Ver esta película me ha llevado directamente a cuarenta y siete años atrás. Cuando se inauguró el Instituto Pedro de Luna en Zaragoza donde años antes había estado la Universidad. Yo fui uno de esos alumnos que poblaron esas aulas en el inicio de la democracia, en el barrio de la Magdalena, nombre que recibe de iglesia que ocupa su parte central con una hermosa torre mudéjar, tan característico del arte aragonés.

Pues bien, es en ese instituto, mi instituto cambiado de nombre para la ocasión a Luis Buñuel, -que además de ser el cineasta aragonés más importante nunca habido, era casi tan antipapa como lo fue Pedro de Luna-, donde se desarrolla la mayor parte acción de esta simpática y nada despreciable película. Otro de los escenarios es el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza, tantas veces por mi visitado.

No relevo mucho si digo que la historia es la de unos chicos marginales que a través del ajedrez se redimen de su condición de perdedores. No sabemos lo que la vida les deparará, pero sabemos que a partir de entonces no se tendrán por menos que los demás.

La protagonista es una profesora de un colegio para familias ricas que engañada por su marido se ve abocada a volver a su Zaragoza natal y al barrio que le vio crecer para tener que trabajar en condiciones mucho peores, y en donde tendrá que lidiar con unos alumnos que en nada se parecen a los que antes tenía.

El director de la película apuesta decidamente por la comedia para contar una drama, y lo hace de forma graciosa, inteligente, y ágil. Destacan todos los actores, pero si tuviese que nombrar dos no podrían ser otros que Miguel Rellán y María Adanez, ambos en papeles secundarios, pero tan pilares de los fundamentos de las película como pueden ser esas cuatro torres que se erigen hacia el cielo desde su templo, y que tantas veces vemos a lo largo del film, la basílica del Pilar.

Seré breve y seré directo. Estamos ante una buena película que nos hace viajar a ese subcontinente que llamamos India, ahora no sé si Bharat. Puede que sea lo más cercano que jamás estemos a tal cosa. No será un viaje agradable; será un viaje a las entrañas más lúgubres de este gran país, y un viaje a las pesadillas más lúgubres que anidan en la mente de un niño que llegó a adulto obsesionado con el asesino de su madre.

Un adulto que no podrá dormir hasta que no vengue al ser que le doy la vida y con quien compartió la felicidad, y que tendrá que esconderse detrás de la máscara de un mono, detrás de la máscara de la invisibilidad de los ignorados y pisoteados, soportar paliza tras paliza en el cuadrilátero y en la vida miserable que lleva hasta encontrar en él el ser que necesita ser para su propósito. A eso le ayudan unos seres que se autodefinen de inquietantes porque no encajan en la dualidad acostumbrada. Son nadie y son ambos.

Todo ello y sobre todo lo que sigue de la firme mano del reconocido actor ahora metido a guionista y director Dev Patel. Podrá objetarse una excesiva violencia, a veces poco creíble. No lo discutiré, pero cuando estamos hablando de la venganza de los justos, esos largos planos donde la violencia se hace baile, donde la armonía se consigue a base de brazos retorcidos, de cuellos degollados, de manos trituradas, no diré que me guste, pero tampoco diré lo contrario, que todo depende de la forma más que del fondo. En definitiva, un buen film con autor casi total, el protagonista de Slumdog Millionaire.

Está película jugaba contra varias cosas. Era, en primer lugar, demasiado larga. Ya sé que estamos confortablemente sentados, que el precio es el mismo, que normalmente no debemos elevar los ojos, que el sonido es envolvente, y que dada la poca asistencia muy pocos nadie te va molestar. Nuestros ojos nunca se encontrarán con el cogote de otro.

Otro inconveniente era que es una película que aparentemente viaja en el tiempo, aunque sólo es aparente porque, en realidad, son los cuerpos lo que viajan en el tiempo, olvidando las mentes que los ocuparon quiénes fueron.

Un inconveniente más es que no te lo explican todo. Que se parte de la base de que después del colapso, concepto que ya está siendo un poco manido, la inteligencia, pongo en minúscula porque para mí siempre lo será, el mundo ha devenido un espacio en el que conviven la inteligencia artificial y unos humanos uniformados a través de unos procesos inducidos, y otros pocos humanos que se resisten a dejar de ser humanos en el sentido más humano de la palabra, si es que hubiese otro, por mucho que la bestia aceche

La última pega sería cómo ha podido llegar a producirse esa unión entre los dos protagonistas a lo largo de los siglos en diferentes ciudades, a veces alejadas por el océano. Pues bien, quede dicho, todos estos inconvenientes quedan superados con nota de notable, aunque no de sobresaliente, pero con esto yo ya me conformo, que los humanos humanos somos así, a veces, de imperfectos.

