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63 Críticas de los usuarios

Críticas de los usuarios:
9
Juegos de artificio
El año pasado en Marienbad ha dado lugar a múltiples interpretaciones. Su ambigüedad es tal que cada espectador puede ensayar sus propias claves. Es más, puede ensayar claves diferentes en distintos visionados. Esbozo una: X, el protagonista masculino, es el guionista; quiere modelar la realidad a base de palabras; pero la materia fílmica escapa a su control; de ahí su verbalización compulsiva y enervante, repleta de repeticiones y obsesiva… M, el rey del juego, es el director; el medio fílmico es su medio; distribuye los factores a su antojo y gana siempre; tiene la última palabra en el montaje. A, la mujer, es la película; carece de memoria; la modelan el director y el guionista; el tiempo de su vida es un presente suspendido y virtual. A se debate entre dos polos y, al final, escapa en el espectador.

La idea que acabo de exponer es sólo un juego. Irrelevante o no esencial. Porque la esencia de esta cinta está en su forma, en ese manierismo decadente, en la pulcritud artificial de cada gesto y cada corte. No es de extrañar que a André Breton le disgustara, tal vez por su falta de espontaneidad y exceso de amaneramiento. Tampoco es de extrañar que a Stanley Kubrick le encantara, por su estilización extrema, su configuración de laberinto (narrativo y espacial) y su utilización del travelling.

Escribe David Bordwell en su excelente ‘La narración en el cine de ficción’:

“El argumento es tan enrevesado que hace imposible construir la historia. Los indicadores son demasiado pocos y contradictorios. Cualquier orden que se otorgue a las escenas será tan bueno como cualquier otro; causa y efecto son imposibles de distinguir; incluso los puntos de referencia espacial cambian. Esto podría parecer la auténtica encarnación del sueño de la ambigüedad significativa, pero no lo es. Cuando ya no hay historia que interpretar, cuando ya no tenemos un punto de partida estable para construir el personaje o la causalidad, la ambigüedad se convierte en tan omnipresente que llega a carecer de consecuencias. (…) Al impulsarnos a construir una historia pero a la vez impedírnoslo, la narración de ‘El año pasado en Marienbad’ separa radicalmente la historia «potencial» del argumento y la estructura estilística que se nos presentan.”

Es preferible, pues, renunciar a desvelar la historia y disfrutar de la exquisitez formal y del hipnótico lugar cinematográfico que nos ofrece la película. Observar a los autómatas que pueblan sus recintos. Contemplar bóvedas y espejos. Lámparas y adornos. Amplios jardines con estatua. Entrar en ella como un submarinista en un palacio sumergido. Flotar y detenerse en sus habitaciones, abiertas o cerradas. Sentir el placer de no entenderla. No limitar su arquitectura a un gráfico de barras y ecuaciones.

Cómo nos gusta reducir el arte a una estructura narrativa asimilable. El orden, sin sentido, nos marea. Y todo es orden, geometría, en ‘El año pasado en Marienbad’.

Si has de jugar con ella al juego de los números impares: 7, 5, 3 y 1, retira tú la última pieza. Y deja que sea el cine quien te gane la partida.
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110 de 120 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
PAREJA CON ESTATUA, EN EL LIMBO
"El año pasado en Marienbad" es un mundo aparte, un estético limbo.
Cerrado en sí mismo, no remite a una realidad externa. Obra de creación, no representa ni simboliza. Vive entre las bobinas, el proyector y la pantalla, y se actualiza al dar al botón, con reflejos diferentes para cada espectador; incluso para cada vez que un mismo espectador la contempla.

Es película mucho más poética que narrativa; más bien divagatoria, como el pensamiento humano en su funcionamiento natural, que mezcla memoria, imaginación, lógica y deseo.
La trama se reduce a un mínimo:
En un enorme, lujoso y suntuoso hotel de otra época, un hombre se obsesiona por convencer a una mujer de que un año atrás coincidieron en ese mismo lugar, se amaron y se citaron para un año después, el presente de la película. La mujer, que aparenta no recordar ese conjetural encuentro, se resiste al empeño persuasivo y se debate en la indecisión amorosa.

*Cosas que hay en "El año pasado en Marienbad":

-Jardín geométrico con suelo de grava, árboles cónicos y estatuas clásicas.
-Pasillos interminables.
-Frases que flotan en el aire, retazos de conversaciones.
-Un tiempo que arranca y se detiene, arranca y se detiene...
-Gente de etiqueta, uniformada.
-Espejos barrocos.
-Sirvientes mudos.
-Lámparas de araña.
-Montones de secretos.
-Armarios profundos.
(...)

La película es un especulativo ejercicio de estilo, de una apabullante perfección formal, rectilínea y solemne, especialmente en su montaje, trazado a compás (mano maestra de Resnais), y en el ritmo derivado de ese montaje.
De tan perfecta y centrada en sí misma resulta hermética, fascinadora.
Va con gustos encontrar glacial la temperatura del tono, enervante la espectral y reiterativa música de órgano, y un punto pedante el texto, muy de la 'nouveau roman' (que eran el propio Robbe-Grillet, Duras, Sarraute o Butor).

