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16 Críticas de los usuarios

Críticas de los usuarios:
10
El milagro Ozu
No hay palabras que puedan describir lo que se siente ante una obra de este director japonés. Todos tendríamos que ver las películas de Ozu de rodillas y con los brazos en cruz, para intentar compensar el éxtasis casi místico que producen.

Al terminar de ver La hierba errante (y casi cualquier cosa que venga de él), sólo puedo decir que me embarga una sensación de plenitud indescriptible, como si ante mis ojos hubiera desfilado toda la sabiduría del mundo, expuesta a través de una belleza sublime, que me embota la cabeza impidiéndome razonar correctamente. Cada plano te transporta, te hace "creer". Creer en el hombre, creer en Dios, creer en las segundas oportunidades, creer en la vida, creer en la esperanza... Creer hasta en los marcianos.

La hierba errante es una de las películas más ligeras de Ozu. La contemplación es menor (sin perder en ningún momento su capacidad de fascinación) y los géneros están más remarcados, partiendo de algo parecido a la comedia, siguiendo con algo parecido al melodrama y terminando con Ozu en estado puro. El vitalismo da lugar a la tristeza, que esconde asideros de esperanza en medio del más hondo pesimismo. Pero todo esto se presenta de la forma más amable posible, menos estridente (aunque quizás aquí algo más que en otras realizaciones suyas), libre de ataduras formales. Los temas son los de siempre: la descomposición familiar y el paso del tiempo. Todo en Ozu se reduce a eso.La acción está limitada a unos pocos días, pero ves en los personajes la huella de los años, con las heridas que dejan, las responsabilidades que crecen, la conciencia que se rebela en cualquier momento. Seguramente en esta película, por tratarse de las últimas de su carrera, sea todavía más patente ese sentido de crepúsculo, de fin y de comienzo, que viene a ser lo mismo, de paso de los años (nunca en balde pues el poso es indeleble), de miedo y esperanza. Porque siempre hay una segunda oportunidad y ningún drama es definitivo, nos viene a decir Ozu.

Y en medio de semejante tesitura, con todos los elementos sobre la mesa, llega el milagro definitivo: ¿cómo es posible que en una composición tan elaborada, tan artificiosa, tan absolutamente calculada (sí, tanta belleza no es posible), se respire una naturalidad que te hace creerte tan dentro de lo que ves? ¿Cómo es posible? ¡Es un milagro! El misterio Ozu.
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73 de 81 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
Cazador de imágenes
Basile Doganis en su extraordinario ‘El silencio en el cine de Ozu’ y, siguiendo de cerca las etapas mostradas por Donald Richie en sus textos, describe los pasos que seguía Ozu para componer sus películas.

“Así, la primera etapa habría consistido no en la escritura de un guion o de una intriga, algo que siempre le resultaba «aburrido» (…) sino en el dibujo (y ni siquiera en la verbalización) de algunas escenas en cartas, que luego mezclaba con su amigo y guionista Kogo Noda. La escritura, etapa también primordial, vendría más adelante; conviene aquí poner de relieve que, para Ozu, incluso el orden mismo de las escenas es menos importante que la presencia de algunas de ellas y de ciertas imágenes por las que sentía un especial apego, y en función de las cuales se desarrollarían el resto de etapas, montaje incluido, pasando por el rodaje, verdadera caza de la imagen previamente creada.”

“Una vez terminada la etapa de la escritura –la más difícil según Ozu–, todo ha de plegarse a esa preparación minuciosa.”

Ozu, nos cuenta Basile, buscaba con ahínco y energía cada localización, como si no pudiera hallar reposo hasta encontrar el enclave justo e ideal.

Añade Alain Bergala que Ozu recreaba los apartamentos en estudio, no según la realidad y las proporciones de las casas japonesa, sino en función de las exigencias del rectángulo de la pantalla.

Todo en el cine de Ozu (cada detalle, cada objeto, la luz, los colores –o el juego de los grises–, la composición…) está pensado de forma extremadamente concienzuda. Y, sin embargo, en ningún otro autor es mayor que en él la sensación de vida. Llegar a la esencia de lo vivo y palpitante por medio del artificio más puro y depurado, es uno de sus logros más cumplidos.

La esencia de Ozu es la del cazador. Una vez dibujado el arquetipo (la imagen ideal), se lanza en busca de su representación. Construye una trampa perfecta (diagonales, actores o formas, proporciones) y aguarda en un silencio ritual. Da la voz de “acción” todas las veces que sea necesario. Hasta que la imagen quede presa en la bobina.