Hay veces que no tienes muchas ganas de ir a ver una película. Un recuerdo no demasiado positivo de la anterior entrega, una duración que juzgas excesivamente larga, una previsión de efectos especiales de las que ya te cansas un poco, hace que vayas demorando el visionado de la película.

Pues bien, a pesar de todas estas inconvenientes tengo que decir que la película me ha encantado. Denis Villeneuve es un director del que no debía de haber dudado, y estoy seguro que a él le corresponde la concepción de muchas de esas escenas tan impresionantes desde el punto de vista técnico y estético que se pueden ver a lo largo del metraje.

No solo hablo de esos gigantescos gusanos que se mueven por el desierto a movimientos rítmicos y hermosos y que los habitantes de la zona sur doman a su voluntad; hablo de otras muchas más escenas que bien justifican su duración. Vi el film durante la Semana Santa y casi se podría decir que estamos ante una película religiosa, con su protagonista como un mesías que no quiere asumir su papel hasta que lo hace y vaya la escena en que lo hace. Me quitaría el sombrero si lo llevara.

El argumento sin ser simple no es tampoco complejo; se entiende y se sigue perfectamente, a diferencia de tantos filmes actuales que con tantos mundos y submundos creados, con tantos personajes, acabas por no entender nada, pensando los productores que ya compensarán los efectos especiales, cosas que muchas veces no ocurre ni por asomo

En definitiva, que ya sé que habrá una tercera parte y allí me encontrarán, aunque no a quien conmigo vino que iba quejándose a lo largo de la película del tedio que esta obra le iba produciendo; para gusto colores, que decíamos antes y que es muy aplicable todavía; por cierto, su tedio no pudo con mi asombro.

Soy o fui, según se mire, coetáneo de Mauricio Aznar y viví en la misma ciudad durante muchos años, en la ciudad de Zaragoza que diría Labordeta. Así que me lo debí cruzar muchas veces en alguna calle o en algún bar, pura cuestión de probabilidades; sin embargo, hasta que vi la película no supe de su existencia, tampoco es que yo sea gran fan de Rock and Roll, y mira que en Zaragoza tenemos “Héroes del silencio” sin ir más lejos.

Me atrajo de esta película sus ubicaciones, mi ciudad natal, Zaragoza, y Argentina, que conozco un poco. También que fuera de un director aragonés y hubiese recibido muy buenas críticas. Todas las expectativas que tenía se cumplieron, fueron satisfechas.

Ya desde un principio se nota que estamos ante una película diferente. Vemos cantando a Mauricio con un ángulo de cámara muy diferente al habitual. No sabría muy bien explicarlo, pero todo es diferente, con poco cumplimiento de los cánones habituales, por suerte y por esta vez.

Tampoco se respeta una coherencia de decorados en el lenguaje cinematográfico. En una escena, por ejemplo, vemos un largo travelling que sigue al protagonista, a quien una chica saca literalmente del escenario, y que acaba directamente en casa del protagonista sin haber seguido un camino normal, como si casa y escenario estuviesen unidos.

Hastiado de todo, Mauricio viaja a Argentina y allí establece una relación que podríamos llamar paterno-filial con un viejo e importante cantante venido a menos. El Rock and Roll ha dejado paso al folclore argentino. No cuento mucho más, pero su historia es pública.

Cabe destacar que la película juega con el metacine y lo hace de forma sorprendentemente hábil. La ruptura entre la realidad y la ficción cinematográfica se produce con una naturalidad como pocas veces he visto. En definitiva, un muy buen film, que merece mucho la pena y que sobre todo merece ser visto y apoyado.

Estamos ante una película de corte clásico que confirma por énesima vez el buen estado del cine francés. Podríamos decir que se trata de un drama judicial con todo el componente que eso significa de teatral. Diría más, es una película para adultos alejada de los efectos especiales, pero muy cercana a los efectos o giros de guion de tantas películas clásicas.

A mí me mantuvo en tensión en todo momento. No es tramposa, cosa que es coherente con su deliberada ambigüedad y deja bien claro el contraste entre el tan defendido derecho a la intimidad o protección de datos, y lo descarnado con que la intimidad de las personas se puede manifestar en un juicio público, todo sea por la búsqueda de la verdad. En cada uno de nosotros habita un ser cuyos secretos aterrarían a los demás, por muy cercanos que nos sean.

