El bueno de Dennis O´Keefe metido a contable. Como fue oficial del ejército y por culpa de sus estudios de contabilidad, la policía le ofrece un sustancioso premio si logra desenmascarar al escurridizo capo Valentine. Necesitan a un tipo que no pueda engañar a alguien como al capo Valentine. Y Dennis O´Keefe tiene la estampa del hombre que da su palabra y ya no la romperá. Y nadie mejor que el siniestro Paul Stewart para representar a un personaje mafioso como Valentine. Valentine controla desde Chicago por todos los estados de EEUU negocios ilegales y otros legales que sirven de tapadera pero la policía no tiene pruebas, y el contable debe proporcionárselas. Un truco que aún hoy día funciona en cualquier lugar.

Para los incondicionales de este género pueden abandonarse confiadamente con este Chicago Syndicate porque a pesar de sus momentos explicativos —lentos—, a la hora de ofrecer, ofrece lo estipulado. No es una película farragosa, en absoluto. Se aviva en los picos que debe hacerlo y te distrae con sus bonitas mujeres. Mujeres de esas que pululan en salas como La Tropicana con sus vestidos negros bien ajustados, cada una con sus ocultas intenciones. La rubia canta una bonita canción al son de la orquesta de Xavier Cugat, aquel músico catalán que triunfó allende los mares, y no solo dirige, sino que actúa porque tiene su papel dentro del tinglado criminal. Y sí, ese blanco y negro difuso más ese ambiente intrigante que maquina mientras en las calles la gente cruza yendo a sus cosas, te hacen sentirte en el ajo, te hacen sentirte bien y muy de acuerdo con este cine que por suerte, proliferó. La gente tiene que saber cómo ser un capo, y confirmar que como para todo, hay que valer.

Lo de hoy en cuestión de cine negro, vamos apañados.

Disparatada comedia a base de jugar al escondite por culpa de los amoríos de Tony Curtis, muy bien acompañado por Jerry Lewis aportando sino toda su salsa, parte de ella; la que se requería para esta actuación.
Esta es la comedia de las puertas, de entrar y salir; entra una, sale otra; esconde a la una, esconde a la otra; y mientras la pobre empleada de hogar (Thelma Ritter) sufriendo las consecuencias de esos dos sinvergüenzas.
Tony Curtis, galán indiscutible de aquellos años, y buen actor, se las ingenia hasta que las circunstancias cambian. Pensamos que bien podía haber hecho alguna renuncia pero entonces no mantendría su estatus de macho alfa. También cambian los tiempos y estas locuras hoy no harán mucha gracia por lo que se ruega se lo piense uno antes de verla.

Pues claro que es un buena película. Una película de acción made in USA, no una película de acción made in por ahí lejos que nunca pasa nada o ésas en las que los protagonistas se tiran media hora meditando hasta que sacan la katana (como hace el orondo Steven Seagal); aquí no hay tiempo para pensar. Y es que La Casa Blanca es un gran objetivo para cualquier terrorista venga de donde venga y sea cual sea la realidad. Channing, aquí, no tuvo la suerte de Gerard Butler porque en las oposiciones para agente secreto del presidente USA no llegó al corte, y Gerard sí. Es lo malo de opositar a funcionario, que hay que tener suerte. Entonces Channing pretende ser agente secreto por recomendación y trae a su hija para ver si gana puntos pero la niña es una petarda; no obstante tendrá su oportunidad. Esta era una película, a lo mejor, para nuestro querido amigo Wesley Snipes (yo siempre le recomiendo), porque Wesley también estuvo trabajando en un entuerto gordo en La Casa Blanca, pero como aquí habían elegido de presi a Jamie Foxx vieron que dos negros juntos no dan mucho colorido y cogieron a Channing que cae también simpático porque no va de listo y además parece un poco tonto. Siempre en las pelis de colegas van el blanco y el negro; o dos blancos, claro. Uno sabio y listo que ha estudiado mucho y el otro tonto y bruto.

