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Salida de los obreros de la fábrica Lumière (C) (1895)

Salida de los obreros de la fábrica Lumière (C)
1 min.
6,3
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Cortometrajes versión 1, 2 y 3
Sinopsis
El argumento de esta obra lo desvela el propio título: el film consiste en un sólo plano de los trabajadores de la fábrica Lumière saliendo de la misma tras concluir su jornada laboral. Su importancia en la historia del cine es capital, puesto que se trata de la primera película que fue proyectada comercialmente para un público.

Existen tres versiones de esta película. Los historiadores Aubert y Seguin (1996) las han datado gracias al estudio de las sombras arquitectónicas. Según su investigación, "no queda ningún elemento fílmico" de la primera versión rodada el 19 de marzo de 1895 y presentada el 22 de marzo en París. Las tres versiones conocidas serían remakes, y se diferencian fácilmente por el número de caballos que aparecen al final. En esta versión, rodada dos meses después de la original, en mayo de 1895, vemos un carro con dos caballos. En la segunda, de marzo de 1896, un carro con un solo caballo. Y en la tercera, de agosto de 1896, no aparece ningún carro. (Fuente: Catalogue Lumière)

Género
Documental Cine mudo Orígenes del cine Cortometraje
Dirección
Reparto
Documental
Año / País:
/ Francia Francia
Título original:
La sortie des usines Lumière
Duración
1 min.
Fotografía
Compañías
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6
Sin luz no hay paraíso
Sólo cabe una lectura emocional de un corto como éste.

Un invento nuevo sin futuro, dirían los hermanos Louis y Auguste al hablar de su criatura. No se equivocaban: el cine no es futuro, ni pasado: es presente en vena, intemporal.

Mirad, no son simples obreros quienes salen de la fábrica de los Lumière: ahí están Bresson y Dreyer casi de la mano, el perro de Tarkovsky, la bicicleta de Monsieur Hulot, Jean Renoir con boina y Harold Lloyd con canotier. Ahí están el menudo Humphrey Bogart y el corpulento Hank Quinlan; Bette Davis y Joan Crawford, vestidas de luto y odiándose en silencio. Kurosawa, Bergman, Brando, Marilyn… El tupé de Lynch entre las cabelleras. Hitch guiñando un ojo en su primer cameo de la historia. Arriba, en el tejado, revolotea el alma de Murnau.

Ahí está Innisfree.

Mirad bien, entre las sombras, se advierte el parche negro de John Ford.

===

No son personas las que salen de la fábrica Lumière, son los actores del monólogo de Próspero:

“(…) Alegraos, señor,
que ya terminó la fiesta. Los actores,
como ya os dije, eran espíritus y se desvanecieron
en el aire, en la levedad del aire.
Y de igual manera, la efímera obra de esta visión,
las altas torres que las nubes tocan, los palacios espléndidos,
los templos solemnes, el inmenso globo,
y todo lo que en él habita, se disolverá;
y tal como ocurre en esta vana ficción
desaparecerán sin dejar humo ni estela. Estamos hechos
de la misma materia que los sueños, y nuestra pequeña
vida cierra su círculo en un sueño.”

Es la isla que describe Calibán:

“Nada has de temer. La isla está llena de rumores,
sonidos dulces y cánticos que dan placer y no hieren.
A veces, el tañido de mil instrumentos
acaricia mis oídos; y otras, voces
que –aun despertando de un larguísimo sueño–
me volverían a adormecer; entonces soñaría
nubes que se entreabren y me muestran riquezas
que llueven sobre mí… y lloraría al despertar
por no poder soñar de nuevo.”

===

Cuando acaba la sesión y regresamos a la realidad, yo también lloraría si supiera que no he de soñar de nuevo.







[Fragmentos de 'La tempestad', de William Shakespeare, en versión de Manuel Ángel Conejero]
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111 de 121 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
Y el cine nació
Mirémoslo con perspectiva: este cachito de película que no dura ni un minuto fue filmado hace ciento dieciséis años. Ni siquiera los bebés que hubieran sido engendrados, o que hubieran nacido el mismo día en que Louis Lumière plantó su rudimentaria cámara a la puerta de aquella fábrica, vivirían hoy, salvo que alguno gozara de una longevidad excepcional.
Y hay que tener eso en cuenta. Que puede que no sea gran cosa ver un trocillo de grabación donde una multitud vestida a la moda de finales del diecinueve sale a la soleada calle desde el interior de la fábrica. Mujeres de largas faldas y sombreros, hombres con ropa de trabajo, bicicletas y un perro.
Pero, joder, que no se trata de un vídeo casero con cámara digital del siglo veintiuno de las que cualquiera tiene en casa. Aquello fue un pequeño gran milagro en su día. Aquello fue la alborada del cine, ése del que podemos disfrutar hoy, gracias a que los Lumière trastearon con esos cachivaches que por ciencia o hechicería consiguieron que los sueños se pudieran ver, en movimiento, con los ojos y en estado de vigilia, no sólo con la mente estando dormidos.
Aquella muchedumbre como una riada dirigiéndose hacia el aire libre bajo el mismo cielo que nos observa hoy, era como los atletas que echan a correr al oír el pistoletazo de salida.
Lo que ellos no imaginarían muy bien aún sería que la carrera que inauguraban era un ascenso a las estrellas.
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52 de 55 usuarios han encontrado esta crítica útil
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