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6 Críticas de los usuarios

Críticas de los usuarios:
10
CUANDO LA IDEOLOGÍA SE INCRUSTA MÁS QUE EL AMOR
La historia que nos presenta la película "Sorok Pervyy" o "El cuarenta y uno" transcurre primeramente sobre la aridez desértica habida entre los lagos Caspio y Aral (también llamados mares) y más tarde en las orillas y en el interior del citado mar Aral, o sea en toda una zona que por aquel entonces, producida la revolución bolchevique (décadas de los años diez y veinte del siglo XX), formaba parte de la URSS y hoy concretamente del país llamado Kazajistán.

Geográficamente esto queda claro en los cinco primeros minutos del filme, cuando una sección de soldados del ejército rojo-revolucionario huye de las fuerzas del ejército blanco-zarista, hacen una parada nocturna para descansar en la cual una voz narrativa nos cuenta que este grupo de soldados bolcheviques son los restos del destacamento de Guriev (ciudad situada en la orilla norte del Mar Caspio, hoy llamada Atyrau y perteneciente a Kazajistán), y entonces habla el comisario o jefe del grupo militar diciendo que no tienen más remedio que marchar hacia el Este, hacia la población de Kazalinsk (hoy Kazalnsk, en la orilla Este del Mar de Aral, todo ello dentro de los límites del hoy país independiente Kazajistán), donde dice se encuentra el Estado Mayor del ejército rojo, para lo cual deberán rodear toda la costa norte del lago Aral. Ante el descomunal y casi imposible objetivo, ya que apenas tienen agua y alimentos, un soldado refunfuña que para lograrlo tendrán que comerse unos a otros. Entonces el comisario le replica a gritos: "¡Sin objeciones, sabes lo que es el deber de un revolucionario, de lo contrario irás a un paredón!" Amenaza que el contestatario masculla por lo bajo, con esta guasa: "Aquí no hay ningún paredón, tan sólo la arena maldita."

Preciosa, especialísima, digna de verse y reverse muchas veces, la relación de ideología-amor-ideología que va desarrollándose entre la soldado bolchevique Maruskha (Izolda Izvitskaya), cuya feminidad y talento más afinado consiste en abatir por disparos certeros a los enemigos que se le ponen a mediana distancia, y el apuesto, fino y elegante prisionero zarista o teniente Nikolayevich (Oleg Strizhenov, un hombre cuya belleza es casi de icono, cuasi-divina, delgado, de nariz recta, pelo rubio abundante e iris del color del mar, vamos un ejemplar ante el cual hasta la enemiga más encarnizada se humedecería sensual y sexualmente, de ahí que ella le confiese: "Tienes unos ojos peligrosos para las mujeres, penetran en el corazón, alteran el alma."). Desgraciadamente en esta religación de ideología y amor, entre dos ideologizado-enamorados, acaba imponiéndose de facto la fuerza de la ideología.

Sin duda es una película especial, extraordinaria; para mí de las cien mejores de la historia del cine.

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24 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
¿Sentimiento o reacción?
Chukhrai, logra con "El cuarenta y uno" que, en su primer tramo, el espectador pueda verse subyugado por un espectáculo brillante, donde la enorme plasticidad de la fotografía y los magníficos recursos expresivos que usa el cineasta soviético, plasman con veracidad, esmero y potencia el bagaje por el desierto de esos soldados que no parecen tener un destino concreto.
Los primeros planos de sus agotados rostros reflejan a la perfección el temor y la duda de pisar terrenos tan apáticos y moverse por una zona tan dura como es la desértica. Entre todos ellos, pero, se encuentra la enardecida tez de una combatiente que rehusa mostrar cualquier tipo de sentimiento y entre órdenes y avances a través de la escurridiza arena, va haciendo cuentas y anotando mentalmente a todos aquellos que son abatidos por su rifle.

Sus compases iniciales pues, son esperanzadores y dan un hipnótico prólogo al espectador para aferrarse a una narración compacta, un tremendo trabajo visual y una definición de sus escuetos pero trabajados personajes magnífica.

A partir de ese instante, y todo el tramo desarrollado en zona desértica, Chukhrai se sigue aprovechando de unos recursos que no sólo se los otorga ese magnífico uso de la iluminación, sino también su pericia en el momento de componer imágenes y otorgarles un sentido.
Sin embargo, es llegado su ecuador, cuando el relato empieza a perder enteros. No tanto por la pérdida de sus recursos mejor administrados, sino por la conversión de su narrativa en una narrativa tosca y fofa, que desaprovecha lo que podría haber sido un vigoroso retrato, y lo lanza por la borda buscando la construcción entorno a una relación de la que hasta ese momento apenas habíamos dilucidado nada.

