Ser padre es un paso importante, y hay que estar preparado. Lío embarazoso cuenta la historia de dos personas que no están para nada preparados, pero que deciden afrontar su error (acostarse completamente borrachos y sin usar protección) y salir adelante. Puede parecer el último melodrama para TV de los sábados de Antena 3, pero no: es la penúltima comedia de Judd Apatow.
Lío embarazoso es una comedia simpática, con dos protagonistas con los que es muy fácil identificarse. Destaca sobre todo el papel de Seth Rogen, un joven friki que vive con sus amigotes y sólo sabe fumar porros y navegar por internet; durante la película vemos cómo tiene que ir cambiando su modo de vida para adaptarse a su nueva situación: en nueve meses será padre. Lío embarazoso centra su atención en él, en cómo un joven sin aspiraciones debe cargar con una responsabilidad que lo sobrepasa constantemente. Apatow traza con humor, y también con mucha verdad, los agobios y las preocupaciones de un par de jóvenes ante una situación para la que, podría decirse, nadie termina nunca de estar preparado.
Contra lo que pueda parecer, Lío embarazoso termina siendo una película entrañable, aderezada con buenas dosis de humor irónico. Tal vez le sobren algunos minutos, pero la película de Apatow, aunque no tan irreverente como Virgen a los 40, tiene muchos puntos a favor para pasar un rato divertido y agradable. Tiene dos protagonistas simpáticos y unos secundarios que ponen la sal gorda a la función. Todo ello sin empachar con sensiblerías ni abusar de las obscenidades. No es una comedia de tetas, culos y pedos; Apatow demuestra que la comedia puede ser una vía perfecta para reflexionar sobre las cuestiones más cotidianas (e importantes) de la vida. Como debería ser siempre.

Se presenta La ola como una propuesta cinematográfica potente, dispuesta a remover conciencias e incluso tripas con su controvertido planteamiento. Porque la mezcla de educación e ideologías totalitarias es tan interesante a nivel cinematográfico como peligrosa para sus protagonistas, y La ola lo demuestra.
La pregunta de fondo es: ¿puede nacer una dictadura en los tiempos que corren? Si se dan determinadas causas o condicionantes y encontramos un público insatisfecho, y por tanto receptivo a cualquier propuesta que dé luz a su oscura existencia, es algo nada descabellado. La ola nos dice a la cara: "Eh, no nos descuidemos, en cualquier momento nuestro mundo revienta por sus muchos problemas, y de las ruinas puede nacer perfectamente una nueva generación dispuesta a salvar el mundo utilizando las maneras más viles y despreciables". En definitiva, un III Reich es posible.
Lo verdaderamente interesante es enmarcar esa idea dentro del contexto educativo. Muchos debates rondan las aulas, pero no nos damos cuenta de que, poco a poco, nuestros alumnos incuban ideas racistas, xenófobas y fascistas, en busca de algo que les convierta en centro del universo. La ola, en ese sentido, mete el dedo en la llaga y muestra lo fácil que es envenenar la mente de nuestros jóvenes con actitudes totalitarias y demagogia barata.
Como película, La ola es interesante. Tal vez se tenga la sensación de que le falta incidir más en algunas ideas, pero el planteamiento es acertado. Tal vez su arranque sea poco creíble, pues los chicos asumen bien pronto los roles que les asigna el profe, transmitiendo la idea de que el carisma de éste es suficiente para convencerlos. Tal vez se centra más en las consecuencias que en el proceso de alienación de los estudiantes. Pero, a pesar de ello, La ola es arriesgada y estimulante. El final puede ser previsible, pero no le resta fuerza.
Una nueva muestra de que el cine europeo cada vez pega más fuerte y pone en imágenes historias cargadas de contenido, alejadas de cualquier moda efímera. Y no solamente es una película sobre alumnos, sino también (y es de agradecer) una película que reflexiona sobre el papel del profesor y su responsabilidad a la hora de enseñar. Y también, que no se me olvide, sobre el sentido de la Historia y la necesidad de conocerla para no repetirla.
En definitiva, La ola es una película digna de un buen debate sobre el mundo actual, tanto desde un punto de vista educativo, como social, político y ético. Quizá es más valiosa por las ideas que sugiere que por las que desarrolla.