En la edición literaria del guión, Robbe-Grillet desaconseja al espectador la actitud cartesiana, racional, descifradora, y le recomienda "dejarse llevar por las extraordinarias imágenes proyectadas ante sus ojos, por la voz de los actores, por los ruidos, por la música, por el ritmo del montaje, por la pasión de los protagonistas...: en tal caso el film le parecerá el más fácil que jamás haya visto: un film que se dirige únicamente a su sensibilidad, a su facultad de contemplar, de escuchar, de sentir y de emocionarse".
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112 de 128 usuarios han encontrado esta crítica útil
2
Y otra vez...y otra vez...y otra...zzzzz
"¿Te acuerdas de aquella vez cuando jugábamos al pádel, se te bajó la falda y te vi la puntilla de la braga? Oh tu braga perifoliada ¡cuán extraña era! Jugábamos al padel y se te bajó la falda. ¿Tu braga? La comparé con el Coliseo, con el Olimpo, con la intrínseca fugacidad del ser. ¿Quién ganó el partido? No importa. Lo que importa son tus bragas y el rosáceo esplendor de su puntilla. Se te bajó la falda. Tu falda era corta, plisada, como un casto peplo. Peplo suave, peplo asépalo, peplo que rememora a los antiguos dioses. ¿He dicho Olimpo! Tan olímpica me pareces cuando esgrimes tu incendiaria raqueta, dispuesta a darme el golpe de gracia. Pero no sufro, porque sé que podré ver tu peplo. El peplo-falda que llevabas aquel día. Y que al estirar tu níveo brazo para darle a la pelota, se te bajó y ¿te lo había dicho? ¡Se te vio la braga!"

94 minutos de esto es "El año pasado en Marienbad", señores.
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139 de 201 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
Una cumbre.
Una de las cumbres del cine y una de las películas más modernas de todos los tiempos (moderna realmente, aunque sea del año 61). Deja patas arriba conceptos tan vitales en el cine (y en la vida) como la realidad, el espacio y el tiempo, jugando y articulándolos de manera única. Resnais abre puertas nunca abiertas y nunca traspasadas. Puertas tanto de la expresión y la evolución del lenguaje cinematográfico como de la propia mente humana (que es de lo que trata al fin y al cabo).

Película inmensamente rica y abierta a multitud de interpretaciones, que se puede disfrutar a distintos niveles más o menos racionales. Divide en dos mitades, prácticamente irreconciliables, a los espectadores que la ven, unos quedan hipnotizados inmediatamente, otros la rechazan. Pero lo que es incuestionable es el magnífico trabajo y coherencia que hay a todos los niveles del film: Desde los encuadres al montaje, el uso del atrezzo o de los espacios, de la música o la dirección de actores, todo está meditado llegando al más alto nivel que el cine ha podido saborear.
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83 de 104 usuarios han encontrado esta crítica útil
6
SURREALISMO SOBRE EL AMOR VINCULADO A LA MEMORIA, AL JUEGO, LO ABSURDO Y LO ABSTRUSO
Blanco y negro conjuntado a estética palaciega; música de órgano, casi fúnebre, que deja silenciado el sonido de unos violinistas tocando sus violines; un juego logaritmíco para dos participantes, con dieciséis elementos de lo que sea, colocados en filas impares de siete, cinco, tres y uno, donde cada jugador puede levantar tantas piezas como quiera, pero sólo de una fila cada vez, y en el cual pierde el jugador que retire la última unidad, aunque el que invita a jugarlo, el que conoce su intríngulis, suele ser el que siempre gana la partida; dos amantes sometidos al tira y afloja del cortejo, la memoria y la incertidumbre del devenir; y sobre todo una idea filosófica y fotográfica presente en todo el film: El tiempo no significa nada.

En una entrevista hecha a Alain Robbe-Grillet, el guionista de esta obra, cuenta lo siguiente acerca de la misma: «La historia de Marienbad es muy interesante. Para empezar, cuando la terminamos, el productor decidió que no iba a estrenarse nunca, que uno no debía burlarse de la gente hasta ese punto. Durante los seis meses que el film permaneció inédito realmente pensamos que no se iba a estrenar jamás, así que comenzamos a hacer exhibiciones privadas: la primera para Antonioni, la segunda para Sartre (que prometió que nos iba a ayudar y no hizo nada) y la tercera para André Breton. Después se estrenó porque se dio con éxito en Venecia. (...) A veces me preguntan si Marienbad es acerca de un hombre que quiere persuadir a una mujer para que lo siga. Yo respondo que no, que es acerca de un escritor que quiere persuadir a un director para hacer un film de vanguardia.»

Una película para que los cuerdos se duerman o vuelvan locos, y donde los locos, con toda seguridad, se relamerán de gusto sacando cuerdas conclusiones.

Fej Delvahe
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67 de 80 usuarios han encontrado esta crítica útil
9
Marienbad
Segundo largometraje de Alain Resnais (Francia, 1922), que forma parte de la llamada “trilogía de la memoria”, junto a “Hiroshima, mi amor” (1959) y “Muriel” (1963). El guión es original del novelista Alain Robbe-Grillet. Se rueda en escenarios reales de Nymphenburg Palace (Bavaria), Oranienburg Palace (Brandenburg) y Schleissheim Palace (Bavaria) y en estudio. Gana el León de oro (Venecia). Producido por Pierre Courau y Raymond Froment para Cocinor y otras productoras, se estrena el 25-VI-1961 (Francia).

