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Aita (2009)

Aita
85 min.
4,6
259
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Tráiler (ESPAÑOL)
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Sinopsis
Una vieja casa deshabitada, el guarda que la cuida, el cura del pueblo, los espacios, los sonidos, las luces y las sombras, el paso del tiempo. En los rincones más ocultos de la casa se revela una historia a la vez íntima y colectiva. El cine se revela como un fantasma dentro de la ficción de la película. (FILMAFFINITY)
Género
Drama
Dirección
Reparto
Año / País:
/ España España
Título original:
Aita
Duración
85 min.
Guion
Fotografía
Compañías
Premios
2010: San Sebastián: Mejor fotografía (Jimmy Gimferrer)
6
Encarnaciones (III)
No hay dos sin tres… En la casa de Miñarro (el adalid, el productor, el prorector, el hostelero), donde comen Sergio y Joe, también come José Mari, la hostia. La casa de Miñarro, ese autor-productor único en el panorama ibérico, está habitada por monstruos presentes y presenciales, maqueadores de algunas de las películas más emocionantes del curso íntimo.
El fantasma (ideológico o no, nos enseñaría toda filosofía de la sospecha, ya sea en su vertiente teorética psicoanalítica o marciana) se caracteriza por la actividad presente de un ente proveniente del pasado, de otro tiempo y/o otra dimensión. Forma incorporada del retorno de lo reprimido, o de la sublime posibilidad: el espectro que se cierne, utópicamente, sobre Europa. Más tarde, proyectado desde una pantalla, sobre todo el orbe.
Si en el primero de los capítulos los fantasmas eran encarnaciones de una tradición pretérita, que ya nunca retorna, y en el segundo eran las vidas pasadas del Tío Boonmee, en este tercer capítulo, el “Aita” de de Orbe, los fantasmas son empíricas presencias de otra época, más concretamente, del pasado familiar de una casona vetusta del País Vasco, propiedad del propio realizador. Huérfano y capitidisminuído, José María es también él mismo un fantasma que retorna al lugar de donde vino, como Boonmee retornara a su cueva. Caserío que perteneciera a la familia de de Orbe desde los tiempos de las guerras carlistas, si no más, esta “aita” (palabra vascuence que designa igualmente la “casa” y el “padre”, en consonancia con la inercia matriarcal de la cultura vasca, ese melancólico buque) se convertirá en un espacio cuasi mágico. Relacionando este filme con la tradición del poltergeist y el encantamiento del hogar familiar (la referencia al clásico de Robert Wise es explícita y reconocida por el autor), “Aita” bien pudiera ser o parecer, por momentos, un fenomenal reportaje realizado por los adláteres de La Nave del Misterio y Cuarto Milenio. Pero no lo es.
“Aita” adopta de forma harto cadenciosa la estructura rota y fragmentaria del collage, como los anteriores capítulos fantasmáticos, por otro lado. En ello, se inscribe en el espectro requetemoderno, condenado, sin adornos, a lo fragmentario: la obra de Portabella, Wang Bing, Pedro Costa, Van Sant o Hsiao-sien. Puesta en escena de lo real, atravesada por todos los fantasmas pretéritos, la filmografía de estos realizadores (los más cercanos a de Orbe, si hacemos caso de sus propias declaraciones) es en sí un fantasma, un espectro cinematográfico, echo de restos ajenos, de residuos narrativos, de partes desmembradas de una existencia ya llevada a cabo, pero toda-vía no finiquitada. La beta es la del collage-film, como le diría uno de los inventores del Mundo Viejuno After-Pop allende nuestras fronteras, el californiano Craig Baldwin. O también, la tentativa de la forma que piensa: el cine-ensayo.

(continúa en spoiler)
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9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
5
Estado contemplativo
La propuesta de José María de Orbe según declaraciones en el festival de San Sebastián persigue una búsqueda casi personal: encontrar la identidad de la casa del propio director. Hay en Aita además de los pocos personajes que transitan con un diálogo casi espontáneo, verdaderos descansos ante el estado contemplativo, un personaje que se erige como protagonista absoluto: la casa. Es en ella dónde el director invierte todo su arte narrativo, en cada ángulo, en cada plano. Cada rayo de luz que irradia por los robustos ventanales parece querer enfocar un nuevo aspecto, intentando una conexión emocional difícil de lograr.

No hay nada espontáneo, todo resulta buscado, medido para encontrar un diálogo con un espectador que en ocasiones se muestra esquivo ante tanto esfuerzo. No es extraño que la propuesta estética haya tardado tres años en cristalizarse, pendiente de captar cada momento, traducido en una belleza estética patente desde cada toma, y en una lograda fotografía.

Sólo cabe cuestionar si compensa en el espectador el estado contemplativo requerido y si el personaje al que hemos optado por perseguir tiene el tirón suficiente para poder sostener su interés durante los minutos del metraje.

En mí opinión no. Es lo que tiene innovar con la selección del reparto...
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6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
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