Paul Thomas Anderson ya había llamado la atención de la crítica especializada gracias a sus dos primeros largometrajes, Sidney y, sobre todo, Boogie Nights, pero fue con esta película, una cinta coral sobre la redención, con la que logró hacerse un nombre más allá de ser considerado otro cineasta a tener en cuenta.

Un moribundo (Jason Robards), la mujer de éste (Julianne Moore), un misógino que se gana la vida dando consejos a otros hombres (Tom Cruise), un policía (John C. Reilly) o una especie de niño prodigio (Jeremy Blackman) son algunos de los muchos personajes cuyas historias se cruzan a lo largo de la película.

Magnolia puede presumir de contar tanto con una de las mejores introducciones como con uno de los mejores desenlaces que servidor haya tenido la oportunidad de ver en los últimos años. También de tener a su servicio a un reparto resultón (lo de Tom Cruise dilapidando su imagen de chico, es un decir, bien no tiene precio) y solvente. Sólo le pondría una (gran) pega: su excesiva duración.

Gary Sinise dirige, produce y protagoniza esta adaptación de la famosa novela de John Steinbeck. En la misma da vida a George, quien junto a Lennie (John Malkovich), un hombre fuerte pero con mente de niño, acaba buscando trabajo en una granja al mismo tiempo que ayuda a este último a huir tras cierto malentendido. Pero el verdadero sueño de George es poseer su propia granja.

El correcto trabajo, delante y detrás de las cámaras, de Sinise queda ensombrecido por las excelencias de Malkovich, quien beneficiándose del personaje más complejo de la cinta realiza un trabajo notable que acaba siendo lo mejor de este triste drama sobre la amistad y la pérdida.

Leonardo DiCaprio y Claire Danes (en un papel que se disputaron gran parte de las jóvenes promesas de Hollywood) son Romeo y Julieta, respectivamente, en esta nueva versión sobre uno de los romances más famosos y trágicos que nos ha ofrecido la literatura.

El rostro de él ya empapelaba las carpetas de las jovencitas de medio mundo, mientras que ella había llamado la atención de algunos (la mía, por ejemplo) gracias a Es mi vida (My So-Called Life), esa genial serie cancelada prematuramente. Sin embargo, es la certera mano del director, Baz Luhrmann, quien otorgó al conjunto el acabado definitivo.

A medio camino entre el clasicismo y la modernidad (véase su colorida fotografía, su popera banda sonora…), esta nueva adaptación es una rareza (sólo por eso ya vale la pena) que, como dirán sus detractores, a veces parece más un videoclip que una película. Yo opino que estamos ante una propuesta arriesgada, no del todo satisfactoria pero muy válida.

¿Cómo no emocionarse ante una cinta de terror cuya trama gira alrededor del rodaje de una película maldita y que tiene en su reparto a Molly Ringwald, la inolvidable protagonista de El club de los cinco (The Breakfast Club), La chica de rosa (Pretty in Pink) y Dieciséis velas (Sixteen Candles), y Kylie Minogue?

Pero mi ilusión duró bien poco. Y es que este desaguisado sin pies ni cabeza sólo puede ser disfrutado de dos maneras: en estado de embriaguez o rodeado de amigos y riéndose de todos y cada uno de los tópicos que salpican la pantalla. Porque sí, la película es mala. Muy mala.

La carrera de Justin Timberlake no puede ser más curiosa. La primera vez que oí hablar de él militaba en 'N Sync, uno de esos tontos grupitos para quinceañeras (ya antes había ejercido de presentador en una suerte de Club Disney en el que también participaban Britney Spears, Christina Aguilera y Ryan Gosling), pero no me empezó a interesar hasta que inició una más que prometedora carrera como solista y productor.

Carrera que ha dejado un poco de lado por otra igualmente interesante en el séptimo arte, primero con papelitos secundarios (Black Snake Moan, Southland Tales…) y después como protagonista de todo tipo de propuestas: cómicas, como la divertida Con derecho a roce (Friends with Benefits), dramáticas y biográficas, como La red social (The Social Network), o más enfocadas hacia la acción o la ciencia ficción, como la que nos ocupa, en la cual se nos muestra un futuro en el que el tiempo es la nueva moneda de cambio.