La acción dramática tiene lugar en una ubicación geográfica indefinida y en un tiempo indeterminado. Marienbad es el nombre de una ciudad checa, ajena a la acción, y el presente dramático se podría situar en torno a 1960/61, aunque ésta no es la intención del realizador, que quiere dotar al film de una manifiesta atemporalidad. Los protagonistas son una mujer (Seyrig), un hombre que la pretende (Albertazzi) y el marido, pareja o acompañante de la misma (Pitoëff). Ella parece estar permanentemente cansada. El seductor es locuaz, reiterativo e insistente. El marido es indeciso, vacilante, autoritario y ejerce sobre la mujer cierta influencia.

El film suma drama, suspense y romance. El relato suscita dudas en el espectador y le plantea interrogantes que no resuelve. No se sabe si la acción se desarrolla en Marienbad o en otro lugar, si es el nombre de un palacio o de la localidad en la que éste se ubica, cuál es el motivo que reúne a los interlocutores. No deja claro si la historia es real, la inventa el narrador o combina hechos ciertos, de ficción y sueños. Lo cierto es que invita al espectador a indagar, reflexionar, interpretar, meditar y debatir, aprovechando el hecho de que el relato es susceptible de interpretaciones múltiples, diversas y contrapuestas. También es cierto que convoca al público a ver la cinta con suma atención, tensando la capacidad de percepción y liberando los mecanismos de generación de sentimientos.

La obra luce una intencionada y deliberada artificiosidad, porque Resnais la concibe como un artefacto artístico y desea que el espectador se percate de ello. Le propone así que adopte desde el principio un punto de vista que le sitúe adecuadamente ante el film y le permita aprovechar al máximo la experiencia de su visión. Dicho de otro modo, le informa que se halla ante una experiencia artística que le puede proporcionar emoción estética, la más noble, intensa y satisfactoria de las emociones al alcance del ser humano. Por lo demás, el relato rompe con los códigos tradicionales del cine. Mezcla realismo, surrealismo y una fuerte carga de subjetividad. Los encuadres, travellings, giros de cámara y composición de planos, contienen elementos caprichosos y aleatorios, expresan sentidos diferentes de los propios del cine convencional realizado hasta el momento y en ocasiones desarrollan divagaciones laxas sobre temas reiterativos.
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50 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
1
La mayor estafa del cine
Hace muchos años intenté verla y recuerdo que aguanté 8 o 10 minutos. Tenía que haberlo dejado ahí, pero como uno se acompleja por no conocer ciertos clásicos...el caso es que por fin, desgraciadamente, la he visto de cabo a rabo.
El director no era parte integrante de la " nouvelle vague", pero sí coetáneo suyo. Un movimiento que trajo un puñado de películas diversas, unas buenas, otras no, normalmente todas ellas con el prurito cultural por bandera. Y Resnais a su vez es el máximo exponente de cine literario o de alta cultura. Esto no tiene porqué ser malo si se sabe hacer ( Ophuls, Visconti ), pero resulta penoso si no se sabe ( Resnais)
Esta película es una sucesión de planos que pretenden ser fascinantes en su composición, un travelling que busca ser hipnótico y una voz en off que recita cuasipoemas. Las pocas escenas dialogadas son a base de expresiones literarias o de gran profundidad. No hay historia como tal porque eso sería una vulgaridad.
Y surge el dilema: ¿Es realmente tan mala o soy yo el que está incapacitado para comprenderla?
Hace muchos años, de joven y aún no habiendo visto mucho cine, tenía mis dudas. Hoy, para lo único que me ha servido este visionado es para ratificarme: Es mala.
Como agravante adicional, quiere pasar por buena. Realmente quiere hacernos creer que es extraordinaria.
Horrible, duele verla. Insultante.
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76 de 110 usuarios han encontrado esta crítica útil
9
Vida de una imagen, y de una estatua, y de...
Remito a las líneas escritas por Lupo sobre esta misma película a todos aquellos que deseen saber qué esperar o cómo afrontarla, sin duda orientativas. Porque es tal su hermetismo que puede acabar impacientando a más de un espectador, atónito ante lo que puede considerar un sinsentido. Esta consideración, sin embargo, fuerza sus imágenes, refractarias a toda explicación externa.

Cosas que parecen explicar (y no explicar) “El año pasado en Marienbad”:

-Un hombre que siempre gana en uno de los juegos.
-“Laissez-moi”, una negativa articulada invariablemente con esas palabras.
-Una habitación de puertas siempre abiertas, exceptuando una sola noche, en la que es imposible abrirlas.
-Personajes que aparecen en la misma escena en lugares distintos.
-Los momentos en que la palabra y la acción se suspenden, demorándose en un ínterin atemporal.

Sumidos en la reiterativa persuasión amorosa, y de la mano de un montaje malicioso, nos confundimos: no es a nosotros a quien el galán debe convencernos de la veracidad de sus palabras, de la invocación a un amor remoto que sin embargo parece vislumbrarse, como la improbable luz del amanecer a la medianoche, sino que es ella quien debe creerle o no.
El espectador, espía impertinente –porque no pertenece a ellas- de sus vicisitudes, es un fantasma invisible cuyas reacciones corresponden a otro orden: su padecimiento, en realidad, es ajeno a ese mundo.

Quienes padecen son los dos enamorados: él, perseverante en su esfuerzo por exorcizar el momento del que habla –el año pasado, en Marienbad- y presentárselo a su amada; ella, dubitativa, a veces recelosa, otras, a punto de convencerse; ambos, para siempre condenados –si es que para ellos supone una pena- a ese trance al que asistimos cada vez tras pulsar el botón.
De la misma manera, una estatua, una fotografía, perpetúan –de manera sin duda tosca y grosera- un instante; la alegría o la pena que reflejan, aunque confinada a sus límites, pervive en ellas.