Como único reparo decir que no vi suficiente enjundia penal como para sostener todo un juicio, pero tampoco diré que este estuviera de más. En definitiva, buena e interesante película, con un gran Sandra Hüller como protagonista que llena escenas enteras, muy expresiva a pesar de su aparente frialdad.

Wim Wenders no engaña a nadie. La primera película que vi suya fue esa obra maestra llamada “París, Texas”. Después he visto unas cuantas más, pero ya hacía tiempo que no veía nada nuevo de él. Por eso, cuando supe de esta película japonesa, pero que viene firmada por él, no tuve dudas en ir a verla, a pesar de que ahora soporto mucho menos que cuando joven la impostura intelectual; me refiero a ver una película plúmbea y salir del cine con cara de circunstancias, halagando su fotografía, su intencionalidad, su profundidad, pero negándonos que nos hemos aburrido soberanamente.

Dicho esto, este no es el caso. A pesar de tener un ritmo lento y repetitivo, un argumento que podría resumirse en unas pocas líneas, Wenders continua demostrando que se puede hacer gran cine con muy pocos elementos. Hay que saber cómo contarlo, con la maestría de dominar la cámara como pocos directores actuales, con un protagonista omnipresente que es el alma de la película, -sin él no hay película, sin ese actor, quede claro-, con una historia sencilla pero verdadera.

¿Qué historia es esa? La de alguien que ha renunciado a los supuestos lujos actuales para vivir modesta y solitariamente gracias a su trabajo de limpiador de retretes, -eso sí, de retretes modernos situados en un parque de Tokio con usuarios japoneses muy respetuosos, pensando en el siguiente usuario- y que ejecuta con esmero a pesar de la indiferencia o asco de los demás. Alguien que desconoce los grandes avances tecnológicos actuales.

¿Se puede ser feliz así? Buena pregunta, la respuesta o intento de la misma se encuentra en el film que comento, en especial en su largo travelling frontal casi en primer plano de su protagonista y que sirve de escena final. Vale la pena dejarse por un rato de tantas películas con efectos especiales de ordenador, de argumentos aparentemente complicados pero que en realidad no dejan ser refritos de otros muchos para averiguarlo o, en todo caso, para reflexionarlo.

El cine es las películas de John Ford, Howard Hawks, Frank Capra, Jean Renoir, Roberto Rossellini, y otros muchos, no hay duda. Un cine que no es que filme la vida, si no que es parte de la vida; de esto no hay duda, pero también puede ser otra cosa, una realidad inexistente que se crea a partir de nuestra realidad, que juegue con ella, que no respete sus reglas, pero que con sus propias reglas, y sin hacer trampas y con coherencia, crea otro cine, que pueda ser tan válido como el otro, y que quizás algún día alcance sus cotas.

Un buen ejemplo de esto es esta película del director griego Yorgos Lanthimos. En ella, se nos representa, que no presenta, el Londres victoriano, con vivos colores, con deformaciones de la pantalla con ángulos imposibles, con vehículos que se mueven como trenes aéreos, y comportamiento de los personajes excéntricos que aceptan con normalidad que el de los demás también lo sea.

No estamos ante una comedia, pero tiene muchos puntos de humor que también ayudan a aceptar las incongruencias de esta realidad con la realidad que conocemos. Destaca en esta sociedad de alta clase la figura del excéntrico doctor Godwin Baxter que ha conseguido revivir a una joven mujer recién fallecida y renombrada Bella Baxter.

Joven que tiene todo por aprender y por vivir. Su espíritu libérrimo llenará la pantalla durante más de dos horas, encarnada por un apabullante Emma Stone, tan bella como su nombre indica. Muy pocas películas en la mi ya larga vida me habían confrontado tanto conmigo mismo, como con esta obra maestra y te preguntas, aunque sea por un momento, quiénes son realmente esas pobres criaturas, nosotros o ella.

Se esté de acuerdo o no con lo que se propone, se quiera ver o no una reivindicación feminista antes del inicio del feminismo, se considere o no el elogio a la libertad individual por encima de la colectiva, hay algo que esta película tiene sin ningún género de dudas. Hablo del manejo de la cámara y de la escena como pocas veces he visto. La secuencia del baile, donde Bella se ve literalmente movida a bailar, totalmente desinhibida en medio de la pista, y su galán a seguirla como puede, es una pieza que debería emitirse en todos los museos de cine en bucle, ayudada, eso también, como está por una gran banda sonora.