Jamie Foxx es un actor excelente en películas de acción y tiene toda mi admiración (Cada vez que le nombro me viene a la mente su papel como Hijo Puta Jones, para mearse). Sus películas son muy buenas y recomendables. Aaron Eckhart también es un presidente cojonudo en Objetivo: La Casa Blanca, un tipo duro que aguanta bien los tiros y de los que al momento se le ha pasado el dolor; pero Jamie casi diría que mola más. James Woods está inconmensurable, como siempre, de malo no tiene igual. Y sumar al siempre efectivo Richard Jenkins, un hombre de perfil honrado que nunca falta en la baraja de los casting. Lo peor es el papel de las mujeres de los protas que son insoportables de pijas; no sé cómo en su día estos tíos aceptaron ir con ellas. A ver si algún día sacan una dando con la zapatilla al niño o viendo en la tele a Jorge Javier en Supervivientes.

Añadir que cuando los terroristas se refieren al "paquete" lo dicen por el presidente USA, una falta de respeto total (aunque debo admitir que me dio la risa al escucharlo..., menos mal que estaba solo). La película es como la de Objetivo La Casa Blanca, igual de entretenida, igual de movida, con sus momentos enternecedores y encima no pasarás ninguno angustioso porque todo el mundo sabe de qué va esto. Totalmente recomendable y no hacer caso de los comentarios contrarios a este juego norteamericano de patriotismo y heroicidad porque es justo en este país donde funciona todo este festín de tiros, armamento nuclear, carros de combate y cazas ultrasónicos; no busques estas películas en otros sitios porque esas sí que serían ridículas en grado sumo.

Se presenta un extraño caso de desapariciones de barcos, de gente que es secuestrada y de lingotes de oro que forman parte del tesoro público de la Gran Bretaña. Ante este argumento si quieres disfrutar de una película de acción, con buenas escenas y vistas de bonitos parajes escoceses, pues no te queda otra que aceptar lo dicho. Una vez hecho te encuentras con que Anthony Hopkins tiene su películas de acción como agente secreto del gobierno ya desde hace muchos años; produce cierta sorpresa tan acostumbrados como estamos de verlo ya mayor.

Me ha gustado el ambiente de misterio y de intriga que dan esos castillos oscuros al pie de acantilados, habitados por gente que no quiere intrusos a su alrededor y que retrotraen a ese maravilloso álbum de Tintín titulado La isla Negra, cuyo castillo esconde en los calabozos un asombroso secreto. El agente naval (Anthony Hopkins) deberá descubrir el misterio rodeado de mil peligros en una cinta muy entretenida, acompañado por su jefe en el ministerio, el super conocido Robert Morley que como no podía ser de otro modo aporta el lado humorístico aún sin quererlo. Nathalie Delon, quien fuera la mujer de Alain, es otro aliciente de la película.

He vuelto a ver esta película por fin. No sé quién me había regalado el DVD y no lo encontraba hasta que el otro día dí con él. No la recordaba bien y ahora compruebo que tiene un guion auténticamente genial. La película habla sobre una gran verdad de este mundo, poca gente es feliz y mucha está descontenta con su vida. Y está descontenta porque no ha conseguido ser lo que quería, y mucha culpa viene del hecho de saber que el otro tiene más, y "¡a ver por qué yo no puedo tener lo mismo!" Es la pena de gente muy orgullosa. El caso es que aquí el policía no está contento y Van Heflin se encarga de decírtelo bien a las claras. Soy policía y no estoy contento, gano poco y no tengo más porvenir. Hasta que aparece ella.

Los diálogos son tan certeros que no puedes más que ir asistiendo a los acontecimientos viéndolos venir, viendo que todo lo que va sucediendo es la lógica continuidad de lo anterior. No hay saltos, ni contradicciones. Cuando uno planea algo si es listo, contará con todos los hechos inoportunos que puedan surgir, que se lo digan a los criminales que se enfrentan a Colombo, que no dan una, el caso es que siempre acaba surgiendo algo inesperado. Hay que joderse. El merodeador mentado igual fue el policía y si no, cualquiera que no esté muy contento con su vida, o un tío normal que pasaba por allí y si no, pues coño, no te duches con la ventana abierta de par en par, so cenutria. No disimules que te gusta exhibirte.