Inspiradas –muy libremente, lo que siempre es meritorio- en esa otra obra de intrusión amorosa nombrada al final de estas líneas, las imágenes de estos dos amantes laten a la espera de sus espectros vigilantes. Quién sabe, tal vez al igual que nuestras vidas, cuando creamos que ya están acabadas.

“¿No debe llamarse vida lo que puede estar latente en un disco, lo que se revela si funciona la máquina del fonógrafo, si yo muevo una llave? ¿Insistiré en que todas las vidas, como los mandarines chinos, dependen de botones que seres desconocidos pueden apretar? Y ustedes mismos, cuántas veces habrán interrogado el destino de los hombres, habrán movido las viejas preguntas: ¿A dónde vamos? ¿En dónde yacemos, como en un disco músicas inauditas, hasta que Dios nos manda nacer? ¿No perciben un paralelismo entre los destinos de los hombres y de las imágenes?”

La invención de Morel, Adolfo Bioy Casares
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38 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
5
Basta ya de coartadas intelectuales para justificar el aburrimiento
Hace ya algunos años fui invitado, junto con otros cinéfilos, por un profesor, a la proyección, en la facultad de Filosofía y Letras, de la mítica película “El año pasado en Marienbad”. 94 minutos después terminó la película (menos mal que solo fueron 94 minutos) y empezó, entre los allí congregados, un espontáneo coloquio sobre dicho film.

Yo no podía salir de mi asombro viendo cómo todos estaban entusiasmados, fascinados y motivados por la obra de Resnais, derrochando ingeniosas justificaciones e interpretaciones de lo que acabábamos de ver; encontrando rasgos culturales, perturbadores y geniales en cada una de las escenas y diálogos. Yo permanecí callado, pues dudada (muy seriamente) si estábamos hablando de la misma película o, peor aún, si era tan intelectualmente pobre que no había captado ni apreciado todas esas cualidades, aciertos y magistrales toques surrealistas que inundan cada fotograma del film.

Ahora que mi criterio y mi sabiduría cinéfila se han ampliado considerablemente, hay una máxima cinematográfica que no consiento ni tolero: no aguanto que me tomen el pelo, ya sea con cine europeo (en su mayoría) o americano (por ejemplo, la amplia filmografía de David Lynch). ¿Tan difícil es decir, o reconocer, que “El año pasado en Marienbad” es un aburrimiento incomprensible? ¿Tanto cuesta asumir que no se han enterado de nada porque no hay nada de que enterarse? ¿No les da vergüenza tener que escudriñar rebuscadas justificaciones e interpretaciones para, así, no reconocer que la película es un vacío absoluto estirado hasta el hastío (y, en mi caso, la desesperación)? ¿No les revienta de verdad que un director (un ser humano, al fin y al cabo) sea tan pretencioso y prepotente como para hacer un cine tan poco asequible que haya que buscarle absurdas coartadas intelectuales y culturales?

Y luego querrán, sinceramente, que la cultura sea interesante y accesible para una mayoría. Pues mientras se sigan defendiendo (sin justificación alguna) bodrios de tal calibre, la gente seguirá huyendo de la cultura, y el cine europeo seguirá arrastrando el lastre de cine aburrido para minorías: una pena, sin duda, pues nos alejará y nos impedirá ver las grandes obras del viejo continente.

El Despotricador Cinéfilo
www.eldespotricadorcinefilo.com
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51 de 72 usuarios han encontrado esta crítica útil
2
El momentito onanista mental de Resnais.
Insoportable, aunque he de decir que el ambiente hostil del visionado tampoco ayudaba en absoluto. Lo malo de este tipo de películas es que uno sólo las puede ver en un cineclub, una clase de cine o en casa de algún cultureta; y en los tres casos el final es el mismo, y una experiencia incluso peor que el propio visionado: la tertulia.
Sólo hay algo peor que una película mala, y es una película mala y pretenciosa que quiere ser una obra de arte y no llega. E incluso hay algo peor, que es una tertulia de culturetas intentando justificar la carencia de un guión y de una historia interesante, las odiosas repeticiones y la constante presencia de unos diálogos recitados por unos actores afectados. Para cualquier cosa insoportable que sea una paja mental del autor se puede encontrar una justificación que la tilde de genialidad -y a los que no nos gusta, de catetos absolutos-.
El "es que tú no lo entiendes", "es que no es cine comercial", o el clasicazo "es una propuesta muy arriesgada" me tienen hasta las narices, y en este caso la película cumple todos y cada uno de los tópicos: escenas larguísimas sin diálogo, repetidas hasta la saciedad, sutilísimos -ojo, en plan sarcástico- juegos de planos con una balaustrada rota, pasillos largos y una voz en off irritante, por no hablar de la música de órgano.
Resnais abusa. Abusa de todas y cada una de estas cosas, creando un film aburrido y exasperante, sin sentido y sobre todo pretencioso. No sabe cómo integrar las novedades de la nueva novela francesa y el cine, y el resultado es un bodrio de hora y media en el que no pasa nada, en el que el interés decrece por momentos y en el que al final a uno le da igual todo, esperando únicamente a que aparezca la palabra FIN en pantalla.
Que nunca antes había sido tan bienvenida.
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36 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
Los pasillos amnésicos del Palacio de la Memoria
Es una de las películas que no me canso de ver. No me canso, porque para verla debo olvidarla una y otra vez. El olvido, como dice San Agustín, es no solo lo contrario de la memoria, sino un contenido de la memoria. De ahí su paradoja. El Hotel donde se desarrolla la película de Resnais se asemeja a uno de esos gloriosos palacios mnemotécnicos cantados en las Confesiones del Obispo de Hipona, y es también el habitáculo a la deriva cantado por Barthes, pero vistos ambos como en un corte transversal que les guillotina el pasado y el futuro, dejándolos en posición colgante sobre una dimensión única que gira y gira sobre sí misma.

