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41 Críticas de los usuarios

Críticas de los usuarios:
7
Aristide Maillol
Acabo de ver la película en el festival de cine de San Sebastian. Se ha llevado una ovación de un minuto, con el director y los actores presentes y sonriendo al respetable. Al salir he oído las clásicas conversaciones que decían eso de "un poquito lenta". Está claro que Trueba no tiene vocación de mayoritario. La ha hecho en francés, en blanco y negro y sin banda sonora (salvo sobre el último plano). De ahí quizás lo de "lenta". Narra la relación pigmaliónica ente el artista y la modelo. Aunque no lo dice está claro que el escultor es Aristide Maillol, una especie de revisitador del clasicismo griego con pulidas y estilizadas figuras femeninas. Más arquetipos de la belleza mediterránea que retratos veraces. Y la modelo no es otra que Dina Vierny, que dedicó el resto de su vida a reivindicar la obra del artista a la que ella había prestado el cuerpo.
Trueba dice en las entrevistas en las que se le quiera oír que, en una época en la que no se leen diez líneas seguidas, el propone este "lento" relato que combina la relación entre la experiencia del artista y la vitalidad de la modelo con el nacimiento de una obra de arte. El regusto en la materia, en la morosa recreación de un dilatado proceso de creación recuerda, claro, al sol de membrillo. Y un poco de Erice se me cuela por la mente como referente de esta obra. Una buena obra para un festival, con una poética que puede atraer a ese público que se gusta en las obras de Malick o en el último Haneke. Cine con pocos adornos muy lejos de los blockbusters rompetaquillas.
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59 de 66 usuarios han encontrado esta crítica útil
4
Muy aburrida y pretenciosa
Trueba es un gran director que sobre todo ha hecho películas mediocres o fallidas, al supeditar su talento visual a guiones flojos o tópicos o mal resueltos. Esta película es un compendio de sus virtudes y defectos. Y las carencias acaban pesando más que los logros, sobre todo porque el espectador transita casi todo el metraje entre el tedio y la indiferencia.

La fotografía es muy hermosa, el pausado ritmo está muy conseguido, la atmósfera respira verosimilitud y los encuadres y los detalles son primorosos y bellos... Pero todo ello da bastante igual y no sirve para casi nada porque la reflexión sobre la inspiración del artista resulta insípida, tópica e intrascendente. El conjunto deja mejor sabor de boca que cada una de las escenas que se prolongan exangües y tediosas sin otro propósito que ilustrar las ideas preconcebidas – pura tesis – sobre la búsqueda de la inspiración.

Pero si hay algo que falla y falta durante todo el relato es: inspiración. Todo parece muerto, todo es previsible, plano, insulso e insoportablemente presuntuoso, inflado por su ampulosa y anquilosada pretenciosidad sin medida. Que los actores sean buenos y lleven a cabo con aséptica corrección su tarea no añade sino frustración e insatisfacción. Nos gustaría ver a estos personajes en una trama que tuviera algo más de interés y menos de discurso didáctico y pedante.

Una gran decepción y un gran sopor. Es una pena de talento desaprovechado y de buenos propósitos no alcanzados. Frustrante y prescindible.
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61 de 77 usuarios han encontrado esta crítica útil
9
TRUEBA:UN MODELO DE ARTISTA
¡Qué bonita! En estos tiempos de iphone e ipad Trueba rueda una obra sencilla pero magistral hecha de barro, mármol y carboncillo (el blanco y negro está perfectamente elegido y fotografiado para resaltar la luz y las formas sin distraernos) La cinta es un homenaje del cine al arte en general, a la creación y por ende a la vida. Rochefort es un dios que intenta comprender su vida, revivirla a través del cuerpo de una mujer llena de ella. Rochefort enorme en su papel de escultor y Trueba enorme en su dirección: suave, parsimoniosa, cuidada, bella, con sabor a clásico, esculpida fotograma a fotograma con un ritmo "francés" y antiguo al que no estamos acostumbrados y nos cuesta -es verdad- pero no es un problema suyo sino nuestro porque el tiempo del arte, de la creación y la naturaleza son tiempos lentos y de ese tiempo y esos planos irá surgiendo trazo a trazo la silueta hermosa y duradera de una obra de arte.
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27 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
3
La belleza está en los ojos de quien mira
El blanco y negro se lleva esta temporada señores. Si no quieren pertenecer al discriminado y reducido sector de individuos que ven en esta efectista técnica un mero recurso estético víctima de la moda, vayan haciendo cola porque este año las rebajas se presentan suculentas.