Este eslogan publicitario me viene al pelo para explicar por qué Tropic Thunder no me ha gustado tanto como yo quería que me gustara. Tenía esperanzas en ella, porque, a pesar de lo que puedan decir, considero a Ben Stiller un tío inteligente y no me sonaba extraño el pretendido palo a Hollywood que quiere dar con Tropic Thunder.
Eso lo hace al principio, con unos actores haciendo de actores verdaderamente divertidos y con alguna que otra escena con un tono muy ácido y mordaz. El problema es que pronto se desfonda en el empeño, y la película se convierte en un continuo exceso donde la sátira y la parodia se diluyen entre explosiones y escenas cutres de acción. Incluso los actores sólo se dedican a divertirse, perdiendo de vista su objetivo: Ben Stiller desaparece, Jack Black se regodea en su estupidez y se vuelve completamente irritante, y al resto dejas de prestarle atención pronto. Me quedo con Robert Downey Jr., actor versátil donde los haya, y con las breves apariciones de Tom Cruise.
He de reconocer que Tropic Thunder me decepcionó un poco. La creía más inteligente y más valiente, más cargada de mala baba. Al final resulta ser un divertimento intrascendente donde los actores disfrutan más que el espectador (me sobran dedos para contar las veces que me reí). Una pena, porque la idea era buena, pero Ben Stiller no le saca todo el partido que se le pudiera haber sacado. Lo dicho: mucha energía, muchas ganas, pero mal encaminadas, descontroladas.

La clase es la película de los profesores. La película que mejor refleja su trabajo, sus preocupaciones y su continua lucha. No es la pelicula de los alumnos, sino la película que muestra la continua batalla (en el buen sentido) entre profesor y alumnos. Y es que no es fácil plantarse delante de 25 ó 30 críos e intentar captar su atención y enseñarles algo que les pueda ser de utilidad. En ese aspecto, La clase es certera y sincera.
Que nadie piense, advierto, que esta es la típica película de alumnos conflictivos que el profesor tiene que ir ganándose. Esto no es Mentes peligrosas, amigos. Los alumnos de nuestro protagonista, François, no son malos ni peligrosos; se comportan más o menos bien y se muestran receptivos, piensan con la cabeza e intentan razonar (algo más que loable). La clase de François es dinámica, él sabe llevarla bien; la película plantea un conflicto muy concreto, plantea el momento en el que el orden se rompe y la confianza depositada en los alumnos se resquebraja. Algo que puede ocurrir en cualquier momento, algo con lo que el profesor convive día a día. No se trata sólo de enseñar, sino de guardar un orden, transmitir unos valores de los que carecen, fomentar la participación y respetar la circunstancia personal de cada uno. Un trabajo arduo que siempre se intenta tirar por tierra con el argumento de las vacaciones largas y los buenos sueldos. A veces, eso no compensa las desilusiones continuas que soporta un profesor.
Me ha gustado La clase porque explora con acierto el mundo del profesor y su trabajo de cara a los alumnos. Y lo hace sin falsos sentimentalismos, sin profesores-padres ni alumnos que cambian de la noche al día. El trabajo del profesor está en el aula principalmente, y ahí es donde se sitúa La clase: Entre les murs. Un film muy interesante que consigue derrumbar los estereotipos creados por el cine en torno a la educación.

Hay películas que, sin que yo sepa explicarlo, saben transmitir la magia y la complejidad del ser humano con historias muy pequeñas. Historias y personajes que encierran mundos que pueden maravillosos o tortuosos. My blueberry nights es una de esas películas.
Puede que la película de Wong Kar-Wai resulte un tanto lenta para algún sector del público, pero lo cierto es que a mí me ha encandilado con su puesta en escena intimista, llena de color y música, y sus pequeñas historias de amor, desesperación y engaño. La película se cuece a fuego lento, dando espacio a los personajes, sin forzar sus acciones, simplemente dejándolos hablar y actuar con libertad.
Una película así necesita un gran reparto, y My blueberry nights lo tiene. Antes de verla, Norah Jones al frente de la película me hacía fruncir el ceño. Después, reconozco que la chica no lo hace nada mal, y más teniendo en cuenta el gran plantel que la secunda: Jude Law, Natalie Portman, Rachel Weisz o David Strathairn. Todos los intérpretes están magníficos, desprenden inspiración, magia, cada uno a su manera, y construyen unos personajes verdaderamente fascinantes. My blueberry nights es lo que es por ellos.
El resto lo hacen la música, los distintos ambientes, la aureola mágica que rodea cada historia y su seductor ritmo. My blueberry nights es una experiencia sensorial reconfortante, sincera, placentera. El viaje de Norah Jones, sin duda, llega al corazón.

