonora que enfatiza una sensación permanente de desasosiego, embadurnando una película que plantea preguntas difíciles de discernir y cuyas respuestas se antojan directamente imposibles.

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Coger un escalofriante personaje verídico para inspirar una película de miedo es una apuesta segura para aterrorizar al espectador, ya que los hechos reales que tuvieron lugar ponen de por sí los pelos de punta, algo que consigue este largometraje, más por estos méritos ajenos comentados que por aciertos propios.

A través de la polémica por el tema que toca, y de las impactantes imágenes sexuales que muestra, pretende, y en ocasiones logra, perturbar y pese a lo irrespetuoso que pueda ser con las víctimas, en realidad es lo de menos, ya que la escenografía casera, unas actuaciones amateurs y un guion embarullado son los factores decisivos para que no nos la podamos tomar demasiado serio, y muchos menos trascender dentro del género.

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Despiadada producción neozelandesa que no se anda con rodeos en ningún momento, más allá del que dan para volver a casa en la oscuridad, y que si bien impacta por la historia de fondo, es la crudeza de las imágenes y la sequedad de sus personajes lo que más hondo cala.

Otra baza es el trabajo de su cuarteto protagonista que poco a poco va desgranando los personajes mediante sus convincentes interpretaciones y una revelaciones argumentales, que si bien no acaban desvelando todos los hechos ni justifican ciertos comportamientos, sirven para mantenernos en vilo durante los tensos y agrios noventa minutos que dura.

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Nada más comenzar ya sabemos el final de esta película, o casi, ya que a lo largo de dos horas y media asistimos a tres versiones diferentes de cómo alcanzaremos ese punto culminante, con algunas sorpresas por el camino, pero donde sobre todo llegaremos a conocer mejor a su trío protagonista, interpretado en igualdad de talentosas condiciones por Comer, Damon y Driver.

Y lo mejor es que las historias no difieren tanto según quien las vive, simplemente cada cual las interpreta a su modo dentro de un despiadado contexto medieval capaz de asombrarnos, perturbarnos y erizarnos la piel. Por supuesto, y a pesar de su avanzada edad, con Ridley Scott dirigiendo, la calidad cinematográfica está garantizada, así que pocos argumentos hay en contra para perderse una de las cintas del año.

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Casino Royale, "Quantum of Solace", Skyfall y Spectre nos narraron una macro historia de espionaje y conspiraciones internacionales que se cierra en esta quinta y última entrega que protagonizará Daniel Craig, el sexto James Bond oficial de la saga y el más rudo y tosco de todos ellos, o al menos eso creíamos hasta esta película.

Pero sin entrar en spoilers solo podemos decir que es imprescindible tener fresca su predecesora, ya que "No time to die" continua justo donde nos dejó la anterior, alargando una trama ya cerrada de forma un tanto innecesaria y artificial.

Aún así, todo lo que ocurre hasta pasado el ecuador de la cinta tiene su razón de ser, es en el tercio final cuando los personajes pierden el rumbo y el caos narrativo se apodera de la pantalla con el único objetivo de cerrar a cualquier precio un ciclo de una manera que seguramente no convencerá a los admiradores de 007, o mejor dicho, de Bond, James Bond.

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De menos a más va esta comedia negra de acción que alcanza sus mejores momentos cuanto más violenta y sangrienta se pone, lo cual hace que, a pesar de durar casi dos horas, el nivel de diversión vaya aumentando conforme nos acercamos a un tremebundo y disparatado epílogo.

Su reducido elenco no tiene fisuras, y cada uno de los siete únicos intérpretes que desfilan por pantalla actúa, o mejor dicho, caricaturiza su personaje con el punto medio de crueldad y humor necesario para que nos perturben mientras nos hacen reír, gracias también a una amplia e incesante variedad de quebraduras de huesos, clavadas de objetos y estrepitosos puñetazos, entre otras lindezas.

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El subgénero de los "serial killers" está un poco saturado desde hace años, por lo que cuesta encontrar una película donde las motivaciones y metodologías de su vil protagonista sean mínimamente ingeniosas. Por suerte esta producción estadounidense, sabe que teclas tocar para que su música narrativa no caiga en la reiteración, reciclando algunos tópicos de toda la vida pero aportando también varias ideas frescas, y por suerte, bastante sangrientas.

Es verdad que la investigación policial es la parte menos inspirada, aunque también la más breve, pero los crímenes y su rebuscada ejecución está realmente afinada, con un inicio excesivamente evidente que va in crescendo hasta culminar con una estruendosa fanfarria final.

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