La célebre posición baja de la cámara –a la altura de los ojos de un hombre sentado en el tatami– tal vez ilustre cómo ha de mirar el ser humano el arquetipo. Desde abajo, siempre. Y siempre para arriba. En contrapicado leve.

Ozu camina por la caverna de Platón, pero no a tientas. Sabe lo que busca. Es arquitecto y cazador.

En ‘La hierba errante’ cada imagen es casi un arquetipo. Podría hablar de la cortina de agua en la separación, del fuego de los cigarrillos que reúne, nuevamente, a la pareja; de la lluvia de pétalo o papel, inexplicable y mágica; de la impresión de vida descubierta en cada fotograma. De esa manera de mirar como hacia ningún sitio. Baste decir que si la perfección fuera posible, ‘La hierba errante’ sería una película perfecta.
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45 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
Reverencia
La relación entre cine y realidad puede dar como fruto dos opciones: que el uno trate de ceñirse a la otra al máximo, o que, a partir de ella, cree espacios cinematográficos. Si lo primero se consigue, el espectador tendrá la sensación de verosimilitud absoluta, mientras que si es lo segundo éste se encontrará en un mundo nuevo, en cierta medida emparentado con la realidad, pero ajeno a ella.

Rara vez se logra la unión de ambas posibilidades. Y eso es lo que obra Ozu en "La hierba errante".

Desde el primer al último fotograma, se sirve de un estilo que se mantiene invariable y hermoso, un estilo que jamás hace ostentación con el espectador y siempre invitación. La geometría y el color de cada plano permiten intuir esfuerzos enormes en su preparación, y, sin embargo, según van sucediéndose éstos, sólo se observa fluidez y sencillez en su transcurso. Las transiciones de cada escena, lejos de suponer un trámite, están cargadas de belleza, perfectamente coreografiadas. Hojas de periódico, briznas a la luz de una lámpara, el tictac de un reloj, niño y anciano durmiendo... En esos instantes se siente palpitar la vida.

Y el componente humano. Los personajes no aparecen en la escena, sino que ya estaban en ella. La cámara parece sorprenderlos en todo momento, envueltos en pequeñas tramas, tan sencillas como las transiciones, no buscando el estallido sentimental, sino la emoción reposada. Emoción que acaba por inundar.

Cuando vemos esta película nos encontramos en la realidad cotidiana, realidad que sabemos que puede ser disonante, triste y vacía, y que, con el estilo de Ozu, se transforma en un universo armónico, bello y pleno.