No he leído la novela gráfica de Moore y Gibbons. Es más, se podría decir que soy un profano en la materia, pues sólo tengo conocimiento de este género a través de sus adaptaciones al cine. Pero entiendo las razones del éxito de Watchmen; su idea de partida es interesantísima: héroes integrados en la sociedad desde hace años e incluso "ilegalizados" en un momento determinado.
La película se sitúa en un 1985 pseudo-real, con una Guerra Fría aún vigente. En este ambiente sórdido, enrarecido, uno de los Watchmen es asesinado. Rorschach, un antiguo compañero, reunirá a los Watchmen "prohibidos" para averiguar quién se esconde detrás del crimen. Y de paso, demostrar al mundo que su presencia es necesaria.
Esta intriga de suerhéroes caídos, gobiernos corruptos y oscuras conspiraciones es una mezcla muy atractiva. Si se adereza con personajes atormentados que casi se convierten en ideas filosóficas, tenemos un nuevo mito entre nosotros. Si se le suma a todo cierto componente de crítica sociocultural, tenemos Watchmen.
También entiendo que la película de Zack Snyder guste mucho o no guste nada. Su destrucción/reconstrucción del héroe, su revisionismo pop y sus atípicos personajes puede que no le entren a todo el mundo. Y un pero muy gordo, a mi juicio, es lo mismo que me pasaba con la anterior película de Snyder, 300: me gusta su espectáculo, pero las siento sin alma. Siento que se emborrachan de formalismo pero cuidan poco la emoción, el llegar al espectador no sólo por lo visual. Me pasaba con 300 y me pasa con Watchmen.
Pese a todo, Watchmen es un ejercicio de virtuoso entretenimiento, además de una inteligente revisión del héroe. Ya no es el héroe ideal que la sociedad necesita como agua de mayo, sino que el héroe debe buscar su sitio en una sociedad muy curada de espanto. Es la misma idea que El caballero oscuro de Christopher Nolan: dar una dimensión más humana al héroe. En eso, Watchmen acierta de pleno, y añade ciertas reflexiones de carácter político que no tienen desperdicio.
Muy interesante en su revisión de la figura del héroe, sin descuidar el equilibrio entre acción y reflexión. Ingredientes seguros de éxito, si se conjugan con sabiduría. Me gusta.

Fracture se nos presenta como un thriller "legal" en toda regla, tanto que incluso cuesta a veces seguirlo por la excesiva jerga que manejan sus protagonistas. Sin duda, el mayor atractivo de la película es el duelo Hopkins-Gosling, aquél como maquiavélico asesino de su esposa y éste como ambicioso fiscal encargado de reunir pruebas para acusar a Hopkins. Ambos llevan por buen camino una película que poco a poco va perdiendo el rumbo debido a una trama demasiado retorcida, demasiado intrincada para lo escaso de su planteamiento.
Resumiendo, Fracture es un juego del gato y el ratón que se desarrolla de manera poco ágil y encima su resolución es muy simplona, poco convincente. En buena parte de su metraje aburre, porque da vueltas sobre lo mismo sin resolver nada; al final tenemos la sensación de que se han empeñado en llegar como sea a las dos horas, cuando en hora y media podía quedar todo despachado. Y es una pena que con un veteranísimo como Anthony Kopkins y un joven más que prometedor como Ryan Gosling (Half Nelson), Fracture no me haga vibrar en mi asiento. Esperaba más de un experimentado en el género como Gregory Hoblit, a pesar de contar con un buen punto de partida y un reparto tan bien escogido.