Pero más allá del desuso de la paleta de colores, El artista y la modelo es una exquisitez a gusto de contados paladares. Poco o nada ayuda a sucumbir ante tal delicatessen si nunca antes hemos aprendido a colocar los cubiertos sobre el plato tras degustarlo. Puede que el paladar, a veces caprichoso, distinga sabores y demos por gratificante un manjar para el que nuestro estómago no esté preparado.

Dicen los gourmets que ésta es la obra más refinada de su director. Que merece las tres estrellas Michelin. Es posible que no les falte razón pero servidor prefiere platos mejor aderezados y sabrosos, yendo algo lejos, El año de las luces, Belle Époque o la desternillante La niña de tus ojos. Sin embargo, a uno que no acostumbra a contemplar el arte desde el punto de vista impuesto, le puede resultar somnolienta y carente de emoción la manera en que la cámara se recrea con la rama de un árbol. También el bostezo hace acto de presencia ante la ausencia injustificada de una banda sonora necesaria. Los gourmets defenderán esa laguna. Sentenciarán que determinadas salsas estropean el plato pero ahí es cuando hay que cuestionarse si es tan suculento como lo presentan.

El artista, enorme Jean Rochefort, y la modelo, preciosa pero excesivamente estudiada Aida Folch, es creación en un momento de sequía. Segundas o últimas oportunidades de plasmar materialmente lo que somos. La premisa con la que juega Trueba es atractiva pero en su desarrollo sólo encontramos hastío. El uso reiterativo de silencios con la machacona intención de aupar la belleza visual nos conduce a la desconexión de una historia que hubiera ganado enteros si el peso del guión fuera mayor.

Se palpa desde el inicio la adoración por Renoir y su impresionismo. El contacto con la naturaleza y la sensualidad omnipresente de lo femenino. Para esto último la elección del reparto no ha podido ser más acertada. Folch transmite el deseo contenido que muestra la obra. Su cuerpo, tan imperfecto como necesario, habla en determinados momentos por sí mismo. Lástima que el personaje sea tan carente de emoción. Mientras que por otro lado, al rey lo que es del rey, Trueba ha conseguido aunar en un mismo plano a dos grandes de la interpretación, Claudia Cardinale y Chus Lampreave, que junto a Rochefort conforman un tándem inigualable.

Estamos, por tanto, ante una obra peculiar. De difícil digestión dentro del panorama nacional. Nada reflexiva, si contemplativa. En la búsqueda constante del culto. Demasiado francesa para españoles pero, ¿demasiado española para europeos?

Lo mejor: su pulcra técnica. Brillante
Lo peor: se vuelve reiterativa hasta el agotamiento.
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28 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
6
Nos hacemos viejos
Es una pena que una película tan bien hecha resulte tan pesada. Si te haces viejo, como yo, te gustan el cine a lo grande, con buenas interpretaciones y la vida contemplativa, como a mi, las mujeres hermosas, la buena fotografía, la creación artística como tema, que me apasionan, y una filosofía escéptica en tiempo revueltos, que es la mía, no sé porqué motivos te mueves de la butaca, miras el reloj y te preguntas porqué no le da unos cuantos martillazos a la escultura para que todo termine.
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22 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
Detener el instante
Un relato tan mimado como 'El artista y la modelo' merece un visionado lento y paciente. Dejar que los minutos se derritan en la retina, mientras el artista cambia de herramienta, esboza sus bocetos, reflexiona. Trueba le dedica esta película a su hermano Máximo, un escultor al que el cineasta debe su pasión por las artes. Y este filme es todo un homenaje a las obras de arte. Al arte dentro del arte.