Lamentablemente, tan curioso punto de partida es lo mejor de la cinta, ya que ni algunos actores (Justin Timberlake ejerce bien de héroe protagonista, pero Amanda Seyfried no puede andar más despistada) ni su resolución están a la altura. Aun así, In Time es, al igual que, por ejemplo, Repo Men, un más que aceptable trabajo de ciencia ficción para todos los públicos (léase comercial y nada intimista).

Las películas sobre cine (sobre rodajes imposibles o estrellas díscolas) siempre me han interesado. Por eso, y porque había oído hablar bastante bien de ella, me he interesado por La sombra del vampiro, cuya trama gira en torno al rodaje de una de las películas de terror más míticas de la historia: Nosferatu.

Puede que La sombra del vampiro no termine de funcionar como película de terror (yo no tengo muy claro si la catalogaría dentro de dicho género por muy perturbadora que resulte) pero sí que goza de otras virtudes bien destacables: la labor de los actores (sobre todo de un irreconocible Dafoe), del equipo de maquillaje o su muy interesante mezcla de realidad y ficción.

El cine histórico no me va mucho, pero Sofia Coppola es una de mis directoras favoritas y éste era su único largometraje que todavía no había visto. Además, me llamaba mucho la atención comprobar qué había hecho para molestar tanto a aquellos críticos que la despedazaron sin piedad cuando se exhibió en el festival de Cannes.

Kirsten Dunst, quien ya había trabajado con Coppola en la maravillosa Las vírgenes suicidas (The Virgin Suicides), da vida a María Antonieta y Jason Schwartzman, primo de la directora, a su apocado esposo, es decir, a quien acabaría convertido prematuramente en rey de Francia.

La fotografía, el vestuario y los decorados son, como suele suceder en este tipo de producciones, algunos de los puntos más destacables de la cinta. A ello habría que sumar la muy acertada labor de Dunst o una banda sonora de auténtico lujo (por lo menos para los que nos gusta el rock alternativo). Comprendo que los más puristas la criticasen, pero a mí me parece una película arriesgada (y eso es algo que valoro muy positivamente) y con muchas virtudes.

Me gusta el cine de Almodóvar, pero no me considero un fanático del mismo. Todo sobre mi madre me parece una maravilla (es mi película favorita del director manchego), pero sus anteriores trabajos me dejan un poco frío. Hay excepciones, claro, pero Kika no es una de ellas.

La protagonista de esta extravagancia es Verónica Forqué, quien interpreta a la Kika del título, una maquilladora que sale con un guapo fotógrafo (Álex Casanovas) al mismo tiempo que mantiene una relación con el padrastro de éste (Peter Coyote).

Kika es un poco caótica: Almodóvar no da con el tono adecuado, hay poca coordinación entre los actores (Casanovas no funciona como protagonista masculino, el doblaje de Coyote da mucho el cante…) y cae, con demasiada facilidad, en el absurdo más grotesco y poco inspirado. No es un completo desastre, pero no me extraña que sea uno de los trabajos peor valorados del director de Mujeres al borde de un ataque de nervios.

Si no fuese porque Nowhere, la genial película de Gregg Araki, es posterior a ésta, diría que Albacete, Bardem y Menkes se habían inspirado en ella. Y es que ambas narran las desventuras amorosas y sexuales de un grupo de jóvenes alocados y desinhibidos.

Además, tanto en una como en otra el reparto resulta de lo más llamativo (en la de Araki destacaban los nombres de James Duval, Ryan Phillippe, Heather Graham, Christina Applegate, Mena Suvari o Shannen Doherty y en ésta los de Cayetana Guillén Cuervo, Ingrid Rubio, Nancho Novo, Juan Diego Botto, Bibí Andersen o Liberto Rabal).

Las similitudes van más allá, pero prefiero simplemente decir que la que nos ocupa me ha acabado gustando a pesar de que en su día me horrorizó como pocas. Será que ya no me tomo tan en serio este tipo de subproductos frívolos, delirantes e imposibles. Por algo me considero fan de Araki.

Producida y protagonizada por Kirstie Alley, El guión de mi vida es otra de tantas mediocres películas para televisión cuyo pobrísimo acabado (atención a las cortinillas que nos llevan de escena en escena) viene acompañado de un guión lleno de tópicos (estamos ante una versión muy libre y moderna de Cyrano de Bergerac).