Para colmo, el desarrollo de la relación entre ambos protagónicos se torna distendida y no deja destellos sobre sus caracteres que no hubieramos visto antes, simplemente se dedica a otorgar a su estructura el suficiente espacio como para que creamos que todo ello ha podido dar pié a algo... eso sí, en cuanto empieza a dejar algún que otro destello, a pocos minutos para el final, "El cuarenta y uno" recobra súbitamente su interés para rematar con una conclusión... indescriptible. Una de esas conclusiones que, ante todo, logran dejar un ligero poso de reflexión en el espectador preguntándose "¿Por qué?" e intentando generar una respuesta empática que, en mi caso, parece haber funcionado. De todos modos, en su final sigue habiendo algo que no me convence, pues tampoco penetra en mi como hubiese sido lógico...
Quizá sea cuestión de darle otra oportunidad.
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13 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
Víctimas de la revolución
Su título original Sorok pervyy, es la primera película dirigida por el extraordinario Grigori Chukhrai, es un director que le daba una gran importancia a las imágenes, el uso de las luces y sombras, pero no por un simple recurso ornamental, sino que la historia lo requiere, transmitiendo con las imágenes lo que no se puede transmitir fácilmente con las palabras, basta recordar una las escenas de su obra maestra Ballada o soldate, con tan solo ver el intercambio de miradas entre sus protagonistas, se puede entender el amor que está naciendo entre ambos, es la sutileza de las imágenes, es el golpe emocional, la economía de las palabras para contarnos una historia.

La historia tiene origen en los primeros años de la Revolución rusa, en donde se enfrentan bolcheviques contra zaristas, la soldado María Filatovna, es una de las mejores francotiradoras del ejército revolucionario, especializada en matar oficiales, teniendo en su cuenta cuarenta de ellos, su escuadrón está cruzando el desierto para regresar a su base, pero se darán cuenta que su travesía es casi imposible de cumplir, hasta que encuentran a unos nativos con sus camellos, por lo que decidirán pedir ¨prestado¨ por la causa de la revolución, encontrándose con ellos un oficial zarista, el teniente Nikolayevich Govorkha, que tiene un importante mensaje que dar a sus superiores, por lo que será tomado prisionero, encargando de su custodia a María.

Durante su viaje de regreso, los camellos serán robados, siendo un hecho trágico para los soldados, encontrándose en medio del desierto, es así, que se inicia un largo recorrido, donde cada paso será una lucha por su supervivencia, una batalla que no quieren perder, su director logra en estas secuencias una de las mejores escenas sobre el desiertos hasta la fecha, utilizando una fotografía a color, en donde predomina el gris, los demás colores serán opacados por el desierto, el uso magistral de la luz y sombras, mostrándonos un desierto despiadado, que no da concesiones, siendo el protagonista en esos momentos, es el enemigo a vencer.

La parte inicial es la más destacada de la película por las razones antes mencionadas, después cambia al lado romántico entre el oficial zarista y su captora, es aquí que tal vez uno pueda ver un cierto desbalance en el film, pero justamente el romance es su historia central, en donde dos personajes totalmente opuestos, son obligados a convivir y conocerse, surgiendo el respeto y el amor entre ellos, la guerra es dejada de lado, olvidada por ambos, la película trata de ser una reconciliación entre ambos bandos, ya que al final pertenecen y aman a la misma patria, teniendo un final duro y trágico, con un mensaje que todavía retumba en mi cabeza, un film imprescindible y recomendable, que motiva más para seguir descubriendo más películas de la era soviética.
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8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
El romanticismo. Patria o amor.
Decía el historiador Román Gubern sobre el cine soviético (y además extendía este concepto en otros campos artísticos) que la mejor cualidad que tenían aquellas obras era su profundo romanticismo. Viendo el Cuarenta y Uno, película de Grigori Chukrhay, no podemos más que asentir (aunque siempre sin tomarlo al pie de la letra) con la afirmación de Gubern.