Por último, y por si todo esto fuera poco, la película huye de ser en exceso plana, cosa que pudiera haber pasado de haberse centrado exclusivamente en las ganas de tiene Bella en vivir la vida, y nos ofrece no pocas sorpresas y giros de guion, que por supuesto no desvelaré.

No sé muy bien cómo encarar esta crítica. Fui con muchas expectativas a ver esta película, en parte porque suelO ver casi todo lo que toca a ese momento histórico, asombrado, como siempre estoy, de que algo tan horrible pasase, y que después muchos de ellos siguieran haciendo una vida normal, como si aquí no hubiese pasado nada. La banalidad del mal que diría Hannah Arendt. Como no lo entiendes, buscas continuamente una explicación, sabedor de que nunca la vas a tener. Somos así, y quizás mejor dicho, podemos ser así.

Mis expectativas, y ya sé que no se puede ver un film con expectativas, era que el contraste entre el alemán nazi o no, -con su vida tan normal, su familia, sus deseos, su normalidad-, y el judío al que se le niega el derecho a vivir, y peor aún, a tener un mínimo de dignidad, fuese algo muy claro, muy revelador de la condición humana, más trabajado, en definitiva
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Sin embargo, lo que se nos ofrece es algo quizás demasiado monótono. Es cierto que vemos de fondo esas chimeneas horribles sacando sin parar humo, humo que representa a millones de personas, y en un primer plano, vemos esa familia aparentemente feliz, que basa su felicidad en el sufrimiento de los otros, pero también es cierto que el sufrimiento de muchos, a pesar de sabido, es poco o nada mostrado, y que esa normalidad familiar, con sus vaivenes, es demasiado lineal, exceptuando a la abuela; no hay conflicto, o si se quiere el conflicto es tan mayúsculo, que no deja ver los árboles del bosque. Hubiese bastado que la cámara se hubiese elevado un poco para a continuación hacer un barrido estremecedor sobre la tragedia humana.

No estamos, que conste, ante una mala película, al contrario. Es una película necesaria, rodada al ritmo necesario, pero no la elevaré a las cimas a las que muchos la quieren encumbrar por el “simple” hecho de que hable de algo execrable y vomitivo. Me pregunto, para acabar, qué vida habrán llevado los hijos felices de Rudolf Hoss; en esta respuesta quizás podríamos encontrar la solución al dilema que planteaba al principio.

Confesaré, para empezar, que en ningún momento de los ciento y cuarenta y cuatro minutos de dura este film tuve tentación de mirar la hora, cosa que no ha ocurrido con otros recientes films de muy larga duración con directores muchos más prestigiados, y eso que más o menos me conocía la historia y su final.

Juan Antonio Bayona es un buen director de cine con una fuerte proyección internacional para fortuna de todos. Esta cinta con actores uruguayos, ambientada entre Uruguay, Argentina y Chile es buena prueba de ello. Creo que estamos ante su mejor obra, al menos de los que yo le he visto, que todas no las he visto.

Será una historia de supervivencia al límite con muchos elementos que pueden dar origen a buen guion caso de contar con buenos guionistas, eso sin duda, pero el oficio del director en el rodaje de escenas, sobre todo, las que se vinculan al avión, ya tanto en el aire como en tierra, o mejor dicho en la nieve, rozan la maestría.

El dilema al que se enfrentan los supervivientes, la antropofagia, se expone con mucho acierto, y se observa con sentido la evolución de los supervivientes ante su dilema, pues no todos eran de la misma opinión, y no todos tenían la misma esperanza de ser rescatados a tiempo. Sobrecoge saber que muchos de los supervivientes siguen vivos.

En definitiva, que antes de que este buen film salga de nuestras pantallas, rumbo a su plataforma de producción, y en estos días navideños en los que el cine en la gran pantalla ha sido desde siempre, es decir, desde que tengo noción del tiempo, una buena manera de refugiarse de una tarde invernal, este film, retomo, es una muy buena elección.

La verdad es que mi cruzada para que las películas tengan una duración menor es una cruzada perdida. Algún día me gustaría saber cómo fue que el cine que era el arte de la concreción, de la elipsis, ha pasado a ser casi todo lo contrario. Imagino que el éxito de las series tiene mucho que ver.

Como aficionado a la Historia, a la cultura francesa y al cine de Ridley Scott no podía perderme esta película a pesar de sus ciento cinco y ocho minutos y de las críticas poco positivas que por allí circulan. Tengo que decir que, a diferencia de otras obras actuales de larga duración, aquí no miré el reloj.