Hay algo muy cierto en el amargo devenir del policía que dice con toda razón. El negociante roba; el jefe no declara los impuestos; el millonario compra votos; el abogado acepta sobornos... Luego joder el policía ¡dispara!

Inédito argumento que da pie al siempre elegante Gene Barry a presentar a un personaje ávido de poder. Y es inédita la trama que se plantea porque, salvo error por mi parte, nunca había escuchado esa manera de robar: empalmar tuberías a las de otras compañías petrolíferas para hacerse con el crudo. No sé si la idea es peregrina o es exceso de imaginación del guionista, el caso es que existe en la película un clima de credibilidad absoluta sobre el tema.

La cuestión es que incluso intentan convencer que se pueden levantar pozos para extraer en diagonal de tal forma que el pozo puede estar a un kilómetro del petróleo. No he podido darme cuenta si el personaje lo comenta con sorna o simplemente se guasea hasta del espectador.

Resumiendo, con esta base la película transcurre a buen ritmo; la intriga propia de los amoríos del protagonista (un Gene Barry pletórico) es la principal baza, como suele ser, y se me antoja que en este caso queda muy interesante; Barbara Hale pinta estupenda pero la rubia no se queda atrás, lo que pasa es que la morena como es la mala siempre gusta más. Y no faltan las imprescindibles escenas de violencia con un plantel de mafiosos de muy buen calado. Si aparece la película por el camino, no hay por qué hacerla ascos.

¡Qué simpático Charles Laughton de Herodes! Es el único de todos que es tolerante con el cristianismo que predica San Juan Bautista. Antes, todos contra Juan el Predicador porque se mete con Roma, con el poder establecido, que si Roma es una dictadura salvaje, que si tal y cual... El consejero de Herodes también le defiende pero es que es su labor, llevar la contraria al Senado. Hay quien, por la parte crítica, se mete con Rita Hayworth porque sí, porque le cae mal, aunque es cierto que aquí baila muy sosamente cuando sabe hacerlo mucho mejor, que bien lo sabemos. Claudio parece puesto por el ayuntamiento, igual que Pilatos, que es un malvado, pero dan ambiente.
Me ha hecho gracia cuando iban en el barco Claudio y Pilatos que el encargado de las galeras daba latigazos a los remeros para que aumentaran la velocidad a 3 nudos, pero siempre al mismo, le debía tener manía. El pobre no podía más.
Pero es una película simpática con un vestuario muy acorde y unos decorados bastante correctos. Herodes queda muy bien, tan tierno con su hijastra Salomé que la colma de regalos... Es una producción de esas de romanos (péplum para los eruditos, del castellano antiguo) que tan bien quedaba en Hollywood como cine clásico en plan culebrón. Gustaba y gusta ver de vez en cuando.

Muelle 23 tiene toda la apariencia de un episodio piloto para una serie televisiva. Y lo bueno es que parece un producto en oferta de Dos por Uno porque en tan poco tiempo te cuentan dos casos de asesinato diferentes para que Dennis O´Brien (Hugh Beaumont) los resuelva como pueda. No lo tiene fácil. Es una cinta para esos viejos admiradores de la figura del detective privado pobretón, más honrado que la propia policía. Tiene una buena presentación, muy buenas interpretaciones y buenos diálogos, pero los casos están demasiados enredados y resueltos a salto de mata. El tiempo de duración es la clave. Un detective que por asociación de ideas (las mías que no son muy acertadas, ya lo digo) parece que inspiraría al Tony Rome que hiciera Frank Sinatra. Vive en una caseta al lado del muelle de alquilar barquitos a los guiris y de los casos que le encargan como detective privado; comparte cuchitril con un viejo borracho, filósofo venido a menos, y cada vez que le derrumban de un golpe y aparece en el suelo, hay un muerto y el teniente de policía en la puerta. Ni hecho aposta.
La puntúo por el conseguido suficientemente ambiente detectivesco y por supuesto, y sobre todo, por las mujeres, en especial por la fenomenal mujer fatal del segundo caso. Lo mejor. Ana Salvaje.