Desde el principio ambos personajes se observan desconocidos, desconfiados uno del otro. A su alrededor todo es naturaleza, y su vínculo es tan solo un austero y oxidado taller. Poco a poco se van acercando, comienzan a tener un lenguaje común, empiezan a comprenderse mientras la amenaza de la distancia se cierne sobre ellos. En ese proceso se intercambian valores. Pequeños detalles como sonreír, pasear, saborear un pan con aceite, llorar. Y todo bajo el telón de fondo de una guerra más allá de las montañas, que acecha sin interrumpir el frágil posado de la modelo.

Al igual que el artista -brillantemente interpretado por Jean Rochefort- Trueba va esculpiendo un guion paciente, sin fisuras, entrelazando la relación entre ambos sujetos, que empieza fría pero que acaba siendo imprescindible. La música no suena en toda la película. Tan solo al final, cuando la novena de Mahler detiene el instante, nos damos cuenta de nuestro mundo acelerado, consumista, opaco, de todos esos momentos que dejamos escapar a diario.

Estamos ante un filme nada convencional, que logra hacer mucho con muy poco. Una nueva ópera prima escrita con carboncillo y pulida con cincel hasta el máximo detalle. Sin duda el guion más libre y natural de un director de altibajos, pero tan capaz de rodar poesía como Víctor Erice o Ingmar Bergman. Un Trueba que renace, que se esculpe a sí mismo y que rompe estereotipos, empezando por los suyos.
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16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
5
Alejando el arte
Fernando Trueba dedica la película a dos recientes pérdidas, la de su hermano Máximo, escultor, y la de un buen amigo y técnico de sonido. El artista y la modelo parece sin duda creada para rendirles homenaje, al primero poniendo a un maestro labrador como protagonista y, al segundo, renunciando por completo a la banda sonora en favor del sonido ambiente. La cinta es pura belleza, puro arte, pura delicadeza, pero también, aunque cueste reconocerlo, un puro sopor.

Últimamente parece que para rendir tributos al pasado o para demostrar una mayor sensibilidad haya que renunciar a los avances cinematográficos. Se da por hecho que el blanco y negro favorece la recreación histórica y le imprime a la película una estética más intelectual. Se prescinden de los elementos artificiosos, como el sonido o la banda sonora, para rescatar experiencias fílmicas olvidadas. Pero a menudo lo que más se persigue es el aplauso de la crítica, más que el beneplácito del espectador.

Es probable que deba tragarme mis propias palabras cuando este fin de semana me deje embriagar por la Blancanieves de Pablo Berger. The artist, sin ir más lejos, supuso un original soplo de aire fresco para una industria con pocas ideas en stock. Pero ambas han viajado hacia atrás con la mirada siempre puesta en el futuro. Sus propuestas, arriesgadas, han convertido el pasado en novedad. El artista y la modelo, en cambio, ofrece una mirada melancólica, una admiración por lo pretérito que parece renegar del cine y el público actuales.

Los esfuerzos de Trueba por plasmar la perfección estilística se convierten en trabas para el espectador. ¿Por qué la ausencia del color? ¿Por qué el silencio? ¿Por qué en francés? Si tales decisiones artísticas jugaran a favor de un relato crítico, o reflexivo, o emotivo, o las tres cosas a la vez, se entendería una puesta en escena tan sobria. Pero la pesadez de unas escenas flemáticas y reiterativas no se ve recompensada por una historia para el recuerdo.