Cuento de navidad cobra nueva vida, esta vez de la mano de Robert Zemeckis y su novedosa técnica de captura de movimientos de actores para luego darles una mano de animación (tiene un nombre técnico que no recuerdo). Y es justo decir que el resultado es espectacular, vibrante y deslumbrante técnicamente.
Otra cosa es juzgar esta nueva película de Zemeckis como adaptación del clásico de Dickens. En mi opinión, Zemeckis es más fiel a la letra de la novela que al tono. Es fidelísimo a la hora de plasmar en pantalla las situaciones y los diálogos de la novela, pero se muestra irregular a la hora de plasmar el tono. En situaciones que requieren más oscuridad, mayor tenebrosidad, se muestra grandilocuente e inserta ciertas notas de humor un tanto forzadas. Y viceversa: hay momentos que muestran grandes dosis de negrura y oscuridad cuando tal vez no lo necesitarían tanto.
Pero no empañan demasiado el resultado final. Zemeckis ha revivido con acierto un clásico hermoso e imprescindible, y no se ha dejado nada por el camino. Al contrario: una de las cosas que más me han gustado es su fiel reflejo del Londres del siglo XIX y su ambiente sórdido, sumado a la sordidez del propio Scrooge, fielmente captada. Además, Zemeckis plasma en pantalla lo que mucho que tiene Cuento de navidad de cuento gótico, detalle que todos pasan por alto en pos del didactismo y las buenas intenciones que indudablemente Dickens tenía.
Merece mucho la pena revisar el clásico de Dickens. Sigue siendo una historia que llega al corazón, aunque tal vez con la película de Zemeckis el sentimiento quede un poco asfixiado por la técnica (sólo un poco). Es una buena adaptación, muy fiel y completa, que añade ciertos detalles que a veces funcionan y otras no. En conjunto, el resultado final es más que notable.

A pesar del título, no estoy haciendo la crítica de una comedia. Ni mucho menos. La familia Savages tiene sus ribetes de humor, pero es una película que trata un tema que está a la orden del día, aunque nadie quiera hablar de él: ¿quién carga con nuestros mayores cuando ya no pueden valerse por sí mismos?
Desde una perspectiva austera pero certera, Tamara Jenkins cuenta la historia de dos hermanos (inmensos Laura Linney y Philip Seymour Hoffman) que de golpe tienen que cargar con su padre, al que no veían desde hace años. Sus marcados caracteres y su egocentrismo son una mala mezcla para llevar a cabo semejante tarea, aunque poco a poco irán aprendiendo a mirar por alguien más que por ellos mismos.
En todo momento, la familia Savages evita el exceso o el cliché. Sus dos personajes nos parecen humanísimos en su forma de actuar y en sus reacciones, y la película realmente emociona por su naturalidad, por su acentuado realismo. Se nota una película muy cuidada, reacia por completa a todo estereotipo, y sobre todo auténtica, sincera. Y tenemos el lujo de sus dos intérpretes, ambos inmejorables. ¿Para cuándo un Oscar para Laura Linney?
La familia Savages es la perfecta tragicomedia moderna. Su fondo es muy duro, pero dentro de su dureza siempre se busca un rayo de esperanza. Sobre todo, plantea muy bien el desasosiego emocional que acompaña los momentos más duros de la vida. Me parece una película muy cotidiana, que no necesita de golpes de efecto baratos para captar la atención del espectador. Y me parece también una lección magistral de interpretación de dos actores en estado de gracia.

Tener a Robert de Niro y Al Pacino en una misma película es un lujo del que pareces no percatarte, Jon Avnet. Coño, dales algo con lo de verdad puedan lucirse, con lo que les saques lo mejor de su registro, como hizo Michael Mann en Heat. No este compendio de clichés del cine policiaco aderezado con un final completamente inverosímil (se le ha criticado incluso por "tramposo") e incluso previsible. Este Asesinato Justo tiene a los dos grandes y no los aprovecha como debiera: ése es el gran pecado de Jon Avnet.
De acuerdo que la película tiene ritmo, una trama muy viva y unos personajes que, aunque bastante tópicos, son defendidos con solvencia por De Niro y Pacino. La película se ve con agrado, te mantiene enganchado y tiene el lujo de sus dos protagonistas (ya os digo, aunque son personajes muy tópicos, De Niro y Pacino les confieren un aura especial, un carisma que sólo consiguen los más grandes). Pero es imperdonable los derroteros que va cogiendo la película, hasta desembocar en un final que ni mucho menos está a la altura de las circunstancias.
Yo la vi por disfrutar del tándem protagonista, y eso lo conseguí. Pero no pude disfrutarlo más porque el envoltorio (la película, al fin y al cabo) no era gran cosa. Asesinato justo es una cinta policiaca que ya la tenemos muy conocida, y aunque en algunos momentos se le nota oficio, no deja de ser mediocre. Ésa es la lástima: que tengamos que decir que una cinta con De Niro y Pacino no se salva de la quema. Y más teniendo en cuenta la trayectoria de ambos por separado en los últimos años; el palo de la crítica era inevitable antes y sigue siéndolo ahora.