Recomiendo un artículo sobre esta película, escrito por Vila Matas en su libro Aunque no entendamos nada. Recomiendo verla suspendiendo el juicio y disfrutando el mero transcurso de la cámara y los sonidos. No es una película acerca de algo ni a partir de algo. Tampoco es una superchería, ni un artificio. Es una película sobre el misterio de las imágenes y es ella misma una de las imágenes más misteriosas. Hecha con toda la seriedad y la fascinación que provocan las cosas innominables. Aún así, si se mira desde el fondo hasta el borde de la pantalla (y no al revés, como por lo general suele hacerse), veremos que la película es como una ecuación pulida, un acertijo laberíntico, algo imposible y dinámico, a la manera de una pintura de Magritte o un grabado de Escher.

Un verdadero bocado para mirones visionarios, pacientes y atentos.
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32 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
Marienbad frente a sus interpretaciones
Pocas películas, si es que hay alguna, habrán sido objeto de más intentos de interpretación que «El año pasado en Marienbad» [abrevio en lo sucesivo: «Marienbad»]. Las teorías sobre su posible significado son múltiples e incluso se dice que sus creadores la construyeron consciente y voluntariamente de modo que satisficiera una pluralidad de interpretaciones. Se dice también que el director, Alain Resnais, y el guionista, Alain Robbe-Grillet, que asumió casi el papel de codirector, tenían una visión distinta de la historia: mientras que, para Resnais, el protagonista decía la verdad y, en consecuencia, la película trataría de la memoria y el olvido, para Robbe-Grillet, por el contrario, el protagonista mentía y, en consecuencia, el tema de la película sería más bien la persuasión.

Susan Sontag, por su parte, alude a este film en su ensayo «Contra la interpretación», donde afirma que «habría que resistirse a la tentación de interpretar “Marienbad”». Sontag basa su propuesta en la idea de que toda interpretación altera la naturaleza real de la obra interpretada, al sustituir sus elementos fundamentales, destinados a ser sensorial y emocionalmente percibidos, por conceptos elaborados por la mente razonadora (A significa esto; B significa aquello; C, aquello otro, etc.). Sontag parece partir del hecho de que la razón necesariamente se erige de forma dictatorial en la única facultad supuestamente fiable de conocimiento, que pretende atribuirse siempre la última palabra. Independientemente de que esa sustitución esté o no presidida por una adecuación o correspondencia fiel del discurso verbal, es decir, de la interpretación, con el objeto interpretado, la gravedad de la mutilación reside en la conceptualización misma, en la creencia más o menos inconsciente de que la obra de arte puede reducirse a discurso.

Ahora bien, que la interpretación se realice con frecuencia sobre la base de esta creencia subyacente no quiere decir que así deba ser por necesidad. Pues la conceptualización que la interpretación implica puede ser consciente de su carácter parcial, y por tanto secundario, con respecto a la apropiación de la naturaleza esencial de la obra; esta, por otra parte, ni mucho menos tiene por qué estar cerrada a una razón que no deja de ser un aspecto, limitado pero fundamental, de la inteligencia humana. En consecuencia, la interpretación puede reconocer la limitación de su status y, en lugar de aspirar a suplantar a la obra, colocarse a su servicio, aceptando su relatividad, lo que podrá redundar en enriquecimiento y no en tergiversación. Pues lo que no se puede olvidar es que aunque toda superficie revela, también oculta; hay una profundidad más o menos insondable en todas las cosas, y reflexionar y elaborar un discurso sobre un objeto artístico, incluso interpretarlo, para tratar de ver y hablar del sentido que pueda haber por detrás de su epidermis no es forzosamente deformar o mutilar, sino que puede también aproximar a su realidad originaria, ayudando a transformar su opacidad en transparencia.

En todo caso, creo que Sontag tiene una parte de razón, y una parte importante, en la medida en que el racionalismo de nuestra cultura nos impide ver las obras de arte (al menos de ciertas artes y quizá en particular del cine) por lo que realmente son en sí mismas, de modo que, mediante la interpretación, ignoramos o, peor, sofocamos y suprimimos todo lo que en ellas se sustrae al discurso, que puede ser precisamente lo esencial.

Por otra parte, no todas las obras de arte —más específicamente, no todas las obras cinematográficas— están construidas de forma semejante y no todas han sido concebidas para ser recibidas de manera similar. Hay películas más próximas, desde su concepción, a una obra musical y otras al ensayo filosófico, por ejemplo, y, obviamente, el papel que pueda y deba desempeñar la razón —y, por tanto, la interpretación— en la recepción de unas y otras será muy distinto.