El argumento, como bien sabrán aquellos cinéfilos expertos que sean capaces de recordar títulos, es un tema tratado en más de una ocasión. El presidente de una empresa que se ve arruinado por culpa de un arqueólogo un punto neurótico que no le quiere avalar, contrata a un viejo conocido con antecedentes penales para que le mate con el fin de que su mujer, el día de mañana, no se quede desamparada en este terrible mundo capitalista, y así pueda cobrar el seguro (los suicidios no se pagan) para seguir llevando el mismo tren de vida de lujo y dispendio.

El tema se sigue con interés; está relatado con corrección. A alguien bien curtido le parecerá un argumento previsible, para otros el problema estará en la diferencia existente entre el cine negro inglés y el americano —en esa época— que aunque no sea mucha, la hay. Para los acostumbrados al segundo, en Paid to Kill se echa de menos la contundencia en las secuencias claves, el estilo americano es más tosco, más violento y más expresivo. Los ingleses son demasiado fríos, aunque a lo mejor son más canallas. No digo que sea uno mejor que el otro pero creo que el cine negro americano está por encima; cuestión de gustos.

A Ving Rhames lo han metido en la cárcel porque no se ha enterado de que decir NO es No. Le han fastidiado de lo lindo porque iba a pelear la final del mundo de los pesos pesados y se ha quedado sin el combate; y encima le reclaman los millones de dólares que tiene ganados. Sorpresas te da la vida.

Walter Hill se toma sus tiempos en esta película de género carcelario en la que al menos no tenemos que temer que los funcionarios sean peores que los reclusos, como suele pasar en este género. Pero el campeón se va a encontrar con otro campeón: Nuestro querido amigo Wesley Snipes, que vive justo en esa cárcel y a perpetuidad. Los dos se vienen arriba. A Ving Rhames le aconsejan que haga bomba de humo pero no se anda con tonterías y el reto está dispuesto.

Paso a paso avanza la película con síntomas de caer en el tedio pero no recula y sigue impecable hasta su desenlace. Un ambiente entretenido ahondando en lo clásico de estas películas que si no está Wesley pues está Jean Claude Van Damme; y tanto monta uno como monta el otro. Ving Rhames fenomenal su puesta a punto y muy válido como partenier... Y convincente con sus argumentos. Aconsejable para los caballeros.

Deslumbrante y, aparte de eso, oscura. Película de gran realismo que te gana por la mano, es un auténtico drama policial que profundiza en los personajes, tal vez como tantas otras, dándolos esa oportunidad para que no los cataloguemos de un plumazo; algo que bien llevado, nos hace valorar el mérito de una película.

Nolan (Edmond O´Brien) es el violento policía, de acuerdo, pero también tiene sus perfiles, sus aristas. Para descubrirlo contamos con el ambiente clásico de la comisaría de policía descrito al estilo James Ellroy: corrupción, violencia, apuestas, boxeo y una regla no escrita de no delatarse entre compañeros. En el caso del detective Nolan, no obstante, existe cierto desprecio por sus procederes excesivamente violentos y parece que lo toleran a regañadientes. También estaban autorizados, o se consentía, que los reporteros anduvieran por las comisarías a la caza de la noticia del crimen, incluso se metieran en los despachos, y eso se ve aquí. Todos, en esa comisaría, forman una especie de comuna que son Los Que Odian a Nolan. Fuera de esa comisaría está su novia, que es un caso aparte. Eran tiempo sórdidos y la policía no gozaba de buena prensa, tenían poca paga y mucho trabajo.

Cierto que el ritmo desacelera en cuanto el amigo y compañero entabla conversación con la novia de Nolan, en ese tono tan suave. También me ha extrañado que un sordomudo toque el acordeón, es algo que nunca me había parado a pensar, pero contrarresto esos mínimos hándicaps por la gran actuación de Edmond O´Brien, por el que no hay que quitar valor ninguno a la película, su obra.