La relación entre un viejo escultor, afincado con su vida bohemia en un lugar del sur del Francia, con una joven campesina española huyendo de la guerra y sin ningún conocimiento artístico podría servir como argumento para veinte películas. Discusiones intergeneracionales, sobre el sentido del arte, sobre la creación de una obra, sobre la belleza. La propia amistad entre el artista arisco y la chica inocente podría causar más de un erizamiento epidérmico. Pero la contención, de gestos y de palabras, también impera en los personajes, con los que tampoco resulta fácil empatizar.

De esta forma, El artista y la modelo se convierte en ese tipo de filmes que nacen para recibir la ovación de los entendidos. Es indudable que se trata de un ejercicio fílmico impecable, bello, meticulosamente academicista. Pero más allá de la eufórica reacción en prestigiosos festivales de cine, conviene saber la acogida del público llano, ese al que no le da miedo expresar sacrilegios. Y el silencio, el más profundo y soñoliento silencio, es lo que imperó en una sala no tan comercial de Barcelona con una película en busca del culto por la vía sedante.
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12 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
5
Sentido homenaje al voyeurismo y al exhibicionismo.
Fernando Trueba intenta explicarnos el proceso creativo a través de una relación única, íntima, tortuosa, personal e intransferible: la de un artista y su modelo.

El artista mira a la modelo y la modelo se deja mirar.

El artista pinta, esculpe, crea... ella quieta, ausente y silenciosa.

El artista se enamora lentamente de la modelo.

La modelo lo sabe y explota su sensualidad para alimentar ese deseo.

Ergo... la inspiración nace del deseo.

Un pellejoso, viejo y cansado Jean Rochefort se enfrenta a la insultante juventud, a la belleza y a la carnalidad de una preciosa Aida Folch. El resultado es visualmente intachable, la fotografía magistral, sin mácula. Pero algo esencial falla: el proceso creativo NO SE PUEDE EXPLICAR.
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10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
Monumento al arte
Pocos se atreven en pleno siglo XXI a hablar del arte, del proceso de creación, de la función de la pieza artística, de la belleza de una escultura. Lo hizo Jacques Rivette en La bella mentirosa hace más de viente años. Y ahora lo hace Fernando Trueba en un momento de pragmatismo, deshumanización y economía despiadada. Pues bien: Trueba no solo habla del arte sino que su película, la más depurada y tal vez la mejor de su carrera, es arte en estado puro. Para espectadores pacientes, porque 'mirar' no es simplemente 'ver' y requiere tiempo. Para los que crean en algo más que evidencias. Para los que defienden una poesía que funciona más allá de la rima.

La desnudez, la sinceridad y la candidez de El artista y la modelo parecen salidas de otro tiempo, pero eso no es culpa de la película: ya no nos paramos a pensar en nada ni miramos con atención el mundo que nos rodea. Ya no somos artistas. Ya no existen artistas. Y Trueba, ayudado de un enorme Jean Rochefort, puede que esté filmando el último superviviente de una larga estirpe de genios. El protagonista ha perdido las ganas de vivir y de crear, cree que lo ha visto todo, deja que su taller se llene de polvo. Eso hasta que llega una bocanada de aire fresco, una joven catalana salida de un campo de concentración. Y todo cambia. O no: simplemente el artista vuelve a activar su mecanismo interno hasta dar con la idea soñada, primero dibujada y luego materializada en yeso y mármol.

El artista y la modelo forma parte de un grupo de películas que ya no existen, films en el que el mayor espectáculo reside en el silencio, en la placidez de una conversación al aire libre o en la contemplación de la naturaleza. Hay que dejarse llevar porque estamos ante una película con un mundo tan complejo que no queda otra alternativa que bucear hasta sus entrañas o quedar totalmente excluido de su poética. En el caso de acceder a las alas más ocultas del laberinto, El artista y la modelo nos depara una gran reflexión y un sinfín de emociones. Porque al final uno sale del cine con la lágrima contenida y la piel de gallina. Y pensando. Agradeciendo a Trueba por conseguir concentrar sus históricas obsesiones (evocación de la infancia, oda al cuerpo femenino, descripción agridulce de un tiempo de guerra) en este robusto monumento al arte. Hacer El artista y la modelo ha tenido que ser un ejercicio de convicción y de militancia. Y verla es una experiencia sublime con la capacidad de volver las cosas a su sitio. Trueba ya puede decir sin duda que es uno de los más grandes del cine europeo.