Aunque pueda sonar a provocación, «Marienbad» me parece una película con un elevado grado de transparencia en lo que tiene de esencial; también, y quizá por eso mismo, con un elevado grado de opacidad en lo que tiene de accidental. En «Marienbad» casi todo lo que tiene que estar claro lo está hasta la evidencia; si parece lo contrario es sencillamente porque no se atiende a lo que la película pretende mostrar —y muestra—, y se busca soluciones a problemas inexistentes o, en todo caso, comparativamente irrelevantes; en definitiva, porque no se mira donde se debe mirar. Buscar significados a «Marienbad» puede añadirle más opacidad que transparencia. Abordar el film con la actitud detectivesca de quien pretende resolver un enigma sería, como dice el cuento sufí, buscar fuera de casa lo que se ha perdido dentro, sobre la base de que fuera hay más luz.

No se encontrarán muchas películas que vehiculen con tal intensidad, con tal eficacia, una realidad (no una idea-acerca-de-la-realidad) que, ciertamente, es refractaria a la lectura convencionalmente conceptual, pero inmediatamente asimilable desde otra forma de recepción. Lo importante en «Marienbad» es percibir esa realidad, que precisa ser acogida de forma diferente, desde la única perspectiva que la hace accesible: la perspectiva «poética», entendiendo la «poesía» —como decía Tarkovski— no como género literario, sino como forma de abordar la existencia, como aprehensión globalizante de una mirada no literalista que utiliza la razón en lugar de ser utilizada por ella. «Marienbad» es, desde tal perspectiva, una invitación a percibir lo real y, por tanto, a situarse ante lo real —o, mejor, en lo real—, de forma distinta a la que dicta la experiencia común.
[Acabo en el spoiler.]
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29 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
El jardín de los senderos que se bifurcan
"Espacio y tiempo juegan al ajedrez". Antonio Vega.
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1

El crítico literario Harold Bloom reduce –siendo quizás mucho reducir– los cuentistas a dos: Chéjov y Borges.

'El año pasado en Marienbad' es, acaso, una obra cinematográficamente “borgesiana” siguiendo la clasificación referida. Pese a la influencia reconocida por el director de, precisamente, 'La gaviota' como punto de partida del film, además de ciertas obsesiones visuales de geometría hitchcockiana.

2

Lo chejoviano implica el clasicismo cotidiano –como, en vaso largo, Dickens o Balzac–. En cine podríamos hablar de la perspectiva baziniana y neorrealista de tendencia mimética: relato reproductor de realidad y el refrendo del tempo ficcional desde la intuición con que recibimos nuestro tiempo vital.

3

La opción borgesiana es distinta (Bioy Casares también, pero menos, como uña y carne del porteño). El laberinto de Dédalo, la cinta de Moebius o la escalera de Escher. La “obra” consciente de su trampa y artificio. La “ficción” con su propia e intrincada identidad temporal –o espacial– que se revuelve sin imitar del todo lo humano.

Marienbad y Borges son la reivindicación de la invención cual dimensión autónoma de ficción, lenguaje y tiempo. Son 'Tlön, Uqbar, Orbis Tertius' cohabitando en una hoja de papel donde la realidad se confunde y se refunda con y en lo fantasmagórico. Leyes diferentes rigen este tipo de historias. Otra atmósfera, otra gravedad. La ficción cobra conciencia de sí misma y se convierte, arrastrando al personaje –antaño fuerza rectora de perspectiva única–, a una plena ficción discursiva. El autor se extravía, al texto le brotan tentáculos y pasadizos.

4

No se trata de flashbacks o flashforwards ni de alteración del orden de los acontecimientos para su posterior revisión lógica. Es la autoconciencia de la imaginación como emulsión fantástica sin vida que imitar. El tiempo de la repetición en Marienbad va por libre. Consecuente con su carácter autorreflexivo se descompone y fragmenta, juega a estirar las posibilidades del texto. Los personajes y el espectador pululan por baldosas ajedrezadas ajenos a esta nueva rejilla cuadrimensional de espacio y tiempo; creen habitar un cuento ruso. Avanzan, retroceden, se detienen… Desconcertados por el juego metalingüístico que se les impone.

5

Las historias chejovianas ofrecen un porvenir que imita lo temporal humano. Hay un horizonte que continúa en la inexistente página siguiente al final (pensamos: ¿qué será del jardín de los cerezos?, ¿le durará el amor a la dama del perrito?). En ellas se maneja el futuro como horizonte al que trama o personaje se dirigen. Horizonte del que el cuento acota un instante.