Para ello valen esos detalles tan llamativos sobre la violencia y la corrupción. Las escenas logradísimas por la que ya debe contar entre las favoritas del género para los adeptos, que son además, para enmarcar. No solo en la piscina, si no que cuando Nolan machaca a alguien en el comedor, los espaguetis se sorben más deprisa y es que espanta el tío a todos los clientes y a los espectadores de paso también.

Edmond O´Brien es un actor que encaja perfectamente en el cine negro, una apuesta segura, del tipo de otro duro de la misma planta, ya sea a uno u al otro lado de la ley: Broderick Crawford. Intento no perderme ni una película de ambos en este género; en este caso, Edmond O´Brien hace un auténtico recital de su personaje, teniendo en cuenta que medio dirige él la película, y expresa de manera brutal cuando un policía está ya, irremediablemente quemado. Un auténtico recital.

A George Raft, conocido también por sus memorables desplantes a películas que luego fueron un éxito, he aprendido a apreciarle. Uno se entera que empezó siendo un buen bailarín y de carambola en carambola terminó haciendo carrera en el cine. Formó parte de la bolsa de trabajo junto a actores de planta similar: Mickey Rooney, James Cagney, siguiendo el ejemplo de Edward G Robinson. Tipos duros que lo mismo valían para un roto que para un descosido. Eso eran actores, sí señor, de largo.

George tiene porte elegante y picarón. Creo que se mofa de todos en Inglaterra pero también las pasa canutas y la agente británica le baja los humos a la primera. Detalles que cuentan. Enseguida se desmarca a bajar del avión y emprende una búsqueda sin perder el hilo en ningún momento. Alguno que se dedica a empujar también se desmarca y no vuelve a saberse de él, pero eso es como la vida misma. Hay personajes dignos de tener en cuenta. La mujer jefa de la oficina (Patricia Laffan) es de un magnetismo raro de encontrar hoy día, despide misterio a cada paso. Es de ese tipo de mujer sofisticada, fría y malévola como aquella de La casa de la calle 92 (1945), aunque ésta era peor, que hacían de contacto con el enemigo en la sombra. Aquí el enemigo, como potencia europea, también es desconocido para el espectador, está raptando a científicos seguro que para crear armas estratégicas, pero George Raft se viene de EEUU a deshacer el entuerto. Viene solo, sin problemas, y encima encandila a la agente británica. No va más, señores. Película indispensable para los coleccionistas.

Qué ganas tenía de ver esta película. Recuerdo que vi hace tiempo los primeros minutos pero tuve que dejarla y me quedé con las ganas; por fin la he visto y como supuse, es un placer disfrutar de ella. A Holden es que lo tengo entre mis preferidos de siempre, fue el viejo Pike y ya con eso como estrella me cautivó; es de esos que con la edad fue superándose. Aquí está para estrecharle la mano por su caballerosidad y su empatía con la gente de bien. Su personaje es el de un artista en vías de desarrollo con pocas perspectivas, buscando temas exóticos. Entonces conoce a una mujer asiática y ahí está el interés y el gran acierto de esta película, pero ojo, teniendo en cuenta que aunque se hable mucho de encuentros de culturas, no va de eso, va de los sueños por cumplir de personas humildes, sueños dorados que parecen de otro mundo.

Holden, el duro Holden, quiere ser artista y la mujer es una soñadora. Ese es el verdadero encuentro, el de dos soñadores. Creo que los sueños por cumplir cuando vienen de una niña son inmensamente más nostálgicos que los de un niño. Las niñas que sueñan con ser princesas son las más vulnerables y eso es algo que, ya de por sí, cala en el espectador porque lo capta a la primera. La ternura de la mujer y sus deseos que siguen prevaleciendo a pesar de lo duro, siniestro y cruel de la vida, no decaerán nunca; siempre será una niña. Por eso se siente uno tan sensible. Ese anhelo es lo que enamora al pintor. La rubia inglesa era la buena opción, el premio, pero los soñadores... son auténticos y su alma va siempre con los perdedores.