Lo que se me contaba me parecía lo suficientemente interesante como para fijarme a la butaca durante el tiempo preciso. Sé que esta obra no deja de ser una versión reducida de una serie que tendrá el doble de duración, lo cual no sé si es bueno porque nunca sabes si la película se hizo en función de la serie o viceversa.

No conozco tanto los acontecimientos históricos y las personalidades de Napoleón y Josefina como para saber si lo que se nos contaba se ajusta a la realidad. Tampoco creo que el cine debe ser esclavo de la realidad, aunque tampoco la libertad artística debería ser excusa para manipularla.

En mi opinión, se han respetado a grandes trazos la Historia y se ha contado de manera amena, aunque poco profunda. No me parece un gran film, pero sí un film suficiente. Desconozco, no obstante, si veré la serie. Quizás lo más seguro que es que compré un libro en Francia sobre Napoleón porque pocos personajes en la Historia como él merecen dedicar una buena cantidad de horas de nuestro tiempo; por ahora, voy tirando con el saber en la dirección de Ridley Scott, especialmente en la escena final de la batalla de Waterloo, y de la buena interpretación de Joaquín Phoenix.

Tengo que decir que vi esta película en la soledad más absoluta y con pocas esperanzas de que las expectativas creadas por todos, aduladores o no, se cumpliesen. También diré que los dos ciento y seis minutos inmisericordes que me esperaban me pusieron en alerta, una alerta que luego se confirmó.

Es obvio que Scorsese sigue conociendo el lenguaje cinematográfico y que nos cuenta en la película una infrahistoria curiosa y sangrante de la Historia; sin embargo, a medida que avanza la película vemos con dolor que estamos ante una película deslavazada, alargada ad náuseam, con nulo sentido de la elipsis, -que es la quintaesencia del cine-, y sin ninguna escena que descuelle un poco de las demás, en definitiva, con muy poca garra narrativa.

Asistimos ante una sucesión de escenas deshilachadas, bien rodadas con gran conocimiento del lenguaje cinematográfico, pero que juntas y proyectadas una tras otra no conforman una película que esté a la altura de la cinematografía del director italoamericano, ni siquiera en esta su última época camino a la decadencia.

Sólo una crítica profesional entregada a un viejo maestro venido a menos, - y cegada por un supuesto análisis sesudo, pero en realidad insulso, del pecado original de los Estados Unidos-, ausente de cualquier criterio rigoroso de lo que debería ser un análisis de obra cinematográfica, puede ver en este film algo parecido a una obra maestra.

Molestan mucho los papeles asignados a Brad Pitt y a Robert de Niro, ambos muy por debajo de sus capacidades. Se diría que leen sus textos más que interpretarlos, pero también diré que interpretar unos personajes que en realidad son unos canallas, como si fuesen angelitos de la caridad, o bien se diría que los guionistas se han pasado tres pueblos, o bien la hipocresía a la que se llegó fue mucha; pero nosotros, tontos, lo que se dice tontos no somos y los canallas tampoco.

Por último, la escena final de Scorsese recordando a las víctimas no deja de ser la gota que colma el vaso. Eso no es cine; es cine denuncia muy burdo; para eso me quedo antes, por ejemplo, con la última película de Robert Guédiguian, cineasta altamente político, por cierto, y no muy de mi cuerda, pero que no deja que la denuncia predomine sobre el arte. Le pongo un seis, un seis por ser por vos que sois, Martin.

Siempre lo digo; el cine en Francia no corre peligro inminente de desaparición. Asistí en la encantadora ciudad francesa de Montpellier a la proyección de la nueva película de Robert Guédiguian y la sala estaba razonablemente poblada para ser un lunes por la tarde. Claro que quizás más que cinéfilos eran partidarios ideológicos de este director de larga trayectoria política y cinematográfica; todos ellos rondando o superando la sesentena, por lo tanto, yo no desentonaba.

La historia que se cuenta es altamente política, de política comprometida con la izquierda y a nivel municipal; cosa que dudo que tuviera que aclarar, pero que hago con gusto. Rosa es la protagonista, siempre lo ha sido en su barrio marsellés y en su hospital donde trabaja de enfermera, pero ahora la aparición de un hombre que la atrae la hace dudar entre la prioridad de su compromiso político y el personal.

Todo ello, Rosa y su relación política de sus vecinos de barrio en la lucha por el reconocimiento de un derrumbamiento y la negligencia que comporta, Rosa y su relación con sus hijos y con la hija de su nuevo amigo se cuenta con una fuerte tono político, como el que nos tiene acostumbrado su director, y no diré que sea mi tipo de cine favorito, pero también le reconozco un saber hacer cinematográfico por encima de muchos, bien rodeado como suele hacer de su grupo de actores habitual.