Marienbad no. Marienbad disuelve el tiempo en un "maledetto imbroglio" de circuito cerrado, o ruina circular, condenada a navegar entre las estrechas paredes de una temporalidad de espirales sin futuro. Incapaz de otra cosa que no sea reinventarse, como un aleph mutilado, dentro del "año pasado" que le dejaron escrito en un guion.
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27 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
"Estabas asustada, pero amaba tu miedo aquella tarde."
Quizás. Puede ser. Es posible. Que la vi lo confieso, es cierto, de lo que vi no confieso nada, no aseguro nada, no se puede. La frontera entre posibilidad e imposibilidad , entre literatura y cine, entre invención y realidad, se diluyen. Todo se desestructura. El tiempo y el espacio se deconstruyen. Y una voz en off permanece al fondo, con su tono monótono narrando, hilando las imágenes a las palabras, el narrador-personaje redundando siempre sobre el encuentro con una mujer un pasado año en Marienbad o en cualquier otro lugar (Karistadt, Marienbad, o Baden-Salsa), el espectador nunca sabrá si es invención o es producto de la memoria de ese hombre del que ni siquiera sabemos su nombre porque no importa, todo es un misterio.
Ninguna otra película, dicen, ha estado tan cerca de ser a su vez obra literaria. Resnais siempre escogía a novelistas para la elaboración de sus guiones dándoles total libertad. Quizás ahí esté el secreto de la poesía de sus primeras películas. En "Hiroshima, mon amour" Margarite Duras escribe un guión cuando nunca antes lo había hecho y Resnais se encarga de realizarlo en imágenes y palabras casi al pie de la letra. En "El año pasado en Marienbad" le toca el turno a Grillet (el autor de "La celosía" ) , y ocurre lo mismo, Resnais saca el jugo a la literatura aplicándolo al cine como nunca nadie lo ha conseguido. Y en mi opinión sus películas superan a lo literario, las soporíferas novelas de la Nouveau Roman francesa traspasadas a la pantalla por Resnais consiguen el alma que les falta sobre papel.
En definitiva, es una película para ver porque es una obra perfecta y porque representa un punto de inflexión en la historia del cine, ahora, eso sí, no es aconsejable verla con sueño porque la voz del narrador puede tener un gran efecto de somnífero.
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21 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
El experimento
De manera simplificada, resumiría mis sensaciones ante esta película diciendo que me resulta mucho más gozosa visual que auditivamente.

En efecto, encuentro altamente seductora la imagen, a todos los niveles: la contrastada fotografía, la laberíntica dirección artística, con los jardines simétricos y los barrocos interiores siempre escrutados por la cámara en elegantes movimientos, las facciones y gestos hieráticos de los intérpretes —gran casting de "rostros", más que de actores— y su indumentaria, el extraño montaje que desafía las convenciones clásicas de los raccords, etc.

La voz en off y los diálogos, en cambio, con su leitmotiv del personaje masculino instando al femenino a recordar —y que al principio muy eficazmente crea una intrigante atmósfera— poco a poco pierden, debido precisamente a su obsesiva reiteración, y siempre bajo mi punto de vista, esa capacidad inicial para acabar deviniendo en salmodia monótona y redundante. Y, pese a que una velada de órgano en una iglesia es siempre para mí una cita mágica, en esta ocasión tanto el instrumento como la partitura tienen el poder de ponerme bastante nervioso.

Esta particular apreciación me llevó un buen día a ejecutar un curioso experimento: revisarla sin sonido alguno (y sin subtítulos, claro). Las características de la obra permiten este juego. Ya se sabe que estamos ante un film mítico por su hermetismo y abstracción, abierto a mil y una interpretaciones y capaz de provocar las más encontradas reacciones —y que no por antitéticas se invalidan mutuamente—. No se trata, pues, como ocurriría con la mayoría de narraciones "convencionales", de intentar reconstruir un todo ya conocido usando solo algunas de sus partes (intento que siempre tendría algo de infructuoso), sino de constatar cómo es posible el nacimiento de otro todo, parecido al primero pero distinto, y plenamente autónomo de él.

El mudo resultado de dicho experimento tiene puntos de contacto, pues, con "El año pasado en Marienbad" (se percibe ese mismo ligero atisbo de suntuosa y turbadora historia en puzle espacio-temporal sobre un hombre tras una mujer ante la presencia de otro), pero se convierte en "otra cosa", aún más misteriosa, inquietante y fantasmagórica, al perderse esos mínimos asideros que el lenguaje verbal nos proporcionaba (las referencias explícitas a lo que quizás sucedió hace un año, la exhortación insistente al hecho de recordar…) pero que a la vez, en su inevitable concreción, condicionaban y guiaban nuestra percepción.

He de confesar que, en su libertad absoluta de sueño puro absuelto de límites, asimilable a un hipnótico cóctel entre "Vampyr", "Una página de locura" y el Lynch más desbocado, prefiero esta nueva cinta a la original. Desde aquí invito a los interesados a repetir el experimento (una invitación, lógicamente, restringida a quienes ya sienten un mínimo de satisfacción ante el film de Resnais: no quiero arriesgarme a que quienes odian la película también me acaben odiando a mí).
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19 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
1
Hay muy pocas cosas más malas que esto
Es un gran consuelo observar que hay cierto sector posicionado muy en contra de esta película. Algunos pronuncian con bastante vehemencia su postura y no me extraña, hay muchos motivos para sentirse ofendido por cosas así porque son experimentos que se cargan la razón de ser del cine. Alain Resnais hizo una película que no es parta todos y se le podrá aplaudir su voluntad, el valor de realizar un experimento tan radicalmente diferente a todo lo visto, pero aquí mismo no estamos para juzgar al director sino a "El año pasado en Marienbad". Con muy buen humor a alguien se le ha ocurrido sugerir un cambio de nombre en el título, una vocal nada más, y llamar a este auténtico fraude "El año pesado en Marienbad".

Aplaudo al director por su valor y elogio su paso adelante pero de verdad, esto además de innecesario es infumable, una película para hartarse de estupidez. Cuando una película hay que interpretarla a posteriori y contrastar lo que uno piensa con las reflexiones de los entendidos, en ese momento en el que lo que ves ya no es lo importante sino lo que pudiera ser, entonces esa película deja de ser sana, es más, me atrevo a calificarla de timo. La poesía para los poetas, que escribían versos, en cuestión de imágenes lo que hace aquí Resnais es inclasificable, aburrido y equívoco.

