Clint Eastwood nos presenta el relato de un personaje histórico que, si bien es recordado por sus grandes proezas y momentos cruciales con los más importantes presidentes norteamericanos, es su faceta humana y personal la que más calado provoca en esta visión rápida por una vida apasionante y peculiar cuanto menos. Ante un impresionante Leonardo DiCaprio que cumple excelentemente con la caracterización de esta ancestral figura, el clasicismo, perfeccionismo y la delicadeza que tanto caracteriza a Eastwood es puesto en escena para plasmar a una persona realmente obsesiva, desconfiada e influenciada tremendamente por una madre autoritaria y posesiva que le marcarán de por vida. Con la sospecha confirmada de su homosexualidad nunca admitida ni vivida, encuentra una lealtad incondicional en sus dos mayores colaboradores cercanos -uno de cada sexo- que será puesta a prueba en numerables ocasiones dado el carácter particular del protagonista. Completa en su elaboración y exposición del individuo al que los mayores presidentes de Estados Unidos entregaron todo el poder que demandaba, más por miedo en la información que manejaba que por confianza en un proyecto en el que nadie excepto él creía, la narración histórica de los hechos pasa a un segundo plano siendo su íntima personalidad lo que más conmueve y deslumbra. La excesiva duración de la misma también juega en contra de la propia historia. Por otro lado, la visión demasiado purista de unos inicios del FBI que no muestran ni una duda de sombra o retroceso en sus acciones, también le resta puntos.