Cine y vida se entrelazan de un modo que sólo un genio puede lograr.
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26 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
El agua que fluye por el río
Las aguas del río fluyen sin cesar. No se detienen en ninguna parte. Siguen inexorablemente su curso hasta el final, engullidas por el mar.
Muchos son como el río. No se sienten lo bastante tentados por ningún puerto, ninguna orilla, ningún refugio cálido en un recodo. Pasan con su ímpetu tumultuoso, refrescando el aire, su cantarín sonido rompiendo el silencio. Dejando frutos de su paso al regar las tierras fértiles.
No están hechos para quedarse.
Ella siempre lo ha sabido, y se conforma. Lo aceptó tal como era, agua nómada, hierba errante que seguiría su camino. Le regaló lo más precioso que le podía dar y se marchó.
Así son también esas compañías de teatro ambulante que conocen demasiado bien los estragos de la carretera, la dureza del cambio constante, una sucesión de pueblos y ciudades donde no siempre son acogidos con entusiasmo. No son buenos tiempos para el arte clásico, el kabuki languidece. Hoy día el público no entiende de esas cosas. Ozu dirige su particular y elegante elegía hacia la progresiva pérdida de algunas hermosas tradiciones ancestrales, devoradas por la velocidad de esta era moderna.
El actor maduro que ha conocido épocas mejores, el agua nómada, la hierba errante, ya no muy lejos de su desembocadura, regresa a este pequeño puerto donde quedó el más preciado fruto de sus andanzas, pues por muy inquietos que uno tenga los pies, la sangre es más espesa que el agua.
El tórrido verano abrasa y todo el mundo, ya sea lugareño o forastero, se derrite con resignación, abanicándose con parsimonia, sentados sobre los suelos de madera, bebiendo sake y fumando. No hay prisa en los ademanes, las conversaciones son parcas, un ritual de cotidianas fórmulas corteses, educadas sonrisas y silencios sutiles. La impaciencia, la pérdida de la compostura, son graves faltas a la etiqueta y solamente un ocasional arrebato muy pasional e impulsivo, motivado por algún momento crítico, llegará a romper la contención usual de los modales.
La cámara discreta pero observadora, situada a una media altura estratégica, capta con un tacto excepcional el ocaso del gran actor en horas bajas, que presintiendo la vejez en los huesos siente la llamada de la sangre, del mañana joven que comenzará un ciclo nuevo después del que él pronto cerrará.
Ella volverá a recibirlo como al viejo amigo por el que ya no siente aquella lejana pasión de juventud. Permanece un cariño fraternal y no experimenta celos de otras mujeres de las que él se encapriche. Nunca ha pretendido ser la única en su inestable corazón. Lo conoce bien. No es hombre de una sola mujer. Pero ella sí es mujer de un solo hombre. No ha habido otro y fue suficiente con amarle a él durante aquel breve romance.
Él ha regresado con su compañía teatral y su controladora amante para ofrecer sus representaciones y visitar a su pequeña familia. En este verano ardiente muchas cosas van a dar un giro drástico, como el agua del río que tras una tormenta cambia su curso.
Y todo esto lo filmó Ozu con la fotografía más bella del cine oriental de antaño, captando la atmósfera de lo cotidiano donde la vida, como el río, fluye suavemente con su mezcla de esperanza y melancolía, marchando siempre con ilusión hacia adelante y añorando siempre todas las orillas a las que ya no podrá retornar.
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9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
El padre
Este excelente film es un buen testimonio de la evolución de Yasujiro Ozu hacia un mundo único, preciso e inimitable, en su afán de perfección enfermiza sometida a las reglas impuestas por el propio cineasta. El film retrata a un hombre errante no sólo física sino también espiritualmente. Nuestro protagonista no solo carece de hogar fijo debido a su trabajo, también su forma de enfrentarse a la vida buscando una meta que no llega, aunque esa itinerancia le aporta la esperanza para continuar vivo. Sentimientos cruzados, verdades ocultas, celos traicioneros, indiferencia dolorosa, fracaso paterno, todo ello se refleja en esta fábula moral cargada de reflexiones morales.

Basada en una antigua película muda del propio director, se trata de un remake de “Historia de una hierba errante”, una de las obras más logradas de su primer periodo. El maestro nipón crea un film de una belleza plástica imponente, la iluminación de Kazuo Miyagawa, habitual colaborador de los films de Kurosawa otorga a “La hierba errante” una inusual exaltación cromática, muy superior a otras obras de Ozu en cuanto a fotografía. Este remake incrementa su interés respecto a la versión previa, pues todos los grandes maestros que realizaron nuevas versiones de antiguos trabajos, siempre lograron mejorar la anterior, cosa que no suele ocurrir en otros films que pretenden ser meras operaciones comerciales.

Su argumento es tan entrañable como un reencuentro con seres queridos: en un verano sofocante de calor, tras atracar en un pueblo costero japonés, una compañía de comediantes se instala provisionalmente en el lugar para escenificar una obra de teatro ante sus habitantes. Al mismo tiempo Kihachi, el patrón de la compañía aprovecha la ocasión para reencontrarse con una amante del pasado. Se trata de Oyoshi, mujer madura y madre de Kiyoshi, un joven hijo común de ambos que ignora quien fue su padre. A ellos se suman los celos de la joven Sumiko, actual pareja sentimental del director y actriz en la compañía.