Wes Anderson es sinónimo de película "rara", estrambótica, que roza el absurdo. Pero yo también asocio su nombre con una curiosa e innovadora manera de llegar al corazón del espectador, partiendo siempre de personajes estrafalarios y patéticos para ir, poco a poco, construyendo una historia con ellos que termina siempre conquistándonos. Ya lo hizo en Los Tenenbaums, lo hizo en Life Aquatic y ahora vuelve a hacerlo, aunque no tan brillantemente, en Viaje a Darjeeling.
El problema de las películas de Wes Anderson es que sus primeros compases suelen ser pruebas de paciencia para los espectadores menos curtidos. Los que ya lo conocemos le damos un poco más de cuello, pero aun así nos queda la sensación de que la película no termina de despegar, de que se entretiene demasiado en detalles sin importancia y que se preocupa poco en atraer la atención. Todo eso ocurre con Viaje a Darjeeling, que trata sobre tres hermanos (a cual más especial) que recorren la India a modo de "peregrinaje espiritual"; toda la película gira en torno a estos tres personajes (interpretados con mucha gracia y bastante feeling por Adrien Brody, Owen Wilson y Jason Schwartzmann), que al principio rayan lo estúpido y lo irritante y al final nos cautivan con su inocencia y la historia que esconden tras sus excentricidades.
Las películas de Wes Anderson suelen ser irregulares. En un momento tenemos una escena antológica (ya sea por su diálogo, por la situación que plantea, por las reacciones de los personajes, etc.) y luego tenemos momentos completamente intrascendentes que poco aportan al desarrollo de la trama. Eso también ocurre en Viaje en Darjeeling, que pasa de un extremo a otro en décimas de segundo. Esto suele desconcertar, para bien y para mal. Pero el bueno de Anderson, ya lo hemos dicho antes, sabe ingeniárselas para redondearlo todo, darle un sentido y enfocarlo de manera que seduzca al espectador paciente.
En cuanto a personajes y planteamiento recuerda a Life Aquatic, pero me gustó más aquélla por su carga onírica y su poderío visual. Lo que sí exhibe Darjeeling son buenas dosis de pintoresco exotismo, dado que toda la película se desarrolla en la India. En ese sentido me gustó mucho descubrir ambientes generalmente tan desconocidos, aunque sea de manera tan sui generis. En fin, son muchos los atractivos de Darjeeling, pero también son muchos los elementos que nos chirriarán en esta última película de Wes Anderson, al que siempre habrá que agradecerle, eso sí, su espíritu innovador y su particularísimo (y muy auténtico) modo de hacer cine.

¿El adjetivo perfecto para Como la vida misma? Simpática. Quizá tanto que algunos la tildarán de cursi e incluso de irreal (¿cómo puede ser que una familia se lleve tan bien?). Pero el caso es que resulta reconfortante ver que aún hay familias unidas, aunque tengan sus pequeños roces y los hijos empiecen a mostrar cierta rebeldía.
Como la vida misma destila buen rollo, pero sin empalagar en demasía, y construye unos personajes muy creíbles y unas situaciones que evitan en todo momento la salida de tono. Se notan un guión y una dirección sencillos pero muy sólidos, muy mimados. Y, sobre todo, tenems la oportunidad de disfrutar de un tándem curioso pero muy efectivo: el inesperado Steve Carell, que tras Pequeña Miss Sunshine vuelve a dar un recital de registros, y la siempre magnífica Juliette Binoche, que te enamora con sólo mirarte.
Si queremos disfrutar de una película divertida, sincera y muy simpática, no podemos perdernos Como la vida misma. En ella conoceremos a una serie de personajes entrañables que nos harán reír y emocionarnos a partes iguales. Es una película sencilla, cuidada, que nos habla de sentimientos muy terrenales y que, seguro, nos tocará.