@Xavicinoscar, Cinscar & Rarities
http://cachecine.blogspot.com
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9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
2
Ni entretiene ni emociona
La pelicula ni entretiene, ni emociona. Los portagonistas apenas hablan.
Fernando Trueba ha logrado dejarme indiferente, y eso es lo peor que te puede pasar al ver una pelicula
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13 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
4
ASÍ ES
TÍTULO: El artista y la modelo

REPARTO: Jean Rochefort como “El artista”; Aida Folch como “La modelo”

GÉNERO: Artistas. Modelos.

SINÓPSIS: El artista y la modelo.

CRÍTICA ESPECIALIZADA: Una reflexión llena de arte sobre el arte (Carlos Boyero)

CRÍTICA AMATEUR: Hay un artista y una modelo. Lo que no hay es argumento. Apenas hablan. Todo muy bonito, sí. Pero qué coñazo.
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13 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
2
Buenos planos, buena fotografía y felices sueños.
Lo primero que me ha llamado ha sido la puntuación de las criticas. Tras ordenarlas por fechas veo que pasa de ser muy bien valorada a cada vez tener peor valoración. ¿es que primero critican los fans y luego la gente corriente? Ahí lo dejo.

La vi sin referencias. Solo llevaba tres minutos de película y ya me dí cuenta que era la típica película de autor lenta, con planos muy logrados y una buena fotografía, pero sin ningún tipo de historia. Una película visual con unos diálogos escasos e intrascendentes y una banda sonora inexistente.

Para mí una película es imagen, sonido, historia, emociones.... Todo el conjunto me hace valorar si la película es buena o no. Esta película solo son imágenes. Podría ser de los años 50 y nadie se daría cuenta. Una cosa que me parece absurda: el blanco y negro. Siempre existirán nostálgicos; pero que en la época del HD, sonido envolvente, efectos especiales, se haga una película en blanco y negro me parece ridículo. Y si no que alguien me explique qué se gana con eso.

Aunque lo más probable es que no entienda de cine.
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8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
6
La mujer y el aceite.
“El artista y la modelo” es un film de contrastes. Su blanco y su negro, la radiante juventud de Mercè y la decrépita vejez de Marc Cros, la placidez de una casa aislada y la violencia de una guerra que se siente cercana. De ello Fernando Trueba sabe sacar destellos de gran cine (ese hermoso baño nocturno interrumpido por el avión de guerra y los disparos lejanos) y ofrece una historia más contemplativa que narrativa. Al ritmo del trabajo de su artista, Trueba perfila un duelo actoral salpicado por las apariciones de diversos personajes alguna más afortunada que otra (me parece especialmente sobrante el personaje de Pierre, por ejemplo) en el que gestos y miradas adquieren mayor importancia que las palabras mismas. Se advierte en todo caso cierta frialdad en la puesta en escena, quizás por el celo con que Trueba intenta llevar la historia consciente de que la casi permanente desnudez de su protagonista femenina podría provocar un efecto no deseado. Ello en todo caso creo que perjudica más que beneficia el conjunto del relato, ayudado por la fotografía en blanco y negro que marca un cierta distancia entre la pantalla y el espectador. También es verdad que Trueba da muestras de valentía y apunta de una manera leve y delicada aspectos como el deseo que inevitablemente experimenta el protagonista hacia su modelo o la falta de expectativas vitales cuando se acerca el fin de los días. En todo caso “El artista y la modelo” constituye una prueba de que Fernando Trueba sigue teniendo una sensibilidad especial a la hora de filmar historias y que parece recuperar el pulso que últimamente había perdido.