La puesta en escena y composición es fiel al estilo técnico y personal del cineasta, sin apenas movimientos de cámara, prescinde del zoom y las panorámicas, siempre muy baja la cámara con planos medios y largos, su mirada siempre sencilla y diáfana. Ozu consigue plasmar aquello que él admiraba y presentía, el destello de una tradición y la irrupción de una modernidad cuya confrontación dialéctica dejó una honda huella en el costumbrismo japonés. Sus tramas son siempre sencillas y lineales, nunca se sirve del “flash back”, abordando la compleja fragilidad del ser humano con sus semejantes, con su particular ritmo pausado, pero al mismo tiempo con determinación, meticulosidad y una exhaustiva planificación, Ozu rodaba cada plano como si todo estuviera ya definido antes de poner la cámara en marcha. A estas alturas de su filmografía, Ozu alcanza una mayor delicadeza y profundidad, a la vez que adopta un cierto aire de ironía crítica debido a sus experiencias vividas. Una de sus mejores obras sin duda.
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6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
Segundas oportunidades
163/22(21/04/09) Yasujiro Ozu nos vuelve a deleitar la vista con un film en el que con su serenidad de ritmo nos hace poder ver crecer la hierba, no en vano Ozu es director de fotografía y se nota, es elemento que mejor maneja, obsequiándonos con unos planos de una belleza extrema, son retratos con un colorido maravilloso en los que la calma traspasa la pantalla. El argumento es un homenaje al teatro japonés, en el que una compañía de teatro llega a un pueblo costero, el director de la troupe tiene un hijo secreto en la villa. La cinta es una poesía visual encuadrada en una historia de sentimientos, donde se está en la búsqueda de segundas oportunidades que rediman a los personajes de sus errores. Llama la atención la visión ultramachista que late en el film sobre el teatro, en el que las mujeres son consideradas prostitutas. Recomendable a los que gusten de historias de sentimientos, contadas con quietud envueltas en frescos visuales deliciosos. Fuerza y honor!!!
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10 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
El séptimo Arte
Mi película favorita de Ozu en color, para mí su mejor etapa si es que se puede mejorar lo anterior.

Igual que en “Cuentos de Tokyo” una de las pocas ocasiones en las que la cámara se movió en el cine en B/N de Ozu, en “La hierba errante” encontramos ese último movimiento de cámara, esta vez en color, y en el mismo lugar en el que ocurrió esa primera vez, en ese faro, con esa botella, símbolos de su cine.

Ozu fue un director de otro planeta, si sus películas son cine, ¿qué son las de los demás?
Es imposible crear algo más bello que “La hierba errante”, su cine alcanzó la perfección absoluta, cualquier imagen de esta película emociona más que casi cualquier otra película al completo, especialmente el momento del primer beso, uno de los momentos más mágicos que he visto.

No se puede decir más, una historia de amor y mucho más con una sensibilidad tremenda, una verdadera maravilla, ojalá Ozu fuese inmortal como su obra.
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5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
Todo mi respeto por Yasujiro Ozu
Con el tiempo aprecio cada vez más el cine de Ozu. "La hierba errante" es una de sus pocas películas en color, rodada cuando el maestro ya exudaba talento en cada minuto. Es mejor llegar aquí habiendo mamado gran parte de su filmografía en B/N, creo que de esta forma se puede apreciar mejor el uso de la fotografía en color y disfrutar de sus clásicos encuadres de cámara fija en posición baja. Pero en esta ocasión en color, después de tanta casa japonesa en B/nN, tantos bares en los que hemos visto a sus personajes beber sake en B/N, la cotidianidad de la vida de cualquier familia japonesa en B/N... Todo eso, sea drama o no, por fin lo podemos disfrutar en color.

No se va muy lejos para buscar una historia, con el transcurrir de la vida, de su misma vida tal vez, Yasujiro Ozu encuentra motivos para hacer cine. Por lo visto "La hierba errante" es un remake de una película muda suya, no me importa, y aunque sea impopular decirlo, no me interesa la primera. Prefiero el cine de Ozu cuando sus actores hablan, tanto desde la tranquilidad y la pausa tan propias como desde la ira y la pasión, que en este caso también se despliega sin complejos. Hay amor, desamor, más de una bofetada (cosa rara, cosas de la evolución de su cine) y un agradable hilo de esperanza al final.

El que llegue aquí para descubrir el cine de Ozu que se vaya para atrás y vuelva de aquí un tiempo. Lo saboreará mejor. No es que no sea una película para iniciados, que cada uno haga lo que quiera, pero después de ver muchos de sus títulos anteriores, "La hierba errante" creo que la he disfrutado más. Ya ves, la vida de un grupo de teatro que llega a una isla, muchos personajes que beben, cantan y ven pasar el tiempo. Un retrato perfecto de un momento puntual.

