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Tres amores extraños (La sed) (1949)

Tres amores extraños (La sed)
83 min.
6,5
581
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Sinopsis
Bertil y Ruth son una joven pareja que atraviesa una crisis matrimonial. Mientras recorren en tren una Alemania asolada por la guerra, reflexionan sobre el fracaso de su vida en común. Ruth se muestra agresiva y expresa un enorme rencor hacia los hombres y, especialmente, hacia el padre que abusó de ella. Bertil es más razonable, aunque ha vivido una aventura que terminó con el suicidio de una mujer. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Drama romántico Historias cruzadas Trenes / Metros
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Suecia Suecia
Título original:
Törst
Duración
83 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Links
7
Perdidos.
Drama de fuerte carga psicológica en el que Bergman nos mostraba ya gran parte de sus constantes cinematográficas. Destaca fundamentalmente por una curiosa estructura narrativa(aunque los saltos de personajes provoquen cierta pérdida de intensidad, sí es cierto que en conjunto esa forma de construir la historia es por lo menos llamativa), la dirección de actores y la mordaz arquitectura visual de Bergman (la carga psicológica antes mencionada se busca en la propia manera de retratar a los personajes y en la crispada puesta en escena) que, aunque no sea perfecta, sí nos muestra un director interesado en equilibrar la imagen y el trágico drama de cada personaje.

Lo más interesante es la relación trazada entre esa siniestra visión de los personajes y el contexto de la Europa de la época. La posguerra, la miseria y los espectrales esqueletos de edificios enmarcan la acción y nos incitan a nosotros, espectadores, a reflexionar sobre una cierta sensación de desamparo, de extravío vital que va más allá de estos matrimonios y amantes con sus pasados y presentes entrecruzándose, con sus dificultades para amarse y separarse.

Es una película, por tanto, muy cercana a un tipo de literatura de la época (no sólo el indiscutible ejemplo del existencialismo, sino también obras como Bajo el Volcán de Lowry o El cielo protector de Bowles... Se habla también de Strindberg, pero como no he leído nada de él no puedo comparar) en que el galimatías existencial y personal de estos personajes en el alambre sirve para, además de configurar un poderoso drama, realizar un bosquejo de la merma de valores y asideros morales que aquella convulsa etapa supuso por motivos más que obvios.

Película del montón, su nota dependerá de la estima en que tengas al sueco. No es de lo mejor pero tampoco creo que sea de las más aburridas. Sobre todo interesante por su clara condición de obra germinal.
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21 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
6
Bebiendo para olvidar
Un joven matrimonio haciendo equilibrios sobre una cuerda floja, antiguos amantes que dejaron tras de sí, o que se asestaron a sí mismos, heridas incurables, la devastada posguerra en una Europa todavía sangrante y hambrienta. Tormentos sin fin, nervios irrefrenables, humores que pasan de la euforia a la depresión y vuelta a la euforia, inquietudes, traumas, las simas de la convivencia en pareja, las infidelidades, la juventud de sueños truncados, el traqueteo sin porqué ni rumbo determinado, como viajar en un tren que va a todas partes y a ninguna.
Bergman, en sus comienzos de fotografía aún bastante sobria (para el modo en que iba a evolucionar) pero con carga psicológica y emocional ya imponentes y bosquejando su estilo posterior, compone una intrincada danza del subconsciente, apadrinada por sus anfitriones de lujo, la frustración y el vacío.
El drama del Viejo Continente a mediados de los años cuarenta, arrasado de muerte, ausencia y hambre, se perfila al otro lado de las ventanillas de un vagón. Manos tendidas en busca de un mendrugo de pan, de algo que llevarse a un estómago que ya ni fuerzas tiene para gritar. Siluetas negras de ruinas que se alzan en la neblina nocturna, bajo una luna que ofrece el solaz de su aura dorada reflejada en la humedad.
Y el tren sigue adelante, hacia ningún lugar, porque cuando caminas sobre una cuerda que no se acaba, en compañía de alguien a quien te aferras porque no tienes ni seguramente tendrás a nadie más que te pueda querer, te da lo mismo hacia dónde te diriges. Un sitio es igual que otro, todos serán igual de tristes si sabes ya de antemano lo que no vas a tener, lo que te vas a perder.
Te conformas, o eso intentas peor que mejor, con lo que sí tienes, con lo que queda después de haberte roto en pedazos y haberte vuelto a recomponer pegando los trozos aquí y allá, sin orden ni concierto, de tal manera que ya no sabes quién eres, ni si alguna vez lo supiste.
El vino es un buen amigo, calienta tu espíritu amargado con su promesa de olvido, y el tabaco es un buen aliado de tu nerviosismo perenne. El acto de encender un cigarrillo, fumar unas caladas compulsivas, tirarlo y volver a encender otro cigarrillo... A veces, en esos gestos se resume todo un día.
Y seguís en el tren, viendo pasar la penuria al otro lado de los ventanales mientras la vuestra se refleja en la cara interna del cristal, o eres una ex-amante que deambula perdida en una soledad que estrangula, en un verano sofocante que no trae alegría.
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15 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
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