Alley, quien parece dispuesta a convertirse en la versión madura de Jennifer Aniston, es, como apuntaba antes, la gran protagonista de esta película y da vida a una guionista que decide vengarse de aquellos que no la toman en serio por culpa de su edad. Su plan: que su sobrino (Eric Christian Olsen) se haga pasar por el autor de su último libreto.

Sólo diré que el resultado final (e incluyo las flojas interpretaciones de todo su elenco) es mediocre incluso teniendo en cuenta el bajo nivel medio que presentan este tipo de producciones televisivas.

No puedo con Bigas Luna. No puedo con su erotismo de garrafón. No puedo con el garrulismo que destilan todos y cada uno de sus trabajos. Inexplicablemente, sigo viendo sus películas. Yo soy así.

La que nos ocupa tiene como protagonista a una petarda (Verónica Echegui) que, harta de que su novio (Dani Martín) le sea infiel y de su nada entrañable situación familiar, decide marcharse a Madrid e intentar hacer realidad su sueño: convertirse en actriz.

No sé qué me molesta más de esta cinta, si sus estúpidos personajes (al fin y al cabo esto es una oda al chonerío), las estúpidas desventuras de éstos (¿podrían importar menos?) o su igualmente estúpido devenir. Ver para creer.

Bajo las estrellas es un melodrama rural que tiene como protagonista a un músico (Alberto San Juan) que viaja desde la ciudad en la que reside (Madrid) hasta su pueblo natal (Estella) cuando recibe la noticia de que su padre está muy enfermo. Una vez allí se reencontrará con su hermano (Julián Villagrán) y con la novia de éste (Emma Suárez), quien tiene una hija (Violeta Rodríguez) con la que acabará haciendo muy buenas migas.

Lo peor que se puede decir de este trabajo es que resulta demasiado intrascendente, que todo en él es correcto (la historia, los actores…) pero sólo correcto. Es decir, se ve con agrado sin que acabe dejando poso en el espectador. O lo que es lo mismo: no está mal, aunque podría haber estado mejor, mucho mejor.

Si me hubiesen dicho que la hermana pequeña de las archifamosas gemelas Olsen nos iba a sorprender protagonizando una pequeña producción sobre una joven que escapa de una secta, con los consiguientes problemas psicológicos que ello le acarrea, no me lo habría creído.

Pero así es. Elizabeth Olsen, pues ése es su nombre, es lo mejor de este aparatoso (la narración no es lineal y a veces la línea que separa presente y pasado o realidad y ficción resulta demasiado fina) y poco convencional drama.

Su tempo pausado o su un tanto confuso estilo narrativo pueden alejar a posibles espectadores, pero los que logren penetrar en su historia acabarán disfrutando de una rareza cinematográfica de primer orden, así como de una actriz que dará mucho, muchísimo, de qué hablar.

Los que afirman que en nuestro país no se hace buen cine, o que sólo se ruedan películas sobre posguerra, se alegrarán de toparse con un trabajo como éste: una intriga eficaz y de impecable factura.

Y es que Jaume Balagueró siempre se ha caracterizado por rodar películas muy influenciadas (lo que no quiere decir, ni mucho menos, que no sean originales o arriesgadas) por el cine de género americano.

La trama de la que nos ocupa gira en torno a un portero (Luis Tosar) que sólo es feliz cuando hace miserables a los que le rodean. Sus avales: el trabajo de los actores, de Balagueró y su (casi) perfecto acabado.

La cosa es la tardía precuela de uno de los trabajos más famosos de John Carpenter. Sin embargo, no fue vendida como tal ni tampoco hizo falta, ya que puede ser consumida sin necesidad de haber visto la cinta de 1982.

El caso es que esta película no aporta gran cosa, abusa de los efectos especiales (en la de Carpenter todo era más artesanal) y, lo que es peor, no goza de la atmósfera oscura y aterradora de la cinta protagonizada por Kurt Russell. En definitiva, estamos ante una precuela prescindible que ni molesta ni interesa.

Peter Jackson parece haberle cogido el gusto a los largometrajes de excesiva duración y a las adaptaciones. Tras su muy exitosa experiencia con la trilogía de El señor de los anillos (The Lord of the Rings) le tocó el turno a King Kong, una producción mastodóntica pero muchísimo menos afortunada.