Ah, y dicen que al principio la cámara se mueve!! Yo no lo tengo claro, al principio las imágenes se mueven porque la cámara está en un barco, pero es el barco el que se mueve, diría que la cámara permanece fija y sin molestar como siempre. El plano con la botella y el faro de fondo que abre y cierra la película son planos fijos. Así que es el Ozu de siempre, el que no falla. Cine del bueno.
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4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
L a mejor película de serie B que he visto...
Ésta es la mejor película de serie B que he visto.. la fotografía, el desarrolllo de la historia, el guión, el bajón a mitad de la cinta.. todo hace pensar en una historia "pequeña" y creada de forma rápida.. no se ve en esta película el cuidado y la factura repensada de otras obras mayores de Ozu (la serie de Noriko, o en "El sabor del sake", por ejemlo), aquí todo es más rápido y más de hacer un producto menos pensado y elaborado en horno.. más de microondas.. y sin una escena casi al final de la peli en la que trascienda la acción, como en las grandes pelis de Ozu..
Y el resultado es sin embargo, y dentro de estas claúsulas, espectacular.. porque es una peli hecha en la última etapa de la vida de Ozu, cuando ya la maestría le aparecía por los cuatro costads con solo encender la cámara.. y todo lo que escribe y filma lleva su sello inconfundible y su esencia íntima... es como si Ozu y su guionista de siempre, Noda, se hubieran puesto con el piloto automático a escribir primero y luego a rodar una peli que ya se tienen vista..
Es una de las pocas pelis de Ozu en la que el tema no es una hija que se está haciendo mayorcita y hay que plantear su casamiento.. pero es un tema muy cercano, en cierto modo, a este.. y es en la relación de los padres con los hijos, donde Ozu, que no los tuvo, crea su arte...
Falta en esta cinta la profundidad de elaboración de un personaje como los que interpretara Setsuko Hara o Chishu Ryu, que se hagan cargo de un comportamineto consciente y lleven el peso de la moralidad serena en la pèli.. aquí todos los personajes son un poco inconscientes y van dando palos de ciego en sus vidas y las de los demás..
Grande, Ozu..
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5 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
SECRETOS Y VIVENCIAS DE ACTORES DE TEATRO JAPONÉS ITINERANTE
El argumento principal de este filme es el siguiente: Un actor y maduro empresario de teatro japonés, algo anticuado, con la mano bastante larga para pegarle a las mujeres bajo sus órdenes, al menos cuando éstas no le obedecen, llega a un pueblo con su compañía teatral y una vez allí, a pesar del poco público que va a verles y lo poco que ganan, se comporta extrañamente quedándose más tiempo del debido en aquel lugar y entablando una relación muy cercana con una mujer y el hijo de ésta. Se trata de un hombre tranquilo, aunque a veces iracundo y violento, sin embargo también sabio, pues es capaz de pedir perdón y de reconocer que él no es mejor que los demás. Así puede describirse al personaje principal de esta película, interpretado por Ganjiro Nakamura..

El guión es muy pesado y serio, lento —no apto para gente que va al cine en búsqueda de dinamismo apasionanate—, de una lentitud casi plomiza. La historia es propia de un ser humano errante o poco sedentario, con su amores, sus misterios, sus fracasos y echar para adelante sin hundirse en el desconsuelo.
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4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
HA LLEGADO KOMAJURO
El maestro Ozu (1903-63) se encuentra en el tramo final de su vida, su enfermedad y deterioro físico se intensifican y él es muy consciente de ello. Su cine se vuelve otoñal, nostalgico, una mirada hacia el pasado antes de la despedida. En este año 59 retoma dos de sus films mudos. El que nos ocupa es un remake de "Historia de una hierba errante" de 1934 en este caso Kogo Noda sustituye a Tadao Ikeda como coguionista en un melodrama donde otro maestro, en este caso de una compañía teatral recala con ella en un pueblecito de la costa sur de Japón al encuentro de su propio pasado. Por su luminosidad "mediterránea" empieza Ozu  a desplegar en colaboración con Kazuo Miyagawa una paleta de colores (recordemos que solo es su tercer film en color) realmente asombrosa que van del azul del cielo, el blanco del faro, los grises de las calles y su elementos...., hasta terminar en los kimonos de las actrices, dando toda una clase maestra de estética, buen gusto y utilización dramática del color. Si a eso le añadimos la minuciosidad de sus encuadres uno no tiene por menos que hacer mil reverencias a este director que amaba sobre todas las cosas el cine americano y que acabó siendo seña de identidad del cine intrínsecamente japonés. Ozu era ya un cineasta consagrado  dentro y fuera de Japón, aunque por estas fechas internacionalmente todavía no estuviera reconocido como se merecía.