Desconozco si llegará a España este film, pero si no lo hace, muy mala señal será, no porque sea imprescindible, si no porque si entre tanta mediocridad que nos viene de Hollywood, no hay un hueco para una más que digna película francesa, mal, muy mal vamos.

Antes que otra cosa, esta película es una hermosa historia de amor. ¿Quién podría decirlo, habiendo sido Eugenio una persona taciturna, con poca expresión de la emotividad? Al menos, esa era la imagen que daba.

Había muchas razones para ver esta película. La primera es que un film de David Trueba siempre es un acontecimiento cinematográfico. La segunda es ver la recreación de la Barcelona de los años 60 y 70, muy bien conseguida. La tercera es obviamente conocer un poco la historia que se escondía detrás de ese humorista con cara de póker.

Todos os que tienen mi edad, decena arriba, decena abajo, reímos con los chistes de Eugenio y su manera neutra de contarlos. No sabías muy bien qué lo hacía diferente a los otros. ¿El atuendo? ¿Su inexpresividad? ¿Sus catalanadas? pero lo cierto es que te hacía reír. Era un almacén de chistes buenos y menos buenos que soltaba ágilmente entre comentarios sardónicos sobre su persona y asistentes.

La película de David Trueba consigue emocionarnos. Se centra en los primeros años y en su relación con su primera mujer, la cantante Conchita. Y es esta relación, casi más que en la creación del personaje, que Trueba consigue hacer despegar su obra de lo mundano a casi lo sublime.

Una reflexión para ir acabando. Hay que ser conscientes que la mayoría de los chistes que contaba Eugenio ahora mismo no funcionarían con un público joven, que no llegó a conocerlo. No sé que ha pasado, pero ahora se valora más horas y horas de creadores de contenido banales, por decirlo suave, que algo corto, como los chistes que solía contar, que te llegan al cerebro con una carga de profundidad que te explota dentro.

Nosotros heredamos las referencias de nuestros padres y abuelos, Chaplin, Keaton, El gordo y el flaco, los hermanos Marx y un largo etcétera; parece, en cambio, que las nuevas generaciones deban partir de cero, cuando hacerlo es ignorar todo lo que hubo antes, no asumirlo. David Trueba, quien tampoco es tan mayor, sí que sabe integrar el pasado con el presente.

Para empezar, diré que estamos ante una película coreana rodada en Estados Unidos. Es el debut en la dirección de su directora coreana y es de suponer y esperar que será la primera de muchas.

La historia es sencilla, pero no simple y tiene rasgos de autobiografía. Una chica de doce años debe dejar su Corea natal, se entiende que la del Sur, para emigrar junto a sus padres a Canadá. Allá deja a un compañero de clase con quien tiene una relación especial, aunque no va más allá de la amistad. Se despiden con frialdad, casi ignorándose, quizás sea la forma coreana de manifestar o no los sentimientos.

Pasan los años y con las redes sociales consiguen contactar, y hasta allí, como se decía en el concurso, puedo leer sin desvelar mucho la historia, aunque no creo que lo haga si digo que en la historia aparecerá una tercera persona.

A lo largo del largometraje, no se nos cuenta nada extraordinario ni especialmente original, pero sí que se va confrontando los sentimientos derivados de la nostalgia por un pasado que pudo llegar a ser un presente que no fue, y los hechos del presente que sí que ha sido; y todo se hace de una forma elegante, medida, contenida, no sé si como decía antes coreana, e incluso demasiado coreana.

En algún momento se echa en falta una mayor manifestación de los sentimientos, pero no lo juzgaré por ello porque, posiblemente, esta contención sea la manera que se tiene en ese país asiático de relacionarse.
La narración es poco convencional. La directora no practica la clásica narración donde el desarrollo argumental va fluyendo sin sobresaltos; por ejemplo, utiliza de forma repetida elipsis, a veces demasiado abruptas, pero que tampoco molestan.

Se suele decir que las cosas se miden por cómo acaban y no cómo comienzan o desarrollan. Este podría ser el caso de esta obra. Si su planteamiento y nudo son bastante más que aceptables, su escena final hace de este film descuelle por encima de la medianía a la que últimamente estamos acostumbrados, y que lo haga en sus contenidos ciento y cinco minutos; otros muchos podrían aprender.