Tiene un cuento Emilia Pardo Bazán que habla de una niña soñadora huérfana de madre, sumida en la más absoluta pobreza, que un día muy contenta encuentra unas medias y se las pone. La realidad de la vida es que el padre al vérselas puestas le suelta una paliza que la parte un diente y la deja tuerta; así se acabó la tontería. A partir de ahí, solo quieres ver a la chinita salir adelante con todas sus ilusiones y nada más que eso, pero además con William Holden dando puerta a los demás y en ese marco tan bien retratado de Hong Kong, tan vivo en todas sus secuencias.

Extraña película que puede pasar muy bien como un proyecto o prototipo para una más completa del género negro o cine de espías de serie B. Se queda como un ensayo en el que se aprecia la falta de secuencias que completen parte de la acción y en cambio, en una, por ejemplo, la de la torre de control guiando mediante el radar al avión, se alarga excesivamente.

Una trama sobre espionaje a favor de algún país imaginario y un robo de joyas con crimen confluyendo los implicados en el mismo vuelo, junto a un agente del FBI que sigue el rastro del espía como un sabueso.

En fin, una película a la que solo llega hasta aquí, como supuse, mi querido amigo y compañero de batallas, el usuario explorador incansable de este tipo de películas porque a pesar de ser tan rudimentarias, tienen su punto curioso. No está mal dirigida, las actuaciones son correctas, tiene un guion incompleto (o faltaría alguna explicación) pero se sostiene y el final es para sonreír indulgente. Otra para el archivo.

Puede sorprenderte gratamente esta película porque a pesar de ser discreta guarda cierto atractivo. Mucho depende del ánimo a la hora de verla. Si buscas una policíaca de acción, ésta va por otros derroteros, pero si aceptas una propuesta elegante, recatada y modesta sin más, no te cansará. Ray Milland, un tipo elegante y buen actor que aquí brilla con sus sonrisas e ironía, se encarga de hacer la película a su manera y a su conveniencia. Lo primero es el acierto en la música de fondo, melodiosa y acorde con las bellas estampas que nos ofrece de Lisboa. Luego, la presentación de los personajes, cumpliendo ellos sin más con un guion que no quiere deslumbrar, sino presentar una historia de contrabandistas, extorsiones y secuestros sin sobresaltos ni escenas escabrosas. Parece que el tema es peligroso, pero ni mucho menos.

La forma de describir la trama es siempre reposada, con educación y elegancia; y es por ello que la película se ve relajadamente y con agrado. Creo que aunque resulta difícil que el personaje de Ray Milland encaje como ese tipo atractivo que quiere ser, volviendo locas a jóvenes y maduras, no por ello se le critique ni se menosprecie su historia, y más cuando cuenta con una Maureen O´Hara siempre tan convincente. Claude Rains a su rollo malvado, perfecto, también con mucha clase, y los demás, pues eso, cumpliendo las órdenes del director y a cobrar el cheque. Yo no la recomiendo, pero a mí me gustan estas películas y la defiendo porque me agradan los tipos elegantes a la hora de actuar como Batman, Robert Palmer o el mismo Ray Milland, por ello no será buena, pero tiene estilo.

Dice la directora del taller de costura en un momento dado ante la orgullosa y repipi malhablada jovencita, que no tiene por qué ser políticamente correcta. Eso es lo típico en los franchutes, la hipocresía. Mucha fraternidad pero como pases por su terreno con un camión con tomates, te apalean. Si yo fuera el presidente, en el nacimiento del río Garona empezaba a hacer trasvases hacía España pero ya mismo.