El maestro Komajuro Arashi sabe que su repertorio ya no funciona, que la compañía quedará varada y se disolverá. Busca refugió, redención y esperanza en un antiguo amor con la que tuvo un hijo ahora adulto. El encuentro entre su presente y su pasado creará un nuevo futuro tan esperanzador como incierto para todos. Excesivo metraje para mi gusto y el desarrollo de la trama no está a la misma altura que los logros formales, que se bastan y sobran para que el conjunto sea notable.

cineziete.wordpress.com
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1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
9
La eternidad.
Hay películas que dejan huellas indelebles y sensación de eternidad.

Cuando uno las ve, sabe, sin que nadie se lo diga, que está viendo un clásico, una obra tal que atravesará el tiempo y será igualmente venerada en el futuro.

Sin importar el tiempo esas obras nos trascienden y transportan a lo largo y ancho de la historia haciéndonos consciente de ello.

La hierba errante dejó en mí ese regusto desde sus primeras imágenes.

Y me llevó, embelesado, hasta su final, desde una posición fija e invariable, a la altura de los ojos de la posición de sentado en el tatami, que me hizo, paradójicamente, trascender el tiempo en un viaje de descubrimiento.

Es viéndolas como uno aprecia el tamaño del esfuerzo humano por ir más allá de su tiempo y de su espacio y comparte uno el universal anhelo de eternidad.

Buen día!
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8
LA HIERBA ERRANTE (1959) 82/100
LA HIERBA ERRANTE (1959)
82/100

Como uno de esos desalentadores días que decide entregarte una radiante mañana de primavera para luego, conforme cae irreversiblemente la tarde, arrojar a tu alrededor la más oscura de las tormentas.

El suave pincel de Ozu elige entonces recorrer una paleta de tonos fríos, donde el verde se aferra con fuerza a cada fotograma, en un duro contraste con el título de esta agridulce y melancólica (y maravillosa) película.

https://letterboxd.com/cautivodelmal/
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8
Vidas volubles
Entiendo que a muchos amantes del cine se les atragante el cine japonés, y es que el modo de expresarse de los japoneses, sus gestos y su manera de hablar, se nos puede hacer tan distante de las formas de expresión que conocemos que se haga imposible "normalizar" esa cuestión y ser capaz de olvidarnos de las diferencias culturales que se nos revelan.

Para abordar, pues, el cine de esa cultura, hay que predisponerse para aceptar la diferencia. Se necesita dejar atrás los modelos preestablecidos, los dibujos mentales comodones, las construcciones encementadas en nuestro cerebro. Esa labor nos servirá de poda de prejuicios, si es que los tenemos.

No había visto nunca "un Ozu". Y no niego que me imponía cierto respeto, más que nada porque sé del ritmo pausado de tanto cine japonés, de ese hálito tan tenue que barniza tantas obras confeccionadas en ese país.

El contenido parecía demasiado común, de lo más cotidiano, muy banal. Se trataba sin duda del tiempo que necesitaba para entrar. En un momento dado, quizás con algo más de media hora de película, me conecté. Fue entonces que empecé a disfrutar cada escena, cada situación, cada momento, cada gesto, cada acción, cada encuadre. Es cierto que el núcleo dramático de la obra iba tomando fuerza, pero no era solamente eso lo que seducía mi atención. Acabé por entender que era la belleza de la vida que se reflejaba, tan presente, tan viva, lo que daba personalidad y valor a este trabajo.

Y es que la historia que se nos cuenta es una historia de ahora y de siempre, de alguna manera. El drama de las relaciones interrumpidas, de las cosas no dichas, de las cicatrices sin cerrar. Pero es lo que ocurre con el cine que tiene otra entidad, lo viejo y gastado parece nuevo.

Qué cosas. Porque para alguien como yo, que no sabe de técnica cinematográfica, le maravillaban esos planos (algunos) tan sencillos, tan básicos, tan elementales, pero tan llenos de fuerza expresivo. El uso de las imágenes simbólicas (la lluvia, el niño durmiendo) potencia lo anterior y lo posterior. El sonido crea una atmósfera muy sugerente. Y luego están esos otros planos no tan sencillos, pero que recogen como por arte de magia toda la potencia de las escenas, te deja como hipnotizado... sin que aparentemente haya motivo para ello.

Nos sirve también este cine para comprender cómo la "cultura" que nos inunda hoy día no deja de ser un movimiento guiado por toda una maraña de aleccionamientos de lo más oscuro. Por ejemplo, en esta película, el llamado Maestro se "suelta" de vez en cuando unos bofetones de aúpa. Aquí lo arrancarían de la pantalla y lo meterían en la cárcel. No lo apruebo, por supuesto, ni digo que yo lo aguantaría, claro. Pero observar como esas situaciones de violencia se resuelven de una manera tan poco convencional (al menos en el cine moderno) no dejan por menos que llevar a reflexión.