Decía Serguéi Eisenstein que el cine es montaje. En mi opinión, un director controla totalmente su obra cuando es capaz de controlar su montaje. Es algo deseable, aunque no siempre; por ejemplo, hay directores que al controlar el montaje son incapaces de meter la tijera en su creación y nos ofrecen obras interminables que al final acaban casando y quizás estropeando algo grande.

Empiezo con esta palabras porque tengo que decir que la principal razón que me ha llevado a ver esta película es su trailer. En un minuto y medio, este trailer parece condensar toda una historia emocionante cuyo desarrollo promete mucho, envuelto en una música que te atrapa. Podríamos decir que es un excelente corto, eso sí, corto, muy corto.

Sin embargo, no es exactamente caso. Estamos ante un buen film, pero por debajo de las expectativas creadas. Otra vez en estos tiempos modernos la duración parece excesiva, y quizás con veinte minutos menos se nos mostraría un film más dinámico y entretenido.

A pesar de ese metraje, el drama personal de esas personas afectadas por una extraña enfermedad que los va convirtiendo en animales tiene poca profundidad, centrándose la película en los familiares de los enfermo, la sociedad que se afrenta a sus miedos y en un enfermo cuya identidad no desvelaré por no hacer spoiler. No por planteados y desarrollados podemos darlos por plenamente tratados. Yo creo que más bien se esbozan, aunque se hace de forma solvente.

Lo mejor en mi opinión es lo puramente visual. El director nos ofrece buenas escenas filmadas, algunas de gran belleza, otras de terror rodadas a la antigua, es decir, sin abusar del primero plano sangriento.

En fin, una película recomendable, que es muy europea, muy francesa, a pesar de que la estética pueda en ocasiones remitirse al cine fantástico americano, pero no le quita su esencia europea, es decir, quizás no apta para un público poco avisado, o para aquellos que no ven en el cine un medio para transcender la realidad.

Jorge Coira es un buen director de series de televisión. Buenos trabajos suyos son “Rapa”, “La unidad” o “Hierro”. En cine y hablo a partir de esta película su prestación baja un poco. Todo será ficción audiovisual, pero, así como no es lo mismo el drama que la comedia, tampoco es lo mismo una serie que una película. En una serie el tiempo es otro, hay espacio para el desarrollo y las exigencias pueden ser menores.

No por esta introducción diré que esta película me parece un mal film. Creo que es una obra divertida, que te arranca menos sonrisas de las que querría, pero que cumple con creces las expectativas que nos hayamos podido crear. No deja de ser una comedia de las denominada “screwball”, y eso tiene sus riesgos porque no es fácil arrancar una sonrisa al espectador cada dos minutos.

La verdad diré que había muchos argumentos para que el film me gustase. No deja de ser una crítica a la dictadura de las redes sociales. Lo hace de forma amena, creíble, aunque con excesos, y su desarrollo es sostenido sabiendo cómo terminarlo.

La historia es el mundo al revés; de cómo una mujer que reacciona ante la infidelidad descubierta de su marido la lleva en el mundo de lo virtual a ser tomada por loca. Este es otro de los argumentos que tenía la película para gustarme, Blanca Suárez dicho en dos palabras. Además de su belleza y fotogenia está su simpatía y buen hacer. Poco a poco se va consolidando como la gran actriz de la pantalla grande española.

El que no necesita consolidación es Miguel Rellán. Era el otro argumento. Sencillamente está que se sale en un papel además muy agradecido de padre redimido. En definitiva, no estamos ante un gran film, pero si te ofrecen una comedia divertida, de duración contenida, en este veroño que se prolonga sine die, no puedes por menos que aceptarlo de buen grado.

Creo que hay que empezar esta crítica dejando claro que cuando salí de la sala de cine lo hice consciente de que había asistido a una obra maestra. Es una sensación que se mantiene y sin ser adivino estoy seguro que se mantendrá, sobre todo ahora que resulta tan difícil dar con una.

Es cierto que de alguna manera iba bastante entregado, harto como estoy del cine moderno y buen conocedor de la corta filmografía de Víctor Erice. Bien es verdad que por las mismas razones podría haber salido defraudado, pero no fue el caso.

Ya desde un principio, la última obra de Erice rezuma todo el sabor de su cinematografía, fotograma a fotograma. Ese relato lento y pausado, esa fijación en los objetos, que se convierten a ratos en protagonistas, la excelente actuación de los actores, todos los detalles que en otros pasarían desapercibidos se convierte en su cine en su quintaesencia.