Me temo que la idea principal de mi crítica no va a diferir mucho de lo que se viene diciendo acerca de esta película: brillante formalismo, escasa trama argumental. Pero ya conocemos a Soderbergh y su amor desmesurado por los experimentos (lo cual me parece bien), y no hay que asustarse demasiado.
En esta nueva asociación con su amiguete Clooney, Soderbergh plantea una historia de misterio (femme fatale incluida) días antes de la histórica Conferencia de Postdam. El problema es que Soderbergh se deja llevar en todo momento por su pasión formal, y está más pendiente de que su película se parezca lo más posible a Casablanca que a desarrollar una historia y unos personajes que atrapen al espectador. En cuanto a la forma, inmejorable, verdaderamente parece una película de los años 40 (creo que Soderbergh la rodó con los medios de la época); pero el fondo parece escaso, la historia es demasiado simple e incluso previsible, y no termina de enganchar en su lánguido desarrollo.
Otro problema recae en las interpretaciones. No son malas, ni mucho menos, pero, al tener que adaptarse a un modo de hacer películas ya extinguido, también adolecen de demasiado formalismo. Y no estoy criticándolas, ni mucho menos (Clooney y Blanchett no suelen fallar, y Maguire tampoco está nada mal), pero no me terminan de cuadrar.
El buen alemán no es una mala película, pero se ahoga ella sola al querer exhibir tanto alarde de forma. Descuida el fondo y puede acabar siendo tediosa para el espectador. Se nota descompensada. Si Soderbergh le hubiera prestado aunque fuera sólo la mitad de atención a la historia que a la forma, estaríamos hablando de una película bastante interesante.

JCVD tal vez sea uno de los saltos mortales más osados de los últimos años. ¡Una película metaficcional e irónico-caricaturesca basada parcialmente en la vida de Jean-Claude Van Damme y con él mismo autointerpretándose! ¡Es de locos! No sé quién es Mabrouk El Mechri, pero es un temerario de mucho cuidado. Y entonces, movido por una irrefrenable curiosidad, la ves...
Y te gusta. Y si has seguido más o menos la filmografía de Van Damme, te hace mucha gracia. Y le encuentras un puntillo a la película como pocas tienen. Porque estás viendo en pantalla a un tío del que nunca pensaste que supiera decir dos palabras seguidas, y no sólo lo ves saliendo del aprieto con mucha solvencia, sino que el tío sabe reírse de sí mismo e incluso tiene un par de escenas en que te llega a emocionar. Y claro, eso te descoloca completamente, te rompe todos los esquemas, pero para bien, para muy bien.
Merece la pena ver JCVD no sólo por la curiosidad sana de ver a Van Damme sin dar patadas, sino también por los múltiples temas que toca: la decadencia de la estrella de cine, el precio de la fama, la realidad superando a la ficción, etc. Es una película más seria de lo que puede parecer, más profunda que otras muchas que se ponen trajes de pretenciosidad y supuestos argumentos sesudos. Simplemente, JCVD parte de dos ideas: ¿qué pasa con la estrella de cine de acción cuándo su momento ha pasado?, ¿qué pasa si metemos a Van Damme en una situación que podría ser perfectamente la que ha vivido en muchas de sus películas?
Yo creo que son muchos los alicientes para JCVD. El principal es que es una película radicalmente diferente, arriesgada, y también divertidísima. Y ver a Jean-Claude Van Damme haciendo un monólogo... no tiene precio.

En mi tierna adolescencia leía con fervor (aún lo hago) todo lo que escribía Stephen King. Aún recuerdo las calurosas tardes de verano en que leía Pesadillas y alucinaciones, aquel enorme libro de relatos donde se recogía "El cadillac de Dolan". Recuerdo que era el primer relato de la antología, un relato de más de 50 páginas sobre una original venganza. Y lo recuerdo bastante divertido, intenso y brutal.
Dentro de lo que cabe, esta adaptación salva los muebles, en gran parte gracias a su tramo final. Durante los primeros compases, Dolan's Cadillac da demasiadas vueltas, no se mueve con soltura y los personajes no son atrayentes. Tampoco es que la dirección, la puesta en escena o el guión (hasta ese momento) sean maravillas del otro mundo.
Pero llega la venganza, y la verdad es que la película alcanza sus mejores momentos. Cuando Robinson (Wes Bentley) y Dolan (Christian Slater) están mano a mano, el film empieza a merecer la pena. Dos actores en horas bajas ofrecen una demostración de fuerza y potencia que, desgraciadamente, poca gente verá. Merece la pena esperar para ver la lenta venganza de Robinson.
No hay que pedirle mucho a esta película. Debemos tener mucha mano izquierda si queremos divertirnos con ella. Dentro de que es producto pobretón y poco limado, Dolan's Cadillac se deja ver y sólo se resiente en su primera parte. Gustará mucho más a los seguidores de Stephen King, por supuesto.