Lo mejor: la química que se establece entre los dos protagonistas.

Lo peor: la visión del conflicto bélico algo desdibujada.
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6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
Aprender a mirar
Mirar una obra de arte. Intuir, conocer, entender, disfrutar. No es fácil. Una obra de arte es lo más parecido a una persona; se puede ver y tocar y oler, pero hay una zona que no es posible aprehender si no se entiende el proceso por el que esa obra o esa persona está ahí.
Fernando Trueba es un cineasta refinado en sus formas, sensible e inteligente. Pero, sobre todo, es un hombre que deja en cada una de sus obras un mensaje esencial: su amor por el cine, por la música, por cualquier manifestación artística que merezca la pena.
El artista y la modelo habla de un escultor (seguramente Aristide Maillol), de la modelo que posó para él (seguramente Dina Viernyl), de la relación que se va estableciendo entre ambos, de cómo la modelo se introduce en el mundo del artista, de cómo comienza y cómo no acaba nunca el proceso de creación. Es una película extraordinaria, que debe verse como el proceso cretivo que envuelve al artista protagonista. Ni Trueba parece que tuvo prisa por escribir el guión o rodar la película, ni el espectador debe tener prisa por recibirla. Todo lleva su tiempo, todo debe degustarse si de arte se trata.
Trueba presenta la cinta en blanco y negro, rodada en fransés y español, soportada sobre un guión cuidado y cuidadoso (todo encaja en lo verosímil, todo toma profundidad en cada frase, en cada explicación que el artista hace), sobre una fotografía excelente de Daniel Vilar que juega con la luz de forma primorosa.
La dirección de Trueba con los actores es sobresaliente. Jean Rochefort resulta creíble, arrollador desde la calma, hipnótico. Aida Folch impactante y bella, muy aplicada en su papel. Claudia Cardinale estupenda igual que Chus Lampreave. Trueba vuelve a dar una lección en este sentido.
El guión es magnífico. Acogedor, atractivo, sugerente. La trama no es de una potencia excesiva aunque no es necesario. En esta película se trata de mirar, de entender, de disfrutar con las imágenes y los conceptos que se van desarrollando. Es una película lenta porque no puede ser de otra forma. Hay que parar en cada detalle, en cada forma, en cada palabra. Recuerda, en cierta medida a El sol del membrillo. Aun siendo otra cosa, ambos trabajos se mueven en zonas parecidas y del mismo modo. Ambas son excelentes.
Carece de banda sonora. Sólo al final escuchamos la novena de Mahler, lo que hace que la cinta ocupe un momento único en el universo del espectador que regresa a la zona de la realidad con un poso duradero e imborrable.
Un aspecto muy interesante de El artista y la modelo es la relación entre los personajes encajados en un mundo creado con cuidadoso detalle. Entre todos ellos. Por ejemplo, la frialdad con la que se reciben artista y modelo para evolucionar alrededor de la escultura hasta la calidez; la familiaridad con que la sirvienta recibe a la modelo creyendo que no es posible cambiar y cómo esta relación se difumina mientras el personaje crece sin pausa; la relación entre el artista y su mujer que se sustenta sobre la necesidad de crear de uno y una vida entregada para que eso suceda de la otra. En definitiva, un universo en el que los personajes avanzan; un universo amenazante (1943, Francia); bello, pero hostil, esperando su turno. Un espacio que funciona del mismo modo que lo hacen el resto de personajes.
Excelente trabajo de Fernando Trueba. Tal vez lo más personal e íntimo que ha dejado ver hasta ahora. No dejen de echar un vistazo a la cinta. Les encantará.
inventodeldemonio.es/blog
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5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
Cuerpos así ya no se hacen
Solo dos años después de la aplaudidísima ‘Chico y Rita’, Fernando Trueba reaparece en nuestras carteleras con ‘El artista y la modelo’. En su decimoquinto largometraje el director madrileño aborda la relación entre el artista (un famoso escultor retirado) y su musa (una ex refugiada española) durante la II Guerra Mundial.