Las imágenes de las acciones teatrales, tan kabukis, tan llenas de color, pareciera que se trasladan a la acción real, pero como sin buscarlo.

No creo que sea buenismo. Creo que es más bien búsqueda de la belleza. Canto al amor. Amor por el trabajo bien hecho. Reflejar lo esencial de lo humano. No quedarse en el arrebato. Encontrar la respuesta serena. La contención del sentimiento profundo. La volubilidad de nuestras pequeñas vidas.

¿Cómo valorar "esto" con los parámetros cinematográficos habituales? Si fuera por la historia que se nos cuenta, quizás no pasaría del 6. Le pongo un 8 porque, a día de hoy, sólo la he visto una vez.
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9
Flores del pasado
La peli recrea una cierta atmósfera en la que sitúa la historia. En los espacios cerrados, el director ubica artísticamente a sus personajes en habitaciones como si estuviesen dentro de un cuadro de Mondrian. Los exteriores al aire libre no son panorámicos, sino que se ve el espacio abierto limitado por objetos, calles, muros o lo que sea.

El color es realmente bonito y me gusta mucho el dibujo de los kimonos. La historia sucede en 1957, doce años después de que terminara la guerra y Japón entrara en la modernidad del siglo XX con un par de bombas atómicas. Sin embargo, todo lo que vemos es demasiado tradicional como para que suceda en el siglo XX: las ropas, la representaciones teatrales, las callejuelas peatonales con sus farolillos de papel, las casas que conectan entre sí unas con otras, los locales anticuados en los que se toman un sake caliente, la oficina de correos en la que parece que no suceda nada, en fin, todo cuanto vemos parece evocar una época anterior. Lo único que recuerda al presente son los cigarrillos que se fuman algunos personajes.

Los diversos temas musicales que acompañan de fondo y ayudan a crear la atmósfera que he mencionado al principio están compuestos con armonías occidentales.

Si tuviésemos que hacer una sinopsis diríamos que se trata de una historia en la que los hombres y las mujeres se quieren, mientras el tiempo pasa y la vida pone las cosas en su sitio. ¿No es eso, a fin de cuentas, la esencia de la historia de la humanidad? Relativiza el melodrama, lo cual es de agradecer: el tono general es tranqui, reflexivo, cotidiano. Aparecen unas fugaces explosiones de ira, pero muy controladas, y consigue no caer en un exceso de sentimentalismo. Se trata de una comedia con toda una serie de matices.

Tiene un toque Zen. Retrata con frecuencia la ausencia apenas un instante cuando alguien sale de una habitación y se queda vacía. Al fin y al cabo, la historia también trata de ausencias, de gente errante que va y viene.

La peli parece una sucesión de escenas teatrales. Todos los actores están estupendos. Me ha gustado.
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8
Sonrisas y tragedias en el teatro de la vida
El teatro es a un tiempo humorístico y trágico, y hallamos en él grandes comedias cuya base o premisa es ciertamente dramática y viceversa.
Pero no hay teatro que enfrente más emociones que el de la vida, la comedia más alegre, el drama más desgarrador; el telón nunca cae, y si lo hace ya es para siempre...

Ozu esperaría a utilizar el color hasta 1.958 para "Flores de Equinoccio". Tras esto, aprovechando decide reinventar el suyo con una especie de revisión conjunta de "Memorias de un Inquilino" y "He Nacido, pero...", y en el mismo año se embarca en un proyecto similar, quizás sorprendido por el éxito del debut de Masumura, "Besos": adaptar a los tiempos actuales, manteniendo la estructura argumental pero cambiando el nombre de los personajes, su edad y los tiempos, "Ukigusa Monogatari", que narra cómo en mitad de un caluroso verano llega a un remoto pueblo (ahora uno de costa) una compañía ambulante de teatro kabuki.
El ambiente, pese al sofocante calor (en lugar del frío y la nieve de la obra original), es de jolgorio y esperanza, la de los miembros de la compañía por lograr el éxito con su obra, pero el patrón de ésta, Komajuro, oculta un oscuro secreto: en el lugar vive su hijo Kiyoshi, fruto de un idilio con la dueña de un local, sin embargo la vergüenza (por su profesión) y la cobardía le han llevado a fingirse ante él como su tío; un secreto que será el desencadenante de una sucesión de infortunios cuando la amante de Komajuro y su actriz Sumiko, presa de los celos y la rabia, decida castigarle por su hipocresía.