El caso es que luego se ve que no hay otra cosa en la película, tontería y nada más que tontería, eso sí, toda ella es políticamente correcta. Es cansino el machaconeo al que nos tienen sometidos con estos cuentos estúpidos que ni tienen gracia ni resultan mínimamente creíbles ni entretenidos. Pero sobre todo, es innecesario, no tiene por qué existir ese aire Woke del que debes comulgar por narices. Ves a tres mujeres hablando en una escena —ni caso a lo que decían porque no se trata de escuchar un guion potable, sino de que tragues con el tema—, cuando de repente oigo una voz masculina de camionero recio en el bar por la mañana pidiendo el chupito de hierbas y me pregunto que dónde está el tío escondido. Sólo hay tres mujeres luego el tipo tiene que hablar en off, fuera de la cámara, pero no, que va, me fijo y es que una de las mujeres no es una mujer, es un tío, con un vozarrón que ya lo quisiera Nicola di Bari. Con sus tetitas y todo. Antes tenías a Rupert Everett en la boda, como el amigo gay consultor para consolarte en los momentos difíciles, que te caía bien desde luego, pero eso ya ha quedado demasiado suave, ahora ya es el trans. Se avanza. Supongo que el día de mañana por la lógica progresión, el amigo será el perro que habla, o, a lo mejor, se volverá de nuevo, en una especie de pirueta evolutiva, a la figura del hombre normal de ir por casa.

Entre las mujeres que trabajan en el taller todo es de lo más estereotipado; el que no entre en la foto, es un malvado. Hay una envidiosa con mala leche que lleva el dorsal en la espalda de ser votante de Le Pen, cómo no, siendo las demás excelentes personas que se deshacen en servir, enseñar y ayudar a la jovencita desde el primer momento. Porque es de fuera, si habláramos de la vecina del barrio de toda la vida la pondrían la zancadilla cada dos por tres. El país de Jauja. Qué miseria de personajes todos los habidos, tan colocados, todo lo que dicen, lo que hacen, es tan previsible que da asco. Y respecto a pensar que estamos en el ejemplo del cuento de la Cenicienta, pues eso, que es un cuento. Ni de lejos se parece el caso. La Cenicienta era dulzura, bondad y alegría. Aquí eso no se ve por ninguna parte. Peñazo de película.

Nueva incursión de Mariano Ozores en el ambiente del juego (Ya no va más, Los bingueros...), esta vez en el casino de Torremolinos, con sus dos showman estrellas, Esteso y Pajares, y el inefable Antonio Ozores a la zaga. Igualmente se echa mano de las clásicas supersticiones durante el juego con los posibles gafes y por el otro lado los llamados "hombres elefantes", aquellos que proporcionan una suerte bárbara a los demás aunque él no la tenga.

En Los liantes, el meollo de la cuestión rodará en torno a la ruleta y tendrá a Emiliano Redondo acompañando al famoso dúo. Los liantes es una película que repite las fórmulas conocidas de este director que mezcla un humor chabacano y el "destape". Personalmente opino que responde a las expectativas aunque hoy día este cine esté infravalorado pero estaba muy demandado por entonces y de ahí las once películas que protagonizaron estos dos. De hecho, la fórmula se ha intentado repetir posteriormente, por ejemplo con Martes y Trece, pero el invento ya no funciona. No es un cine para buscar pero si aparece por las parrillas televisivas, siempre a horas nocturnas como debe ser, es una opción difícil de desechar, al menos por los buenos aficionados porque el resto de lo que haya por otras cadenas será repetido y aburrido.

No hace falta tratarla como secuela. Yo la vi en mitad de la noche, el cúmulo de preocupaciones que me invade —y eso que me corresponde no tener ninguna— no me deja dormir, y sin ganas de leer conecto la tele y me encuentro con esto. La iba a quitar pero me enganchó ver a esa Carmen Maura de entonces, con su elegante caminar y su encantadora sonrisa al aire libre. Le iban apareciendo personajes en su singladura por los inmuebles de la ciudad y me di cuenta que uno a uno la hablaban sin parar y lo curioso es que aunque no se les entendía, daba igual. No era capaz de entender ni al jefe, ni al vecino... también es verdad que no me esforcé en escucharlos y no descomponía nada del tema de la película el no enterarse de lo que estuvieran diciendo, nada más que bla bla bla... Es más, me pareció que la propia Carmen, en su papel, tampoco les prestaba atención, sonreía y seguía a lo suyo, sabía a qué atenerse. Al único que se le entendía algo era a Ramón Manduala, que hacía de ejecutivo, un ejecutivo al que ella debía entrevistar como periodista. Y lo entrevista a orillas del río, mientras pescaban truchas con cucharilla.
La película se puede ver perfectamente, es buena y recomendable, transparente como el cristal, no deforma la realidad ni ofende y si la ves siendo un cinéfilo de categoría y te gusta, es que estarás siendo un poco menos gafapasta en la vida.