Muchos lo acusan de sectario y panfletario, pero pocos podrán negar que los documentales de Michael Moore tienen las ideas muy claras y las plantean de la manera más directa posible, sin ningún tipo de ambages. En el caso de Sicko, Michael Moore carga contra el sistema de sanidad estadounidense, un sistema corrupto y escalofriantemente inhumano. Y lo hace a base de recoger un ingente número de testimonios de personas que han sufrido en sus carnes las injusticias de este sistema que, aunque parezca mentira, está encaminado únicamente a sacar beneficios económicos, no a ayudar a las personas enfermas.
Podrán discutirse las maneras de Moore, pero no la fuerza y el impacto que causan los testimonios recogidos, verdaderas historias de sufrimiento y horror que sobrecogen hasta al más pintado. De nuevo, Moore vuelve a destapar las vergüenzas de "la mejor nación del mundo", y vuelve a ponerla en evidencia cuando la compara con otros países europeos o con sus vecinos canadienses. Una nueva diatriba que incide más que nunca en una realidad deplorable y dolorosa para infinidad de personas.
Lo mejor de Moore es que sabe combinar muy bien el tono informativo y documental con otros registros más satíricos y mordaces (si bien es cierto que esto último se ha rebajado un poco con respecto a anteriores documentales suyos). También Moore se quiere un poco menos y deja más espacio al testimonio de afectados e implicados en el problema (mucho se le ha criticado su egocentrismo). En fin, Sicko es una nueva muestra de que Michael Moore, a pesar de sus muchos detractores, es una firme conciencia crítica del "american way of life", que esconde tras de sí, cada vez más, horrores verdaderamente insospechados, verdaderamente increíbles. Justo es que alguien los destape, y, personalmente, me gusta cómo la hace Moore.

Si miramos el cartel de Las hermanas Bolena, ya tenemos motivos suficientes para verla. Vamos a presenciar un duelo entre dos de las mejores actrices jóvenes de Hollywood: Scarlett Johansson y Natalie Portman. Ambas dan empaque a una producción entretenida, medianamente rigurosa y muy vistosa, aunque tal vez demasiado clasicona; tal vez sea porque a este tipo de películas les queda poco espacio para innovar (el último planteamiento original en este género que yo recuerdo fue María Antonieta, de Sofia Coppola).
Como ya sabemos lo que vamos a encontrar, estas películas, por lo menos, deben ofrecer un buen reparto actoral. Las hermanas Bolena lo tiene. Además del duelo Portman-Johansson (interesantísimo y muy sexy), en el que el resultado final, en mi opinión, es un magnífico empate, no nos comamos de vista a Eric Bana como el rey Eduardo, volviendo a demostrar que es un intérprete más que solvente.
El resto, bien. Buena dirección, buen guión (con una historia que va ganando fuerza conforme avanza) y una bella y preciosista ambientación. Es un vivo fresco de la época que gustará mucho más a los que no conozcan la historia de los Bolena y su insaciable ambición.
En definitiva, Las hermanas Bolena es una película que tiene dos grandes atractivos: su duelo de féminas y una historia repleta de pasión y ambición. Muy didáctica.

Esta adaptación de la novela de Lorenzo Silva es tan correcta como aséptica. Le faltan pocas cosas, pero se nota una película fría, tal vez demasiado cerebral, muy pendiente de ser fiel al libro pero poco en cuanto a dar más vida a lo que se ve en pantalla. Todo es correcto en ella, pero no hace nada por distinguirse un poco de películas del mismo corte. Sigue todos los patrones del género, pero no introduce nada nuevo.
Y en eso se podría resumir El alquimista impaciente. Todo bien, todo correcto y todo visto ya. Interpretaciones correctas, dirección correcta, guión correcto... Pero nada con lo que apasionarse. Gana un punto con el tramo final, donde se esconden interesantes reflexiones sobre el poder, la corrupción y la ambición, y donde finalmente entendemos a qué se refiere el título de la película.