La historia es aparentemente simple. Un actor ya veterano ha desaparecido sin dejar rastro. Veinte años más tarde, su amigo, que también fue director de su última película inacabada, acepta colaborar con un programa de casos no resueltos. Todo transcurre de forma pausada, pero sin planos gratuitos, con el sabor del cine de autor de décadas pasadas.

El director nos hará transitar por caminos que llevan del olvido al recuerdo, de los sentimientos aparcados a su expresión contenida. De lo que fuimos y de lo que somos, solos con nosotros mismos y con los otros.

Impresionante el trabajo de todos los actores, pero sin querer ser injusto destacaría a José María Pou, José Coronado o Anna Torrent, cuyas presencias ante la cámara llenan toda la sala.

Si tengo que poner una pequeña pega, diría que me habría gustado unos pocos minutos menos de metraje, no tanto por la obra si no porque a ciertas edades estarse tres horas sentado puede ser un martirio, creo que compartido por muchos de los espectadores de similar edad a la mía, pero después de tantos años sin estrenar un film y con la duda de si habrá otro, ¿quién se atreve a cuestionar al maestro la duración de su obra o cualquier otra cosa? Si lo hace, ahí me tendrá, dure lo que dure.

A mí me parece un milagro. ¿Cómo puede ser que Woody Allen con sus casi ochenta y ocho años pueda seguir haciendo películas llenas de ingenio y argumentos muy bien trazados? ¿Cómo puede ser que después de todo lo sucedido, de haber sido absuelto dos veces, y sin embargo llevar encima permanentemente la sombra de la duda, de rodar en francés pueda ofrecernos obras tan redondas? Obras impregnadas de sus características que permiten detectar casi enseguida que estamos ante algo surgido de su imaginación, aunque no supiéramos que son suyas.

No salgo de mi asombro y me congratulo. Tenemos Woody Allen para rato, cruzo los dedos. En esta su más reciente película, Allen juega otra vez con la casualidades y con la suerte. Con unos actores que parecen ser miembros de la factoría Allen de toda la vida, el director neoyorquino trenza la historia de un amor juvenil no declarado y que se manifiesta muchos años después a muchos kilómetros de donde surgió. Llega en el momento adecuado, otra casualidad, y es por ello que fructifica.

Su desarrollo nos mantiene en vilo durante su desarrollo. No desvelaré el final pero la temática que tantas veces ha tratado Woody Allen, la suerte, tiene una importancia capital. Decir también que sus contenidos noventa y seis minutos son toda una lección para tantos que son incapaces de meter la tijera a tanto metraje rodado y finalmente expuesto. Y todo esto sin multiversos, mundos distópicos, o figuras monstruosas; tan solo la imaginación desbordante de unos de los mejores directores que han tenido el cine en sus últimas cinco décadas, aunque a muchos les cueste reconocerlo o les pese.

Seguramente Nanni Moretti es uno de los directores más interesantes de la actualidad. Es un rescoldo de un tiempo donde en el cine importaba lo que se contaba y no todo se basaba en efectos de ordenador y en argumentos rocambolescos y mañidos, de aquellos que identificas como ya vistos, y revistos, pero que con la excusa de transpórtalos a otras épocas, diatópicas o no, o a otras dimensiones, se nos quieren presentar en largometrajes interminables como la quintaesencia del cine moderno; a falta de imaginación, parece que debemols conformarnos con esto.

Sin embargo, no por ello diré que estamos ante un gran película, pero sí que creo que ante una buena película. En el cine es normal que los actores bordeen muchas veces en un mismo plano lo sublime y lo ridículo, a veces depende del guion, otras veces, de los actores, que sea dicho de paso, en esta película brillan a gran altura. Esto es lo que pasa en muchas escenas de este film italiano. A veces se acerca más a lo sublime como en muchas de las escenas cantadas, aunque no estemos propiamente en film musical, y otras veces se acerca peligrosamente a lo ridículo como en la escena donde Moretti interviene en un rodaje ajeno.

En todo caso, se trata de una obra diferente, arriesgada, bien construida sobre el nacimiento del eurocomunismo, o mejor dicho, de la desvinculación de los partidos comunistas de la Europa occidental de la obediencia soviética. Dadas las pocas proyecciones en las salas aconsejo su rápido visionado; y que conste que lo de rápido no hace referencia a su metraje más bien corto, noventa y cinco minutos, pero que se agradece mucho, en este cine moderno de metrajes extendidos ad nauseam buscando un final que no llega. ¿No quedamos que el cine era el arte de la elipsis y del montaje? Pues bien, pregúntenselo a Moretti, Nanni de nombre.