Una película de la factoría de Malpaso hecha a la medida del macarrilla de Clint. Él se lo guisa y él se lo come. Si la pongo nota es por el entrenamiento que hace con la india a base de perseguirla por las montañas que me ha gustado, una especie de metáfora sobre las ganas que la tiene. Es que el tío estaba como los venaos en época del berreo por los montes de Toledo (me refiero a su vida real). También es de ley decir que la película distrae y no cansa, tiene cierto discurrir con paisajes agradables pero en concreto no tiene ni pies ni cabeza, en todo caso sí tiene mano, esa mano de colorido y saber estar que el señor Eastwood crea, aunque le importe 3 pepinos la credibilidad. La película es previsible porque cualquiera puede imaginarse lo que vendrá a continuación, que habrá un giro por aquí o por allá, que dará de bofetadas a quién se le ponga por delante, que palmeará el culo a las mujeres, que pondrá su cara de malo a los raritos y que chuleará a quién le parezca, incluido al espectador.

Esto de ponerse a ver una película de juicios es una auténtica lotería. Personalmente no me gustan mucho porque no creo en la Justicia (creería más en la Justicia peliculera que en la real), y desde luego creo mucho menos en la de aquí, que es de risa, así que lo importante en este género de juicios es que la película sepa ofrecer actores fiables, que el asunto tenga su intríngulis y que te entretenga con argucias originales…, esas cosas. Legítima defensa de John Grisham es buena, puede uno ponerse a verla con atención, es fácil de seguir y el caso enjuiciado anima en lo concerniente a que el espectador desde el minuto uno verá una película de buenos y malos. A mí me ha enganchado al principio más que nada por Jon Voight. Su aparición en escena es grandiosa. Se adivina por ese detalle que quien está al mando de la acción es un auténtico profesional. Jon Voight surge de golpe en una secuencia de libro y, como ladino abogado, salta enseguida a avalar a su rival, un inexperto e imberbe Matt Damon. En realidad es que se lo va a comer y lo quiere tiernecito. Aquí lo que veo es como que el veterano Jon Voight se presta a avalar la carrera cinematográfica del novato Matt Damon. Como si le diera la alternativa torera. Podría ser.

Luego están las actuaciones de DeVito y de Danny Glover; muy atractivas para el devenir de la trama. DeVito está sensacional y Danny Glover como juez plenipotenciario de la justicia absoluta se come las secuencias como si fueran tapitas de bar.

Lo que pasa es que el caso recurrido es una simpleza, con poca controversia, el dictamen sería un trámite muy rápido, un juez no tendría más que escuchar a uno y a otro, y ¡zas! sentencia al instante y que recurra quien quiera al Tribunal Superior de Justicia. Por tanto te añaden sucedáneos como es el joven moribundo víctima de los intereses de la compañía, y un tema ajeno al terreno de juego de violencia machista que, desde mi punto de vista, se pasa de rosca, pero bueno. Lo otro es lo referente a los juicios anglosajones. Esta gente tiene la costumbre de delegar la sentencia en un jurado popular, lo cual es una chorrada como una casa porque un juez debe tener suficiente legislación y apoyos argumentales para dictaminar sin más leches y no cargar la responsabilidad a ciudadanos anónimos que están a lo suyo, que seguro que se cagan mil veces al día en la puta madre de éste y de aquel y de lo mal que está todo y en conclusión, viven cabreados con el mundo, así que cuando les hagan subir al estrado simularán que son personas sesudas, comedidas y juiciosas y encima se lo creerán ellos mismos. El juez puede que sea más gilipollas que alguno del jurado, pero al menos está instruido en la materia.

El caso es que siguiendo con la trama de la película, notas que el asunto está explicado muy bien y lo sigues con interés.