Tal vez la mejor definición del estado en que nos sume la pérdida de un ser muy querido sea el título de esta película: un caos calmo. Nuestro interior está hecho un caos, pero por fuera queremos aparentar normalidad, calma, serenidad ante el dolor. En esa tesitura está inmerso este Pietro que encarna con maestría el gran Nanni Moretti, uno de los actores italianos más versátiles.
Hay que reconocer que es necesario un poco de paciencia con Caos Calmo. Al principio cuesta entrar en ella, porque parece girar y girar siempre sobre lo mismo sin tomar un rumbo claro. Se regodea demasiado en su dramatismo, a pesar de algunas notas de humor que hacen más llevadero el ritmo de la película. Pero, si aún estamos ahí, podremos ir viendo cómo poco a poco la historia, que tiene muchos ramajes, se va compactando y va definiendo su camino. Una historia que parecía deslavazada va redondeándose, y una historia que parecía una tragedia sobre el dolor y la pérdida, sigue siendo eso pero con notas para la esperanza, con pequeños rayos de sol que van apareciendo en la vida del pobre Pietro. Es en su recta final, en su última media hora, donde Caos Calmo gana muchísimo, cuando el personaje deja de ser una mónada y empieza a mirar hacia el mundo. Hasta convertirse en un bonito canto a la vida y un emocionante alegato a favor de la esperanza y las pequeñas cosas que nos ayudan a superar las pérdidas más duras.
Hay muchas películas que tratan sobre el dolor y la pérdida, pero pocas tan insólitas como Caos Calmo. Aunque es una película donde Nanni Moretti es el absoluto protagonista, alrededor de él giran muchas historias y muchos personajes que nos dan una pequeña idea de lo complejo que es el mundo que nos rodea y de las sorpresas que el destino nos depara. Y al final tenemos una entrañable y emocionante película que nos llega al corazón sin necesidad de recurrir a artimañas sentimentaloides. En resumen: tan peculiar como sincera.

Appaloosa es reecontrarse con el buen cine, el que te emociona, te hace vibrar y te descubre personajes e historias inolvidables. Ese cine cada vez más escaso que tiene un sabor clásico, planteado desde la sobriedad, desde el oficio, y con las pretensiones justas.
Ésta es, sin duda, la película de Ed Harris. Él es el director, uno de los productores, uno de los guionistas y uno de los protagonistas. Y se nota. Se nota la mano de alguien que vive para el cine, que sabe muy bien lo que necesita una buena película (él ha hecho muchas), y que pone toda la carne en el asador para sacar adelante una película que raramente decepcionará.
El título de mi crítica lo dice todo. Tenemos a un trío protagonista de lujo: Ed Harris, Viggo Mortensen y Jeremy Irons. Qué voy a decir yo: que los tres están espléndidos, inmejorables, y todo lo bueno que a alguien se le pueda ocurrir. Lo siento, pero en Appaloosa fallan las mujeres: Renée Zellweger, con su cara de bollo y sus horribles tics, vuelve a repugnarme (no entiendo cómo le siguen dando trabajo, sinceramente), y Ariadna Gil, en un papel escasísimo, tampoco brilla (es raro que ella lo haga). Tenemos una dirección sólida, sin ni un plano innecesario, sin florituras, sin aspavientos de ninguna clase; una dirección que capta a la perfección la atmósfera del lejano Oeste. Gran parte del mérito en este aspecto también lo es del guión, por supuesto.
Pero lo que de verdad llena al espectador en Appaloosa son sus personajes. Aunque en un principio puedan parecer arquetípicos, Virgil Cole (Ed Harris) y Everett Hitch (Viggo Mortensen) van creciendo poco a poco hasta descubrirnos una entrañable y sincera historia de amistad y lealtad. También Bragg (Jeremy Irons) parece el típico malo de película del oeste al principio, cuando en realidad tiene un fondo más perverso del que podamos imaginar.
Ahí es donde reside, a mi juicio, la clave del triunfo de Appaloosa. Recoge y une todos los elementos típicos de las películas del oeste, pero consigue darles nueva vida. Como he dicho, tiene un sabor muy clásico. Si hubiera de señalar un caso parecido, diría Indiana Jones; si las películas de Spielberg recuperaron el cine de aventuras puro (salvo la última parte, Dios nos libre de ella), Appaloosa hace lo mismo con el cine "de pistoleros". Recupera su espíritu de entretenimiento, pero sin descuidar en ningún momento la construcción de los personajes y la plasmación de una atmósfera turbia y peligrosa, elementos que la elevan muy por encima de la media.
Sinceramente, no esperaba que Appaloosa fuera a ser tan buena. Disfruté muchísimo viéndola, lo pasé en grande. Lo tiene todo para triunfar. Y triunfa.