Y tras King Kong llegó la que nos ocupa: The Lovely Bones. O lo que es lo mismo, la adaptación de una novela que narra cómo una niña (Saoirse Ronan) que ha sido brutalmente asesinada contempla, desde una especie de limbo, cómo sus familiares afrontan tan terrible pérdida y cómo su asesino (Stanley Tucci) consigue dar esquinazo a la policía.

Lo malo es que con esta cinta me pasó lo mismo que con la anterior de su director: sus virtudes (atención a su magnífico arranque) quedan un tanto eclipsadas por sus fallos (la desafortunada elección de Mark Wahlberg, lo ñoño de algunos pasajes…). The Lovely Bones podría haber sido una gran película, pero varios traspiés hacen que se quede en simplemente correcta.

Acercarse a una cinta como la que nos ocupa puede ser toda una aventura (o un suplicio, según se mire) si la persona que lo hace no ha tenido contacto previo con otros trabajos de David Cronenberg (director de Videodrome o Scanners) o de William S. Burroughs (esta película es la adaptación de una de sus novelas e incluye, además, varios guiños hacia su persona).

El protagonista de El almuerzo desnudo es un escritor (Peter Weller) cuya pareja (Judy Davis) está enganchada al producto que éste emplea para exterminar insectos. Lo que viene después es toda una trama de espionaje que sólo puede ser catalogada de estrafalaria.

Estamos, pues, ante una producción radical y asfixiante. Una producción no apta para todo tipo de públicos. Una producción que no desentona, para nada, dentro de la filmografía del realizador canadiense. No será uno de sus mejores trabajos, pero he disfrutado con su absurdidad, con sus (muchas) aristas (por muy contradictorio que parezca) y con su delirante devenir.

Dos estrellas de (cada vez menos) relumbrón (Harrison Ford y Michelle Pfeiffer) y un director sin manías a la hora de cambiar de género (Robert Zemeckis) son los grandes nombres propios con que cuenta esta cinta de terror sobrenatural que fue todo un éxito de taquilla.

Ford y Pfeiffer interpretan a un matrimonio cuya apacible existencia se tambalea cuando ella comienza a sospechar que algo sobrenatural se ha apoderado de la casa en la que viven…

Resumiendo: Lo que la verdad esconde no deja de ser una de esas películas de terror para todos los públicos en las que apenas hay sangre pero sí muchos sustos y momentos de tensión (a destacar la escena de la bañera). Un entretenimiento que se beneficia del carisma de su pareja protagonista y del buen hacer de su director. Lástima que el guión no acabe de estar a la altura.

A veces (la mayoría) está muy bien acercarse a una película sin saber demasiado de ella. Recuerdo haber visto varios anuncios cuando ésta se estrenó en cines, pero no leí mucho sobre ella y ahora me alegro. Me alegro porque no me esperaba que fuese así y ello ha jugado a su favor.

El caso es que la historia tiene como protagonista a un joven director de orquesta (Quim Gutiérrez) que desesperado tras la marcha de su novia (Clara Lago) haya consuelo en los brazos de una atenta camarera (Martina García). Pero cuando esta última se traslada a la casa de él comienza a sospechar que algo raro ocurre…

Eso sí, aunque la cinta es interesante, hay que tener un poco de paciencia, ya que le cuesta arrancar. Además, al principio las interpretaciones (sobre todo la de Gutiérrez) chirrían un poco. Afortunadamente, conforme avanza la trama (a partir de que se produce cierto salto en la narración) todos estos problemas se suavizan y el interés aumenta considerablemente. Si bien, quienes se acerquen a ella pensando que van a ver otra cinta de terror sobrenatural (me parece que así se promocionó) puede que se sientan estafados.

Dicen las malas lenguas que Jim Sheridan, director de, por ejemplo, Mi pie izquierdo (My Left Foot) o En el nombre del padre (In the Name of the Father), pidió que su nombre fuese eliminado de los créditos de la película que nos ocupa al no quedar complacido con el resultado final. Desconozco si es verdad (al final su nombre sí que aparece), pero no me extrañaría en absoluto.

El problema es que el guión bebe de demasiadas películas, formando un batiburrillo de ideas (recicladas) tan indigesto que ni su buen reparto, ni algún que otro giro imprevisto (imprevisto aunque copiado de otros trabajos), puede hacer nada por sacarlo a flote. Tampoco ayuda demasiado su muy decepcionante desenlace. Aun así, Detrás de las paredes no es ese desastre mayúsculo que muchos anunciaron tras su estreno.