Imaginaos que en plena revolución rusa se enamora una joven francotiradora del ejército soviet, con un oficial del ejército blanco, para entendernos, un Romeo y Julieta socialista. Evidentemente el tema es más que interesante y ya suscita cierta polémica, pero la verdad es que la película supuso una apertura dentro del cine soviético (siempre con cierta precaución), porque durante el primer mandato de Stalin se había encerrado totalmente en sus propias reglas y no tenía ninguna salida hacia el exterior. No me refiero ni mucho menos a que El cuarenta y uno tuviera un éxito de público más allá de las fronteras de La Urss, pero si se estrenó en diversos festivales europeos y tuvo una calurosa acogida por la crítica especializada.

Y no es para menos, porque la película tiene elementos muy interesantes. Podríamos decir que se divide en dos partes. En la primera parte de una columna del ejército soviet se dirige hacia una ciudad, pero durante el trayecto (que se realiza por medio del desierto) se encontrará con una caravana de Kazajos que cuentan con el personaje del oficial del ejército blanco. Después de una pequeña refriega, el oficial será capturado y empezará a surgir la relación entre los dos protagonistas principales.

Esta primera parte de la película se trata de un retrato de una auténtica odisea por la que transcurren los hombres en su paso por el desierto. Para ello el director, Grigori Chukray se sirve de una dirección muy interesante y que en ciertos aspectos incluso nos puede recordar al género norteamericano del western, como la enfática utilización de la música, que se adapta a los momentos de más tensión dramática y se eleva de manera muy particular, además de compartir muchos parecidos de estilo con el tipo de música del western clásico.

Evidentemente, ideológicamente la película se encuentra en las antípodas del cine norteamericano y podemos ver perfectamente como a partir del film se desarrollan ciertos lugares comunes que son habituales en el cine soviético Por ejemplo los diversos discursos que da el oficial, enardeciendo a sus hombres a seguir y poniendo siempre la revolución como tema principal. Por otra parte el ejército blanco es representado de manera que el espectador lo identifique siempre con el enemigo, por eso mismo utiliza un vestuario muy identificable con ellos y los pone siempre con cara de circunstancias (como por otra parte hacía George Lucas en Star Wars, haciendo que todos los sirvientes del alto ejército de Darth Vader parecieran de etnia caucásica).

Pero el film no se trata de una obra más de propaganda, sino evidentemente no habría sido recordada. Durante esta primera parte del film, ya el director nos enseña como tanto el ejército rojo como el blanco no tiene ningún tipo de piedad con el pueblo kazajo, que sufre los daños colaterales de la guerra. También es interesante ver los diversos recursos de los que se sirve Chukhray para la película.

No acostumbra a utilizar los encuadres habituales del cine occidental, sino que muchas veces se sirve de ángulos poco corrientes para nuestra mente europea, como contrapicados y picados, de los que se sirve para adecuar el contenido dramático de la película con la forma. Así el oficial y sus rudas maneras son retratadas de una manera particular en el film, mientras que a los diversos soldados no se les define igual, sino que utiliza encuadres que engloban a más protagonistas. Por otra parte también encontramos la abundante utilización de primeros planos, que encadenados de diversas maneras logran profundizar la idea de tensión que viven los hombres durante la odisea de travesar el desierto, y que acabará con la vida de más de uno. A destacar la magnífica transposición de imagen que realiza el director sovietice entre el cuerpo de uno de ellos y una cruz que simboliza el entierro en el plano siguiente.

Sin embargo, lo más destacable de la película se trata de la segunda parte de la película. Por diversas circunstancias, el oficial y la francotiradora se verán envueltos en una tremenda tormenta que les obligará a convivir unidos en una isla desierta. La situación nos recuerda a otras obras de aventuras, como Robinson Crusoe, que el mismo oficial del ejército blanco nos citará en diversas ocasiones.

Durante esta convivencia en la isla, los dos personajes, que revelan cada uno los tópicos sobre sus principales ideologías se verán obligados a convivir en armonía Y evidentemente, los dos acabarán enamorándose. Es precioso ver como el director, pese a la diferencia ideológica entre los dos protagonistas principales es capaz de construir un ambiente tan romántico.

http://neokunst.wordpress.com/2013/04/24/ciclo-grigoriy-chukhray-el-cuarenta-y-uno/
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6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
¿El amor o el deber?
El dramaturgo, Boris Lavrenyev, había estudiado Derecho en la Universidad de Moscú, y durante estos años escribió poesía perteneciendo a un grupo llamado, Mezonin Poezii (Poesía del Entresuelo). Tras haber participado como comandante en la Guerra Civil Rusa (1918-1922) cuando, el Ejército Blanco, en sus pretensiones de restaurar el zarismo fue derrotado por el Ejército Rojo que ya estaba en el poder, Lavrenyev comenzó a escribir abundantemente, y por sus calificados logros fue galardonado con el premio Stalin en 1946 y 1950.