‘Cuerpos así ya no se hacen’, sentencia el protagonista masculino encarnado por Jean Rochefort, que busca su inspiración en el desnudo rotundamente perfecto de Aída Folch. Trueba nos susurra su película al oído como si fuera un secreto inconfesable, algo de lo que no debiera enterarse demasiada gente. Efectivamente ‘El artista y la modelo’ no es una película para reventar taquillas ni el negocio de las palomitas.

La trama camina sigilosa. A ratos firme y decidida, a ratos también cansina. Asistimos expectantes y más o menos hipnotizados al detalladísimo vaivén emocional de un artista durante su proceso creativo, a la necesidad neurótica de un genio ocupado en sus creaciones y despreocupado hacia una guerra que no va con él.

‘Mientras queden patatas, esperaremos en una esquina’. El filme cuenta con numerosos diálogos que alcanzan niveles poéticos de gran calado didáctico y sensorial, pero también con ciertos silencios que resultan incómodos y forzados. Algunos recursos visuales para abrir y cerrar escenas no concuerdan con la elegancia que impera a lo largo del metraje.

La ausencia de música hasta el ultimísimo plano sí es un grandioso acierto, más aún teniendo en cuenta el buen oído de un director tan apasionado con la música como Trueba. La pieza es extremadamente delicada, pero puede que Trueba se haya recreado más en la idea que en el desarrollo de la misma.

Aunque el montaje, el texto, la puesta en escena y lo arriesgado de la propuesta invitan a la satisfacción, esta no se alcanza en plenitud debido a un ritmo excesivamente pausado y a unos personajes secundarios que no acaban de tomar forma. Planea sobre esta película la angustiosa percepción de que los personajes interpretados por Chus Lampreave y especialmente Claudia Cardinale requieren más protagonismo del que tienen.

Es posible que ‘El artista y la modelo’ peque de cierta pedantería afrancesada, pero tal y como se han puesto las cosas en el cine español conviene reconocer (una vez más) la hermosura y la valentía de cada una de las intenciones de Fernando Trueba, un autor que bucea contracorriente, un artista demasiado inteligente para ser modelo en un país sumergido.
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4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
El arte de la coherencia.
No tengan miedo, a confesar. Yo confesaré, por ustedes. Que esta película tardó en llamar mi atención, semanas en conseguir que le dedicara mi tiempo.

No tengan miedo, a perder el tiempo. Yo ahora declaro a los que no la han visto, que creo que no lo perderán. Que esta película tiene un arte y oficio tan sólido como disfrutable, de los que perduran semanas en tu mente.

Fernando Trueba indaga en su madurez, en este "dar las gracias" al cine, al arte y a los escultores (a su hermano según rezan sus créditos iniciales). No encontrarán una película arrolladora por sus formas, las suyas son otras, pero sí un relato lleno de amor por lo que cuenta y por el cine. Con una delicada fotografía envidiable, solo habrá que ver los primeros planos de la película para darse cuenta. Y donde los actores acompañan muy bien al tono de la película y encajan perfectamente en la propuesta del guión (la madurez de Rochefort, la irradiación de Folch, el saber estar de Cardinale y, simplemente, la gran Lampreave).

Su coherencia es lo que lo aúna todo en un agradable conjunto, sobretodo la evolución de los dos protagonista, ese artista y esa modelo, con sus antagónicos rasgos pero con una inevitable debilidad el uno por el otro, tan opuestos y tan complementarios a la vez.

Déjense atraer por su calma.

Lo mejor: La sólida coherencia de Trueba.