Centrándose en la espiral de confusión desatada por ésta, en la que también se verá envuelta Kayo, convencida por Sumiko para seducir y confundir a Kiyoshi, la mentira para salvar las apariencias, la traición y las pasiones incontrolables (algo que anuncia ese calor omnipresente que impregna a los seres y vicia la atmósfera) son los motivos de una historia que destila amargura, cinismo, sensualidad y una rara violencia poco usual en el cine del director, quien la refuerza sirviéndose de sus característicos planos estáticos, cortos o generales, captando de mejor manera estas turbulentas situaciones, servidas con una crudeza mayor.
Este flujo de planos que, a primera vista, parecen muy tranquilos, se revela como un río profundo con una superficie apacible que oculta en su interior corrientes furiosas y destructivas, y si es costumbre en su obra el uso abrupto de las elipsis para evitar el exceso del melodrama, aquí se servirá de dicho recurso formal (además del mencionado) para crear una sensación de incomodidad y casi de desasosiego en el espectador y realzar la oscuridad lírica del conjunto. La tensión acumulada no tendrá otra vía de salida salvo la de la violencia (desatada en el último tramo del film), que afectará a todos y cada uno de los implicados.

Ozu trata con aspereza el conflicto en el seno de la familia y la desaparición de un mundo, el teatral y el real, tanto más cuanto que se establece una significativa conexión entre los personajes y los papeles que interpretan (así Sumiko, que blande la espada como Chuji Kunisada, será la instigadora de las tensiones, y Kayo se dejará llevar por los sucesos como por la música en la obra, momento inédito en la "Ukigusa" original), siendo el mejor ejemplo Komajuro, actor dentro y fuera del escenario, algo de lo que su hijo le reprocha ("tu personaje es demasiado irreal, no es creíble"). Su irascible reacción cuando descubre el furtivo romance radicará en la creencia (por mecanismo reflejo) de que todos actúan como él; al no conocer otra verdad salvo la de las apariencias será incapaz de atisbar lo auténtico, los verderos sentimientos.
El director vuelve a enfrentar lo tradicional y lo moderno, esta vez usando el teatro como punto de partida (ese trabajador del puerto que se burla de la obra cuando ve el cartel en el establecimiento) y que sobre todo está presente en la relación entre el padre y el hijo. Ya éste le recrimina lo desfasado de su personaje en la obra, un hombre que, como él, está estancado existencialmente (prueba de ello es que, al contrario que Kiyoshi, quien evoluciona con respecto a los acontecimientos, Komajuro se resigna y regresa junto a Sumiko); esta confrontación incluso derivará en el violento rechazo del hijo al padre.

Ozu filma la acción dramática como si de una obra kabuki se tratase y hace gala de su habilidad para mostrar o insinuar de forma natural, reparando en pequeños detalles que le aportan sus sostenidos encuadres para ofrecer momentos de gran emoción, que intensifica la belleza plástica de la fotografía en color de Kazuo Miyagawa, mientras que la ligera partitura de Takanobu Saito proporciona musicalidad al movimiento, tanto de las secuencias como de los personajes. Personajes bien interpretados por un elenco en su mayoría pertenecientes a la Daiei encabezados por Haruko Sugimura y un irritante y detestable Ganjiro Nakamura.
Además cabe destacar la presencia de dos de las actrices más bellas e imponentes del cine japonés, Machiko Kyo y Ayako Wakao, quienes ocupan el lugar de las Emiko Yagumo y Yoshiko Tsubochi anteriores. Chishu Ryu, actor fetiche del director, tendrá en una breve aparición, al igual que Koji Mitsui, quien en la primera versión daba vida al hijo del protagonista (llamado Shinkichi), y Hitomi Nozoe y Hiroshi Kawaguchi, pronto matrimonio en la vida real, demuestran (como en los films de Masumura) una gran quimica en pantalla.

Sin perder su inevitable condición de "remake", ésta pasa por ser una de las obras más notables de la última etapa de Ozu, la que además cerraría una era dorada para el cine nipón, reflexión a un tiempo grave y jovial del oficio del artista ambulante (hierba errante que flota eternamente en el río de la vida), fábula sarcástica y desgarradora sobre los falsos pretextos del corazón y el espíritu...
Y más ampliamente, farsa sensible y trágica sobre la existencia como necesaria aceptación de la traición.
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