Muy probablemente, fue en aquel tiempo cuando le surgió la idea de escribir esa magnífica historia que titularía, "Sorok pervyy" (El 41), la cual publicó primero, en 1924, en la revista literaria Zvezda que se editaba en San Petersburgo. Tres años después, los Estudios Mosfilm se interesaron en la historia de Lavrenyev y bajo la dirección de, Vakov Protazanov, se hizo una primera versión que no lograría imponerse internacionalmente.

Pero, llegado el año 1956, Grigori Chukhrai, director graduado en la célebre escuela de cine VGIK, sería el encargado de rehacer, <<EL CUARENTA Y UNO>>, logrando uno de los grandes éxitos del cine soviético de aquellos años. Visualmente la película es preciosa, logrando el director un uso de los atardeceres cabalmente pictórico. La edición es también muy cuidada, y el ritmo y la narrativa se mantienen siempre en alto, pues, la trama oscila como la marea: subiendo y bajando con pleno significado.

Se trata aquí de un destacamento del Ejército Rojo que, en algún momento de la revolución se ve obligado a retroceder, y ahora se dirige por el desierto desde el mar Caspio hacia Karakurum (Mongolia) por donde deberá cruzar para llegar a su destino en Kazalinsk (Kazajistán). Los 23 combatientes, dirigidos por el comandante Yevsyukov, sabiéndose perseguidos por un comando del ejército blanco, comenzarán a verse débiles y diezmados, pero, por suerte, entre ellos va una calificada francotiradora, María Filatovna Basova, quien ya cuenta en su haber con 40 oficiales del enemigo dados de baja… pero, cuando tiene a tiro al número 41 -el teniente, Vadim N. Govorkha Jr.-, errará el disparo, y el oficial se convertirá en su prisionero de guerra… y es aquí donde comienza a tener significado esta magnífica historia.

Se va a dar respuesta a varias de las muchas preguntas que surgen en toda guerra: ¿Se debe eliminar al enemigo en cualquier condición o es deber preservar su vida mientras su actitud sea pacífica y de rendición? ¿Qué suerte de trato debe darse a la población civil que, por temor, calla lo que sabe? ¿Qué debe primar para mantener el honor, el amor o el deber?

Preservando casi todo el tiempo esa ambientación que exalta el mundo que se nos ha dado, y con esos magníficos y muy bien caracterizados personajes, el filme demuestra que, es la ideología la que separa y vuelve enemigos a los seres humanos que, en otras condiciones, perfectamente podrían ser grandes camaradas o incluso magníficas parejas. ¿Qué ocurrirá aquí?

Con ese juego a la Robinson Crusoe y Viernes, Chukhrai, conseguirá demostrar cosas muy dignas de tomar en cuenta… y también veremos cómo la Unicidad se aleja mientras ideologías mezquinas dominen a los hombres. El cierre de la historia es de antología y para la eterna memoria.

Izolda Izvitskaya, nos ofrece un rol inolvidable como la joven francotiradora que se debate entre el amor y el deber; Nikolay Kryuchkov, es la suerte de comandante que se quisiera cualquier destacamento; y Oleg Strizhenov, es el joven aristócrata al que se le dará la ocasión de tomar conciencia.

<<EL CUARENTA Y UNO>>, es la clase de película que hace historia.

Título para Latinoamérica: <<EL CUARENTA Y UNO>> / EL ÚLTIMO DISPARO
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3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
9
Una película que enamora
He aquí un pequeño milagro cinematográfico: una película de una sencillez asombrosa y a la vez de una categoría artística suprema. Original e impresionante historia de amor en el marco de la revolución soviética, que incluye lo dramático, lo épico, lo idílico y lo trágico.
Todo es extraordinariamente bello: la fotografía, la banda sonora, la realización, forma y contenido, pero, sobre todo, la presencia y la actuación de la pareja protagonista, inolvidables Oleg e Izolda.
¿Cómo es posible que el cine ruso de esta época, postestalinista pero aún soviética, no sea más conocido? Hay un lote de películas de enorme calidad que competirían ventajosamente con la mayoría de los aclamados filmes europeos y americanos coetáneos, y estoy hablando de la época dorada del cine mundial.
Si no le doy el 10 es por el final.
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3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
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