Lo peor: Creer que ya la has visto, que sabes lo que cuenta y, por tanto, no rascar en ella.
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4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
El arte como escapatoria
Los días pueden ser históricos pero en el campo, alejados del ruido, las jornadas transcurren iguales: entre cantos de pájaros, entre brisas que acarician, entre olores y recuerdos; allí no hay números, ¿quién ha visto colgar un calendario de la rama de un árbol?. Los seres humanos no merecen la pena, masculla un decepcionado y viejo escultor que cuestiona la importancia de haber vivido cuando ni siquiera eres capaz de terminar tu última obra y te rodea la insensatez.
La impotencia de Marc Cros (Jean Rochefort ) para imitar brevemente a la naturaleza y crear, cuando empieza a faltarle el aliento, le mantiene postrado, al borde de la nada, antes de la aparición de la joven Mercè (Aida Folch), huida de un campo de refugiados.

La sangre vuelve a ser caliente en las venas del artista, por razones diferentes al bullir volcánico de las de la española. El choque de caracteres y situaciones despierta en estos actores obligados y secundarios de una Francia invadida, una serie de reflexiones, preguntas y sentimientos, con el arte como espectador y desencadenante de las relaciones humanas.

De lo mejor de Fernando Trueba, acompañado del guionista de Luis Buñuel (Jean Claude Carrière) y con un blanco y negro descriptivo que evoca historias francesas ya contadas, con la Segunda Guerra en la trastienda: Juegos prohibidos (René Clair) y El viejo y el niño (Claude Berri).
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4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
CONTEMPLACIÓN SIN FISURAS
No es una película fácil. Es probable que logre aburrir al espectador. Pero al mismo tiempo el retrato que Trueba consigue del escultor y su musa tiene mucho de fascinante, de reflexión sobre el arte o al menos la condición de artista. Es un filme complicado, ambicioso y que no deja indiferente.
Puede parecer contradictorio. O aburre o fascina. El caso es que en mí consigue ese impacto. Trueba comenzó su carrera con cine muy comercial y alcanzó su momento álgido con la muy simpática "Belle Epoque". Desde entonces una cierta desorientación ha caracterizado a su cine, cada vez más enfocado hacia la autoría alejada del gran público, muy al contrario de los inicios del cineasta.
El artista es un espléndido Jean Rochefort, está en la recta final de su carrera y de su propia vida. Ya nada parece importarle, ni siquiera el desarrollo de la Guerra tan terrible que se está librando. Es un producto de otra época y su arte ha ido consumiéndose a medida que su fuente de inspiración (Claudia Cardinale) envejecía. Cuando ya nada le ata a este mundo aparece alguien joven, con un cuerpo capaz de inspirarlo, y vuelve a trabajar, a sentir que un motivo justifica su existencia. Quizá le falta garra a una historia que se vuelve demasiado contemplativa para atraparnos. Pero esa pausa está muy buscada por el director, tal vez decidido a dar su muy peculiar visión de la condición de creador.
A nadie dejará indiferente.
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3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
6
Atrapar un instante
Me ha quedado un regusto agridulce de la película. Es lenta, pero por el tema en si y por su tratamiento, no puede ser de otra manera. La fotografía es excelente, sobre todo en los interiores de la casa, pero cuando se aleja de esta, se vuelve más manida y previsible. Los personajes son excesivamente planos, no evolucionan a medida que transcurre la cinta. Eso contribuye a que el ritmo se antoje más lento de lo que realmente es. Al único que le salen resaltos, aunque a veces parecen un poco bruscos, es al artista, magnificamente interpretado por Jean Rochefort.
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3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
5
Rollazo
Que los protagonistas estén espléndidos y que la fotografía y ambientación estén muy bien cuidadas no me parece excusa suficiente como para justificar el cansino ritmo de la película. No tiene apenas giros y no ha conseguido emocionarme ni, lo que es peor, entretenerme, en ningún momento.
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3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
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