Ese órgano me ha dejado frito, esas frases repetitivas, los actores vestidos de etiqueta y la estatua del jardín botánico...


Felicito a aquellas agradecidas almas que son capaces de tragarse esta película y quedar satisfechos, que les guste y que la entiendan. Yo me voy corriendo, huyo de aquí.
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21 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
1
Me ha dejado frito este Marienbad
No quiero pasarme en mis quejas hacia Resnais, pero es inevitable señalar que su película se pasa de experimental y navega por lo insoportable desde el primer minuto. Tanta poesía no merece una situación amorosa a tres bandas que es de lo más simple. Esa sencilla operación sentimental Resnais la envuelve con formas estúpidas y surrealistas, sus excesos corretean paralelos a un ritmo cansino que ya desde el primer minuto lo hace todo irritable. Mi enhorabuena a aquellos que son capaces de disfrutar con películas as. Quienes no necesitan que le expliquen de qué va la película una vez acabada son muy afortunados, son capaces de tragarse este amago de cine y emocionarse, sentirse fascinados y gritar a los cuatro vientos que "El año pasado en Marienbad" es cumbre cultural. Yo niego el valor de esta película pese a la elevadísima e incomprensible nota que posee en FA, para mí es una castaña, por el lamentable y torturador órgano de fondo, por las secuencias interminables de habitaciones, pasillos y ese jardín con sus estatuas, por la ridícula voz en off... todo es prescindible.

¿Por qué verla de principio a fin? Para conocer el mal cine, para ser conscientes de que los caminos equívocos también existieron, errores y abortos como esta mala broma de Resnais, un hombre que me emocionó con su "Hiroshima, mon amour" y que con esta película sólo me ha proporcionado pesadez. Insisto, enhorabuena a los que saben disfrutar de este tipo de cine, poesía en imágenes o lo que sea, yo me voy corriendo, no quiero saber nada de esto...
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20 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
3
Profecía autocumplida
Nadie ve el Año pasado en Marienbad una tarde de domingo en el canal autonómico de turno. Cuando uno se acerca a Resnais, y en concreto a ésta película, va dispuesto a ver algo grande, la Obra maestra, el sumun del cine europeo, el ave fénix de la elegancia y el buen gusto.

Por supuesto cuando acaba la película hay dos opciones. Justificar como sea la obra maestra que tenías previsto ver o pensar que te han tomado el pelo. Por eso, genera amores y odios.

El año pasado en Marienbad es la perfecta definición del artificio por el artificio. Es vacua, carece de sentido y no tiene nada que contar. Un simple experimento formal donde el aire de pretendida fascinación y ensoñación acaba transportando al espectador a un estado somnoliento. Resnais, en ese ejercicio de pretenciosidad infinita, lo que hace es fundamentalmente una cosa: aburrir. Puedes darle las vueltas que quieras a la película, buscarle significados, hacer reverencias a los planos o quedarte engatusado con la voz en off pero lo único que sacas en limpio es como mucho una tertulia o debate tan artificial o afectado como la propia Marienbad.
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19 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
3
Clasicazo
Una de las obras maestras más maestras de La France; y una de las películas más vistas de la historia, sin duda. En el vigésimo visionado ya está casi terminada.

Planos largos a degustar, travellings a fuego lento, mucho aplomo en lo que se hace, una atmósfera de ensueño, y te sale un plomazo del quince y te entra un sueño del treinta. ¿Dónde está el problema pues?

Pues que el ritmo es tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan, tan rematadamente plano que por mucho que te involucres en su maravilla técnica, llega un momento que dices basta, que todo te parece lo mismo siendo distinto, un suplicio.

Demasiadas pretensiones Alain, tu película es transparente. Realizas de puta madre, pero la historia de tu obra magna me importa un pimiento, por mucho que te empeñes en hacérnosla ver como una joya del cine. Levantas menos pasión que la duquesa de alba en un baile erótico.

No cuela.
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32 de 50 usuarios han encontrado esta crítica útil
1
ININTELIGIBLE, AFECTADA, PRETENCIOSA, SOPORÍFERA, ONANISTA, PSEUDOLITERARIA Y TAN DIVERTIDA COMO RECIBIR CUCHILLADAS EN EL ESCROTO
Llámanme exagerado, anticinéfilo, cerrado o todo lo que quieran Lo aceptaré gustoso. Pero VOTO A BRÍOS que no puedo aguantar a los gabachos. Su decadente cine creaba decadentes filmes ya hace casi 50 añazos.

Y la película que nos ocupa...

¿Qué decir de ella?

¿Cómo criticas algo que te crea un inmediato y cerril odio?

Solamente se me ocurren exabruptos al pensar en el film, en su brutalmente alienante banda sonora, sus estúpidos y cargantes manierismo carentes de sentido, sus flashbacks mal gestionados, sus yuxtaposiciones visuales de significado arcano, sus excesos verbales, su...

Todo, caray. Todo. Ha sido ver el largometraje y odiarlo al instante. De lo peor que me he echado a la cara este año.

Enhorabuena a los que les ha gustado (y han entendido) la película. En cuanto a los críticos que la han encumbrado...

Pues no les entiendo.

Y es todo lo que puedo decir.
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28 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
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